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El derecho a morir dignamente

Un enfermo de una dolencia degenerativa pide que le sean desenchufadas las máquinas, con las que respira, se alimenta y sobrevive artificialmente, para morir. Su ruego ha originado en Italia un debate ético, político y jurídico, puesto que el Ordenamiento italiano no admite la eutanasia pasiva u ortonasia; una reflexión sobre los límites del derecho a escoger la muerte por enfermedad o accidente y los de la obligación de la sociedad de proteger la vida, hasta de los suicidas, como un bien supremo; y un conflicto existencial sobre la libertad personal para elegir la muerte y la tutela que todo Estado debe a la vida humana, en el que coinciden dos tipos éticos similares en sus circunstancias pero por completo distintos en su naturaleza jurídica y moral: la eutanasia activa y la eutanasia pasiva.

La eutanasia activa es una acción u omisión directa cuyo resultado es la muerte, sea bajo la figura penal de inducción o ayuda al suicidio, sea como asesinato. Por el contrario, la eutanasia pasiva es la administración de tratamientos o fármacos para combatir el dolor y el sufrimiento del enfermo -con el efecto involuntario e indirecto de acortar la duración de su vida y acelerar la muerte-, y, asimismo, es el desconectar máquinas que de forma artificial mantienen con vida a un enfermo, después de intentar todo lo posible por salvarle, evitándole una agonía mortal sin remedio. La esencia moral y ética de la eutanasia pasiva es que no se causa directamente la muerte -aunque se acepta no poder impedirla y hasta se acelera su advenimiento-- mientras se intenta mitigar el sufrimiento y dolor del moribundo, porque respeta el curso natural de la enfermedad o secuelas de un accidente. Por el contrario, en la eutanasia activa la muerte es solución directa, asesinato, 'homicidio asistido' o inducción al suicidio de alguien que está solo, desamparado, angustiado, confuso, desesperado, disminuida por el sufrir la capacidad de razonar, pero no abocado a la muerte por causa de su enfermedad o lesiones. Y una muerte que reporta beneficios económicos a la familia, a los herederos o al Estado.

El trágico caso del enfermo italiano que pide que le sean desconectados los mecanismos artificiales que le mantienen con vida entra, desde la moral y la ética, dentro del derecho a morir dignamente de la eutanasia pasiva. Sin que la muerte sea pretendida ni como fin ni como medio sino tolerada como inevitable efecto indirecto, el paciente evita una agonía sin remedio abocada a la muerte, y sin cortar el cauce natural de la vida se entrega a la muerte. Un drama personal y una realidad médica y ética que en otros países no hubiese supuesto un dilema, pero que en el Ordenamiento italiano abre un debate estar tipificadas como delito tanto la eutanasia pasiva como la activa. Sin embargo, no se puede confundir esta súplica del enfermo italiano con la del paciente gallego que pidió morir y fue asesinado, sea directamente sea como 'homicidio asistido' o inducción al suicidio, tipos penados como delito en el Ordenamiento español y en la mayoría de las legislaciones (salvo estremecedoras excepciones como Bélgica y Holanda) y que corresponden a la eutanasia activa, acción u omisión que de forma directa posibilita o causa la muerte del enfermo. Un asesinato injustificable, porque si es terrible ver sufrir a un ser amado, empero, la pasión, el error de juicio o la buena fe ante el tormento del dolor de una persona no cambia la naturaleza jurídica y éticamente inaceptable de la eutanasia activa o directa.

En la eutanasia pasiva, los remedios paliativos y anulatorios del dolor, la técnica y el progreso de la Medicina y el juramento hipocrático velan por el enfermo al mismo tiempo que le garantizan una muerte digna y lo menos dolorosa posible, aunque sea con el costo existencial de acortarse su vida. En la eutanasia activa, que no es tolerada por la Medicina, directamente se mata al enfermo. Y no se pueden dejar vida y muerte al arbitrio del hombre, como pretenden los partidarios de la eutanasia. ¿Quién marca los límites de quién y cuándo debe morir?¿Quién conforta al enfermo en su solitaria desesperanza?¿Quién controla las intenciones, muchas veces egoístas desembarazándose del abuelo inútil o económicas y de herencias, de la familia que representa por ley al enfermo incapaz?¿Quién ampara a los ancianos desvalidos? ¿Quién mira por los disminuidos físicos y psíquicos?

Al ser humano le asiste el derecho a una muerte digna, y en el misterio de dolor, de obscuridad y de vacío, que sólo la fe en la inmortalidad del Amor ilumina, la eutanasia pasiva trabaja por el menor sufrimiento posible del enfermo, y suaviza el trágico paso de la muerte. Por el contrario, la eutanasia activa es, simplemente, su asesinato. Al ser humano le asiste el derecho a una muerte digna. La eutanasia pasiva trabaja por el menor sufrimiento del enfermo, la eutanasia activa es, simplemente, su asesinato

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