conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Segunda Parte.- La Vida de Jesucristo

XVII.- El Conflicto (I)

49. En su breve pero muy sabia Historia del Judaísmo, desde Abraham a la fundación del Estado de Israel, y a propósito de la ruina de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, Isidore Epstein escribe: "De todos los partidos y todas las sectas que existían antes de la destrucción (y según una fuente antigua había veinticuatro), sólo sobrevivió a ese cataclismo nacional la secta de los fariseos. Todos los demás partidos fallaron a su pueblo en la hora de la necesidad. Desde los primeros momentos de la guerra, los judeocristianos se retiraron en seguridad a Pella, al otro lado del jordán, mientras que los saduceos, los zelotes, los esenios y todas las demás sectas desaparecían poco a poco de la escena. Sólo los fariseos se quedaron en su sitio y permanecieron para reconstruir la armazón trastornada de la vida espiritual de Israel. En realidad, los fariseos eran el partido más adecuado a las necesidades del momento."

A poco que se conozcan las circunstancias en que el Estado de Israel se hundió entonces, uno se da cuenta de la exactitud de ese resumen. En el tema que nos ocupa, y que es la historia de Jesucristo, tal estado de cosas provoca dos observaciones interesantes. La primera es que resulta casi imposible hacernos una idea exacta de la sociedad religiosa y política judía en la época de Jesucristo, es decir, antes de la ruina de Jerusalén: veinticuatro partidos a la vez políticos y religiosos, de los cuales sólo hemos conservado cinco nombres (los fariseos, los saduceos, los esenios, los zelotes y los sicarios) antes de la catástrofe, y después de la catástrofe, uno solo, los fariseos. Hay ahí una transformación tan radical que es muy difícil imaginar lo que había antes, por lo que queda al final.

Sin dar ningún juicio de valor, propongo dos ejemplos. Francia, entre las dos guerras mundiales, hormigueaba de partidos, de sectas, de disensiones y de discordias. Supongamos que, después de la segunda guerra mundial, no se hubiera encontrado más que con un solo partido, campeón del legalismo y del realismo político, la Action Française. ¿Cómo, a través de ése único partido, se podría imaginar lo que era la Francia del Frente Popular? Actualmente, Estados Unidos de América pululan de sectas religiosas. Supongamos que, a través de un cataclismo nacional, sólo subsistiera el catolicismo romano de los irlandeses para representar el espíritu religioso en Estados Unidos. ¿Quién podría darse cuenta de la fermentación religiosa que había antes? Lo mismo ocurre aquí: el partido de los fariseos se halló solo, y marcó tan fuertemente las tradiciones nacionales posteriores, que nos es casi imposible saber lo que era Israel antes de la ruina de Jerusalén

La segunda observación es que el único partido que sobrevivió a la catástrofe para volver a tomar en sus manos a Israel es el partido de los fariseos, y que, de todos los partidos, había sido, por excelencia, el que más se opuso a Jesucristo. Hay ahí quizá una inmensa desgracia, quizá irreparable. El conflicto de Cristo con los fariseos, retrospectivamente, parecería extenderse a toda la nación judía. Ahora bien, tal conclusión me parece absolutamente falsa.

Nada nos impide pensar, y, por el contrario, muchas cosas nos llevan a pensar -incluso en los Evangelios, y sobre todo en los Sinópticos-, que los enemigos e Cristo fueron sólo una minoría en la nación (bien situada socialmente, es cierto), pero que la inmensa mayoría del pueblo judío estaba a favor de Jesucristo.

Pero hay algo más, y mucho más grave. Suplico a mi lector que me crea -pienso aquí particularmente en un lector Judío- al afirmar que hablo con gran sinceridad. Sé muy bien que puedo equivocarme, pero, al hacer ciertas preguntas, me atrevo a suponer que esas preguntas se hacen objetivamente. A todos les importa conocer las preguntas que se plantean realmente, aunque ocurra que yo sea incapaz de dar la respuesta adecuada y eso me tiene que pasar a mí, sin remedio. Creo que la ruina de Jerusalén, el naufragio del Estado de Israel en el año 70, la dispersión de la nación (ya muy iniciada, pero entonces irremediable) fuera de su centro natural y sagrado, el Templo, empobreció singularmente la antigua religión de Israel, y que el hecho sé que volvieran a tomar en su mano los destinos de la nación sólo los fariseos no compensó en absoluto ese empobrecimiento, sino que al contrario, lo solidificó y lo hizo definitivo. Y esta es la cuestión que se me plantea: si la mutación fue tan extensa, tan profunda, tan irreversible, y tantos elementos hasta entonces esenciales fueron tirados por la borda de golpe, ¿acaso el judaísmo sigue siendo reconocible después de tal mutación? Personalmente, creo que no. Para mí, e históricamente, hay dos judaísmos en ruptura uno con otro: el judaísmo desde Abraham hasta la ruina de Jerusalén, y el judaísmo de después de la ruina de Jerusalén. Ahora bien, Cristo vivió y murió bajo el primer judaísmo.

Sé que aquí entro en una discusión sin fin, análoga a la que enfrenta a protestantes y católicos. Los fariseos insistieron en el carácter individual, espiritual (no digo místico), universal, desencarnado, del judaísmo. La santa Thora les hizo de patria, de Tierra prometida, de Templo, de Arca de Alianza; quizás incluso remplazó a la Promesa y concretó entre os la Presencia de Dios y su gloria. Así salvaron lo que podía salvarse, lo cual es la exigencia de todas las derrotas, y así permitieron la supervivencia de la nación. Pero ¿a qué precio? Tuvieron que abandonar:

  • la realidad concreta del Templo de Jerusalén, morada de Dios y residencia de su gloria,
  • el sacerdocio de Aarón,
  • los sacrificios, que son el centro de gravedad de toda religión auténtica,
  • el Apocalipsis y su tradición escatológica tan profundamente ligada al mesianismo (de eso hablaré en el capítulo siguiente),
  • la Tierra prometida, herencia de Abraham.

Son muchas cosas preciosas abandonadas sin regreso. Tal empobrecimiento de la antigua religión de Israel no puede compararse, en efecto, sino a la crisis luterana que echó por la borda la autoridad de la sede de Roma, la presencia corporal de Cristo en la eucaristía, el sacerdocio y la jerarquía, la significación profunda de los sacramentos y de la gracia.

¡Inmensa ruina...! La pérdida del Templo, y sobre todo, la profanación de la santa montaña que, desde Salomón, había sido el escabel visible de ' Dios sobre la tierra, debió parecer a muchos judíos la decapitación de su religión. Es cierto que los fariseos tienen el mérito de haber salvado lo que podía salvarse, pero murieron muchos judíos, y por decenas de millares, que no aceptaron nunca que se les arrancara lo que juzgaban tres veces santo e irremplazable. Cuando en 132, Adriano hizo elevar en la montaña de Sión un templo a júpiter Capitolino, los judíos se rebelaron una vez más, sin esperanza, sólo por el honor de Dios, bajo la dirección de Simeón Ben Kochba, que, como dice Epstein, "arrastró a la mayor parte de la población". Rebelión heroica y pura, si las ha habido. Claro que fue vencido, dos veces vencido, porque le mataron y los hechos no le dieron razón.

Ben Kochba, por lo demás, no era más que un jefe de guerra, de quien no tenemos más que algunas cartas, los fariseos, por su parte, eran escribas. Los que escriben acaban por hacerse comprender, sus razones quedan, es decir, que acaban por tener razón. Los que sólo son capaces de verter su sangre, mueren por segunda vez en el corazón de la historia.

Es verdad, el sacrilegio estaba ahí, ineluctable. La horrible barbarie romana había erigido ese ídolo grotesco de júpiter en el mismo lugar donde se había entronizado en su gloria el Díos de Israel. Y allí se quedó. Como los fariseos, pero no por las mismas razones, pienso que el Templo ya no era esencial para la supervivencia del judaísmo. ¿Por qué? Porque la Presencia de Dios ya había emigrado al cuerpo de Jesucristo, ahora inaccesible a los golpes de un destino temporal. Los sacramentos de la Nueva Alianza habían remplazado a los antiguos sacrificios. El sacerdocio de Jesús había remplazado al sacerdocio de Aarón, al darle soberano cumplimiento. La realidad había remplazado a las figuras dándoles su sentido definitivo. La tierra entera había llegado a ser herencia de Abraham, todas las razas se podían injertar en el antiguo linaje de Abraham, y la bendición caía sobre todas las naciones rescatadas por Jesucristo. En Cristo y el cristianismo, se cumplen perfectamente la religión, los ritos, las profecías del antiguo Israel, desde Abraham a la ruina de Jerusalén. Ben Kochba tenía razón: hay que batirse y morir por el Templo, pero el Templo del Dios de Israel no está ya allí donde lo creía. La presencia de Dios y su gloría han emigrado a otra parte, como lo habían hecho ya desde el Tabernáculo al Templo.

Hay así en la historia algunas catástrofes que producen el efecto de amputaciones irreparables. Sin duda, son explicables, llenas de equívocos, ninguno de los dos bandos está puro, y menos aún para el tercer bando que ha permanecido neutral. Tal fue la caída de Constantinopla, tal fue la derrota de Ben Kochba. Nunca me consolaré de eso.

Algunos se reirán de verme atribuir tal importancia a un Ben Kochba, cuyo nombre no han leído nunca en sus estudios. Por eso decía yo que ciertos vencidos mueren dos veces. ¿La causa por la que han muerto es por ello menos importante? Son los romanos quienes mataron a Ben Kochba, pero son los fariseos quienes pudieron con él, imponiendo al judaísmo una amputación que daba horror a ese valiente.

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