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¿Y por qué un Día de la Familia?

Numerosas instituciones sociales mexicanas se han unido a la iniciativa de festejar a la familia. ¿Por qué es necesario hacerlo, cuando es una realidad cotidiana y presente? Quizá sea porque hoy, en una guerra conceptual, casi nominalista, se trata de confundir a las personas y a la sociedad acerca de realidades sobre las que, en principio, todos estábamos de acuerdo, hasta que con malicia fríamente calculada, los revolucionarios del lenguaje han creado una nueva babel, que no pasa por la creación de nuevos idiomas, sino por la corrupción de las lenguas maternas, vaciándolas de contenido e introduciéndoles nuevos significados.

La familia es el grupo social básico sobre el que se funda la sociedad. Está formado por los lazos de consanguinidad que surgen de la unión de un hombre y una mujer: los padres. La familia nuclear es consecuencia de los lazos inmediatos resultantes de dicha unión: los progenitores y sus hijos. Sin embargo, desde hace mucho se reconoce que esa familia no está aislada, sino que, a su vez, proviene de otras familias (los ancestros) y genera nuevas (los descendientes). Lazos hacia atrás, hacia los lados (los hermanos) y hacia abajo, constituyen la primera red social natural que dan vida a la sociedad.

La familia es fruto del matrimonio y sólo es consecuencia de la cohabitación de los de la misma especie. Resulta ridículo, como ha dicho alguien que quería abundar acerca del próximo festejo, que se pretenda aplicar el concepto de familia a las uniones de homosexuales y, peor aún, a quienes sólo tienen por «compañía», una mascota. Eso no es una familia.

La unión de un hombre y una mujer como punto de partida de la familia es un hecho constatable a través de la historia. Eso no significa que a través de la historia la sociología registre diversas derivaciones de la misma, como la poligamia o la poliandria. También se registran familias con un solo padre, ya sea por razones de que nunca se formalizó la unión conyugal en cualquiera de sus modalidades jurídicas o religiosas, o por viudez y abandono. En estos últimos casos hubo unión conyugal, pero luego esta fue disuelta por razones fatales o debilidades humanas. En el caso de los padres solteros, se trata de relaciones fugaces, en ocasiones consecuencia de engaños respecto de promesas no cumplidas o desórdenes sexuales evidentes. La consecuencia, en la mayoría de los casos, son familias disfuncionales, es decir, que no funcionan conforme a su naturaleza y con dificultades y no sin grandes esfuerzos, la cabeza de las mismas logra sacarlas adelante. Sin embargo, siempre llevan una herida, consecuencia de una ausencia.

La familia, a diferencia de otro tipo de sociedades, no es determinada en su esencia por el gusto o capricho de los hombres como otras asociaciones donde sus integrantes deciden arbitrariamente para qué las constituyen (su fin), cuáles son sus reglas y cómo se organizan. No, la familia tiene su origen y su finalidad en las características específicas de lo que el hombre es. La unión entre hombre y mujer no es semejante a la de macho y hembra en el mundo zoológico. No lo es, porque a pesar de que responde a instintos, los supera con el amor —que no es simple enamoramiento—, y que genera vínculos que tienen como razón de ser el complemento entre los esposos para ser auxilio en su desarrollo y perfección, a fin de cumplir con su destino humano. Las personas tienen una vocación en su vida, tanto en el orden natural como en el espiritual, y ésta no puede cumplirse en soledad, ni tampoco mediante relaciones inestables y pasajeras. Hombre y mujer se complementan para realizar su destino.

Pero una cosa es el matrimonio y otra la familia, que tiene en el primero su punto de partida. La familia es producto de la entrega total de los esposos, de manera incondicional y para siempre, a fin de fundar una familia, es decir, tener hijos. La fecundidad de la familia es la segunda razón de ser de la familia, su segunda finalidad, que aunque no tiene explicación sin la primera, le da a la vida conyugal proyección y trascendencia en el tiempo. Quienes se unen en matrimonio son herederos, lo mismo de una genética biológica que de una genética cultural, cuerpo y espíritu unidos en la construcción del mundo. Pero no es una herencia para conservar, oculta como el talento de aquél temeroso siervo del Evangelio. Son talentos que deben acrecentarse, multiplicarse, al tiempos que contemporáneamente se ponen al servicio de los demás, para el bien común de todos los hombres.

Estos dos elementos no suelen encontrarse en las familias disfuncionales y, desde luego, ni por asomo se dan en las caricaturas que hoy pretenden constituirse en lo que no son. La familia, en su esencia, no es algo que se determina al gusto de una pareja, un grupo, un gobierno o una época. La familia es una entidad natural que a través del tiempo, como ahora, ha sido golpeada, herida, afectada, pero ha sobrevivido... y sobrevivirá. La familia no está en crisis, ella es. Las que están en crisis son esas familias que no se han entendido a sí mismas y quieren ser otra cosa, pero seguir llamándose familias. En el mejor de los casos son imitaciones de un mal pintor. En el peor son aberraciones.

Se dice que nada hay nuevo bajo el sol. Las sociedades decadentes del pasado registran la presencia de las mismas caricaturas, sólo que hoy pretenden cubrirse con explicaciones antropológicas, sociológicas o pseudo científicas. Pero, a fin de cuentas, no han inventado nada, reviven los peores momentos de imperios que fueron y encontraron su exterminio en la pérdida de sus tesoros humanos, los más profundos, empezando por la familia.

Por eso el día de la familia es bienvenido. Hoy vivimos síntomas de decadencia, no de una nación o un imperio, sino de una globalización materialista que rescata las heces del pasado y dice modernizarlas como una oferta de futuro, en aras de una falsa liberación y una pluralidad que se niega a sí misma. Hay que recordar lo que es la familia. Pero, sobre todo, como aconsejan los promotores de esta conmemoración, vivirla. Vivir la familia es rescatarnos a nosotros mismos y a la sociedad donde vivimos. Vale la pena hacerlo.

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