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Respetar lo propio

Recientemente, han editado aquí en Argentina un curso que el brillante filósofo y pensador esloveno Emilio Komar brindó a fines de la década del 70 en el país. El título del curso fue «El silencio en el mundo». Sin embargo, en el trabajo presentado, más allá de hacer alusión a los tópicos propios del tema en cuestión, se explayó con otros conceptos, evidentemente relacionados con el principal. En una parte de su estudio, Komar habla del «respeto por lo propio», haciendo referencia a la cultura de la «estandarización» y de la manía de seguir e imponer modelos rígidos de comportamiento, olvidando que el hombre es individual, uno y no masa uniforme y sin diferencias.

Acuden pronto algunas ideas respecto a este asunto. Muchas veces, en las aulas, en las familias, en las instituciones, se persigue la fidelidad absoluta a un modelo y pocas veces se repara en pensar si ese esquema realmente se puede adaptar a la realidad que hace de contexto de aplicación.

Cuántas veces, con la excusa de ser un buen cristiano, ciertas personas, padres o formadores en la fe, han asfixiado a cantidad de intelectos jóvenes y no tanto, con frases dignas de un sangriento frente de batalla; cuántas veces se obliga a quienes escuchan a seguir un comportamiento estandarizado, olvidando preferencias, gustos, capacidades, estados de ánimo; cuántas veces nos encontramos rodeados con gente llena de buena intención pero que no comprende que lo que ella vive, tranquilamente puede no ser lo mejor para sus semejantes. Se escucha poco y se impone mucho. Se olvida con frecuencia que cuando todo se reduce a cumplir con unas normas iguales para todos, paradójicamente, no todos van a tener las mismas reacciones ni las van a poner en práctica de la misma forma.

Se olvida lo individual, la persona en sí. Entonces, el trabajo pasa a ser el de un engranaje más en la cadena de producción, la que sea: laboral, apostólica, familiar, etc. Todo se reduce a ser fiel a lo que se impone. Quién así no lo hace, es el equivocado, el conspirador, el eterno rebelde con inquietudes sociales.

Para llegar a ser una buena persona, educada y responsable, hay tantos caminos como personas en la tierra. Ciertamente, la búsqueda de la perfección es deber de todo ser humano, sobre todo, porque es el modo de realizarse con plenitud. Es verdad que hay normas imprescindibles para lograrlo con más eficacia, pero su aplicación siempre admite matices, siempre. Repito: siempre.

Olvidar la peculiaridad de la persona como individuo, como único, es olvidar el fundamento de la naturaleza humana. Las «recetas» colectivas son como palabras que rápidamente se las lleva el viento. No sirven. Pero que no se entienda mal lo que se quiere explicar: no significa una rebelión a las normas, sino que implica dejar más libertad a cada uno para que evalúe, con su recta conciencia, el modo de ponerlas por obra. De lo contrario, se impone el comportamiento mecanizado, resultadista, que mide sólo por los efectos externos que provoca.

Como una natural consecuencia, la enfermiza persecución de resultados inmediatos y palpables lleva a conceder más importancia al modelo, a la institución o al organismo que brinda las normas, por sobre las personas. Es más importante ser fiel a unas normas que gozar de una buena salud; es más importante dar parte de guerra que encontrar una persona que realmente escuche y no se limite a reproducir lo que leyó en los manuales de instrucción.

No se respeta lo propio cuando todo esto acontece. Y no es para nada poco frecuente. La gente se siente sin aire, sin vida, entregados al servicio de quién sabe realmente qué, pues el carácter y el temperamento se rebelan con fuerza cuando sienten ciertas contradicciones en el comportamiento diario.

Las normas de comportamiento y vida son necesarias y hay que cumplirlas, no hay duda. Pero no todos ni todas deben hacerlo del mismo modo. Es muy sano que cada uno y cada una encuentre el modo de hacer su camino y no que aparezcan otros en el camino que intenten conducir su vida en lugar de ellos. Es no entrometerse donde nadie ha llamado. Es dejar que las personas sean realmente libres, que no se limiten a vivir extenuados y moribundos por el sólo hecho de cumplir con el imperativo del modelo.

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