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A brazo partido con el Maligno

La idea de este escrito me vino de improviso en una tarde de agosto del pasado año de gracia y de desgracias 1974.

Fue así: Desde hace dos meses, quizás antes, casi todos los días, a las tres de la tarde en punto, el Segundo Canal de la RAI emitía una programa titulado Entrevistas imposibles.

Se trataba de encuentros entre literatos, periodistas y estudiosos de cultura variada con hombres del pasado: Con personajes del pensamiento, del arte, de la política introducidos bien o mal en la historia, con nombre más o menos famosos.

El programa era original y, si bien coincidiese con la hora de la siesta, me puse a seguirlo con asidua curiosidad.

Eran encuentros —decía— de hombres de hoy con otros de ayer para interrogarles, como si fuesen, por no se qué clase de truco mediático, momentáneamente revividos, y hacerles hablar y dar explicaciones de algunos de sus actos y confesar sus intenciones secretas, ya obligados a responder a las preguntas, ya puestos en la necesidad de justificarse de las cosas mal hechas de algún histórico.

El personaje entrevistado normalmente aparecía fielmente centrado en el ambiente de su tiempo. Las respuestas se referían a la vida y al pensamiento que le caracterizaron. Y cuando los entrevistadores eran muy inteligentes —no siempre— en poco más de un cuarto de hora nos daban buenas pruebas de habilidad mental con esbozos de retratos histórico-psicológicos de una feliz y muy vivaz finura.

Uno tras de otro venían interpelados, sin ningún orden cronológico, Atila, Marat, Casanova, Marco Polo, Pitágoras, Copérnico, Bruto, Diderot, Swift, Marco Aurelio, Pilatos, Cleopatra, la Beatrice de Dante, etc., aunque ésta villanamente desfigurada.

Entre una y otra audición me vino a la mente una observación muy extravagante:

«¡Falta una entrevista con Satanás!..Sería interesante. No obstante, hoy, con la habilidad que ha logrado tal maestro para no hacernos creer en él...»

El calor de aquella tarde era sofocante y me estiré sobre una silla para recuperarme un poco del sueño.

***

La mañana siguiente, apenas me despierto: «¡Claro que una entrevista con Satanás, o mejor con el Maligno, sería fantástico! Qué importa que tantos no crean en él. Y recordé el planteamiento hecho por el Papa en uno de sus discursos del miércoles. Una fantasía bien presentada por lo menos lograría llamar la atención sobre tal sujeto. Quizás también a quitar el sueño a más de uno».

No pensé en ello durante cierto tiempo. Pero la idea se presentaba intermitentemente y a veces con extrañas líneas de algo factible. Si podría, por ejemplo, decir esto... presentar así un episodio...introducir éste o aquel otro aspecto...Poco a poco se hizo un poco mi sufrimiento.

Una entrevista con el Maligno. No pensaba precisamente meterme en ella. Veamos entonces a quien confiarla. Comencé entre mí a dar nombres. Puse en mente a varios. Mientras pensaba en ello, uno tras otro iba descartando.

Meterse a dialogar con el diablo, aunque sólo sea sobre el plano de la fantasía, no es cosa fácil. Ninguno aceptaría una idea tan bizarra, y sobre todo, fuera de tiempo: ¡Cosa de la Edad Media!

Entre tanto, lo extraño era esto: cuando pensaba tomar en serio esta idea, sentía mi ánimo abrirse a la serenidad y a cosa interesante. Por el contrario cuando me proponía no hacer nada, me sentía inquieto y caía en un extraño nerviosismo. Había en mí algo que echar fuera, como una liberación.

En mi vida fue la primera vez que tuve la sospecha de tener necesidad de un neurólogo.

***

Una tarde fui, como obligado por no sé qué, a una iglesia, donde es venerada una Virgen muy querida por el pueblo romano, y la encontré, como cosa rara, muy llena de gente.

Sucedió algo increíble. Apenas pasada la puerta, se me acercó una muchacha de mediana edad, de baja estatura, con dos ojos luminosísimos y dulces, y de improviso me dijo:

—¿Cuándo se decide a escribir aquellas cosas?... —Y me miraba con insistencia.

—¿Escribir? ¿Qué cosas?

—Anda ya, lo sabe mejor que yo.

—Pero Vd. ¿quién es?

—¿Qué interesa decirle quien soy? Vaya a ver a Aquella —e indicó el cuadro de la Virgen— Vaya a oír qué quiere Ella decirle.

Un numeroso y compacto grupo de turistas invadió en aquel momento la entrada. La muchacha fue envuelta en la confusión y la perdí de vista

¡Qué cosa tan extraña! ¿Una alucinación o un aviso del cielo? Me sentí perdido y ridículo, sobre todo ridículo.

Encontrado un puesto adecuado, antes de ponerme a los pies de la Virgen para rezarla, aquel embarazo mío interno me desapareció como si nada. Sin volver a pensar al sufrimiento que me molestaba, experimenté dentro de mí como un empujón dulcísimo y firme a recogerme en el argumento para empezar a hacer cualquier cosa.

Mirando a la querida imagen, no me atreví a pedirla nada sobre esto, pues ya advertía en mí una promesa de asistencia materna.

—Está bien —dije saliendo. Me embarcaré en este asuntazo. Yo mismo escribiré esta extrañísima entrevista. Me saldrá algo que me cubrirá sobre todo de ridículo. Pero me habré quitado una idea fastidiosa de la cabeza

Ahora en...

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