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Sobre Manuel García Morente y la Providencia de Dios

Este artículo, tengo que decir, quizá sea algo personal pero, por eso mismo, también quizá sirva para que muchos entiendan lo que afecta no sólo al que esto escribe sino, por extensión, a todo el que se sienta hijo de Dios.

Bien sabemos que si es cierto que cada cual somos distintos como personas, somos iguales a los ojos de nuestro Creador, y como criaturas suyas cada paso que damos lo hacemos, aunque a veces sin saberlo, por el camino trazado por su benigno parecer. Y esto no es, no vaya a pensarse eso, puro abandonismo a la voluntad de otro sino, al contrario, mera correspondencia a su amor.

A veces, cuando nos preguntamos sobre el por qué de ciertos acontecimientos que nos llevan aquí o allá en la vida o cuando queremos saber la razón de nuestro proceder o cuando, simplemente, nos hacemos esas inquisiciones que son tan difíciles de contestar, resulta fácil achacarlo a la casualidad, a ese azar que nos trae y nos lleva sin saber hacia dónde ni por qué.

Pero los cristianos sabemos que no existe la casualidad ni, tampoco, el azar en nuestra vida pues, de creer esto, dejaríamos el discurrir de nuestra existencia en manos de unas fuerzas inexistentes (y que son creídas en épocas donde el paganismo campa a sus anchas) ajenas a Dios; los cristianos nos reconocemos en las manos de nuestro Creador y, como criaturas suyas, nos avenimos a hacer de nuestro camino una senda lo más recta posible hacia su Reino aunque también sepamos que de éste ya podemos disfrutar en nuestro valle porque Jesús lo trajo aquí y así lo predicó. Y aunque no sepamos el por qué de lo que nos sucede, estamos en la seguridad de que será, siempre, la voluntad de Dios. Y eso ya nos basta.

Por eso, cuando acudimos a visitar a un sacerdote de una Parroquia de Valencia (Tabernes Blanques) que había escrito un libro sobre la vivencia y conversión de Manuel García Morente (que luego se convirtió en voluminosa obra) no sabía yo que esto me llevaría, con el pasar del tiempo, a reconocer, en ese acontecimiento, la mano de Dios, pues, como bien dice Leo J. Trese (en su «Fe explicada) «sabemos que Dios hace que todo contribuya a nuestro bien definitivo».

Por eso, cuando en un homenaje a Juan Pablo II Magno, que se le rindió en el Colegio Madre Petra de Torrent (Valencia), acudió a hablar a los presentes D. José Francisco Serrano Oceja y el que esto escribe escuchó con atención la voz de quien tanto había leído en, por ejemplo, el semanario católico Alfa y Omega o en Libertad Digital, en su sección de Iglesia, no sabía yo que esto me llevaría, con el pasar del tiempo, a reconocer, en ese acontecimiento, la mano de Dios.

Por eso, cuando, el que esto escribe, reconoció en el Director de contenidos de la Fundación Manuel García Morente, a la misma persona que tanto había leído y que escuchó en el Colegio Madre Petra de Torrent, empezó a reconocer, en estos acontecimientos, la mano de la Providencia, ese sutil hilo que nos conduce sin que, muchas veces, nos demos cuenta de ello.

Por eso, cuando el que esto escribe pudo darse cuenta de que el citado Director de contenidos era la misma persona, y el mismo cargo, de Análisis Digital, de esta misma página web recientemente premiada, ha, definitivamente, comprendido que este especial círculo de la vida se ha cerrado. Y esto no ha sido por casualidad, ni por suerte; ni siquiera llevado por las manos de la fortuna. No se trata de un encadenamiento de sucesos meramente fortuito. No.

Por eso, cuando decimos «Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra» sabemos a qué nos estamos refiriendo o, al menos, deberíamos saberlo.

Por eso, lo que Dios tenga preparado para mí, para cualquiera de nosotros, a mí no me preocupa pues depende de su voluntad. Sin embargo, en ese camino trazado por su Providencia sí que está mi paso, el nuestro, y eso sí que debe de importarnos ya que «él personalmente (refiriéndose al hombre), bajo la mirada de Dios, decide su propio destino (Gaudium et Spes, 14); o sea, el nuestro. Cuando Dios habla con acontecimientos y se manifiesta su Providencia en nuestras vidas, y no sabemos por qué ni para qué, deja bien claro una cosa: que no puede ser mentira ni falsedad; que, siguiendo ese, a veces, escondido fin que nos tiene reservado, podemos alcanzar a reconocernos, a nosotros mismos, en su corazón y cumplir con lo que estableció para nosotros.

Por eso, cuando algún hecho circunda la vida del que esto escribe y no encuentra explicación a lo que sucede ni, sobre todo, cómo acabará lo que se ha iniciado, resulta, simplemente, sencillo, y necesario, abandonarse a las manos de Dios. Al menos, así, se sabe que el gozo siempre será completo.

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