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Los peligros de la nigromancia

A menudo, lamentamos que el mundo esté dividido en sectas, todas con distintas ideas estrechas. El verdadero mal está en que todas tienen distintas ideas amplias. Cuando se trata de ser amplio de miras, es cuando esas miras son más estrechas o, por lo menos, más distintas. Son sus generalizaciones las que se entrecruzan. El budista cree ser amplio de miras cuando dice que todos los esfuerzos por logros o finalidades personales, orientales u occidentales, cristianos o budistas, son igualmente vanos, y sin esperanzas. Pero creo que es una negación estrecha, que surgió de condiciones espirituales especiales en la India superior. Un agnóstico moderno cree ser amplio de miras cuando dice que todas las religiones o revelaciones, católicas o protestantes, salvajes o civilizadas, son igualmente meros mitos y adivinanzas de lo que el hombre jamás puede saber. Pero creo que ésa es una negación estrecha, que surgió de condiciones espirituales especiales en Tooting superior.

Mi idea de la liberalidad consiste en simpatizar con tantas de estas atmósferas espirituales separadas como sea posible; respetar o amar a los budistas del Tibet o a los agnósticos de Tooting por sus muchas virtudes y por su capacidad, pero tener una filosofía que explique cada una de ellas por separado y no generalizar simplemente tomando una sola. Así lo sostiene la filosofía católica; pero ésa no es aquí la cuestión, excepto en lo que se refiere a lo siguiente: creo que existe una diferencia, que es que la liberalidad de los otros esquemas es una liberalidad irreal de generalización, mientras que la liberalidad de nuestro esquema es la verdadera liberalidad de la experiencia. Cualquiera puede decir que todos los africanos son negros, pero no es lo mismo que tener una amplia experiencia de África.

Esta diferencia de lo evidente en la generalización me impresionó fuertemente, y con cierta gracia, en un debate sobre el espiritismo que apareció en el Dafly News. Un conocido librepensador dijo que está muy bien decir que los hombres de ciencia y la gente inteligente aceptaban el espiritismo, pero (agregó con una suerte de siseo) recuerden que los hombres sabios, en todos los tiempos, aceptaron la brujería. Volvió a mencionar más de una vez esta palabra cáustica y maldita; y el argumento era, evidentemente: «El espiritismo moderno, practicado por hombres como Lodge, puede parecer muy plausible y científico; pero les espera un destino horrendo; serán el escarnio de la historia; sí serán comparados con aquellos hombres ignorantes, bestiales, sin cerebro, que creyeron en la brujería. Ja, Ja, ¿qué les parece eso?»

Todo esto me hace sonreír de un modo triste pero liberal. Porque me parece que es de otro modo. De ninguna manera estoy seguro de que en realidad exista algo así como el golpeteo de los espíritus. Pero estoy absolutamente seguro de que existe la brujería. Adjudico su creencia al sentido común, a la experiencia y a la amplia visión de la humanidad como un todo. Adjudico la falta de creencia en ello a la falta de experiencia, a la ignorancia, a las limitaciones locales, y a todos los vicios que equilibran las virtudes de Tooting.

El sentido común demostrará que el hábito de invocar a los malos espíritus, a menudo porque eran malos, ha existido en una vastísima variedad de culturas, clases y condiciones sociales, para ser una tontería propia de la credulidad infantil. La experiencia mostrará que no es cierto que desaparece en todas partes frente al avance de la educación; por el contrario, algunos de sus más perversos ministros han sido los más altamente educados. La crónica mostrará que no es verdad que caracteriza a la barbarie más que a la civilización; hubo más adoración de los malos espíritus en las ciudades de Aníbal y Moctezuma que entre los esquimales o los salvajes de Australia. Y el conocimiento de las ciudades modernas mostrará que se continúa practicando en Londres y en París, en la actualidad.

Lo cierto es que los siglos XVIII y XIX tuvieron sus pequeñas limitaciones locales, que ya se están rompiendo. En su deseo de expulsar lo sobrehumano y exaltar lo humano, simplificaron groseramente lo humano. El gran Huxley (loado sea su nombre) dijo, impulsado por su inocente corazón: «Puede dudarse de que algún hombre haya dicho realmente: Mal, sé tú mi bien». No podía creer que ningún escepticismo pudiera tocar la moral común, refiriéndose en realidad a la moral cristiana. Pero tal inocencia es también ignorancia. Nada es más cierto que algunos hombres muy lúcidos, cultos y deliberados han dicho: «Mal, sé tú mi bien»; hombres como Gilles de Rais y el Marqués de Sade. Quiera Dios que se hayan arrepentido al final, pero lo importante es que persiguieron el mal; no el placer, ni los excesos del placer, o el sexo o la sensualidad, sino el mal. Y es muy cierto que algunos lo persiguieron hasta más allá de las fronteras de este mundo; y convocaron a las fuerzas malignas del más allá. Existe evidencia de que algunos de ellos lograron lo que pedían.

Un católico comienza con toda esta experiencia realista de la humanidad y de la historia. Un espiritista generalmente comienza con el optimismo reciente del siglo XIX, en el que nació su credo, que vagamente supone que, si existe algo espiritual, es más feliz, más alto, más hermoso y más excelso que cualquier cosa conocida; y así abre las puertas y ventanas para que entre el mundo espiritual. Pero nosotros creemos que esto es una ignorancia tan simple como si un sentimentalista del siglo XVIII, al leer en Rousseau la idea de que el hombre salvaje es como Adán en el Paraíso, se hubiera ido a vivir a las islas de los caníbales, para estar rodeado de felicidad y virtud. Estaría rodeado, tal vez, pero en un sentido más corpóreo y desagradable.

Una moda sentimental puede presuponer que no hay caníbales; otra moda optimista, que no existen adoradores del mal... o que no existe el mal. Pero existen. Éste es el hecho de la experiencia que es la llave de muchos misterios, incluso el de la misteriosa política de la Iglesia católica.

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