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No nos pasemos: no es lo mismo sexo duro y porno que afectividad

Como el pensamiento libre no debe estar presidido y mucho menos coaccionado por el «consenso de una minoría», ni por «silencio de los corderos de una mayoría» que no opina para evitar determinadas complicaciones, quizá sea oportuno recordar algunas verdades que pueden estar desfiguradas, o invitar a la confusión o desvirtuar la esencia de la verdad de las cosas, de las personas y del sexo fruto del amor.

En los medios de comunicación, en los foros de opinión y en la enseñanza —especialmente en la pública—, se identifica educación sexual o educación de la sexualidad con la información sobre el «origen de la vida» o con la educación de la afectividad: si se sigue esta hoja de ruta se acaba en una serie de visiones reductivas de la mujer y del hombre, y de la persona en su dignidad.

Como a la mujer y al hombre —en todas las etapas de su vida, desde la infancia hasta la muerte natural—, le corresponde buscar la verdad allí donde esté —la verdad no se posee de antemano, se conquista—, quizá sea conveniente reflexionar sobre algunos aspectos fundamentales:

  1. la fisiología y la psicología humana —no somos pura biología—, y el comportamiento humano relacionado con el origen de la vida, constituyen toda una «información» y debe darse en su momento y lugar oportuno ( corresponde a los padres y el Estado sólo desempeña un papel subsidiario), no al arbitrio de una «educación para la ciudadanía» con claros objetivos totalitarios para conseguir «un pensamiento único y fácilmente manejable».
  2. nacemos con un sexo —hombre o mujer— y a lo largo de nuestra vida necesitamos modelos de padre y de madre para desarrollar nuestra afectividad de acuerdo con nuestra psicología y los ingredientes de nuestro temperamento, paso previo para adquirir un carácter maduro.
  3. educar la afectividad no consiste en practicar el sexo, sino orientar, trascender y aprender a gobernar el corazón para que no sea egoísta y sí solidario, en el matrimonio y en la amistad.
  4. la cultura del amor —en todas y cada una de las circunstancias en las que vivamos—, se llama integrar en un solo pack la capacidad de razonar cada vez mejor, la voluntad al servicio de esa inteligencia verdadera, y el corazón —como si de un suavizante se tratase-, para conseguir ser muy humanos, respetuosos y abiertos a la diferencia y a la diversidad. Lo que importan son las personas, no sólo el sexo, y cuando sea así, la convivencia será más pacífica, más ciudadana y más real.

La pornografía, la prostitución, la pedofília, o el erotismo —entre otras aberraciones—, alteran la manera con la que las personas debemos tratarnos dentro de una amable convivencia, y anulan el aspecto más humano de la personalidad, llamado «aprendizaje del verdadero amor», ése por el que merece la pena vivir.

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