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Conspiración teológica

La Iglesia Católica representa la institución más comprometida con la ética y con la paz

La Semana Santa llega este año muy ambientada. No sólo por el mal tiempo, ya tradicional en estas fechas, sino también por la temática teológica en la que insiste la prensa diaria, y especialmente el periódico español que más se distingue por su escasa simpatía hacia la religión. Y es que, al parecer, no se acostumbran ni se resignan a que el cristianismo goce de tan buena salud. A pesar de todos los pesares, tanto externos como internos, la Iglesia católica representa en este comienzo de siglo la institución más comprometida con la ética, con la paz, y con la asistencia a los más pobres de este mundo. Mientras, la izquierda cultural, otrora solidaria y justiciera, se ha pasado con armas y bagajes al liberalismo globalizador y consumista. Y, como ya no le quedan ideales presentables que defender, se dedica a asomar la oreja de su mala conciencia, atacando a los que ahora defienden esas causas perdidas que ellos han abandonado.

Algún diario de Madrid se ha convertido en un lugar teológico, adonde es preciso acudir para ponerse al día de las últimas vicisitudes eclesiásticas en España, Italia y Latinoamérica. El lector avezado ya conoce las claves interpretativas, y sólo necesita volver algunas oraciones por pasiva para apreciar objetivamente lo que está sucediendo. Aunque, francamente, se echan de menos nuevas plumas, porque —aparte de los disidentes hispanos, ya muy entrados en años— parece que con frecuencia no queda más remedio que volver a recurrir a Paolo Flores d'Arcais, quien últimamente está intensificando sus ataques a Benedicto XVI, a quien acusa de llevar a cabo una cruzada oscurantista. No será para tanto. Desde luego, Flores d'Arcais, que firma como filósofo y pone entre comillas la frase «sólo un Dios podrá salvarnos», debe saber que no la ha pronunciado el Papa, sino un personaje tan poco sospechoso de filocatolicismo como Martin Heidegger, concretamente en la entrevista que la revista alemana Der Spiegel publicó a título póstumo. Se ve que al director de Micro Mega los dedos se le hacen huéspedes, y ya ve aparecer en el horizonte una conspiración judeo-islamista-católica, con decisivos refuerzos procedentes del protestantismo fundamentalista y de la Casa Blanca. ¿Quién quedará fuera? No va a resultar nada fácil la conciliación entre los radicales islámicos y el reaccionario George Bush. Y habría que tener también en cuenta la circunstancia de que la Santa Sede se pronunció desde el primer momento en contra de la guerra de Irak, a diferencia de no pocos presuntos progresistas.

A la cabeza de tan amplia conspiración teológica, sitúan, como no podría ser menos, a Benedicto XVI, cuyo nombre en clave sigue siendo Ratzinger. No le perdonan su innegable altura intelectual ni el inesperado magnetismo popular que, en algunas situaciones, ha llegado a superar numéricamente a Juan Pablo II. Precisamente uno de los fenómenos turísticos de esta Semana Santa está siendo la cantidad de españoles que se desplazan a Roma, y no sólo con intereses artísticos (mientras que las procesiones andaluzas y castellanas registran cada año una creciente afluencia de espectadores y participantes religiosamente comprometidos).

Se han llegado a publicar libros, autocalificados de libelos, que se sitúan abiertamente contra Ratzinger. Le reprochan personalmente las advertencias doctrinales, muy justificadas, que ha recibido el jesuita Jon Sobrino. Y le achacan que en la exhortación sobre el sacramento de la eucaristía recuerde en pocas líneas que el latín sigue siendo la lengua internacional de la Iglesia católica y que el canto gregoriano continúa teniendo sentido litúrgico. En un clima cultural de completo permisivismo y relatividad, a la única instancia que no se le tolera la libre expresión de sus posturas es a la jerarquía eclesiástica. Semejante diferencia de trato resulta tan notoria que ya ha sido detectada y señalada por destacados intelectuales no cristianos. Dicho vulgarmente, se trata de un notorio caso de aplicación de la ley del embudo: ancho para mí y estrecho para ti.

Para juzgar cualquier fenómeno social y cultural, es preciso un empeño de penetrar en su lógica interna, un esfuerzo por utilizar la hermenéutica apropiada a su identidad. La hondura del cristianismo no se presta al tipo de acercamientos frívolos y banales que están proliferando últimamente. Se trata de unas apreciaciones en las que los creyentes no podemos reconocernos, porque nuestras vivencias religiosas discurren por derroteros que esos críticos tan crispados se muestran como incapaces de detectar. Es una lástima porque el diálogo, de doble dirección, beneficiaría tanto a agnósticos como a cristianos. Una crítica sólo es relevante en la medida en que pueda ser aceptada por los criticados. Vistas las cosas así, la pintoresca conspiración anticristiana resulta más bien irrelevante.

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