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Células madre embrionarias

El Gobierno del Estado español aprobó, recientemente, el Anteproyecto de la ley de Investigación Biomédica, que con toda probabilidad entrará en vigor antes de finalizar el año, y que viene a avanzar el camino iniciado por la reforma de la ley de Reproducción Asistida de la pasada primavera.

Estas dos leyes despojan al ser humano en los inicios de su vida de toda consideración moral, de modo que se puede disponer de él a voluntad con tal de contar con el consentimiento de los progenitores, que de este modo son considerados propietarios de una entidad biológica a la que se le puede negar el derecho a un desarrollo natural que le permita la posibilidad de ver la luz del sol . Si hasta ahora la ciencia ha estado al servicio del hombre, ahora es el ser humano el que se pone al servicio de la ciencia, no voluntariamente sino por decisión de terceros que pretenden conseguir así un supuesto beneficio, y que toman la decisión antes de que el individuo sacrificado pueda tener una mínima conciencia de lo que se hace con él.

Según el relativismo que existe en la actualidad no hay verdades absolutas, y si las hay no importa cuáles son. Todo es opinable, y lo que hoy es malo mañana puede ser bueno y viceversa. Por tanto, las acciones humanas ya no son en sí buenas o malas sino aceptables o inaceptables, y la aceptabilidad de una acción depende de la voluntad de la mayoría. En otras palabras, la sociedad no puede permitirse seguir considerando ilegal algo de lo que pueda derivarse un beneficio. El derecho natural, según esta filosofía, deja de existir, y toda legalidad emana de un parlamento que puede decidir absolutamente todo, constituyéndose en la única fuente no ya de legalidad sino de moralidad. Los organismos legislativos ya no se dedican a emitir leyes que garanticen el respeto a una moralidad que preexista a la ley y a la cual la ley deba adaptarse, sino que pasan a ser las leyes las que definen la moralidad basándose únicamente en la voluntad de la mayoría y en una supuesta utilidad práctica.

Según algunos expertos es exagerado hablar de embriones o de preembriones como de seres humanos, pero lo cierto es que la vida humana comienza con la fecundación del óvulo por el espermatozoide, sea en la trompa de Falopio de una mujer o en el laboratorio de una clínica de infertilidad, y esto no es cuestión de fe religiosa, sino de puro sentido común biológico. Y es que cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide queda definido un individuo al menos en un 90%, incluyendo el sexo, pero también las facciones de la cara, el color de los ojos, del pelo, y la edad a la que este se le puede empezar a caer. Toda la complejidad y la riqueza de un ser humano están contenidas en el óvulo fecundado.

Se puede decir que un embrión, preembrión, o como se lo quiera llamar, es un niño en potencia, pero no se puede decir que es un ser humano en potencia porque ya lo es desde el principio. Y el valor de un ser humano no puede depender del número de células que lo compongan, del grado de desarrollo de sus órganos ni de su nivel de conciencia, del mismo modo que un niño recién nacido no vale menos que un hombre de cuarenta años, y desde luego tampoco debería depender de que sus padres puedan quererlo lo suficiente como para permitirle vivir. Y a quienes dicen que hay más de doscientos mil preembriones congelados en las clínicas de infertilidad españolas, habría que responder que un ser humano no es un producto de consumo que deba estar sometido a la ley de la oferta y la demanda, según la cual el valor de un artículo depende de su disponibilidad en el mercado.

Al margen de todo lo anterior, hay serias dudas respecto a la pretendida utilidad de la experimentación con embriones. Las células madre embrionarias, por su propia capacidad para dividirse de forma indefinida, tienen una elevada facilidad para formar tumores, hasta el punto de que se precisa un exhaustivo tratamiento en laboratorio para diferenciarlas en tipos celulares concretos que ya no se dividan del mismo modo, antes de poder ser trasplantadas a un paciente. Pero esta diferenciación no es completa, sino que quedan células indiferenciadas que conservan su gran capacidad de división, y pueden ser suficientes para provocarle al paciente receptor un tumor que complique todavía más su estado. No en vano no hay en la actualidad ni una sola aplicación terapéutica en curso con células madre embrionarias, cuando las células madre procedentes de tejidos adultos como la médula ósea se utilizan con éxito para tratar muy diversas patologías humanas, desde infartos de miocardio a fracturas óseas.

Por otra parte, las células procedentes de cordón umbilical se han empleado con éxito para tratar modelos animales de párkinson, diabetes y del ya citado infarto de miocardio, y el número de aplicaciones crece con rapidez. Ni las células madre procedentes de tejidos adultos ni las de cordón umbilical tienen el potencial de las embrionarias para producir tumores, y además son mucho más económicas, ya que no requieren un tratamiento en laboratorio antes de su utilización con pacientes, lo que sí sucede con las embrionarias, que como hemos dicho no pueden ser trasplantadas sin ser diferenciadas previamente en un tipo celular concreto. Las fuentes de las células madre adultas y de cordón umbilical son inagotables, y la probabilidad de encontrar células inmunológicamente compatibles con el paciente que las ha de recibir es mucho más elevada que en el caso de las embrionarias, cuya obtención es tremendamente costosa, hasta el punto de que en España hasta ahora sólo se han obtenido cinco de estas líneas celulares a pesar de la enorme inversión que se ha hecho, sin que haya habido resultados conocidos que justifiquen

Además, el mundo de las células madre embrionarias ha visto casos de fraude que hacen poner en duda todo lo que se pueda decir a partir de ahora. Recientemente, el americano Robert Lanza, uno de las mayores partidarios del uso de células madre embrionarias, publicó en la revista Nature que había sido capaz de desarrollar una técnica que permitía aislar células madre a partir de embriones humanos sin destruirlos. Poco después se supo que en realidad en sus experimentos había destruido todos los embriones con los que había trabajado. Y tuvo que ser alguien de la Conferencia Episcopal Americana quien hiciese notar esta circunstancia, que invalidaba por completo el pretendido logro del doctor Lanza.

En definitiva, no hay nada que justifique el apoyo a los proyectos de células madre embrionarias. Lo lógico sería potenciar en lo sucesivo la investigación tanto básica como aplicada de células madre adultas, de cordón umbilical e incluso de placenta, cuyas aplicaciones son mucho más prometedoras, seguras y éticas.

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