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Eutanasia: tierra adentro

Hace unas semanas el Cardenal emérito de Milán, Martini, en una entrevista del diario 'Il Sole 24 ore' (luego publicada en periódicos italianos y del Viejo Continente) planteó que el Estado italiano debería revisar en su Ordenamiento los tipos jurídicos de eutanasia activa y pasiva, y determinar legalmente el derecho a la muerte digna desde la tutela del derecho a la vida. Se refería a la eutanasia pasiva u ortonasia, sea como administración de tratamientos o fármacos para mitigar el dolor del enfermo —con el efecto involuntario e indirecto de acortar la duración de su existencia— sea como desconexión de máquinas que de forma artificial mantienen viva a una persona. Un derecho a una muerte digna en la que no se causa directamente la muerte —aunque se acepta no poder impedirla— sino que se evita el sufrimiento del moribundo mientras se respeta el curso natural de su enfermedad o lesiones. Eutanasia pasiva opuesta a la eutanasia activa, puesto que ésta es una acción u omisión directa cuyo resultado, contraviniendo el curso natural que de vivir, es la muerte del enfermo o accidentado.

Hace unos días 'El Diario Montañés' publicó una densa columna del crítico J. J. Esparza sobre un reportaje de 'La 2' a una mujer tetrapléjica que lucha por vivir, y, con el ánimo de los suyos, hasta estudia una carrera. Y planteó por qué la mayoría de los medios comunicacionales y políticos de nuestra sociedad elogian a quienes ante la enfermedad terminal o degenerativa optan por morir mientras relegan al olvido a quienes en parecida situación eligen combatir para vivir. Fue una loa de la vida en lugar de la muerte y estableció un interrogante que hoy repite el autor de estas líneas: ¿Por qué la televisión, el cine y los medios de comunicación no otorgan igual (al menos) trato y publicidad a los enfermos terminales, parapléjicos o accidentados que apuran cada nuevo día, viven cada momento con pasión, y subliman su ser hasta las últimas consecuencias escogiendo desde su libertad existir, acompañar y ser acompañados por los suyos?

Me temo que la respuesta es que nuestra sociedad no tolera modelos que comprometan su utilitarista visión de la muerte y de la enfermedad.

España se ha contaminado de la hipocresía norteamericana que disfraza la muerte, la vejez y la enfermedad, cuando hasta hace pocos años fue un pueblo donde los ancianos eran valorados en su ocaso y los enfermos cuidados con samaritana generosidad y respeto. Hoy España es una sociedad desarrollada pero, como nueva rica, egoísta, superficial, acomplejada, que se avergüenza de sus enfermos y reniega de quienes no son útiles por edad o falta de salud. España, sin dignidad histórica ni identidad familiar, es incapaz de amparar a quien en su angustia y dolor busca el socorro engañoso de la muerte, ni de mitigar y compartir las penas y soledad de sus enfermos, viejos, deficientes mentales, deprimidos y accidentados, de los caídos en esta peregrinación que es la vida hacia la muerte.

Cada persona y circunstancia es distinta, mas hay personas que son un ideal para quienes en parecida pasión desesperan mirando hacia la muerte en lugar de afirmarse en la vida con el apoyo de los seres amados.

Su emulable temple casi silenciado por los medios de comunicación, por los políticos y por la masa, es una estrella de esperanza para los enfermos crónicos, degenerativos o terminales, los viejos y los desahuciados, que en otros países, como en Holanda, Bélgica o Suiza, son ya objetos de retiro anticipado por la eutanasia directa. Tarde o temprano todos afrontaremos nuestro destino (aquí no quedará nadie), y reportajes como el de TVE 'La 2' comentado por Esparza, en el que una enferma terminal (en similar situación clínica a la del tetrapléjico gallego que pidió morir, se le mató, y de su muerte se rodó una película) en lugar rendirse a la muerte escoge estudiar, compartir, vivir cada día un poco más con el ánimo de quienes la aman y a quienes ama, no se divulgan, ni se valoran en los medios de comunicación, ni se recrean en libros o películas.

Son héroes del silencio, cuando su valor debería pregonarse como un icono de vida y libertad. Su entereza, su coraje, su voluntad sobrenatural, su luz en las tinieblas en que se ha sumido la sociedad española me hacen rendir en estas líneas un homenaje a quienes en el drama de su enfermedad luchan por el don más bello de la libertad: la vida. España se ha contagiado de la hipocresía norteamericana que disfraza la muerte, la vejez y la enfermedad, cuando hasta hace pocos años fue un pueblo donde los ancianos eran valorados en su ocaso y los enfermos cuidados con generosidad y respeto

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