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Mujer florero

Las medidas de discriminación positiva tratan de reducir las diferencias y fomentar la armonía

La semana pasada se presentó en Madrid la traducción del libro de Thomas Sowell, La discriminación positiva en el mundo, donde a través de datos empíricos de países como Estados Unidos, India, o Nigeria se pone de manifiesto que los programas basados en «discriminación positiva» no cumplen con las expectativas con las que se diseñaron. En principio puede sorprender que el autor, negro y de familia muy humilde (se cría en uno de los guetos más pobres de Harlem), sea uno de los más acérrimos críticos del sistema de «cuotas» como medio para luchar contra la discriminación pasada o para fomentar una mayor diversidad. Se incide en una idea recurrente en economía: muchas veces las normas no consiguen los objetivos que persiguen, y en ocasiones, la regulación acaba perjudicando a aquellos colectivos que precisamente trataba de proteger.

Las medidas de discriminación positiva tratan de reducir las diferencias y fomentar la armonía entre los grupos (etnias, género, etc...) Se plantean como un medio más eficiente para lograr la igualdad de oportunidades, y su utilización siempre se presenta con una limitación temporal hasta alcanzar la tan deseada paridad. Sin embargo, ejemplos de distintos países demuestran que este tipo de acciones generan un sistema permanente de incentivos y —a veces— acaban siendo contrarias a aquel principio. Para evaluar estos instrumentos, se debe superar el debate teórico de las ventajas e inconvenientes de la aplicación de cuotas y acudir a la realidad, es decir, demostrar con datos los beneficios y costes sociales de estas medidas de política activa.

Las experiencias analizadas demuestran que estas políticas generan beneficios relativamente menores para unos pocos y problemas graves para el conjunto de la sociedad. En primer lugar, pueden ocasionar que aquellos sujetos que acceden a sus puestos de trabajo o promocionan a través de cuotas acaben «fracasando», corroborando lo que originariamente era sólo un prejuicio. Por ejemplo, en Estados Unidos, se establecieron cuotas para los negros en el acceso a las mejores universidades, aun así no se ha conseguido impedir que la ratio de aprobados de los negros en los exámenes de habilitación para abogados sea mucho menor que la media, lo que a su vez ha provocado que el número de socios negros en los despachos sea también menor.

Además, la discriminación positiva no es un juego de suma cero, en el que simplemente lo que pierden unos lo ganan otros, sino que muchas veces estas medidas se convierten en procesos de suma negativa, ya que en esa redistribución se producen pérdidas en el grupo perjudicado que no benefician en la misma medida a los destinatarios de las medidas. Sowell usa un ejemplo numérico para ilustrar este razonamiento: cuando un grupo en el cual el 80% de los estudiantes admitidos se licencian pierde admisiones, frente a un grupo en el que sólo un 40% consigue licenciarse, entonces el primer grupo debe perder 800 licenciados para que el segundo gane 400.

Otro efecto negativo consiste en que los logros conseguidos por méritos propios pueden ser ignorados o despreciados por la sociedad. Así, la discriminación positiva en Estados Unidos ha hecho que parezca que los negros que han salido de la pobreza por sí solos deban su mejora a este tipo de programas gubernamentales y no a su propio esfuerzo. En este sentido, muchas mujeres señalan que la percepción de la sociedad cuando se asciende en la escala profesional es simplemente «tener que cubrir la cuota».

Las políticas de lucha contra la discriminación deben ser diseñadas para actuar desde el primer momento en el que el individuo se incorpora a la sociedad (colegios, publicidad, familia) y no en la fase final (acceso al empleo, promoción), pues de lo contrario estarán abocadas al fracaso. En España se tramita en este momento el Anteproyecto de Ley de Igualdad en el Congreso de los Diputados, en el que quieren imponerse cuotas para mujeres en las Administraciones y —a futuro— en los consejos de administración. Con los cupos, uno no debería dejarse llevar por lo políticamente correcto, sino tener en cuenta las experiencias en otros países o en otros campos. Por ello, propongo que la representación de las mujeres en los ámbitos de decisión se fije de acuerdo con sus méritos individuales y no con su condición de miembro de grupo, para evitar convertirnos en un token, o en otras palabras, un objeto de decoración en los órganos de dirección.

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