conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Dominum et vivificantem » Parte I.- El Espíritu del Padre y del Hijo, dado a la Iglesia

5. Jesús de Nazaret «elevado» por el Espíritu Santo

19. Aunque en Nazaret, su patria, Jesús no es acogido como Mesías, sin embargo, al comienzo de su actividad pública, su misión mesiánica por el Espíritu Santo es revelada al pueblo por Juan el Bautista. Este, hijo de Zacarías y de Isabel, anuncia en el Jordán la venida del Mesías y administra el bautismo de penitencia. Dice al respecto: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego».[65]

Juan Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como el que «viene» por el Espíritu Santo, sino también como el que «lleva» el Espíritu Santo, como Jesús revelará mejor en el Cenáculo. Juan es aquí el eco fiel de las palabras de Isaías, que en el antiguo Profeta miraban al futuro, mientras que en su enseñanza a orillas del Jordán constituyen la introducción inmediata en la nueva realidad mesiánica. Juan no es solamente un profeta sino también un mensajero, es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia se realiza a la vista de todos. Jesús de Nazaret va al Jordán para recibir también el bautismo de penitencia. Al ver que llega, Juan proclama: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».[66] Dice esto por inspiración del Espíritu Santo,[67] atestiguando el cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo tiempo confiesa la fe en la misión redentora de Jesús de Nazaret. «Cordero de Dios» en boca de Juan Bautista es una expresión de la verdad sobre el Redentor, no menos significativa de la usada por Isaías: «Siervo del Señor».

Así, por el testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de Nazaret, rechazado por sus conciudadanos, es elevado ante Israel como Mesías, es decir «Ungido» con el Espíritu Santo. Y este testimonio es corroborado por otro testimonio de orden superior mencionado por los Sinópticos. En efecto, cuando todo el pueblo fue bautizado y mientras Jesús después de recibir el bautismo estaba en oración, «se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» [68] y al mismo tiempo «vino una voz del cielo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».[69]

Es una teofanía trinitaria que atestigua la exaltación de Cristo con ocasión del bautismo en el Jordán, la cual no sólo confirma el testimonio de Juan Bautista, sino que descubre una dimensión todavía más profunda de la verdad sobre Jesús de Nazaret como Mesías. El Mesías es el Hijo predilecto del Padre. Su exaltación solemne no se reduce a la misión mesiánica del «Siervo del Señor». A la luz de la teofanía del Jordán, esta exaltación alcanza el misterio de la Persona misma del Mesías. El es exaltado porque es el Hijo de la divina complacencia. La voz de lo alto dice: «mi Hijo».

20. La teofanía del Jordán ilumina sólo fugazmente el misterio de Jesús de Nazaret cuya actividad entera se desarrollará bajo la presencia viva del Espíritu Santo.[70] Este misterio habría sido manifestado por Jesús mismo y confirmado gradualmente a través de todo lo que «hizo y enseñó».[71] En la línea de esta enseñanza y de los signos mesiánicos que Jesús hizo antes de llegar al discurso de despedida en el Cenáculo, encontramos unos acontecimientos y palabras que constituyen momentos particularmente importantes de esta progresiva revelación. Así el evangelista Lucas, que ya ha presentado a Jesús «lleno de Espíritu Santo» y «conducido por el Espíritu en el desierto»,[72] nos hace saber que, después del regreso de los setenta y dos discípulos de la misión confiada por el Maestro,[73] mientras llenos de gozo narraban los frutos de su trabajo, «en aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito"».[74] Jesús se alegra por la paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los «pequeños». Y el evangelista califica todo esto como «gozo en el Espíritu Santo».

Este «gozo», en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo quiera revelar».[75]

21. Lo que durante la teofanía del Jordán vino en cierto modo «desde fuera», desde lo alto aquí proviene «desde dentro», es decir, desde la profundidad de lo que es Jesús. Es otra revelación del Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo. Jesús habla solamente de la paternidad de Dios y de su propia filiación; no habla directamente del Espíritu que es amor y, por tanto, unión del Padre y del Hijo. Sin embargo, lo que dice del Padre y de sí como Hijo brota de la plenitud del Espíritu que está en él y que se derrama en su corazón, penetra su mismo «yo», inspira y vivifica profundamente su acción. De ahí aquel «gozarse en el Espíritu Santo». La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la que tiene perfecta conciencia, se expresa en aquel «gozo», que en cierto modo hace «perceptible» su fuente arcana. Se da así una particular manifestación y exaltación, que es propia del Hijo del Hombre, de Cristo-Mesías, cuya humanidad pertenece a la persona del Hijo de Dios, substancialmente uno con el Espíritu Santo en la divinidad.

En la magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de Nazaret manifiesta también a sí mismo su «yo» divino; efectivamente, él es el Hijo «de la misma naturaleza», y por tanto «nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo», aquel Hijo que «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» se hizo hombre por obra del Espíritu Santo y nació de una virgen, cuyo nombre era María

Notas

[65] Lc 3, 16, cf. Mt 3, 11, Mc 1, 7s.; Jn 1, 33.

[66] Jn 1,29.

[67] Cf. Jn 1,33 s.

[68] Lc 3, 31 s.; Cf. Mt 3, 16; Mc 1, 10.

[69] Mt 3, 17.

[70] Cf. S. Basilio, De Spiritu Sancto, XVI, 39: PG 32, 139.

[71] Act 1, 1.

[72] Cf. Lc 4, 1.

[73] Cf. Lc 10, 17-20

[74] Lc 10, 21; cf. Mt 11, 25 s.

[75] Lc 10, 22; cf. Mt 11, 27.

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