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Hacia una ontología del embrión humano (y II)

El desafío filosófico de la totipotencialidad de las células embrionarias

Manuales de Bioética como el de Elio Sgreccia atendieron en su momento con sumo tino las cuestiones fundamentales en torno a la vida humana y a los nuevos desafíos biotecnológicos que se presentaban a finales de la década de los ochenta y principios de la década de los noventa[1]. Estos manuales trataban de elaborar un discurso culto principalmente orientado a la formación de profesionales de la salud y agentes de pastoral que requerían tener una cierta iluminación para el momento de tomar decisiones concretas ya sea en hospitales y centros de salud, ya sea en la consejería espiritual o institucional.

Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo los argumentos ofrecidos comenzaron a mostrar desde mi punto de vista una doble debilidad: por una parte el fundamento filosófico que justificaba los puntos más álgidos resultaba débil cuando aparecía un interlocutor bien formado en alguna filosofía contemporánea. Los manuales daban por resueltos una gran cantidad de problemas filosóficos sobre la relación entre sustancia y accidentes, sobre la relación entre la naturaleza como esencia y la naturaleza como conjunto de características físico-biológicas, sobre el origen y fundamento de la dignidad humana, y en algunas ocasiones, se llegaban a apreciar exposiciones sumamente esquemáticas de la ley natural que fácilmente caían en falacia naturalista.

Por otra parte, algunos manuales católicos ofrecían (y a veces continúan ofreciendo) exposiciones sumamente compendiadas de embriología y de genética (que no de genómica y de proteómica) que reproducían más o menos las ideas estándar sobre el genoma divulgadas hacia los años sesenta.

En efecto, el descubrimiento de los genes y del DNA que los constituye permitió durante algunas décadas contemplar un cierto resurgimiento de una versión modificada de preformacionismo, es decir, de la teoría que sostiene que las características fenotípicas del individuo humano adulto se encuentran de alguna manera precontenidas en su genotipo originario. Así, hace cuarenta años, como fruto de la eclosión de la biología molecular muchos textos sobre estas materias presentaban de manera más o menos explícita una relación directa y determinista entre los genes y la realidad biológica resultante luego de su desarrollo. Parecía claro que la información genética era no sólo necesaria sino también suficiente para constituir a un organismo vivo maduro y por lo tanto que podría considerarse completo desde el punto de vista de su plan básico de desarrollo configurado precisamente desde el momento de la fecundación.

La manualística católica inspirada en una filosofía de raíz tomista pareció encontrar un fuerte respaldo empírico en este terreno para afirmar que la persona está ya en acto desde el momento de la fusión de los gametos. Todos los argumentos sobre la supuesta existencia de una «persona en potencia» o de un «pre-embrión» antes de la implantación caían con facilidad debido a la afirmación simultánea de a) el papel conductor del desarrollo que realizaba el genoma de acuerdo a un modelo más o menos determinista, y de b) la teoría filosófica que parecía explicarlo: el cambio que sucede en el viviente humano a partir de la fecundación es de orden accidental y esta direccionado teleológicamente. El sujeto del cambio está ya en acto y por ello en potencia activa para desplegar las virtualidades orgánicas y eventualmente operativas de las persona humana adulta.

Sin embargo, conforme se fue acercando el final del siglo veinte se descubrieron gradualmente los mecanismos de activación y represión de los genes y el proceso detallado que va desde la información genotípica hasta la aparición de las características fenotípicas. En este proceso de gran complejidad evidentemente intervienen las informaciones genéticas pero también en una gran dosis las de procedencia extragenética al grado que cuando estas últimas no hacen acto de presencia el fenotipo se altera o resulta inviable. Un ejemplo que en la actualidad se suele poner a este respecto es la función de la hormona T4 materna. Esta hormona se comunica de la madre al embrión en un cierto momento de su desarrollo antes de que éste pueda expresar su propia T4. La hormona regula la expresión de los genes del embrión que son esenciales para el desarrollo del sistema nervioso.

De esta manera comenzó a argumentarse lo que hoy constituye un problema filosófico importante: pareciera ser que los seres vivos, y entre ellos el ser humano, necesitan de un periodo constituyente en el que la información genética y epigenética concurren. Mientras ese periodo de constitución no culmina el ser humano adulto es una mera posibilidad entre varias. De aquí que para muchos científicos actualmente no pueda decirse con seguridad que existe una persona en acto desde el momento mismo de la concepción. El número de días en el que se reconoce un auténtico sujeto individual variará dependiendo de los criterios de sustancialidad elegidos. Nosotros no nos concentraremos en esta cuestión sino más bien en otro punto esencial a dilucidar: ¿Es concluyente que un óvulo recién fecundado se encuentra en un estado de indiferenciación fundamental que sólo se orienta hacia una determinada dirección gracias al contexto que le brinda el útero de la madre? ¿Es el cigoto, sobre todo antes de la primera división celular, un tejido totipotencial humano al que aún no se le puede afirmar la condición personal? O en lenguaje más filosófico: ¿el telos del cigoto se encuentra abierto hacia diversos destinos que se irán gradualmente especificando al paso de los días? ¿Qué tipo de cambio se da cuando el cigoto pasa a convertirse en un embrión de dos células? ¿Es un cambio sustancial o es un cambio accidental?

Antes de responder a estas preguntas conviene tener presente que las células embrionarias en los primeros estadios de su desarrollo tienen la potencialidad de dar de sí todos los tejidos de un nuevo individuo incluidas las membranas extraembrionarias que forman la placenta, más aún, pueden dar lugar a un ser vivo entero. Por esto se les denomina «totipotentes». La totipotencialidad revela un importante grado de indiferenciación respecto del fenotipo final, lo cual pareciera refutar a la teoría que proponga que las formas de los órganos, aparatos y sistemas ya se encuentran de alguna manera desde la fecundación. Al contrario, las formas parecieran irse adquiriendo poco a poco. Esto no significa que el genotipo sea irrelevante. Lo que significa para muchos científicos es que si bien existe un programa básico en la información contenida en el genoma este programa no contiene toda la información necesaria y suficiente para generar un nuevo ser vivo. El cigoto no es amorfo, pertenece a la misma especie que sus progenitores, pero requiere diferenciarse gradualmente luego de la concepción. Los factores epigenéticos, según algunos, son tan esenciales como los genéticos para el desarrollo de un ser humano completo. De este modo entonces podríamos decir que la cuestión filosófica en este tema se puede formular así: pareciera que el cigoto esta vivo en acto, pero, aún requiere de información que él no porta para direccionar su desarrollo hacia un organismo humano completo[2]. El telos de un embrión humano se cofiguraría al menos de manera parcial de modo contextual.

Lo esencial biológico y lo esencial óntico

En la anterior explicación me parece que es fácil traslapar planos y lenguajes propios de la biología a los de la filosofía y viceversa. Soy de la opinión que estos planos no son totalmente heterogéneos. Sin embargo, es preciso hacer algunas puntualizaciones para no caer en errores graves.

Una primera cuestión que es preciso tratar es el papel «esencial» que poseen ciertos elementos del contexto en la configuración de la información básica necesaria para dar lugar a un ser humano completo. Es cierto que existen distintos elementos del exterior que colaboran a que la expresión de los genes pueda darse de una manera tal que se facilite el desarrollo de una persona. Sin embargo, estos elementos lo que producen es justamente la activación de la capacidad de un gen que posee por sí una cierta función al interior de la célula. Dicho de otro modo: en el caso de la hormona materna T4 antes señalada existen de parte del embrión receptores proteicos de la hormona. Una vez comenzado el proceso de interacción de T4 materna con receptores embrionarios el propio embrión produce esta hormona. De esta manera podemos ver que el tipo de interacción realizada en este ejemplo activa a un gen para que deje de estar silente, no para darle toda su capacidad génica. La «esencialidad» de la hormona T4 materna resulta entonces relativa o accidental desde un punto de vista filosófico. La hormona es una condición necesaria para que una potencia activa pueda desplegarse. Sin embargo, no constituye a esta potencia como tal en el sentido radical del término.

Así mismo, es preciso notar que los genes no son los sujetos responsables de conducir todo el desarrollo sino que es la célula o el organismo pluricelular que los posee el que como un todo actúa y se desarrolla. Esto es verdadero no sólo por la relación que se establece entre parte (genoma) y todo (por ejemplo, el cigoto). Sino porque además existen elementos celulares citoplasmáticos que poseen información capaz de hacer que el núcleo se reprograme y se direccione hacia un cierto estado. Que en ellos existan materiales procedentes, por ejemplo, de la madre, no significa que no exista un destino anterior y originario que los conducía hacia una dirección precisa. Lo que significa es que el contexto enriquece la información y si este varía dramáticamente puede llegar a violentar el telos originario.

Al llegar a este punto es necesario preguntarse: ¿En realidad existe un telos originario? ¿No es precisamente la ausencia de este telos lo que nos permite hablar de la relativa indeterminación de las células totipotenciales?

Notas

[1] Sgreccia, E. Manual de Bioética, Diana, México 1996; Polaino Llorente, A., Manual de Bioética general, Rialp, Madrid 1994; Tomás, G. (coord.), Manual de Bioética, Ariel, Barcelona 2001.

[2] Son de esta opinión con algunos matices diferenciales: Alonso Bedate, C. «El valor ontológico del embrión humano: una visión alternativa», en Beca, J. P. El embrión humano, Mediterráneo, Santiago de Chile 2002; Velázquez, J. L. Del homo al embrión. Ética y biología para el siglo XXI, GEDISA, Barcelona 2003; Gracia, D., «El estatuto de las células embrionarias», en Mayor F.-Alonso Bedate, C. Gen-Ética, Ariel, Barcelona 2003.

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