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El orden del corazón

Del mismo modo que hay una lógica de la razón, hay también una lógica del corazón

La mayoría, o, al menos, muchos, de los comentarios sobre la disertación académica del Papa en la Universidad de Ratisbona se han suscitado sobre el trasfondo de la polémica desatada por la indignación de un sector fanático del islamismo. Pero su contenido, más allá de esta ofuscación tergiversadora, es inmensamente rico y valioso.

De buena fe o con la intención de relegar al catolicismo a las tinieblas premodernas o antiilustradas, abundan quienes limitan la relevancia de la disertación al ámbito de la discusión medieval sobre las relaciones entre la fe y la razón, y a la exégesis de la recepción de la filosofía griega, especialmente el neoplatonismo, por parte del cristianismo. En el fondo, lo que se pretende es que la cuestión de la fe religiosa es, en sí misma, medieval, premoderna, arcaica, fruto, en definitiva, de la ignorancia y de la infancia de la razón.

Con independencia de que sólo desde la pura ignorancia es posible descalificar a la Edad Media como una época bárbara y oscura, la verdad es que las reflexiones de Benedicto XVI no inciden en una vieja y superada disputa medieval, sino que entablan un diálogo con el racionalismo moderno. Y las críticas del Pontífice a las limitaciones y penurias del racionalismo ilustrado no se hacen en el nombre de una filosofía medieval o premoderna, sino que se instalan en el orden de conceptos de la más rigurosa filosofía contemporánea.

No deja de haber prejuicios e intereses ideológicos en la pretensión de hacer del catolicismo una concepción premoderna o antimoderna de la realidad. En el fondo, la disputa tiene mucho que ver con las pretensiones de establecer la incompatibilidad entre el cristianismo (o, al menos, el catolicismo) y la democracia, y la imposibilidad de que un creyente cabal pueda ser un ciudadano democrático. Pero es tan burda esta superchería que apenas merece comentario ni refutación. Otra cosa cabe decir de los ensayos bienintencionados, pero si no me equivoco errados, de plantear la disertación papal como un discurso medieval acerca de una disputa también medieval. Como si las relaciones entre la razón y la fe fueran algo extraño y ajeno al hombre de hoy.

La disertación del Papa, así como otros textos, y, muy especialmente, su encíclica Dios es amor, pretende establecer un diálogo con la Ilustración y un ensayo de superación de sus insuficiencias. Tiene que ver, pues, con la cuestión del agotamiento, crisis y superación de la Modernidad. Una posición que no deja de reconocer el alto valor de los ideales ilustrados y lo mucho que la humanidad debe agradecer sus beneficios. En este sentido, las ideas de Benedicto XVI no están ancladas en la pura tradición, aunque dependan, naturalmente, de ella, sino que pertenecen a la más genuina actualidad filosófica, que no coincide, naturalmente, con las eventuales y efímeras modas intelectuales. Sus ideas están vinculadas a la idea de la filosofía que se ha ido abriendo paso a través de la pasada centuria, como consecuencia de la crisis casi letal a la que el positivismo había llevado a la filosofía a finales del siglo XIX. En este sentido, la idea de la ampliación y reforma de la razón está emparentada con la fenomenología de Husserl y la hermenéutica, con algunos desarrollos de la filosofía analítica (que, como Kant, también limitan la razón para hacer sitio a la fe), el intuicionismo de Bergson, la filosofía de los valores de Scheler y Hartmann, la teoría de la razón vital de Ortega y Gasset, entre otras ideas y corrientes. Todas ellas, de un modo u otro, niegan que la razón física y matemática pueda dar cuenta de lo humano.

Como afirmó Ortega, todo lo humano se le escapa a la razón fisicomatemática como el agua por una canastilla. Hace tiempo que la filosofía mejor ha dejado de creer en que la razón científica sea el único método de conocimiento de la realidad, si es que alguna vez lo ha pensado, pero no para abrir paso a la irracionalidad o a la arbitrariedad, sino para establecer una nueva lógica del corazón, por emplear la expresión pascaliana de raíz agustiniana. Sólo desconociendo los desarrollos de la filosofía contemporánea es posible seguir pretendiendo que la ciencia natural agota el ámbito del conocimiento y que el mundo del sentimiento es irracional o arbitrario.

La fe queda salvaguardada de los eventuales ataques de la razón ilustrada de un doble modo. Por un lado, porque ésta no puede dar cuenta de la explicación del sentido y fundamento del mundo y deja por tanto abierto el paso a la fe. Por otro, porque el ámbito de la fe, como perteneciente al ámbito emotivo, no es ajeno al orden de lo racional. La estimativa, el acto de preferir y desdeñar, no son arbitrarios. Creer en la verdad de un mensaje de salvación transmitido mediante la tradición no tiene nada de irracional. La fe no consiste en oscuridad, sino en luz. Del mismo modo que hay una lógica de la razón, hay también una lógica del corazón. Como existe un orden de los conceptos, también existe un orden del corazón.

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