conoZe.com » bibel » Otros » Un exorcista entrevista al diablo

Quinto encuentro

Esta vez pasó una semana entera en la que el Maligno no manifestó ningún signo de su presencia. Entre nosotros no se había dicho todo y con gusto esperaba su regreso.

Me preparaba a recitar vísperas a media tarde cuando el gran calendario holandés que colgaba de la pared de frente comenzó abanicar sus hojas como golpeado por el aire.

—En el nombre de María, dime de dónde vienes.

Tu pregunta es estúpida.

—¿Por qué estúpida?

Porque yo no estoy en ningún sitio; no soy un cuerpo, una carroña como tú; soy espíritu.

—¿Y el Infierno?

El infierno no es un lugar, no es un campo de concentración o un estanque de fuego, como vosotros pretenciosos lo vais describiendo. El infierno soy yo. Somos cada uno de nosotros. Es un estado.

—¿Pero entre vosotros, espíritus condenados, os conocéis?

¿Por qué no? Nos conocemos, nos odiamos, como os odiamos a vosotros marmotas, como odiamos a El, vivimos encerrados cada uno en una soledad eterna, pero estamos de acuerdo en trabajar para daño vuestro.

—No vivís nada más que para esto

Nuestra esencia es el mal, es el rechazo de El, es odiar todo y a todos.

—¡La única miserable satisfacción que os queda!

¡No es ninguna satisfacción!

—¡No comprendo, explícate!

Vosotros imagináis que odiar para nosotros, hacer el mal, destruir las obras de El, sea una satisfacción, una especie de consuelo, una alegría. También esto nos lo ha negado nuestro enemigo. Nosotros hacemos el mal por el mal. Atravesar el diseño de El, arrancarle almas, especialmente aquellas que son más queridas para El, no nos procura ninguna satisfacción, incluso El nos lo hace pesar como si fuera un castigo; pero ejercitar nuestro odio, nuestra naturaleza maligna es una necesidad, aunque obremos a su despecho, para hacer el mal a sus criaturas.

—Todas estas bellas cosas ya lo sabíamos. Quien primero ha definido quién eres ha sido Jesús. Y la iglesia nos lo repite en sus enseñanzas. Los Santos nos ponen en guardia. Sabemos que eres el Maligno, que es el enemigo por excelencia, que eres homicida desde el principio, que eres el padre de la mentira, que eres un misterio de iniquidad, que eres el príncipe de este mundo, hasta que Dios te lo consienta. ¿Basta para tu retrato?.

Quizás, ¿pero con esto...?

—Quieres decir que los hombres a pesar de esto, se dejan atrapar en tus redes... lo sé... Si reflexionasen sobre lo que eres y sobre lo que tramas contra ellos, estarían en guardia..., Por eso, de padre de la mentira y de espíritu de las tinieblas, te transfiguras en ángel de luz; te presentas a ellos como un refinado maestro de seducciones y les tiendes estas insidias de consejero galante. Y has enseñado muy bien este arte también a todos los colaboradores, incluso a ciertos eclesiásticos

***

— Has hablado de almas muy queridas a El: ¿Quiénes son?

¡Deberías saberlo! Aquellas más unidas a su amistad. Aquellas que El logra conservar siempre suyas. Aquellas que trabajan y se gastan por sus intereses. Las que buscan su Gloria. Un enfermo que sufre por años y se ofrece por los demás. Un sacerdote que se conserva fiel, que reza mucho, al cual no hemos logrado jamás contaminar, que se sirve de la Misa —de esa tremenda y muy maldita Misa— para hacernos un mal inmenso y arrancarnos multitud de almas. Estos son para nosotros los seres más odiosos, aquellos que mayormente perjudican los asuntos de nuestro reino.

— Saberlo de tu boca es para mí un anuncio precioso.

Es aquella que me lo obliga a decir, que me hace responder a tus estúpidas preguntas?.

— Continua aún sobre estas revelaciones. Para tu despecho, no puedes hacerme sino el bien. Las almas que tú odias más...

Son aquellas que nosotros cogemos más fuertemente al asalto. Hacer caer a un sacerdote nos recompensa más que mil almas que nos ha arrancado otro. Envolver a un sacerdote en la podredumbre de la lujuria, hacerle pasar una noche con una meretriz y a la mañana mandarlo celebrar Misa, mandarlo al confesionario, a ensuciar más que a purificar, es uno de los mayores desprecios que procuramos infligir a nuestro gran enemigo. Y lo logramos más de lo que se cree.

— Por desgracia. Pero junto a estas almas elegidas caídas, sé que El, en el silencio y en el ocultamiento, suscita muchísimas otras que se inmolan, que reparan y Le dan una gloria más grande de la que tú crees haberle arrebatado.

No importa. A mi me preocupa incrementar el número de los sacerdotes que se pasan a mi lado. Son los mejores colaboradores de mi reino. Muchos o ya no dicen misa o no creen lo que están haciendo en el altar. A muchos de ellos los he atraído a mis templos, al servicio de mis altares, a celebrar mis misas. Si vieses qué liturgias tan maravillosas he sabido imponerles a ellos como ofensa grave contra la que celebráis en vuestras iglesias. Mis misas negras: celebraciones de lujuria, profanación de hostias y de vasos sagrados, profanados de tal modo que aquella no me lo permite describírtelo.

¡Qué porquerías tan bellas! ¡Lee mis rituales, están impresos!

***

—Eres el eterno mono de Dios...

He esperado a estos últimos tiempos para hacer las mayores conquistas entre los sacerdotes, los frailes, las vírgenes consagradas a El. Y su número crece de tal modo que si fuese capaz de alegrarme, sería mi delicia más grande.

—Lo que dices es triste. Pero sé que una sola Misa ofrecida a Dios en reparación de todas estas cosas horribles le dará una satisfacción infinitamente más grande. ¡El sacrificio infinito de Cristo repara tus profanaciones!

Hablas siempre de almas reparadoras; pero también a éstas sé cómo tratarlas; como desfogar sobre ellas mi furor. Descargo sobre ellas un odio que me recompensa de todo el daño que hacen a mis intereses

— Lo sé: La historia de la santidad está llena —en la medida en que Dios lo permite— de estas intervenciones malignas tuyas. Pero ¿con qué resultado? ¿Qué obtienes de ello?

Que puedo cansarlas, abatir su resistencia, llevarlas a la quiebra

— ¿Qué logras? ¿Dios te lo consiente? Por el simple hecho de que El te deja desfogar tu rabia contra estas almas, es signo de que las ha hecho invencibles. Y tú, con tus vejaciones, colaboras solamente al crecimiento de sus méritos, trabajas contra ti mismo. Las habrás hecho sólo más santas, más ricas de eficacia reparadora y conquistadora en el mundo de las almas. ¿Cuántas almas te han arrebatado Catalina de Siena, Teresa de Ávila, el Cura de Ars, Don Bosco, Padre Pío?

Al menos me vengo y les hago pagar caro el daño que me hacen.

— ¡Eres un pésimo calculador! Dios te lo permite porque colaboras a demostrar la potencia de su gracia y para tu mayor humillación, porque todas las veces que atacas a estas almas, el vencido eres tú.

Tú sin embargo, denunciando estas intervenciones mías, solamente lograrás hacer reír a los teólogos y doctores.

— Sobre esto no me preocupan nada ellos.

***

Pausa. Parecía que se hubiese marchado. Me equivoqué, porque comenzó a hablarme con una nueva carga de odio y de desprecio.

Tú nunca podrás comprender cuanto os odio a vosotros los hombres. Cuanto os detesto y cuanto sois detestables. Gozáis de un primado de dignidad sobre las bestias y sois las bestias más abominables. Vuestro ser me da asco. Os considero por debajo de vuestros cerdos. Creéis ser inteligentes y sois muy estúpidos. Bastaría que vieseis lo que os hago tragar por medio de tantos catedráticos puestos a mi servicio y que os regalo huecos de vana palabrería doctísima. ¡Piensa en lo que os hago beber y digerir con mi prensa! ¿Vosotros, la más noble criatura suya? Son suficientes unas pocas porquerías para compraros. Os rendís por nada a las lisonjas de mis mensajeros. Valoráis tanto vuestra libertad y os dejáis coger por mis más feroces negreros. ¡Oh, las burlas que os estoy haciendo en nombre de esta libertad! Mostráis horror por lo que es sucio y, dominados por vuestras pasiones, os revolcáis en vuestras inmundicias como puercos en el lodo. Por una mujer y por un puñado de oro os desencadenáis que es una maravilla.

Os ha ganado mucho aquel que ha derramado su sangre para redimiros. ¿Redimiros de qué? ¿Del pecado? Pero si os introducís tanto en él que os ahogáis. ¡Y qué decir cuando desencadeno contra vosotros el espíritu de la envidia, de la maledicencia, del odio, de la rivalidad, de la venganza!

—Cállate, que estás exagerando. Tú generalizas demasiado. Es la rabia envidiosa la que te tiene clavado a tu condena para toda la eternidad. Te baste esto: Dios nos ama con todos nuestros pecados, Cristo nos ha redimido y una sola gota de su sangre nos purifica de todo. Y nosotros podemos amarlo. Cuenta, si puedes, las almas que lo aman. Por una sola de ella volvería a dar su vida voluntariamente de nuevo. Mientras tú, maldito, enfureces en tu odio por toda la eternidad. Pero dime, ¿Qué es la eternidad?

¿La eternidad? ¿Ahora?..¡un ahora siempre detenido!

Y desapareció.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=6215 el 2007-11-21 00:26:11