conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Tercera Parte.- La Pasión de Jesucristo

XXI.- El Jueves Santo (I)

64. El evangelista Juan nos dice que "Jesús debía morir por su nación, y no sólo por su nación, sino para llevar a la unidad a los hijos de Dios que están dispersos". Tal es el fundamento sobrenatural del ecumenismo, que se esfuerza en reunir a través del mundo todas las buenas voluntades de los cristianos. Así pues, hay que esperar mucho de ésa fermentación universal del ecumenismo. Pero, personalmente, no creo que el ecumenismo pueda dar frutos abundantes sin recurrir de modo común y explícito a las fuentes del cristianismo, es decir, a Israel.

Ningún ejemplo tan claro como el de la última Cena. Desde la Reforma protestante, los cristianos discuten sobre la significación y el alcance de esta última comida. El siglo pasado, la crítica liberal ha discernido en el relato de la institución de la eucaristía la influencia de ritos helenísticos de iniciación. Por otra parte, ha cabido preguntarse cómo el rito, aparentemente complicado, o en todo caso ceremonioso, de la misa, podía pretender continuar y conmemorar esta última reunión de Cristo con sus apóstoles, en vísperas de su muerte. ¿Acaso un hombre que va a morir, y que lo sabe, se preocupa de observancias y de ceremonial? Pues bien, justamente sí, si es un hombre digno de este nombre. Se ocupa más que nunca.

Cuando los delegados de la Convención comunicaron al rey depuesto, en la prisión, que estaba condenado a muerte, Luis XVI dio tres pasos atrás, lo que era señal protocolaria en la corte de Francia para indicar que la audiencia real había terminado; los delegados lo comprendieron, saludaron, se inclinaron profundamente y se retiraron sin volver la espalda, siempre según el ceremonial de la corte de Francia. En realidad, Luis XVI fue más rey en prisión y en el patíbulo que en el trono.

No querría disminuir con tal ejemplo lo que digo, es un ejemplo muy inferior a la conducta de Jesucristo. Pero si pobres hombres corrientes concentran todo su heroísmo en morir de cierta manera, -pues lo esencial no es morir, sino hacerlo bien- ¿cómo pensar que Jesús, hasta el final, no siguiese siendo fiel a sí mismo, en todas sus palabras, en todos sus gestos? Ha nacido "súbdito de la Ley", ha querido morir "súbdito de la Ley". Ahora bien, la Ley era una red cerrada de gestos, de purificaciones, de oraciones, de abluciones, de bendiciones; un ceremonial universal y preciso que no dejaba nada al azar ni a la improvisación sentimental. Era una puesta en escena, minuciosa, y a veces meticulosa, de la vida entera. Y eso, todos los días, en cada comida, ¿cuánto más para un día de fiesta, cuanto más para la mayor de todas las fiestas, que era la fiesta de Pascua, y para la comida pascual?

Sólo Jesús, "súbdito de la Ley", es también su finalidad: la lleva a su madurez y la da a luz, en un sentido que ella llevaba en sí y que prefiguraba, pero que, una vez realizado y cortado el cordón umbilical, es un ser nuevo como el niño es diferente de la madre. Hay que remontarse muy lejos en el judaísmo para descubrir los rasgos de la estructura de la primitiva Iglesia. El cristianismo es la revelación, el advenimiento del plan de Dios para la salvación de los hombres, y es también el logro y el coronamiento de una sociedad religiosa que le es anterior en dos mil años: la sociedad judía. La cepa del cristianismo viene del cielo, pero se ha plantado en esta tierra, y no en otro sitio, y el vino lleva un fuerte sabor a este terruño.

Cuando Picasso interpreta a su manera un célebre cuadro de Velázquez, todo el mundo reconoce el tema de Velázquez, pero lo que colma de felicidad estética es la sorpresa de ese tema archiconocido tratado por Picasso: nada es más Picasso que ese "a la manera de Velázquez". Pero juzgaríamos mal la cosa, y no tendríamos esa sorpresa si nunca hubiéramos visto el Velázquez en cuestión, o su reproducción.

Aquí pasa algo análogo, y no es la primera vez en el Evangelio. Se entra al principio por las buenas en una estructura social judía, tradicional, en un ceremonial judío tradicional, un ceremonial fijado, fijo, rutinario, descrito con detalle en la Ley o en la Mischna. A condición de conocer la Ley y la Mischna, y las costumbres judías contemporáneas de Jesús -como se conoce a Velázquez en pintura-, se avanza sobre un terreno sólido, perfectamente medido por los agrimensores; se sabe dónde se está, se sabe dónde se va. O más bien se creía saberlo, pues, de repente, uno nota que está en otro sitio: ya no es Velázquez, es Picasso. El ceremonial se ha desplazado sutilmente con vistas a una significación enteramente nueva, el diseño de la estructura social ha tomado una nueva inflexión y una nueva perspectiva.

Y entonces resulta de importancia extrema dar el punto exacto, notar y subrayar lo que se ha cortado, añadido, cambiado o modificado; el lugar exacto en que la rutina ha perdido píe definitivamente. Pero para percibir la novedad, importa saber lo que eran la costumbre, la tradición, la institución anteriores: sobre ese fondo aparece en su verdadera luz la revelación -o la revolución- cristiana. De ahí, para el estudio de los Evangelios, la importancia del Antiguo Testamento en general, y aun de escritos más tardíos, como la Mischna, y ahora, de los manuscritos del mar Muerto. Los grandes pintores justamente saben todo eso mejor que otros. ¿Cómo hablar de Cristo sin definir la relación que tuvo con su medio? Como los artistas muy grandes, Jesucristo rompió un automatismo: en los puntos de esa rotura brota su revelación.

Al estudiar la sociedad judía, contemporánea de Jesús, se ha observado que el grupo que constituía él con los doce apóstoles, y cuyo jefe era, no tenía sin duda ninguna apariencia social muy original. Tales agrupamientos eran numerosos en Israel se les llamaba chabûrôth (en singular chabúrah), que traduciríamos por "comunidad religiosa", "fraternidad", "congregación", o incluso "club", "peña", si estas últimas denominaciones no tuvieran un sentido demasiado profano. Pues eran esencialmente asociaciones que agrupaban a un pequeño numero de hombres, con un común propósito religioso de caridad, de piedad, de estudio de la Ley, de vida común, a la manera de un monasterio ambulante. Eran asociaciones cerradas sobre sí mismas, centradas en torno a un maestro, cuyo vínculo no solía ser el interés o la ambición, sino esencialmente la amistad y el amor fraternal. La Iglesia católica universal, con su organización y su jerarquía encontró su origen, su simiente, sus caracteres esenciales, en esa primera chabûrah cuyo centro y jefe era Jesús, como siguió siendo el centro y jefe de la Iglesia católica.

Conocemos un poco las costumbres de tales grupos. El grupo se manifestaba como tal principalmente en el curso de una cena semanal: ahí estaba la principal declaración pública de sí mismo. Tales cenas solían tener lugar la víspera del sabbat, o la víspera de fiestas. La chabûrah de Jesús debía seguir esta regla, y, cualesquiera que fuesen las ocupaciones de los apóstoles, debían arreglárselas para volverse a hallar todos reunidos en torno a su Maestro, para la cena semanal de la chabûrah.

También conocemos perfectamente por la Mischna la ordenación de esas cenas, particularmente de la cena pascual. No tenían lugar de cualquier manera, como nuestras citas modernas de amigos en un restaurante. Por lo demás, entre los judíos, nada pasaba de cualquier manera: todo era liturgia, sucesión regulada de acciones y de bendiciones. De paso, eso se opone a aquellos liturgistas modernos que piensan volver a hallar el espíritu primitivo de la última Cena avanzando en sentido de descuido: no cabe engañarse más groseramente.

Esa liturgia judía, que conocemos muy bien, sirvió de enmarque a la liturgia católica primitiva. Los sinópticos y san Pablo, que nos cuentan la última Cena, no nos refieren los detalles de esa liturgia judía; ¿para qué? Se conocían en esa época como nosotros conocemos el cuadro de Velázquez que sirvió de motivo a Picasso. Pero sus relatos sólo se leen bien sobre la trama de la tradición litúrgica judía para tal cena. Solamente, los Sinópticos y san Pablo insisten precisamente en lo que, en esa última Cena, rompió de repente el automatismo tradicional.

Y ¿qué ruptura? Donde se funda la Nueva Alianza, que da un sentido y un contorno enteramente nuevos al rito antiguo y a la estructura misma de la chabûrah cristiana.

* * *

65. Santo Tomás, con su sentido preciso de la verdad y su concisión de lenguaje, llama a la Eucaristía "el memorial de la muerte del Señor". Eso es exactamente lo que instituyó Jesús, en el interior de una comida fraternal y tradicional de una pequeña chabûrah judía, en ocasión de la fiesta de Pascua. Reconozco explícitamente aquí lo que debo a Dom Gregory Dix, el benedictino anglicano autor de The Shape of the Liturgy.

En el curso de la última Cena, Jesús modificó profundamente el mismo sentido del ritual judío; introdujo elementos nuevos en el interior de ese ritual. Palabras y actos, él orientó toda esa última cena hacia una significación augural e inaugural, en el interior del rito antiguo, fundó un nuevo rito suyo, más sencillo y más pleno que el antiguo; en una palabra, instituyó el sacramento de la Eucaristía, y esta institución fue tan notable y notada, tan solemne y memorable, precisamente porque rompía deliberadamente con el rito antiguo. Cristo quería insistir precisamente en los puntos de ruptura que él introdujo.

Si se quiere que un gesto, que una palabra sean inolvidables, no hay que echarlos al aire. Un buen medio es desencadenar un automatismo, y luego interrumpir súbitamente ese automatismo, y entonces, solamente entonces, hacer el gesto increíble, lanzar el grito inaudito.

Entonces, sí, todo se hace inolvidable, como aquella vez en que todas las radios del mundo interrumpieron a la vez su ronroneo para, en el silencio, anunciar: Se ha declarado la guerra.

Jesús cuidó muy bien su puesta en escena, para grabar profundamente el acontecimiento en el espíritu de los comensales. Utilizó la cena pascual tradicional, vuelta principalmente hacia el pasado y conmemorando la liberación de Israel su salida del país de Egipto, pero cambió el ceremonial tradicional, dando a su chabûrah un espíritu y una regla nueva; centrando desde entonces toda la vida de esa chabûrah, no ya en una conmemoración de una antigua liberación, sino en la conmemoración eucarística de su sacrificio personal y de su muerte inminente, de que el sacrificio del Cordero pascual era sólo anuncio. ¡Ah Iglesia de Jesucristo, conservas bien tu testimonio, y tus recuerdos están vivos hasta en la presencia real!

Cuando llegó el momento de esa cena pascual, Jesús anunció la solemnidad única de la hora. Juan escribe: "Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, que sabía que había llegado su hora de retirarse de este mundo hacia el Padre, después de haber amado a los suyos de este mundo, los amó hasta el extremo". (Jn. 13,1) Y Lucas: "Cuando llegó la hora, se sentó él con sus discípulos. Y les dijo: -He deseado con ansia comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la comeré más hasta que se cumpla en el Reino de Dios". (Lc. 22,14-16)

Entonces, Jesús inaugura la comida judía, a la manera judía, con la ofrenda de una copa que bendice y pasa luego de mano en mano. Pero, al ofrecer esa copa a sus amigos, resume todo su destino temporal: la sombra de la muerte cubre esa comida, pero ilumina también la esperanza, ahora próxima, de la victoria y del Reino.

"Y tomando una copa, dio gracias y dijo: -Tomad esto, repartidlo entre vosotros, porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios." (Lc. 22,17-18) No es todavía el rito eucarístico, es sencillamente, según el rito antiguo, vino en una copa. Pero es una condescendencia poética, una cortesía por parte de Nuestro Señor, que el vino que ríe en nuestros vasos sea ya, y para todos nosotros, símbolo y recuerdo del Reino de Dios, para el que hemos sido creados y traídos a este bajo mundo.

La comida pascual era una comida de fiesta; cada comensal bebía por lo menos cuatro copas de vino. Se cantaban salmos, los niños preguntaban a los ancianos, que les respondían, se devoraba el cordero pascual, se evocaba lo que, en el pasado, había hecho Dios por el pueblo elegido, y se evocaba el Reino venidero, en que la elección de Israel encontraría su pleno cumplimiento de gloria. Jesús se había puesto muy a tono. Nadie duda de que su última Cena, a pesar de la sombra de la Cruz, fuera una comida alegre, con abundancia de vino y de cantos. El más joven, sin duda san Juan, hizo la pregunta ritual: "¿Por qué esta noche es diferente de las demás noches?", y Jesús respondió:

"Es por lo que me hizo el Señor cuando salí de Egipto. Por eso debemos darle gracias, darle la alabanza, la gloria, el honor, la exaltación, el júbilo, y bendecirlo por todos los milagros que ha hecho por nuestros padres y por nosotros. Nos ha transportado del cautiverio a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la fiesta, de las tinieblas al pleno día, de la servidumbre a la redención. Por eso, digamos ante él el Aleluya." Pues, tradicionalmente, y en cada generación, cada judío debe considerarse como escapado personalmente de Egipto: todo lo que hizo Dios por sus padres, se lo ha hecho a él mismo.

¿Por qué esa noche es tan diferente de las demás noches? Cierto que la Pascua cristiana continúa y prolonga la Pascua judía. Cada cristiano se evade también de Egipto y pasa de las tinieblas a la plena luz, y de la servidumbre a la redención. Pero todo eso es aún más verdadero de la Pascua cristiana que de la Pascua judía. Pues el cordero pascual y la salida de Egipto no eran más que figuraciones proféticas de Jesús que borra el pecado del mundo, proféticas de la salvación que trae. Ahora, ahora solamente estamos en la realidad de la redención. Por eso es única esta noche.

Tras la bendición y la distribución de la primera copa, antes incluso de instituir la Eucaristía, Jesús, que tenía el espíritu claro y decidido, y que hacía siempre precisamente lo que quería hacer, define sin equivoco el espíritu que, tras de Él, debía animar a la jerarquía de su Iglesia, dé su chabûrah. Los sinópticos precisan que, hasta ese momento, hubo discusión entre los apóstoles para saber quién era el primero de ellos. Entonces fue cuando Jesús empezó a echar a perder el ceremonial clásico mediante una pantomima muy suya, una parábola en acción.

En las salas de banquetes, siempre había una jofaina y un jarro para purificarse las manos. A veces, era el mismo anfitrión quien lavaba las manos a sus invitados. Jesús, pues, se levanta, se quita la túnica, se ciñe con un lienzo y lava -no las manos, según la costumbre- sino los pies de sus apóstoles. Luego explica el sentido de su gesto:

-¿Comprendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis El Maestro y El Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho con vosotros. Os doy mi palabra: el esclavo no es más que su amo, ni el enviado es más que quien le envía. Sabiendo esto, seréis felices si lo hacéis." (Jn. 13,12-17)

Más explícitamente aún, Marcos subraya no sólo la diferencia, sino la oposición entre el espíritu imperioso de los príncipes de este mundo, y el espíritu que deberá animar a la chabûrah de Jesús. "Sabéis que los que se consideran jefes de las naciones, las dominan como dueños, y los grandes les imponen su poder. No sea así entre vosotros; sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, sea servidor vuestro, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos, pues el Hijo de Dios tampoco ha venido a que le sirvieran, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos." (Mc. 10,42-45)

No a que le sirvieran, sino a servir, a dar su alma, su vida, en rescate por los demás; tales son los florones de la diadema de Cristo Rey. A mi juicio, el lavado de los pies de los apóstoles es tan importante como la entrada de Jesús en Jerusalén el domingo de Ramos, también es un acontecimiento mesiánico y que le sirve de contrapartida. Jesús define ahí, con una pantomima comentada, la naturaleza y el sentido de la realeza mesiánica que le ha sido reconocida por el pueblo de Israel. Igual que el baño está hecho para lavar, el efecto de esta realeza es purificar las almas. Jesús lava los pies a sus discípulos, y, en efecto, ese es un servicio bajo, reservado a los más bajos esclavos, y también es un servicio maternal: las madres lavan a sus hijitos. La realeza de Jesús es al mismo tiempo una realeza de servicio y una realeza maternal. Y ese servicio maternal es muy exigente, porque llega a dar su vida en rescate para purificar a la multitud. Todo eso está manifestado con un toque afirmativo y ligero, igual que un pintor compone un cuadro yuxtaponiendo los colores, pero evidentemente no de cualquier modo. Pero está claro que, mientras que los sacerdotes paganos se han expresado tantas veces mediante la crueldad, hasta los sacrificios humanos, en cambio, el hombre revestido de una autoridad que viene de Cristo, si quiere seguir en el espíritu de Jesús, debe hacerse servidor de todos, como Jesús mismo se hizo servidor: entró voluntariamente en todas las servidumbres (del sufrimiento, de las lágrimas, de la muerte, de la tumba) para liberarnos de la única esclavitud temible, pues nos separa del Reino de Dios, el del pecado.

En la mañana de Ramos, Jesús asumía públicamente toda una serie de profecías que prometían a Israel un Mesías glorioso. Aquí, ante sus apóstoles, Jesús asume personalmente la realización de toda otra serie de profecías -que hasta él parecían incompatibles con las primeras- de un Mesías Redentor, pero sufriente. Debo citar aquí el cuarto canto del servidor de Yahvé, escrito por Isaías más de medio milenio antes de la Pasión de Jesús. Cito por entero ese asombroso texto, porque da su luz propia a lo que ocurre aquí.

¿Quién creería lo que oímos decir?

Y el brazo de Yahvé, ¿a quién se ha desvelado?

Como un retoño ha crecido ante nosotros,

Como una raíz en tierra árida.

Sin belleza ni esplendor le hemos visto.

Y sin aspecto amable.

Objeto de desprecio, basura de la humanidad, Hombre de dolores, acostumbrado al sufrimiento, Como esos ante los que uno se tapa la cara, Estaba despreciado y desdeñado. Pero eran nuestros sufrimientos los que soportaba,

Y nuestros dolores los que le abrumaban.

Y nosotros, le considerábamos castigado, Herido por Dios, humillado.

Le han traspasado a causa de nuestros pecados, Aplastado a causa de nuestros crímenes. El castigo que nos da la paz está sobre él.

Y gracias a sus llagas quedamos curados. Todos, como ovejas, andábamos errantes, Cada cual por su propio camino.

Y Yahvé hizo caer sobre él los crímenes de todos nosotros. Horriblemente tratado, se humillaba y no abría la boca. Como un cordero llevado al matadero,

Como una oveja muda ante los esquiladores, sin abrir la boca.

Por violencia y juicio, le han capturado;

¿Quién se preocupa de su causa?

Sí, le han echado de la tierra de los vivos,

Por nuestros pecados, ha sido herido de muerte.

Han puesto su sepultura en medio de los impíos,

Y su tumba con los ricos,

Cuando nunca hizo daño

Ni su boca pronunció mentira.

Yahvé se ha complacido en aplastarle con el sufrimiento.

Si ofrece su vida en expiación,

Verá una posteridad, prolongará sus días,

Y lo que gusta a Yahvé se cumplirá por él.

Tras las pruebas de su alma, verá la luz y quedara colmado. Con sus sufrimientos, mi Servidor justificara a las multitudes, Abrumándose él mismo con sus culpas. Por eso le daré multitudes

Y compartirá los trofeos con los poderosos, Porque se ha entregado él mismo a la muerte

Y le han contado entre los criminales,

Cuando sobrellevaba las culpas de las multitudes

E intercedía por los pecadores.

Dejo al lector el cuidado de meditar este texto extraño y sorprendente. Nietzsche se Burló mucho de la dulzura y la humildad cristianas. Es más fácil burlarse de ellas que practicarlas. Aquí, en esta noche del jueves santo, en situación, como dicen en el teatro, frente a judas, esa dulzura y esa humildad de Jesús son frutos de un dominio de sí mismo y de un amor verdaderamente heroicos. Uno de los rasgos sorprendentes de la personalidad de Jesús es que en él no es ciego el amor. Para poder amar Jesús no se cierra los ojos voluntariamente, como lo hacemos tan a menudo. En el mismo momento en que da a judas las pruebas más conmovedoras de su amistad y de su humildad, Jesús denuncia la traición y al traidor. Jesús nos ama a todos, aun los más miserables y más indignos de ese amor, pero nos ama con los ojos bien abiertos sobre lo que somos y sobre lo que hacemos. Ninguna esperanza mayor se nos ha dado nunca. Quienquiera que seamos, nunca le engañaremos. Estamos descubiertos, y, al mismo tiempo, tenemos cerradas todas las salidas: su corazón es nuestro único refugio. He ahí la verdad de nuestra condición humana. Y los más fanfarrones de nosotros lo saben también, y quién sabe lo que pasa en el corazón de un fanfarrón en el momento ineluctable en que sabe que va a morir.

Dentro de unas horas, Jesús va a morir, y los pies de judas, que él acaba de lavar, colgaran de un árbol, por encima del suelo. Jesús lo sabe. "El Hijo del hombre se marcha, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre! Más le valía a ese hombre no haber nacido". (Mt. 26,24-25) Entonces habló judas, el que le iba a entregar: -¿Soy yo acaso, Rabí?-. Él le dijo: -Tú lo has dicho-. Y añadió: -Lo que has de hacer, hazlo pronto-. Entonces Jesús tendió a judas un trozo de pan mojado en la salsa, según el uso oriental para honrar el invitado distinguido. Judas, "después de tomar el bocado, salió fuera y era de noche". (Jn. 13,30)

* * *

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=5781 el 2006-08-29 18:21:10