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Ser y parecer

Cuando la izquierda detecta algo parecido en la derecha lo llama dogmatismo, pero no es el caso

Esse quam videri, preferir ser a parecer, era el lema del poeta G. M. Hopkins, un lema que hoy resultaría un tanto extraño porque tiende a hacerse avasallador el predominio de la conciencia bella, la sumisión de los hechos a los discursos, la imposición de las creencias a las razones.

Éste es, a mi modo de ver, el núcleo de la izquierda contemporánea, un verdadero desdén por la realidad efectiva y una adoración absolutamente acrítica de sus convicciones. Es una mentalidad que también puede verse como la traducción de otro lema latino, Fiat iustitia, et ruat celum (del emperador Fernando I), que prefiere que se haga la justicia aunque se hundan los cielos, solo que esa izquierda occidental perfectamente instalada en sus derechos y comodidades sabe, o cree saber, que su mundo no está en peligro y el cielo no caerá precisamente sobre su cabeza. Cuando la izquierda detecta algo parecido en la derecha lo llama dogmatismo, pero no es el caso.

Este fenómeno ideológico tiene alcance mundial y produce, tanto en México, como en Alemania, en Perú, o en Estados Unidos, un cerrado empate electoral entre la derecha más realista y dispuesta a hacer algo y la izquierda más ideologizada y convencida de que para que el mundo marche mejor lo único que se precisa es la Alianza de Civilizaciones o alguna otra vaguedad semejante, es decir, la transformación del mundo mediante su conversión general a esta nueva forma de socialdemocracia bienpensante.

Una de las consecuencias más obvias de este planteamiento es que cuando esa izquierda llega al poder espera que se cosechen toda clase de bienes y esa ilusa esperanza hace que promueva soluciones rápidas e imaginativas pero perfectamente inanes (y a menudo muy perjudiciales), por lo que el gobierno progresista de turno se ve lamentablemente desmentido por una realidad poco propicia al seguimiento de sus consignas. Lo que luego sucede es que la izquierda se encuentra prácticamente inerme frente a los problemas reales y tiende a encubrirlos con su discurso moralizador.

Veamos cómo. La izquierda tradicional había puesto especial énfasis en difuminar la responsabilidad individual para buscar la explicación de cualquier fenómeno negativo de la conducta humana en el papel que juegan las "estructuras sociales", unas realidades represivas que serían la verdadera causa de la infelicidad humana. La desgracia es que la llegada al poder de la izquierda no acaba con esas lacras estructurales, aunque hace más inverosímil acudir a ellas para explicar nada.

Entonces pasan dos cosas curiosas: la primera es que la culpabilidad cambia de bando. El Gobierno ya no es culpable de nada, no puede serlo porque es el gobierno de la buena conciencia, de manera que cuando gobierna la izquierda, las responsabilidades ya no son imprecisas sino "muy concretas" (como gusta decir esa clase de sabios), es decir de otros.

LOS ejemplos españoles son especialmente claros. Siempre, en las últimas décadas, ha habido incendios en Galicia y la responsabilidad era de Fraga y de Aznar, pero como ahora la responsabilidad no puede ser de la Xunta, que está en manos de la más bella conciencia, los incendiarios de Galicia son terroristas y, es inevitable pensar que no sean otra cosa que resentidos del PP. Con esa misma mentalidad resulta evidente que la responsabilidad de la ocupación por los sindicatos de las pistas del aeropuerto del El Prat es de Iberia y, en efecto, la muy eficiente ministra de Fomento se ha apresurado a castigarla. Aena no podía irse de vacaciones sin desposeer a Iberia del handling de El Prat porque los nacionalistas tienen prisa en que se note quién manda, los sindicatos no pueden controlar a sus bases que espontáneamente ocuparon los pistas, Rubalcaba no puede mandar a los guardias porque podría haber incidentes, y no se puede hacer nada con los viajeros porque hay que respetar los derechos de todos, de manera que se hace lo que se puede hacer que es multar a Iberia que, como todo el mundo sabe, pasaba por allí.

Como se puede ver, son muchas las ventajas de la buena conciencia, en especial si se posee un cargo público bien remunerado.

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