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¿Qué es ser liberal?

Implica creer que la globalización no es un invento yanqui para sojuzgar a los pueblos indígenas

La pregunta que encabeza esta columna se me suscitó con motivo de la intervención de un ilustre alto cargo en un curso de verano, que afirmó con contundencia que Zapatero es liberal. Afirmación a primera vista sorprendente, más aún cuando, hace todavía no muchos años, ser liberal era un delito. Bueno, quizá el delito no era tanto ser liberal como ser neoliberal: esta última fechoría podría ser motivo de perder todos los puntos no ya del carné de conducir, sino del DNI, del pasaporte y de la tarjeta de El Corte Inglés. Ahora, sin embargo, personas de todos los pelajes se apuntan a esta moda ideológica, sin saber muy bien quizá de qué se trata.

El término liberal -o el uso que se le da- se ha convertido en ambiguo y confuso. Además, varía conforme lo hacen el espacio y el tiempo. No es lo mismo ser liberal en EEUU que en Europa (el equivalente al liberal europeo es el libertario americano, por ejemplo). Y son muy diferentes el liberalismo económico, el filosófico y el moral. Confundir estos términos ha dado muchos quebraderos de cabeza a más de uno. Pero me concentraré hoy en el liberalismo económico.

El liberal en el terreno económico hunde sus raíces en Adam Smith y su popular metáfora de la mano invisible, materializada, con un ejemplo aparentemente más prosaico, en el no menos famoso carnicero. No metí La Riqueza de las Naciones en mi maleta de veraneo, y siento no poder transcribir la cita completa, pero creo que es bien conocida. No es la benevolencia del carnicero, sino su legítimo afán de lucro, lo que le lleva a despachar chuletas de cordero. Y de este lucro se benefician no sólo el propio carnicero, sino las madres (o padres) de familia que compran en su tienda, el dueño de los corderos, el vendedor de lechugas, el fabricante de patatas fritas, el propietario del restaurante o el asador... Y también el cirujano que se come el chuletón, el profesor que es intervenido quirúrgicamente por un profesional adecuadamente nutrido, el alumno de ese paciente, etc. El mercado de bienes y servicios se compone de una cadena de transacciones donde todos salen ganando, porque -en términos técnicos- la utilidad marginal de lo que reciben excede a su precio. Y en cada eslabón de la cadena se genera el valor que permite que el conjunto siga funcionando de modo armónico. También lo explicó magistralmente Friedman en su ejemplo del lápiz, en el que el grafito, la madera, el caucho y la pintura se combinan para producir un objeto que permite al pintor esbozar su obra maestra o al escritor componer su más bello poema. El secreto para que esta misteriosa conjunción de mecanismos funcione es el laissez faire, que deja el protagonismo de la actividad a la libertad de los agentes.

El problema surge cuando algunos espíritus excesivamente críticos empiezan a detectar fallos en el proceso. El carnicero está pagando mal a su ayudante. El dueño de las ovejas segovianas hunde los precios de la carne francesa. El propietario del restaurante contamina el pueblo, degrada el paisaje y explota a sus camareros. El fabricante alemán de lápices arruina a los madereros brasileños. El médico cobra demasiado a sus pacientes. Y el profesor envenena las mentes de sus alumnos con sus ideas. Hace falta un estado omnisciente, omnipresente y todopoderoso que regule la situación. Y así ha nacido lo contrario del liberalismo, que podríamos llamar estatalismo (la palabra socialismo está desvirtuada), porque el estado adquiere una preponderancia desmedida en la vida económica.

Las cosas no son blancas o negras, sino que presentan matices. Todos (o casi todos) los liberales admiten que es imprescindible un Estado, todos los estatalistas creen que es necesario el mercado. La diferencia estriba en el grado de protagonismo que demos a uno u a otro. Y así encontramos a los que piensan que las interferencias en el mercado se acaban pagando y crean más problemas de los que resuelven, frente a los que sostienen que el Estado debe gastar, regular, emplear y actuar mucho. Y en medio, un montón de posiciones intermedias escoradas, en su caso, hacia uno u otro punto.

¿Qué es ser liberal? En mi modesta opinión, estar más cerca de la primera posición que he descrito que de la segunda, lo cual tiene un sinfín de implicaciones: la apuesta por la libre empresa y el potencial creador de los empresarios, la fe en los impuestos bajos y las ratios gasto público/PIB contenidas, el convencimiento de que el comercio internacional no es un juego de suma cero, la creencia de que la globalización no es un invento yanqui para sojuzgar a los pueblos indígenas, el temor ante los caudillos populistas iluminados, el escepticismo hacia los que piensan que el mundo está siempre abocado a una catástrofe -ya sea por exceso de población, escasez de alimentos o calentamiento de la tierra- . Seguro que me dejo muchas ideas en el tintero, pero no pretendo ser exhaustiva. Sólo dar algunas pistas para que cada uno pueda contestar la pregunta anterior, ligeramente modificada: ¿Es usted liberal?

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