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Tiempo de mediocres

La civilización está en una innegable crisis y una concepción errónea de la democracia

La reflexión sobre los periodos históricos siempre contribuye a situarnos en la perspectiva correcta y aportarnos datos de interés, especialmente para el tiempo que vivimos. Pirenne y el propio Ortega y Gasset hablaban, de forma similar, de periodos históricos ascendentes y decadentes. Suele ser sintomático, para aproximarnos a cada época, los modelos sociales que la han caracterizado, aquellas personas que más han aportado o mejor representan ese periodo determinado.

Antes de ver nuestro tiempo moderno, puede resultar ilustrativo apuntar —siempre de forma necesariamente incompleta— los modelos sociales de otras épocas y señalar qué les unía, qué les caracterizaba. En el mundo clásico, especialmente Grecia y Roma, destacaron los pensadores y los artistas, también los grandes estadistas. Homero, Hesiodo, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, Herodoto, Tucídides, Aristófanes, Fidias, Solón, Pericles, Julio César, Marco Aurelio, Cicerón, Plutarco, Séneca, Virgilio, Ovidio, entre otros; son los máximos representantes del mundo clásico. De él han nacido las principales reflexiones sobre política, educación, derecho, filosofía, literatura, religión, etc... No es difícil apreciar el enorme desarrollo espiritual que se alcanzó en esta época, el verdadero placer que había por el conocimiento, el arte, el enriquecimiento y crecimiento del ser humano.

La Edad Media se centra en el impulso del pensamiento cristiano, brillan con luz propia San Agustín y Santo Tomás, en un segundo plano, San Ambrosio y San Gregorio. Es un tiempo también dedicado al espíritu y a un solo Dios.

El Renacimiento es un nuevo retorno al humanismo. En él destacan Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Moro, Erasmo, Maquiavelo, Carlos I, Lutero, Bodino, Copérnico, las grandes empresas y los grandes aventureros —CristóbalColón—. El siglo XVII es el de la ciencia, los grandes descubrimientos, Galileo y Newton. Hobbes y Locke ponen los cimientos del Estado y su concreción liberal, respectivamente. El siglo XVIII es la Ilustración, el triunfo de la razón, los modelos son Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot, Jefferson, Washington, Franklin. El siglo XIX es la reacción del romanticismo, Goethe, Byron, Carlyle, Schiller, Schelling, también Kant, Hegel, Marx, Mill, Tocqueville.

La idea de fondo que trato de argumentar y transmitir es que, sin duda, los personajes apuntados influyeron y marcaron su época, y en todas ellas, a la larga, se centraron en un enriquecimiento del espíritu humano.

El siglo XX —y su consecuencia, el naciente siglo XXI—, es radicalmente distinto a todo lo anterior. Básicamente por una serie de nuevos parámetros que antes nunca se habían dado: 1. La presencia de la máquina y el enorme desarrollo tecnológico; 2. La sociedad de masas y el consumo capitalista como forma de vida; 3. Un abandono y desprecio por lo espiritual, fruto del triunfo del materialismo. Todo ello nos da un tiempo que se caracteriza por un marcada ausencia de pensamiento, unido a un cierto milenarismo —fin de la historia, de las ideologías, etc...— y un acentuado relativismo escéptico típico de la posmodernidad centrado en la inmediatez, el aquí y ahora. Un egoísmo ilustrado acompañado de un vacío moral y unos modelos sociales que, por primera vez en la historia, se centran en el dinero y el desarrollo material que principalmente alcanzan actores, deportistas y cantantes —todo ello alimentado por los tentáculos planetarios de la televisión (Homo videns de Sartori)—.

Lo que intuyeron Tocqueville y Mill y constataron Manheim, Ortega y Jaspers, se ha cumplido. Hemos llegado a un siglo XXI donde los problemas son de gran calado: la inmensa mayoría de la humanidad vive en una situación deplorable y el planeta tierra da síntomas de agotamiento, mientras en el panorama político internacional la mediocridad y la falta de preparación es cada vez más palpable y no tenemos puntos de referencia ni éticos ni intelectuales.

La civilización está en una innegable crisis y una concepción errónea de la democracia y la igualdad nos está llevando a que mediocridad y poder formen un binomio necesariamente letal.

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