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Un cambio en el que apenas se repara

La familia, rota con frecuencia, influye más en el fracaso escolar que el profesorado

Hay cosas que quizás sólo las personas inteligentes advierten; señales sutiles que no es fácil identificar como síntomas de un cambio histórico trascendental. Puede ser; pero hay un cambio que advierte cualquiera, que se comenta poco y al que apenas se alude.

Durante muchos años, los padres de los niños españoles, sin ponerse de acuerdo entre ellos, se inspiraban en una norma de conducta, a la que se atenían sin apenas excepciones. Cualquier "suceso" en el instituto o en el colegio, cualquier suspenso o cualquier castigo era culpa del niño y no del profesor; naturalmente a veces se equivocaban, pero el niño sabía que recurrir a la presunta responsabilidad del profesor era un esfuerzo inútil y quizás contraproducente.

Leo en el periódico, en tantos por ciento, la difícil vida actual de un profesor. Curiosamente parece más difícil su vida en la enseñanza pública que en la privada y en la concertada: hasta un 83% van con inquietud y miedo a dar clase; casi un 50% se han sentido maltratados por sus alumnos; y los que ven al niño como un acosador son más de la mitad.

¿Qué ha pasado? Leí una crónica en un importante diario nacional sobre los conflictos de la enseñanza secundaria francesa -antes considerada, de ordinario, la mejor del mundo- y me enteré de que el Ministerio había enviado 7.000 gendarmes para que no ataquen los chicos a sus profesores ni tampoco se pongan a destrozar las aulas; el corresponsal adelantaba una hipótesis: ¿Habrían perdido los que enseñan capacidad pedagógica?

¡Hombre¡ Todos hemos tenido profesores que no es que hubieran perdido su capacidad pedagógica, sino que quizás no la tuvieron nunca y no pasaba nada, sin necesidad de echar mano de ningún gendarme. Sabía el niño que sus padres confiaban en el profesor y le apoyaban.

Muchas familias han mejorado mucho su situación económica y su nivel supera al de maestros y profesores, con lo que se da ocasión a que su trabajo pierda categoría en una sociedad que valora a los hombres por sus ingresos. Se fue extendiendo en muchos ambientes la expresión: "Nosotros no queremos que nuestros hijos pasen lo que nosotros tuvimos que pasar"; parece que se trata de ahorrarles cualquier dificultad de evitarles "lo desagradable y duro" de la vida. Se les da mucho más dinero del que ellos necesitan y los niños pueden presumir de los ingresos de sus padres; y se alían con ellos para "comprender" que los profesores no están a la altura conveniente, porque la "primera obligación de un buen profesor es lograr que todos sus alumnos triunfen" porque para eso se les paga, añaden algunos. Y buscamos remedios en cambios de planes, fórmulas felices que no exijan esfuerzo...

La grave crisis mundial de la enseñanza secundaria exige poner la atención en otras posibles causas que no responsabilicen al profesor como fuente principal, a veces única, de esa inquietante situación: la familia, rota con frecuencia, influye más en el fracaso escolar que el profesorado. Alarmarse por el aspecto de los frutos sin tener en cuenta las raíces resulta un modo muy imprudente de buscar el remedio; si se enseña una psicología que presenta al padre como un enemigo, la confusión que se siembra en el niño puede dañarle con lesiones importantes...

No añoro las circunstancias de mi niñez, pero estudié primero de Bachillerato en el Instituto de Baracaldo; el recorrido de casi dos kilómetros lo hacíamos a pie o en tranvía, cruzábamos la ría en bote si era por Luchana o en gasolino cuando lo cruzábamos por Desierto-Erandio; era el curso 1935-36, con huelgas, cargas de la policía, carreras frecuentes... ¿Se consideraba que aquella inseguridad de la calle era la normal? ¿o que el niño es lo suficientemente listo y resistente para superar esas pruebas? Por si algo de esto invita a pensar que mi familia tenía algo que ver con los métodos espartanos del Taigeto, diré que íbamos (teníamos que ir) todos los días: Joaquín Baigorrotegui, Esteban Elorduy y yo. No nos pasó nada, más que nos suspendieron en dibujo porque eramos bastante vagos y no entregamos las láminas que había que entregar, pero aprendimos a atracar con bote y en gasolino, a hacer auto-stop (quizás unos pioneros), a comprobar lo apasionante que es la vida sin ningún medio especial como no sean los muchos que ofrece la naturaleza creada por Dios.

Esta sociedad está ofreciendo, como si fuesen cosas nuevas, las alegrías de la libertad, suponiendo que la libertad es un vivir sin vínculos, a una juventud con las más altas tasas de drogadicción, favoreciendo el cumplimiento de todos los deseos, mientras en Europa crece el suicidio juvenil, hasta superar el número de muertos por accidentes de automóvil; una sociedad quizás envidiosa de la juventud biológica, se adorna con señas de identidad juveniles para halagar los aspectos secundarios de la juventud y no lo mejor y más admirable que hay en ella... Una sociedad desorientada quiere que los profesores orienten a sus hijos, mientras ellos permanecen en su desorientación.

Giovanni Visconti-Ventosa, escritor del Risorgimento, decía hace más de un siglo: "Uno de los métodos de educación de mi padre consistía en estar con sus hijos el mayor tiempo posible, en exigirnos una confianza ilimitada, devolviéndonos mucha por su parte, y en considerarnos como personas un poco superiores a nuestra edad. Así inculcaba en nosotros el sentido de la responsabilidad y del deber".

Cuando los hijos esperan de sus padres tiempo y atención, parece que algunos esperan que el maestro les sustituya, porque ellos -el padre y la madre- consideran que su tarea más importante consiste en aumentar los ingresos.

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