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Eutanasia

La muerte de Vicent Humbert, el joven francés de veintidós años, a quién su madre le administró una dosis de barbitúricos, ha conmocionado a la opinión pública francesa. Tras un accidente de tráfico, Humbert quedó tetrapléjico y sordomudo. Con este suceso se reabre una vez más el debate de la eutanasia, lo que ha llevado a las autoridades francesas a plantearse una posible modificación de la legislación actual.

En España este debate cobra especial importancia con la reciente aprobación por el Parlamento Andaluz de la Ley de Declaración de Voluntad Vital Anticipada, que otorga a los andaluces el derecho a decidir de manera consciente y libre sus preferencias respecto a la atención médica que desea recibir en situaciones clínicas graves e irreversibles, cuando una enfermedad terminal o accidente les haya arrebatado la consciencia. Además, en distintas Comunidades Autónomas se ha aprobado ya el llamado Testamento Vital: Cataluña (2000), Galicia y Extremadura (2001), Aragón (2002), y el propio Congreso de los Diputados en junio de 2002 reconoció también esta figura.

Por eutanasia se entiende causar directamente la muerte, sin dolor, de un enfermo incurable o de personas minusválidas o ancianas. Consiste en quitar la vida a una persona aquejada de una enfermedad incurable, de achaques de vejez o de malformaciones físicas o psíquicas. Es la eutanasia por compasión, que se suele provocar mediante intervención médica, de ordinario administrando un fármaco, y en este caso se llama eutanasia positiva. También existe la eutanasia negativa que consiste en la omisión de los medios ordinarios para mantener con vida al enfermo. La eutanasia puede ser provocada, además, por el propio sujeto, y en ese caso se habla de eutanasia suicida. Existe, finalmente, la eutanasia eugenésica, cuyo objeto es eliminar de la sociedad a las personas con una vida "sin valor", es la que practicaban los nazis con el fin de "purificar la raza".

Otro tipo de situaciones, bien distintas a las propiamente denominadas como de eutanasia, que sí parecen lícitas éticamente, serían las actividades destinadas a disminuir el dolor, o aquellas actividades aplicadas a enfermos incurables a los que para mitigar el dolor se les omiten los medios extraordinarios para prolongar artificialmente su vida. Esta omisión no se puede calificar como de eutanasia, ya que el enfermo está clínicamente muerto. Sin embargo, estos casos límite dan origen a grandes problemas éticos como es la resistencia de los familiares a que se omitan los medios extraordinarios, o la falta total de evidencia científica, en algunos casos, sobre la reversibilidad o irreversibilidad de algunos procesos patológicos.

Actualmente, nuestro Código Penal de 1995 mantiene la tipificación del delito de eutanasia, incluyéndolo dentro de la inducción al suicidio. Se castiga al que cause o coopere activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, siempre que exista petición expresa, seria e inequívoca de la víctima, cuando ésta sufriera una enfermedad grave que conduzca necesariamente a la muerte o produjere graves padecimientos permanentes, difíciles de soportar. La pena que le correspondería sería de 1 a 3 años de prisión.

Subyace en el fondo el planteamiento de que la eutanasia sea algo razonable, sobre todo en aquellas sociedades en las que por influencia del materialismo se entiende la vida humana sólo en términos de placer y de estar físicamente bien. La sociedad contemporánea ha consagrado la salud y la juventud como ideales, incluso se ha extendido la creencia de que una vida de la que han desertado la salud y la juventud no merece la pena ser vivida. Con esta mentalidad, se llega a establecer qué vidas tienen valor y cuáles otras pueden ser suprimidas. Desde este enfoque utilitarista de la vida se trata a las personas como máquinas, objetos o animales sin más. Sin embargo, el dolor, el sacrifico y la enfermedad son un misterio que el hombre ha de saber descubrir y superar, que le hacen más persona, y le da un sentido transcendente a su existencia. Si sólo lo biológicamente aceptable vale la pena, se está impidiendo conocer grandes realidades humanas: Beethoven estuvo componiendo sus maravillosos cuartetos hasta el final de su vida; Mozart acabó en el lecho de muerte el magnífico Réquiem; Tiziano estuvo pintando hasta que casi no podía con sus pinceles. Sin ir más lejos, tenemos en nuestro días a una personalidad como Juan Pablo II que está entregando hasta el último aliento de su vida, mostrándonos con su ejemplo la capacidad de superación del ser humano ante la enfermedad y el dolor por unos ideales. Como ha afirmado el primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, en unas declaraciones al rotativo Le Figaro, a pesar de casos tan dramáticos como el del tetrapléjico Humbert, "la sociedad no puede decidir sobre la vida o la muerte de una persona, el derecho a la vida no puede estar supeditado a los avatares de la política".

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