conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Cuarta Parte.- La Gloria de Jesucristo

XXIV.- La Resurrección (VIII)

98. Pedro y Juan vuelven a su casa. Oprimida por la angustia, María Magdalena regresa tristemente a los lugares donde ha perdido -definitivamente, según cree ella- las huellas de su amado. Lo que sigue tiene aroma de amor, como un jardín, en el crepúsculo de un cálido día de verano, tiene aroma de flores. Aquí hay que citar a Juan:

"María se quedó junto al sepulcro, llorando fuera. Mientras lloraba, se acercó al sepulcro, y vio dos ángeles, de blanco, sentados, uno hacia la cabecera y otro hacía los píes de donde había estado el cuerpo. Ellos le dijeron: -Mujer, ¿por qué lloras?-. Ella les dijo: -Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto-. Después de decir esto, miró atrás y vio a Jesús, que estaba allí, pero no conoció que era Jesús. Jesús le dijo: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?-. Ella creyendo que era el jardinero, le dijo: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo iré a llevármelo-. Jesús le dijo: -María-. Entonces ella le reconoció y le dijo: -¡Rabbuní!- lo que, en hebreo, significa Maestro". (Pero con un matiz de familiaridad y de afecto que no tiene la palabra Rabbi.)

"Jesús le dijo. - No me toques, pues todavía no he subido al Padre. Ve a ver a los míos, y diles: Subo a mi Padre, también Padre vuestro; a mi Dios, también Dios vuestro-. Fue María la Magdalena a anunciar a los discípulos: -He visto al Señor, y me ha dicho (Jn. 20,11-18) esto-."

Visitando Vézelay, tuve ocasión de oír hablar a un buen benedictino que hacía los honores del lugar. Me ruborizaba por él. En esa maravillosa basílica, edificada en honor de María Magdalena, el pobre hombre se empeñaba en explicar la arquitectura y la historia de esa iglesia, como si María Magdalena nunca, hubiera existido. Pero así es: esa mujer siempre ha exasperado a ciertas categorías de gentes. Hoy exaspera a los puritanos, a los intelectuales y los exégetas, como antaño exasperó a los fariseos, y, entre los apóstoles, a judas. Es demasiado grande, esta demasiado cerca de Cristo, lo comprende todo demasiado bien, ama demasiado, pero no dice nada o casi nada, y en cambio deslumbra, escandaliza. Por lo demás, no escandaliza sólo a los fariseos y a los traidores, sino que sobre todo pone nerviosos a los mediocres. Ve en grande, ama en grande, sólo llama a las puertas que tienen la aldaba a la altura de un jinete. Sólo por su belleza, por su estilo, por el atrevimiento y la justeza de sus gestos, es demasiado espectacular. Es provocativa. Provoca la admiración, y, por el lado de la sombra, la cólera.

El testimonio apostólico que funda la Iglesia se refiere esencialmente a la sepultura y la resurrección de Jesucristo. Ahora bien, María Magdalena es la primera implicada en ese doble acontecimiento. Por su unción en Betania, predijo, ella sola, la próxima muerte y la sepultura del Hijo del hombre. Con la madre de Jesús y con Juan, estaba al pie de la Cruz. También estaba en la tumba, y se quedó allí después de todos los demás. Y he aquí que, en la mañana de Pascua, es la primera en volver a la tumba, y ella es la primera que cuenta la primera aparición de Cristo que se narra en los Evangelios. Entonces, Jesús, antes que a nadie, le hace la confidencia de su ascensión junto al Padre. Parece que no quiso disfrutar de su plena gloria sin introducirla en el secreto.

He insistido tanto como he podido en la distinción entre una resurrección que no fuera más que un retroceso a la vida presente y una resurrección que es promoción hacía delante y acceso a la vida eterna: María Magdalena está fijada, y por el mismo Jesús, en el modo de su resurrección. Desde el momento de que se trata para él de volver hacia su Padre, ya no pertenece a nuestro bajo mundo sino por su solidaridad humana con nosotros: "Mi Padre, también Padre vuestro; mi Dios, también Dios vuestro". A María Magdalena, Jesús le revela todas las dimensiones de su Iglesia católica, es decir, universal. Su asentamiento junto al Padre es la prenda y garantía de la Comunión de los Santos, ahí es donde debemos unirnos todos a él, ahí es donde nos da a todos una cita a través de María Magdalena, ahí está el término último de nuestro destino humano. ¡Qué gran santa la que fue juzgada digna de ser incorporada enseguida y tan profundamente al Misterio de nuestra salvación! La liturgia que, con atrevimiento púdico, entra tan profundamente en el secreto de las Escrituras, aplica a María Magdalena los elogios destinados a la Amada del Cantar de los Cantares; verdadera y poéticamente, ella es esa Amada.

Cierto, la más alta es la Virgen María, puerta por donde el Verbo entró a habitar entre nosotros. La Virgen María está en el interior del "orden hipostático", como dicen los teólogos, porque su maternidad halla su término en la personalidad misma del Hijo de Dios.

Es la Madre de Dios, la Theotokos aclamada en los Concilios. Nada humano se ha asociado tan estrechamente como ella a la aventura de la Encarnación redentora. A tal título, bien merece junto a Jesucristo, segundo Adán, el titulo de segunda Eva que se le ha dado, segunda Eva por quien nos vino la salvación, como la primera fue aquella por quien nos vine el naufragio.

Pero, de otra manera, María Magdalena merece también este título de segunda Eva. No soy yo quien lo digo. Voy a traducir aquí íntegramente una objeción y una respuesta de la Summa teológica. Tomas de Aquino se pregunta si convenía que la resurrección de Jesucristo se manifestara sólo a algunos más bien que a todos. La tercera objeción es típicamente misógina: a todos o no a todos, si había alguien que no debía entrar en la confidencia de la resurrección, eran las mujeres. Y he aquí:

"La resurrección de Cristo ha sido manifestada a los que debían convertirse en sus testigos: presentarían ese testimonio mediante la predicación pública. Ahora bien, es una misión que no conviene a las mujeres. San Pablo ordena formalmente: "En las reuniones, callen las mujeres". Y luego: "No permito que la mujer enseñe". Parece, pues, que no era el buen procedimiento para el Cristo resucitado, aparecer primero a las mujeres antes que a los hombres en reunión.

"Tomás de Aquino responde: "Es verdad que la mujer no esta autorizada a enseñar públicamente en la Iglesia. Pero se le permite dar instrucción y consejo en privado y a familiares. Es lo que dice Ambrosio: "La mujer recibe misión para los que pertenecen a la casa". No recibe misión de llevar a todo el pueblo el testimonio de la resurrección.

"Sin embargo, Cristo se apareció primero a mujeres para que la mujer, que había sido la primera en dar al hombre un mensaje de muerte, fuera también la primera en anunciar la vida en la gloria de Cristo resucitado. Por eso explica Cirilo: "La mujer fue antaño ministro de la muerte, también es ella la primera que percibe y anuncia el venerable misterio de la resurrección. Ahí el sexo femenino ha obtenido la absolución de la ignominia y el rechazo de la maldición."

Pienso que ese Cirilo complacientemente citado por Tomás de Aquino es san Cirilo de Alejandría, el ardiente campeón del Concilio de Éfeso, que proclamó la maternidad divina de María. Es importante anotar que las líneas citadas por Tomás de Aquino están extraídas de un comentario de Cirilo sobre el pasaje del evangelio de Juan que explico en este momento, y que cuenta la aparición de Cristo a María Magdalena. El paralelo Eva-María Magdalena se remonta muy lejos por la tradición, no hay que dejarse extraviar.

Tomás de Aquino concluye: "Se ve al mismo tiempo con eso que, en lo que concierne al estado de gloria, no hay ningún inconveniente en ser mujer. Si ellas están animadas de caridad más grande, gozarán de gloria más grande, obtenida con la visión divina.

"Es evidente que las mujeres amaron al Señor de manera más estrecha y más de cerca (arctius amaverunt), porque, cuando los mismos discípulos se retiraban de la tumba, ellas no se separaron, y ellas fueron las primeras en ver al Señor resucitado en su gloria (in gloria resurgentem)." Sí, ellas le sorprendieron en el acto mismo de su gloriosa resurrección.

Tomás de Aquino, como Mateo, habla de las santas mujeres en general, mientras que Juan no habla más que de María Magdalena. Es posible, en efecto, que Jesús se apareciera dos veces, a María Magdalena y a las otras mujeres, por separado. Pero Marcos es taxativo: "Se dejó ver primero a María la Magdalena, a la que había sacado siete demonios". (Mc. 16,9) ¡Qué camino el recorrido por esta mujer, desde el día en que, prosternada a los pies de Jesús, y lavándolos con sus lágrimas, obtenía el perdón de sus pecados, a causa de la intensidad y la cualidad de su amor, hasta ese jardín, donde vuelve otra vez a abrazar los pies de su Salvador, cubriéndolos de besos! Para expresar esa ternura y esa alegría conviene citar aquí el Cántico: "Mi amado es mío y yo soy suya, apacienta su rebaño entre los lirios".

Sé los pensamientos ocultos que vienen al espíritu. Esos pensamientos son sucios y son falsos: suben de las regiones más tenebrosas y más apestadas de nuestro ser. ¿Por qué van a dar miedo? No podrían manchar el impulso y la ternura de ese encuentro en el jardín luminoso de José de Arimatea. Cierto que esa mujer fue una cortesana, "pecadora en la ciudad", pero no es su pasado, abolido y perdonado, lo que inclina a Jesús hacia ella. Es ella la que se ve aspirada toda entera por violencia de amor hacia la gloria del cuerpo resucitado del Señor. Y en esa aspiración, hasta su cuerpo comienza a ser transfigurado en una fiebre de amor por encima de este mundo. No hay ahí nada que no sea puro y santo: a través de la muerte, el cuerpo de Cristo resucita, glorioso, pero a través del horno ardiente de caridad, el cuerpo de María Magdalena también se ha vuelto un tierno metal precioso y puro.

También es san Pablo quien dice aquí las cosas más tajantemente: "Voy a emplear un lenguaje corriente en atención a vuestra debilidad natural; así como pusisteis vuestros cuerpos al servicio de la impiedad y el desenfreno total, así ahora poned vuestros cuerpos al servicio de la justicia, hasta la santidad". (Rom. 6,19; 1Cor. 6,16-17) El texto de Pablo es así de crudo: María Magdalena, esa mujer de placer, ya sólo es mujer para la alegría divina.

Sé muy bien de dónde brotan nuestros oscuros pensamientos insinuados y el miedo que nos causa María Magdalena. La vergüenza es toda para nosotros. Nuestra época es abominablemente puritana: en cuanto pensamos en el cuerpo, pensamos para mal. Creemos que el cuerpo está condenado por adelantado, que pertenece de derecho al Diablo, que le es imposible ser puro, y que todo lo que viene de él no puede ser sino malo. Pues bien, no es verdad. El cuerpo también puede ser purificado, puede ser transfigurado por la gracia de Jesucristo, es digno también de entrar en la gloria. Si ese conmovedor encuentro entre Jesús resucitado y disfrazado de jardinero, y María Magdalena, loca de amor, si ese encuentro, digo, significa algo, es esto lo que significa. Supliquémosla que nos lave de nuestro puritanismo y de las manchas con que salpica nuestro juicio, que sólo es temerario en el mal. En el bien, nuestro juicio es muy tímido.

Hablaré un lenguaje aún más claro, pues toda esa ambigüedad que reina en torno a María Magdalena y sus relaciones con Jesucristo es propiamente exasperante, y no ofrece ninguna clase de interés. Personalmente, trato de ser fiel a la enseñanza de la Iglesia, y trato de desprenderme de todo puritanismo, al menos en mis juicios. La relación natural entre los sexos masculino y femenino no me escandaliza absolutamente. Como ocurre que esa relación es el instrumento de la transmisión de la vida, la encuentro, por el contrario, un carácter naturalmente sagrado, que sólo produce respeto. Pero, en definitiva, a pesar del ridículo en que ha caído la castidad, en nuestra civilización moderna, nadie me obligará a depreciarla. El valor también, y el heroísmo, han caído en el ridículo. Menos que la castidad, pero un poco, lo cual ya es demasiado.

Evidentemente, como todo lo que va unido al cuerpo, la castidad es ambigua. Todo lo que es materialmente casto, no por ello es virtuoso: existe la castidad de las piedras, la de los corazones secos, la de los avaros de sí mismos y la de los impotentes, la de los cobardes beatos que tienen miedo al infierno. Todas esas castidades están podridas.

Pero digo que hay una castidad heroica, que es la consumación del amor, pues es la consagración mas sublime de la generosidad moral y física de un ser humano a Dios, sí, fariseos, incluso de su belleza y de su generosidad físicas. Jesús y María Magdalena, qué buena pareja para el cine, se piensa... Pues bien, no era lo que pensáis, en absoluto; ciertamente, no por falta de amor y de inclinación mutua, sino, al contrario, por tal exceso de amor que no podía expresarse sino por la castidad, como ciertas admiraciones o ciertos dolores sólo pueden expresarse por el silencio. Y si no sentís que es posible, es que os falta totalmente imaginación poética.

Entre las relaciones ordinarias de un hombre y una mujer que se aman, y ese tipo de castidad heroica de que hablo, hay la diferencia que existe entre una amistad que se expresa por la conversación, el trato asiduo, los servicios que se hacen entre amigos, y, por otra parte, en una circunstancia ineluctable, la muerte aceptada de buena gana para salvar a su amigo. ¿Diréis que tal muerte es la ruptura o la negación de esa amistad? Muy al contrario, es su sello y su consumación. Tal es la castidad de María Magdalena: esa mujer tan bella estuvo tan bien hecha para el amor que el amor la arrastró al total holocausto de sí misma: "¡No me toques!", Le dice Jesús, y eso quiero decir: "¡Suéltame, déjame de retener!" María Magdalena deja alejarse a su Amado, y, en esa privación esta el más hermoso homenaje de amor que una mujer haya hecho a un hombre.

Si no veis eso, no comprenderéis eternamente nada de la grandeza de este personaje, pero tampoco sabréis hasta qué punto es amable el Señor Jesús, hasta qué punto exige ser amado, hasta qué punto es dulce y duro a la vez amar, hasta qué punto está celoso de nuestros cuerpos como de nuestras almas. A costa de ese amor precioso es como nuestros mismos cuerpos, según las expresiones de san Pablo, pueden llegar a ser los templos del Espíritu Santo. Tal ambición ¿podría germinar en el desprecio del cuerpo, en el desprecio del amor, en el puritanismo? Al contrario, sólo puede germinar en el respeto al cuerpo y en el amor.

María Magdalena tiene muchas cosas que enseñarnos. Simplemente meditando su ejemplo. Fue la patrona de los Cruzados y de la caballería franca, a causa de su predicción de la sepultura de Cristo, a causa de su fidelidad a la tumba de Cristo, y quizás a causa también, avant la lettre, de su concepción cortés del amor. Fue la gran patrona de la Orden dominicana, la Orden de Predicadores, que la llamaban Apostola Apostolorum -"Apóstola de los Apóstoles"-, pues ella fue la primera en anunciar a los mismos apóstoles esa noticia que, por boca de ellos, iba a dar la vuelta al mundo: Cristo ha resucitado.

¿Qué pasó? Los apóstoles no la creyeron. Pensaron que deliraba, que la violencia de su duelo la había vuelto loca. Socialmente, nunca está bien visto amar hasta la locura, y ese era el caso de María Magdalena. Lucas lo anota: "al volver del sepulcro, avisaron de todo esto a los Once y a los demás. Eran María Magdalena y Juana y María, la madre de Santiago, y las demás que estaban con ellas, las que dijeron esto a los apóstoles. A ellos estas palabras les parecieron como una tontería, y no las creyeron". La santa Iglesia empezaba bien. No se puede decir que la jerarquía católica haya sufrido desde el origen una excesiva propensión a la credulidad. Y eso continúa: nadie más duro de convencer que un superior eclesiástico. Espontáneamente, prefiere creeros loco antes que creeros bajo palabra. Es lo que le pasó al pobre Max Jacob; cuando, tembloroso, fue a ver a su párroco para decirle que tenía visiones, el buen cura le respondió: "¡No se inquiete, amigo mío! ¡Eso se cuida y se cura!"

¡Que María Magdalena nos enseñe también la paciencia y la humildad! Pero los apóstoles no perdían nada con esperar. Jesucristo nunca dejó pasar, sin señalarlo severamente, una falta de consideración a María Magdalena: es una de las constantes de su comportamiento, de un extremo a otro del Evangelio. Al benedictino de Vézelay, ¿qué le pasaría... ?

Marcos anota que, a una hora posterior del día, cuando Jesús "se presentó a los Once cuando estaban a la mesa, les reprendió su incredulidad y su dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado". (Mc. 16,14) Mientras que el encuentro en el jardín entre Jesús resucitado y María Magdalena está todo impregnado de ternura, en cuanto ve al fin a sus apóstoles, Jesús empieza por regañarles ásperamente. ¡Les estaba bien empleado!

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