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A mi me va la marcha: Cuando nuestros hijos descubren la discoteca

Siempre llega la primera vez

«¿Y por qué no? ¡Si va a ir todo el mundo!». Clara estaba dispuesta a persistir, hasta que su madre quedara convencida. Pero Nuria, sin saber cómo reaccionar ante esta primera vez, no se sentía con ganas de discutir: «¡No vas y punto! ¡Con catorce años no estás preparada para salir a la discoteca!». Clara sabía que esa misma noche, cuando llegara su padre, el diálogo sería más fácil, y quizás —con un poco más de suerte— conseguiría convencerlo como otras veces lo había hecho.

El momento, tarde o temprano, acaba llegando. Sobreviene un día en el que ir a casa de los amigos a jugar, salir al cine a ver una película, o dar una vuelta con la bicicleta se acaba convirtiendo en «cosa de niños». La pandilla le ha estado dando vueltas al asunto durante días, se han hablado entre ellos, conocen a otros que han ido y les han explicado las «maravillas» que ahí encontrarán... hasta que se deciden que ya es la hora de probar. Además, en estas edades adolescentes, empiezan a sentir la atracción hacia el sexo opuesto. La discoteca será un buen sitio en dónde podrán conocer nueva gente y encontrar esa media naranja que su cuerpo les está pidiendo. Cuando esta decisión se traslada a los padres puede llegar a ser un problema, tanto si se produce una excesiva permisividad como si hay una absoluta prohibición. Ambos extremos pueden ser contraproducentes. En todo caso lo mejor siempre será que los padres se adelanten a ese momento, sin esperar a que llegue por si solo. Hay que estar prevenidos.

La gran evasión

La noche se acaba convirtiendo en el espacio de libertad del adolescente. Los padres no están presentes, no hay un adulto que les controle, la exigencia del día escolar desaparece y los límites acaban difuminándose. Para muchos la discoteca se convierte en su desahogo, en la válvula de escape que necesitan tras la semana de colegio. Incluso hay quienes ahí consiguen experimentar un increíble proceso de transformación: tímidos que se vuelven osados, solitarios que se ven acompañados, antipáticos que parecen simpáticos, inocentes que pierden la inocencia, rechazados que son aceptados, mojigatos que resultan audaces y fracasados que consiguen triunfar.

En la discoteca siempre es de noche. En ella muchos creen encontrar la libertad recién descubierta y la quieren estrenar a toda costa. Pueden bailar, beber, charlar, conocer gente, experimentar nuevas sensaciones, estrenar experiencias... sin poner nada en juego. Las luces relampagueantes anulan la vista; la música estridente, el oído; el alcohol, el gusto y el habla; el ambiente cargado, el olfato; y la aglomeración de cuerpos, el tacto. El desajuste de los sentidos obnubila la razón, la comunicación se hace imposible, se habla a gritos y el contacto físico sustituye a las palabras: en una discoteca hay poco que decir.

El negocio de los flyers

Este curso, en cierta ocasión, estuve conversando con Jorge, alumno de 3º de secundaria. Desde hacía unas semanas había empezado a frecuentar un conocido local de la ciudad, junto a otros amigos de su grupo. El sábado anterior había aceptado ser promotor del local, y ahora tenía en sus manos un buen número de flyers que debía repartir entre sus colegas. Éstos son propagandas de fiestas y entradas para asistir. A cambio tenía derecho a no pagar él la entrada. Desde ese fin de semana, y cada día de colegio, su principal preocupación era la de conseguir repartir el mayor número de entradas. Sus padres ni siquiera eran conscientes de ello, tampoco él veía la necesidad de explicárselo, y se cuidaba mucho que su hermano dos años menor estuviera al tanto de ello. Las horas de recreo, los cambios de clase, al finalizar el día y las horas de Messenger eran buenos momentos para captar gente dispuesta a aceptar sus flyers.

Habitualmente el sistema más fácil para captar clientela suele ser el de conseguir jóvenes promotores, como Jorge. Aquellos que aceptan saben que no cobrarán por ello, pero a cambio tendrán entrada gratuita y se convertirán en los «hombres de confianza» del local. Ante sus compañeros adquieren un rol que les da importancia; pues están al tanto de todo, conocen a los que manejan el negocio y son un buen puente para acceder hasta donde otros no llegan.

Jorge se sirvió de este rol para posicionarse ante sus amigos y compañeros. Muchos que ni siquiera le habían hecho caso hasta entonces comenzaron a acercarse a él. Y de pronto, ante muchos de la clase, adquirió un liderazgo por encima de otros que lo tenían hasta entonces. Si había que montar un plan el fin de semana, la opinión de Jorge era la que prevalecía. Si alguien quería entrar y formar parte del grupo de amigos, Jorge debería dar el visto bueno. Cuando había que celebrar un cumpleaños, u otra fiesta, Jorge era quien sabía qué había que hacer. Y cuando alguien quería encontrar su pareja, Jorge sabía a quién se debería conocer. Jorge era la puerta que abría el paso a todos los que se acercaban a él.

Lo que a mí me preocupaba, y así intenté hacérselo ver cuando hablaba con él, era que algunos de sus verdaderos amigos se estaban apartando de él. Por otra parte este nuevo rol le estaba volviendo en un joven apático y engreído. En los patios ya no se le veía jugar a fútbol, sino que habitualmente estaba rodeado de una camaradería con los que comentaba el próximo plan del fin de semana. Los lunes servían para comentar las aventuras pasadas, y a partir del martes ya estaban programando lo que harían en el próximo plan.

Mientras para según qué temas nuestros jóvenes van muy por delante de los adultos, para según que otras cosas son inmaduros e irresponsables. Cuando el fin de semana se convierte en una obsesión, fácilmente se empiezan a perder los hábitos de estudio y la preocupación por sacar buenas notas, la relación con los padres se vuelve agria y distante y los amigos son el cobijo para compartir secretos y contrastar las experiencias vividas. Por otra parte aparece una excesiva preocupación hacia la propia imagen, cuidando más que nunca la manera de peinarse, la ropa que se usa, etc... Todo lo que tenga que ver con el fin de semana se cuida con esmero, a la vez que todo lo otro se va aparcando progresivamente.

Algo más de lo que parece

Salir a la discoteca, en una tarde de sábado, puede presentarse como un sencillo plan entre amigos que se reúnen para bailar y beber unos refrescos. Pero... ¿conocemos con certeza qué es lo que se encuentran nuestros hijos cuando frecuentan este tipo de ambientes? Algo tan sencillo como pasar un rato con los amigos, bailando y tomando unas bebidas, se puede convertir en una ocasión de descubrir aquello que desde casa no se enseña, porque no conviene o no concuerda con la educación que como padres pretendemos ofrecer. Independientemente de analizar si conviene o no salir a este tipo de locales, lo primero que se debe hacer es conocer el lugar al que los hijos se van a dirigir.

No debemos olvidar que los empresarios del ramo de la diversión han descubierto, en los chicos y chicas adolescentes, un mercado fácil y amplio para colocar sus productos. Las discotecas constituyen un lugar ideal para la comercialización de muchos productos. Alrededor de este mercado se han ido formando submercados que van complementando la oferta. Habitualmente son negocios alternativos, marginales o que están fuera de la legalidad. Muchas veces éstos están relacionados con el mundo del sexo y de la droga.

Incluso en aquellos lugares que se ofertan como sitios para jóvenes de catorce años, garantizando ningún tipo de bebidas alcohólicas u otras inconveniencias, acaban siendo un espacio en los que muchos padres no darían su visto bueno si los conocieran en profundidad.

En mi experiencia personal con jóvenes adolescentes he podido comprobar cómo en estos lugares ha sido donde han probado por primera vez el porro, por ejemplo. El local, en sí mismo, no ofrecerá este tipo de substancias, pero los interesados en venderlas saben que allí encontrarán un amplio público a quienes darlas a conocer. Habitualmente se brinda droga a cambio de nada, y de forma progresiva a medida que crece la demanda se obliga a pagar un precio por ella. Algo parecido pasa con el alcohol, que a pesar que en muchos locales está prohibido, el consumo se produce igualmente. Otro aspecto que se debe conocer es que en muchas discotecas dirigidas a jóvenes suele haber espacios reservados para encuentros íntimos, habitualmente en salas apartadas, en las que se disponen sofás ambientados bajo una cálida luz que propicie el encuentro. Es de suponer que jóvenes parejas, encandiladas por un repentino «flechazo» amoroso, buscarán su refugio íntimo en estos lugares. En muchos casos será una ocasión para experimentar nuevas sensaciones con el descubrimiento del sexo opuesto. Algunas veces estos encuentros tienen su continuidad en casa de alguno de los dos interesados para otras ocasiones.

Al llegar a casa es difícil que los hijos expliquen al detalle todo aquello que han visto o han experimentado. Probablemente darán breves explicaciones, y muchas veces sabiendo decir aquello que saben que los padres quieren escuchar. Las confidencias, los secretos y las aventuras quedarán reservadas para compartirlas con sus propios amigos.

Y entonces... ¿qué hacer?

Es cierto que para muchos jóvenes las discotecas son la única forma de ocio que conocen. Si entonces prohibimos a nuestros propios hijos e hijas que vayan... ¿qué alternativa les damos? Porque la única opción que puede quedarles es la de quedarse encerrados en casa, con caras largas, perdiendo el tiempo y aburriéndose.

Pilar Guembe, coautora de «No se lo digas a mis padres» y «¡Es fácil ser padres!» (editorial Ariel) explica, en relación a las discotecas, que todo depende de la actitud y preparación que tengan nuestros hijos. Habrá quien será más influenciable y la discoteca lo llevará a la deriva, pero también estará aquel chico o aquella chica que tiene las cosas claras, que sabe lo que hay, y que no se dejará manipular, sino que utilizará la sala de fiestas para divertirse.

Cuando nuestro hijo/a nos pida permiso para ir a la discoteca —afirma la autora— deberíamos tener en cuenta:

  • Informarle sobre lo que se va a encontrar y cómo enfrentarse a ello.
  • En ningún momento ir a la discoteca se ha de convertir en la única opción de ocio. Es razonable acudir de vez en cuando, pero no que se convierta en hábito.
  • Plantear otras alternativas. Los padres deben preocuparse por educar en el ocio de los hijos. Hay que tener en cuenta que la manera de vivir el tiempo libre influye en la manera de vivir el resto del tiempo. El deporte puede ser una buena solución: quien está enganchado al deporte no lo está a la noche; en cierto modo, son incompatibles.
  • Siempre pactar un horario de llegada y establecer sanciones por su incumplimiento. Es muy conveniente ir a buscarlo o, si va otro padre, estar levantados cuando llegue a casa. Aprovecharemos para preguntarle cómo le ha ido, si se lo ha pasado bien, y para observar.
  • Saber o informarnos sobre dónde y con quién va.
  • Controlar el dinero que gasta
  • Conocer bien a nuestro/a hijo/a, no vaya a ser que el deseo de ir a la discoteca no sea sino una forma de enmascarar un problema de personalidad (timidez, sentimientos de inferioridad, inseguridad, etc...).
  • Enseñarle habilidades sociales. Si no las tiene, cuando salga a una discoteca o a cualquier sitio, será pasto fácil de los manipuladores de turno.

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