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Eugenesia y terapia

Hay un control de calidad que se dirige a asegurar las condiciones del nacido, no a curarle de nada

Nuestros tiempos se definen por una peligrosa desviación desde la acción terapeútica hacia la eugenesia. Es cierto que muchas veces se mantiene un intencionado equívoco sobre el funcionamiento de ambas realidades y puede ser que alguno no avisado crea, de buena fe, que el arsenal diagnóstico que rodea la eugenesia está curando algo. No es ésta, sin embargo, la realidad. En cierto modo, la eugenesia sigue anclada en el primitivismo que la caracteriza desde aquellos tiempos en que la prioridad del grupo y el desprecio a la identidad individual imponían sin más la eliminación de los denominados deficientes.

Debemos preguntarnos, entre tantas medias verdades, a qué ser concreto, a cuántos individuos de nuestra especie está curando el diagnóstico genético o el propio diagnóstico prenatal. Más bien parece que se está reduciendo, como antaño, a una selección consistente en la eliminación pura y simple de los desfavorecidos. Hay un control de calidad, pero éste se dirige a asegurar las condiciones del hijo nacido, no a curarle específicamente de nada.

La recomendación del Real Colegio de Obstetricia británico respecto a la eliminación directa de nacidos deficientes ha despertado un notable escándalo. En cierta forma, sigue los parámetros del escándalo rompedor, destinado a dar carta de naturaleza real a lo que se practica o se quiere practicar. Pero lejos de fijarnos en lo que acontece fuera de nuestras fronteras, más valdría que examinemos lo que sucede entre nosotros, qué tipos de protocolos se están aplicando, con presión sobre el consentimiento informado, de manera que las embarazadas que se niegan a ciertas pruebas prácticamente ejercitan una decisión heroica.

Si lo pensamos bien, el nacido deficiente es un superviviente. Si procede de la Fivet ha pasado varios controles de calidad, de forma que no ha sido eliminado como sus hermanos, si es que entra en lo políticamente correcto dar esa denominación a los preembriones procedentes de los mismos progenitores, A y B para nuestra novedosa legislación civil.

El diagnóstico prenatal parece orientado fundamentalmente al aborto, y gracias a nuestro Tribunal Supremo la ley de probabilidades se aplica con firmeza contra el nasciturus. En efecto, es menos gravoso para nuestro sistema sanitario colarse en un sano que dejar pasar un deficiente, sea cual sea la gravedad de esa deficiencia. Eso sí, para corroborar el cinismo contemporáneo, dedicamos páginas y libros a dilucidar si el eliminado o superviviente era un deficiente, un minusválido o un discapacitado.

Lo que han propuesto en Inglaterra es que si se falla en el diagnóstico, o si circunstancias no previstas producen el fallo, se proceda a la eliminación de quien no alcanzará los niveles de calidad de vida que se fijen en cada momento. Debemos preguntarnos todos qué tiene que ver con la medicina este intento constante de librarse de enfermos, pretensión que se inicia con el nacimiento y se prolonga hasta la senectud. A la acción que se realizará se denomina cuidado debido, en una nueva perversión del lenguaje.

Eso sí, para argumentar sobre esta decisión final están recurriendo a un buen número de comités de bioética, lo que explica muy bien para qué se utiliza la novedosa disciplina entre nosotros.

Los esquimales, los comanches o los espartanos no necesitaban tanto comité para sus prácticas eugenésicas. Por supuesto, ellos no tenían que librarse de la «carga» de dos mil años de civilización cristiana y no tenían que acallar unas conciencias insuficientemente formadas. Tampoco tenían que hacer frente a ninguna tradición médica. En este sentido, las involuciones son siempre más bárbaras que las prácticas de los bárbaros. Las pirámides de cabezas nos impresionan mucho menos que los campos de concentración, pues aquellos tenían menos responsabilidad. Con Gengis Kan había esperanza de regeneración, nuestros comités en cambio han moralizado las conductas y narcotizado el escándalo. Da igual cómo lo llamen: derecho a decidir, eutanasia neonatal o adaptación sociológica; al final siempre asoma el homicidio. Por eso escriben tantos libros y nos bombardean con tantos informes.

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