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La fuerza del pluralismo

El intento de control por parte de los partidos de la vida social, es también una realidad

La sociedad abierta en la que vivimos, en la que la globalización facilita el conocimiento y la transmisión de diferentes ideas y opiniones, es ciertamente un ambiente propicio para el pluralismo y para el intercambio de diferentes reflexiones y comentarios políticos. Bienvenidas sean las ideas, cuaántas más, mejor y, si están bien argumentadas y fundamentadas, no cabe duda de que enriquecerán el debate público.

Sin embargo, lo que llevo denominando desde 1996 ideologías cerradas, hoy de moda bajo otras rúbricas, está francamente en las antípodas de la libre expresión y exposición de las ideas. Por una razón, porque el señuelo del marxismo, en cuya virtud todo pensamiento es ideología, sigue aprisionando a no pocos «dirigentes» e «intelectuales» para quienes el modelo teórico debe ser impuesto unilateralmente sobre la realidad. En este ambiente, desde una u otra orilla ideológica, es lo mismo, algunos siguen pedaleando con esa manida y plana interpretación para la que no existe otro modo de proceder en el pensamiento y en la política que no sea la imposición de la propia doctrina. Las demás, sencillamente, no son válidas, no están capacitadas para ingresar al espacio público por la razón de que mi ideología es superior, está predestinada a alcanzar el bien de todos y de todo, por lo que en su implementación, como ahora se dice, es metafísicamente imposible que existan errores o fallos. En todo caso, la culpa de los fracasos en que se pueda incurrir al aplicar esa política siempre tienen un mismo culpable que, por supuesto, está en el exterior del partido o del gobierno que la practica.

Desde otra perspectiva, si se quiere más modesta y apegada a la realidad, las cosas suceden, y son, de otra manera. Desde los postulados del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario, encontramos múltiples y variadas fórmulas para resolver problemas sociales y políticos. Nos encontramos con que nuestro conocimiento de la realidad es parcial y en tantos sentidos relativo, con que en absoluto podemos intuir o atisbar cuál es la situación final a que nos conducirá la historia, con que no tenemos ni podemos tener nunca a nuestro alcance los resortes o las claves para establecer un orden social definitivamente justo y plenamente libre. Es decir, existen diversas maneras de ordenar la vida social, política o económica. En unos casos, se podrá seguir un camino, en otros supuestos la senda será otra, pero siempre, si queremos progresar y crecer en lo más importante, la dignidad del ser humano y sus derechos inalienables, habremos de conducir la nave del Estado hacia la centralidad de la persona. En efecto, esta consideración impulsará soluciones diversas, no siempre encuadrables en los rígidos esquemas de esas ideologías cerradas que todavía hoy, entre nosotros, pugnan por recuperar sus fueros perdidos. Pues bien, en este proceso de desideologización y de pensamiento abierto y plural, tenemos que plantearnos la necesidad de subrayar las bondades de mantener el debate público en un contexto de libre exposición de ideas argumentadas, sin que nadie ni nada se pueda sentir excluido a priori por los configuradores de la opinión pública. Por ejemplo, es penoso contemplar a diario entre nosotros las descalificaciones, hasta personales, entre las diferentes terminales mediáticas e ideológicas que unos y otros, buenos y malos, malos y buenos, se dirigen a diario.

Los lamentables resultados de esa política de cerrar puertas y abrir heridas comenzada no hace mucho en este país son el corolario forzoso de mantener y aplicar la nueva ideología cerrada que tanta división y fraccionamiento social trae consigo. Ahí tenemos el ataque sistemático a la libertad educativa, a las opiniones que no comulguen con lo correcto o establecido por la cúpula que sea, a las investigaciones que se salgan del terreno de juego delimitado a priori, por ejemplo. El intento de politización de la justicia es hoy un hecho. Hemos contemplado detenciones de militantes de la oposición política. Las mal llamadas autoridades independientes nunca han sido más dependientes. Y, por supuesto, el intento de control por los partidos de la vida social, hasta la última comunidad de vecinos si es posible, es también una realidad.

Frente al proceso de ideologización creciente es menester, pienso, impulsar nuevas medidas dirigidas a abrir el espacio público, a dejar que el aire libre inunde las anquilosadas estructuras y las mentes de tantos representantes de la vieja política. Por ejemplo, debería caminarse hacia un sistema de listas abiertas, de financiación partidaria transparente, de independencia real en las altas magistraturas judiciales, de autonomía creíble en los organismos reguladores, etc... Ahora bien, más importante que los cambios normativos, es el compromiso real por vivir en libertad y por luchar sin miedo contra toda forma de restricción de las libertades.

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