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Ecologismo optimista

Sería más útil invertir el enorme gasto que propone Kioto en los países en vías de desarrollo

El cambio climático viene a recordar a los seres humanos su mutua dependencia, al mismo tiempo que obliga a los gobiernos y a las empresas no sólo a participar del mercado global, sino también a gestionar problemas medioambientales comunes, que también afectarán a las generaciones venideras. Un reciente informe del Gobierno británico conocido como Stern Review on the Economics of Climate Change ha traído a primer plano el debatido asunto de las emisiones de gases contaminantes: el llamado efecto invernadero. Entre sus efectos nocivos está el aumento de la temperatura del planeta, que traerá trágicas consecuencias para la economía mundial, especialmente en los países en vías de desarrollo.

Aparte de los datos científicos, lo que más sorprende es su puesta en escena, su dramática presentación a la opinión pública mundial, con inquietantes declaraciones de líderes tan señalados como Tony Blair y Kofi Annan. El mensaje es tajante: nos queda muy poco tiempo. Si queremos evitar una catástrofe mundial, hay que actuar ya. Entre esos graves efectos, se nos habla de países costeros anegados por la elevación del nivel del mar y de millones de desplazados huyendo para ponerse a salvo de las aguas.

Inevitablemente, este escenario tan pesimista nos trae a la memoria otras historias que circularon tiempo atrás. Por ejemplo, la disminución de la capa de ozono provocada por el clorofluorocarbono (CFC); los informes apremiantes del Club de Roma; los augurios en 1968 del biólogo neomaltusiano Paul Erlich con La Bomba de la Población y su profecía, según la cual, «en los años 70 cientos de millones de personas morirían de hambre» (sic) a causa de una excesiva tasa de natalidad. En realidad estas teorías, nada solventes, seguían el esquema propugnado en el siglo XIX por Malthus.

Así pues, parece sensato preguntarse si este informe sobre el cambio climático, lanzado en forma de ultimátum, es más de lo mismo o descansa sobre una base científica seria. Su autor, Nicholas Stern, trabajó como economista para el Banco Mundial, el informe puede consultarse en www.sternreview. org.uk, y la conclusión, dice, es inequívoca: el cambio climático es real, peligroso y será tanto más costoso cuanto más se demore la actuación.

Ahora bien, el rigor científico más elemental prescribe que toda investigación se someta a comprobación (¿recordarán la llamada fusión fría?), contrastando los datos, los métodos empleados y la interpretación de los resultados. Es lo que hizo el danés Bjorn Lomborg, profesor de la Universidad de Aarhus, cuyas valoraciones pueden consultarse en El ecologista escéptico (Ed. Espasa, 2003). Pues bien, este estudio rechaza la visión pesimista sobre las catástrofes que se anuncian desde algunos foros políticos. El lector interesado encontrará en el capítulo 24 un exhaustivo estudio sobre El calentamiento global con los mismos datos empleados por el panel intergubernamental para el cambio climático (IPCC), organismo vinculado a la ONU. Ante la imposibilidad de hacer un resumen en pocas líneas, sirvan las siguientes conclusiones personales: 1) Todas las previsiones realizadas están supeditadas a los datos disponibles y a los modelos informáticos de simulación. 2) Las emisiones de «gases invernadero» pueden mitigarse fomentando las energías renovables. 3) La aplicación del protocolo de Kioto conseguiría reducir el aumento de temperatura en 0,15º C en el año 2100 (un magro resultado, a costa de frenar el crecimiento económico y, sobre todo, perjudicando a los países en vías de desarrollo). 4) Existen otras acciones más inteligentes para afrontar la situación y menos costosas para la economía mundial.

Las propuestas más razonables, según Lomborg, deberían encaminarse hacia el fomento de las energías no contaminantes, hasta llegar a niveles competitivos con los combustibles fósiles. Sería más útil invertir los enormes gastos (2% del PIB global) que propone el acuerdo de Kioto para ayudar a combatir los posibles efectos nocivos en los países en vías de desarrollo.

La estrategia seguida para evitar el deterioro de la capa de Ozono es un precedente exitoso, que demuestra cómo la comunidad internacional logró reducir las emisiones de los CFC, desarrollando sustitutos de los aerosoles y otros gases nocivos. En pocos años se resolvió el problema, gracias a la investigación y a la cooperación mundial, y en la actualidad la capa de Ozono se recupera felizmente. Este ejemplo demuestra que las acciones conjuntas son efectivas y que la humanidad cuenta con medios técnicos —y sobre todo con el potencial investigador necesario— para abordar los retos medioambientales con un enfoque más optimista y relajado. O sea, todo lo contrario que el utilizado en algunos mensajes como éste: «¡Todos somos culpables! Ya es oficial: las personas somos responsables del calentamiento global"» (Pearce, en New Scientist, 2001). Por supuesto, el medio ambiente requiere una atención inteligente, pero sin tremendismos. Es el mensaje optimista que nos dejó el doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, y catedrático de la Universidad de Maryland, Julian Simon: «Este es brevemente, mi pronóstico a largo plazo: dentro de uno o dos siglos, todos los países y la mayor parte de la humanidad estarán al mismo nivel o por encima de los actuales estándares de vida occidentales».

Lomborg (que en 1997 era miembro de Greenpeace) tomó estas afirmaciones como propaganda y decidió investigar por sí mismo para refutarlas. Por fortuna, comprobó que Simon tenía razón. Así lo cuenta en su libro. Una muestra autorizada de honradez intelectual y de independencia del poder político.

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