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La ideología del presidente

El socialismo de ZP tiene ya poco que ver con la búsqueda de la igualdad y el reparto de la riqueza

No es cierto que el presidente del Gobierno no tenga ideología. Carece de una formación intelectual sólida y de ideas originales, pero ha ido aglutinando un conjunto de tópicos y lugares comunes que responden punto por punto a lo que hoy se considera políticamente correcto. Y es justamente este oportunismo solemnizado lo que hace atractivo su discurso ante una audiencia cuyo nivel educativo, desgraciadamente, deja mucho que desear y no hace sino descender.

Una ideología no pretende dar cuenta de la realidad de las cosas. Constituye un conjunto de imágenes, representaciones, palabras y mitos con cuya ayuda se pretende conquistar el poder, poner su uso al propio servicio y conservarlo el mayor tiempo posible. Zapatero ya dijo muy claramente ante la Asamblea Francesa que la tarea de la política no es la búsqueda de la verdad, sino el logro de acuerdos sobre la actualización y la realización de valores democráticos.

José Luis Rodríguez Zapatero cree, al parecer, en la magia de la democracia. Porque está convencido de que la esencia del régimen democrático se identifica con la izquierda. Sólo por tolerancia, la izquierda permite que la derecha entre en el juego, aunque a la larga son los valores progresistas los que se abrirán paso por la propia dinámica de las mayorías. Es más, la política pertenece a la izquierda. Porque -ha dicho en una reciente entrevista- "los poderosos, la derecha económica, los grupos de presión, no tienen necesidad de la política para vivir y mandar. Pero el ciudadano que tiene sólo su voto le atribuye un gran valor. Es su patrimonio, el único instrumento de que dispone para realizar sus ideas y para mejorar su vida". ¿Por qué entonces -le preguntaría yo- la derecha económica se alía con tanta facilidad como en España con la izquierda política? ¿No será que los valores que -desde ambas vertientes ideológicas- se pretenden realizar son muy semejantes?

Desde luego, el socialismo de Zapatero tiene ya muy poco que ver con las reivindicaciones de los trabajadores, con la búsqueda de la igualdad y el reparto de la riqueza. En un diálogo -de lectura muy significativa- que mantuvo con el escritor anticatólico Paolo Flores d'Arcais para la revista MicroMega, Zapatero muestra muy claramente que la clave de su estrategia legislativa gira en torno a la legalización del matrimonio homosexual y, en general, a la ampliación de los derechos reproductivos o de segunda y tercera generación. La derecha económica no tiene muchas objeciones que hacer a este programa hedonista. Por su parte, el presidente del Gobierno mantiene explícitamente que no admite una ley natural que esté por encima de las leyes positivas. Pero ésta, y no otra, es la postura de la mayor parte de los neoliberales, para los que no existe ley natural alguna que esté por encima del mercado; y para quienes, igualmente, no se deben poner trabas -por algún tipo de escrúpulos éticos- al consumismo desbocado y al disfrute de los placeres corporales.

En contra de lo que defiende la mejor filosofía académica actual, Zapatero es un psicologista. Piensa que la clave para la comprensión del mundo no se encuentra en la realidad sino en los sentimientos y preferencias de la gente. A estas pulsiones debe responder el poder, democráticamente comprendido, claro está. ¿Pero qué sucedería si esas emociones populares se encaminaran en otra dirección que no fuera la políticamente correcta? Habría entonces que someterlas a un proceso de reeducación, que estaría plenamente justificado por encaminarse a la realización de los valores democráticos. La pescadilla empieza a morderse la cola y a mostrar su vaciedad.

Pero hay, en esta ideología, un factor que hasta ahora no se había puesto de manifiesto: la afectividad. Es, sobre todo, la emotividad lo que debe ser ajustado a través de la educación para la ciudadanía; lo que tiene que ser equilibrado al hacer emerger una memoria histórica de signo progresista. Estamos ante un hijo de la generación del 68, que en su momento dio lugar a la Nueva Izquierda, cuya misión fue realizar la revolución sexual y la revolución cultural: las dos únicas que han triunfado con planteamientos marxistas. Aunque se trate de una ideología de consumo, muy poco aquilatada intelectualmente, nadie le podrá negar a Zapatero pragmatismo y sentido de la oportunidad. Y a pocos se les pasará por alto el desenfoque de la derecha política cuando no advierte que el terreno en el que hoy se combate es precisamente el de la cultura y el de los estilos de vida.

La ideología del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que he examinado sucintamente, provoca efectos muy negativos en la sociedad a la que se está aplicando de manera sistemática. Pero no se trata de intentar neutralizarla o detenerla, sino de ponerse a pensar con hondura, y a actuar con iniciativa en el ámbito social y también en el ámbito cultural.

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