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Cuarto encuentro

No fue propiamente un encuentro como los anteriores ni como los que seguirán. Esta vez, excepto un rápido retorno del Maligno al final, se desarrolló casi todo en un largo y muy movido sueño. Todo aconteció de un modo que hubiera jurado que estaba completamente despierto. Los sueños, dicen, suelen ser breves pero éste me pareció larguísimo, si debo juzgarlo por las cosas que ví y que entendí. Era un sueño que llamaré adivinador.

Tuve la sensación de ser despertado de sobresalto, al ruido ensordecedor de miles de cornetas de coche, de tambores partiendo a rimo de marcha, que martilleaban un impotentísimo canto marcial. Asomándome me encontré delante de una grandísima plaza, jamás vista por mí, repleta de gente, especialmente de jóvenes, que con banderas rojas en la cabeza, continuaban llegando de todas partes, como ríos en crecida que venían a desembocar en aquel mar de gente.

Un cañonazo fue la señal de un silencio inmediato. Todos estaban a mi espalda y mirando hacia un palco altísimo que surgía a lo lejos sobre el fondo de la plaza. Apenas aprecio allí un hombre con una larga tira roja a los flancos, gritos frenéticos de viva le saludaron durante largo tiempo. Hecho silencio a una señal suya, comenzó a hablar en una lengua de la que no comprendí ni una palabra.

Mientras asistía a esta espectacular reunión, sucedió un fenómeno extraño. A medida que el orador hablaba y los altavoces difundían la voz hacia todas direcciones, la superficie de la plaza se dilataba, se alargaba hasta no poder más reconocer con los ojos los confines. Sólo lograba captar un confuso fluctuar de gente hacia la lejanía cada vez más difuminada.

Fue aquí que, en el estupor de aquella extraña visión, intervino la voz alta y soberbia del Maligno:

¡Mira, mira qué espectáculo tan maravilloso!... Toda la juventud se ha puesto de mi parte. Es mi juventud. A muchos he seducido con la lujuria, con la droga, con el espíritu de revolución. Pero a la mayor parte la ha ganado con el lazo del marxismo materialista. Casi todos han venido aquí sin los acostumbrados esquís bautismales. Estos jóvenes han pasado a través de escuelas programadas sobre un ateísmo radical. Allí han aprendido que no ha sido aquél de allá arriba quien creó al hombre, sino que el hombre se ha creado estúpidamente a si mismo. Ahora aguerridamente luchan contra El, que se resiste a desaparecer. Pero desaparecerá. ¡Es fatal! Estos jóvenes míos han aprendido a deshacerse de todas las verdades así llamadas metafísicas. Para ellos existe sólo el mundo material y sensible. Ha sido un universal lavado de cerebro, y nos serviremos de éstos para todos los que se atrevan a mantenerse todavía agarrados a las viejas creencias. El debe desaparecer de modo absoluto. Pronto vendrá el día en que ni siquiera será recordado su Nombre. Las pocas zonas de resistencia que no lograremos eliminar con nuestra filosofía, lo haremos con el terror. Existe para los que queden, decenas y decenas de hospitales psiquiátricos y centenares de campos de concentración donde les enviaremos a morir. Así para todos los países de la tierra. Uno tras otro deben caer a mis pies, abrazar mi culto, reconocer que el único señor del mundo soy yo...

***

En este punto, mientras el Maligno se exaltaba y se calentaba hablando con tanta seguridad, la plaza de improviso desapareció, y toda aquella muchedumbre desapareció, de toda aquella muchedumbre exterminada no quedaba ni la más pequeña traza, y el discurso del orador cesó como por una inesperada interrupción de corriente. En un instante me encontré en un profundo subterráneo iluminado escasamente, que me hizo recordar los pasillos de las catacumbas romanas, dominadas por un aire de serenidad y de paz.

Visto allá, a lo lejos, un punto más luminoso, me dirigí con ánimo y paso seguro hacia aquel lugar. Presentándome, sentí venir a mi encuentro el eco de una oración coral. Me detuve, esperando captar el significado. Imposible; aunque se trataba de una lengua desconocida por mí, comprendí por ciertos motivos que era el Padre Nuestro. Una fuerza interior me animó a seguir caminando. Uno del grupo vestido de pope, se dio cuenta de mi presencia, vino inseguro y excitado a mi encuentro. Sea alabado Jesús, le dije. Ante aquel saludo, alargó los brazos y sonriendo me pregunto: ¿Eres acaso una hermano nuestro?.

—Si, soy un hermano vuestro y nos abrazamos calurosamente.

—En nombre de Dios, —le pedí—, explicadme ¿dónde me encuentro y quiénes sois vosotros? .

—Te encuentras en un subterráneo del país de los sin Dios. Dos veces a la semana, de noche, nos reunimos aquí para nuestras oraciones comunes, para asistir a la liturgia, y dar testimonio de Dios lo mejor que podamos. —Sonrió viendo mi estupor y continuó— Mira, aquí somos apenas un centenar, pero en otros sitios se reúnen incluso más para orar por nosotros, por la patria, por el mundo entero.

—¿Cómo en los tiempos de las catacumbas?

—Exacto, como en los tiempos de las catacumbas; ésta es nuestra catacumba

— ¿Pero es verdad que Dios ha sido eliminado de este gran país?

— ¡A Dios no se le puede eliminar, querido hermano! Expulsado de la puerta, entra por todas las vías misteriosas que sólo El sabe abrirse.

Mi interlocutor se dio cuenta de que estaba conmovido y calló.

* * *

—Veo que también hay jóvenes.

—Aquí cerca de la mitad de los que recogemos son jóvenes. En otros refugios aún son más. Jóvenes que no vienen sólo a orar sino a trabajar. Piensa, querido hermano, después de una jornada de fatiga demasiado extenuante, estos hijitos sacrifican por turnos, horas enteras, para venir aquí a prestar su trabajo.

— ¿Qué hacen?

— Ven, te lo enseñaré .

Después en una pequeña vuelta a la derecha, bajados pocos peldaños, nos encontramos en un antro con algunas salidas de seguridad y transformado en una oficina tipográfica rudimentaria: algunas máquinas de escribir; una multicopista que iba velozmente a pedaladas, una atadora y otros utensilios.

—¿Qué están imprimiendo?.

—Ante todo parte de la Biblia, Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, pequeños misales, catecismos, libros de oración y también romances, poesías de escritores no aliados y condenados o expulsados de la patria. Creo que nuestro país una gran parte ha leído ya las obras de Pasternak, de Sinjavskij, de Solzenitzin; el ejemplo de estos hombres es enorme sobre nuestra juventud.

Apenas ésta se ha dado cuenta de haber estado años y años engañada y embotada por mentiras en los discursos de las plazas, por los libros, en las escuelas, ha sido cogida por un hambre insaciable por la verdad: quieren saber la verdad sobre todo. No te digo la conmoción que nos sucede cuando no logramos escuchar la liturgia transmitida en nuestra lengua por Radio Vaticano.

* * *

Me di cuenta de mi interlocutor mientras me hablaba continuaba examinándome. Pero se dio cuenta que conmigo podía hablar libremente, y continuó hasta vaciar el saco. Me retiró un poco a un lado y acercándose un poco más, me tomó las manos en las suyas y continuo: «Mira, yo soy un pope pero hace años que disiento con mi superior local, demasiado politizado por el régimen y pasado al servicio del partido. He sido obligado por tanto a vivir escondido. Estos jóvenes lo saben; la voz ha pasado de éste a los demás refugios y así me toca vivir de uno al otro para el servicio religioso. ¡Qué jóvenes tan queridos! Me han dado toda su confianza. Me tratan como a un padre. Me abren su alma; ¡y si vieses qué almas! ¡Sobre todo son héroes! «Y esto en el país de los sin Dios!»

—Oh, no ¡no digas esto! ¡Aquí Dios existe, y trabaja con su gracia y obtiene! Créeme, en estos 60 años de prueba infernal el pueblo ruso ha dado a Dios ejércitos de Santos y de mártires como nunca en la historia pasada. Todo lo que este pueblo ha sufrido y está sufriendo no es algo perdido. Yo pienso que sea el largo invierno que prepara en nuestro país una primavera jamás vista, un renacimiento religioso que será la envidia de tantos países libres. Mira, yo soy acusado demasiado de hacer cristianos: estos jóvenes lo saben y de aquí su confianza. Piensa: entre ellos hay quienes saben de memoria el evangelio de San Juan, alguna carta de los apóstoles, la Pacem in terris, La Lumen gentium, el Credo de Pablo VI. Y editan y difunden todo esto. Rusia está llena de estos libros.

—¡Dios, Dios mío! ¡Qué cosas tan grandes me dices, hermano mío!

—¿También tú eres sacerdote?

—Sí.

Me abrazó y me besó: «¿Y vienes de Italia?... ¿De Roma?... Aquí dicen que Italia es toda comunista, ¿Es esto posible?»

—Toda no, pero una parte si.

—¡Es increíble! ¿Pero saben qué significa vivir bajo el comunismo? Aquí en Rusia no hay ninguno que crea en ellos. Aquí ha sido suficiente que nuestros jóvenes habían aprendido a hacer la comparación entre la propaganda oficial y la realidad de la vida de nuestro país para perder la fe en la ideología del partido.

—Precisamente lo que en Italia no logramos hacer creer especialmente a los jóvenes. ¡Es un fenómeno de monstruosa ceguera!

Me llevó todavía un poco más hacia un lado y continuó:

—Mira, aquí el materialismo nos ha cazado en una calle ciega. El alma rusa no sabe prescindir de una explicación del hombre y del mundo, y como el materialismo en esto ha fallado, nos lanza con una sed instintiva a los valores espirituales, a la iglesia, a Dios. La ideología marxista nos lleva a la muerte y al nada, y nuestro pueblo tiene enraizada en el alma la fe en el más allá. Tú no puedes creer qué acrobacias de prudencia realiza esta pobre gente para poder decir un De profundis en la tumba de algún familiar sepultado recientemente. Cuántos vericuetos son necesarios para obtener en Pascua un poco de pan bendecido para distribuir en la mesa, después del saludo familiar «Cristo verdaderamente ha resucitado»

—Todo esto, querido hermano, lo sabemos y nos conmueve inmensamente—¿Entonces porque los italianos quieren caminar bajo el comunismo ateo?

—Porque muchísimos creen más en el demonio que en Dios: Esta es la verdad

—Estos jóvenes han comprendido que sólo el cristianismo pone el máximo acento sobre el valor de los derechos de la persona humana: el socialismo habla sólo de colectivismo, de masa, para él el individuo no existe.

—A este paso, hay que esperar que el más grande estado comunista del mundo, por la lógica de las cosas, pueda desenvolverse en la más grande fuerza anticomunista

—Lo pensamos todos, hermano, aunque somos pocos a decirlo, porque es horrible el terror que se tiene de los juicios, del lavado de cerebro, de los campos de concentración diseminados por todo el territorio ruso. Aquí, sin embargo, la ideología marxista se rige únicamente por la fuerza. Pero el día en que ésta caiga —sólo Dios sabe cuándo— Rusia se presentará con un rostro completamente nuevo, religiosamente probada, gracias a la experiencia del martirio que ningún pueblo ha sufrido hasta ahora

—Nosotros confiamos mucho en las promesas de la Virgen de Fátima.

—¡Oh, la Santa Madre de Dios! ¡Si supieses cómo la venera nuestro pueblo! Y es Ella quien ha conservado —aunque en ciertos momentos muy reducida— nuestra fe. Sus imágenes han desaparecido de casi toda las casas, pero muchísimos las conservan escondidas, y sobre todo la invocan.

—¿Crees que pronto la oposición de los jóvenes, de los intelectuales, de la clase que reflexiona podrá aumentar?

—Para mí es una cosa muy cierta. Y esto sucederá poco a poco a medida que progresará el descubrimiento alegre de la fe cristiana y la persuasión en muchos ya radicada de que el cristianismo es la única fuerza capaz de cambiar el mundo. Si entre nosotros se recogiesen las voces de nuestros convertidos del materialismo, pensarías en el milagro de un nuevo Pentecostés.

—Puedo decirte que muchas de estas voces llegan a nuestro país. Existen también antologías que las recogen, pero, por desgracia, no todos las leen .

—Conservamos cartas que nos llegan de los campos de concentración. Son de hombres, mujeres, de jóvenes allí condenados que nos animan a conservar intacta nuestra fe en Dios: imposible leerlas sin estremecerse de conmoción y sin llorar.

—En Italia se lee mucho El Doctor Zivago de Pasternàk, La otra literatura de Molicev, Padre Dimitrij Dunko, Párroco en Moscú.

Un golpe de gong anunció la recitación en común del Padre nuestro.

***

Aquí me desperté. Pero me di cuenta que a arrancarme del sueño fue un gran golpe en la puerta de la habitación. Miré el reloj, era todavía muy pronto. Un nuevo golpe me hizo saltar y grité: «¿Quién es?». La respuesta fue una risa burlona loca y sin sentido que me advirtió de inmediato de la presencia de él.

¿Qué bello sueño, eh? Te habrá gustado mucho, pienso. Quizás incluso te habrá dejado la boca dulce. Pensando de nuevo, ¿serías capaz de creer todas aquellas bellas noticias?

—Si, las creo todas como cosas verdaderas.

No me maravillo, conozco tu credulidad. Crees también en los sueños.

—¡Cuántos sueños han venido de Dios!

¿Entonces serías capaz de probarme que una sola de todas aquellas tonterías responda a la verdad? Venga, una prueba..

Estuve un tiempo sobre mí mismo, después apretando fuerte entre las manos la corona del Rosario, me senté sobre la cama y con tono imperativo dije:

—Ya que vienes a desafiarme, en nombre de Ella, que es tu enemiga capital, te ordeno decirme si en aquel sueño había una sola mentira.

Es todo una mentira .

—Tú debes responder en nombre de Ella, te lo he dicho, en nombre de Ella.

En vez de responder, el Maligno se enfureció como no lo había hecho nunca. Parecía que estuviese desencadenando un terremoto.

—En vez de hacer toda esta comedia, te ordenó responder: Debes decirme que aquel sueño era verdad. Vamos, en nombre de María, te lo ordeno, responde

Lo sentí gritar como un león herido de muerte y le ví desaparecer en la lejanía.

Ahora en...

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