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XV.- La Iglesia en Ciernes (III)

35. "Los griegos buscan la sabiduría." Como acaba de decir que los discípulos de Juan han dado la razón a Yahvé, Jesús dice ahora, y con segura solemnidad: "La Sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos". Y para ilustrar estas palabras de Cristo, Lucas cuenta a continuación una de las más bellas escenas del Evangelio, la historia de la pecadora arrepentida y perdonada, que una tradición venerable y muy verosímil identifica con María Magdalena. A esa tradición me uno.

Su lugar en el Evangelio de Lucas convierte a María Magdalena en la contraposición exacta de Juan Bautista: como Juan representa la búsqueda griega de la Sabiduría[3]. Los arquitectos de la Edad Media reconocieron perfectamente el estrecho vínculo entre los dos personajes. El nártex de la basílica de Vézelay está dedicado a san Juan Bautista, que lo domina admirablemente, pero la propia basílica está dedicada a María Magdalena.

Tiberíades era una ciudad cosmopolita y muy helenizada; la corte de Herodes, tetrarca de Galilea, copiaba la corte de los emperadores y los príncipes griegos, en una época en que la moda y el snobismo eran propios de la cultura griega. María Magdalena, a los ojos de los judíos pecadora en la ciudad", era pagana de costumbres, si no de nacionalidad, y en ese sentido debía dar horror a los fariseos. Jesús, sin embargo, la recibe, se deja tocar por ella y se deja aun más conmover por sus lágrimas de arrepentimiento y de violento amor de adoración. Rompe un ánfora de perfumes preciosos y la vierte a los pies del Señor en supremo homenaje silencioso. En el curso de ese modesto banquete, es, más que Diótima en el Banquete de Platón, la hija de la Sabiduría, la que reconoce en Jesús a la misma Sabiduría encarnada, como Juan Bautista ha reconocido en él al Mesías taumaturgo, que recibió la unción del Espíritu Santo y la investidura de Hijo de Dios.

Y Jesús concluye esta escena admirable diciendo al dueño de la casa, que era fariseo: "Se le han perdonado sus pecados, aunque sean muchos, porque tiene mucho amor". Como dice aquí Ronald Knox, cuyos comentarios a los Evangelios son tan modestos, tan preciosos, tan profundamente inteligentes, el amor de Magdalena no es todavía ahí un amor de gratitud; Es un amor anterior al perdón, es un amor violento como una gran hambre o una gran sed;(Lc. 7,37-50) esa mujer está invadida de una necesidad de pureza y de perdón, hasta morir, y, con impulso infalible, reconoce en Jesús, con la misma claridad que Juan Bautista, "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", y que la purificará. Ahí hay una eclosión imprevista de la Sabiduría griega, que nunca ha concebido la idea misma del pecado.

María Magdalena, con las manos siempre llenas de perfume, recorre el Evangelio con paso alerta, y, con toda la gloria de una belleza regia, va de banquetes en jardines, buscando la Sabiduría, el amor y el gozo. Como antaño con los Reyes Magos, con ella es toda la gentilidad, todo el mundo pagano, quien se prosterna a los pies de Jesús y le proclama Señor de Sabiduría, como Juan le ha proclamado Mesías. El paralelismo de san Pablo y de Lucas, expresado plenamente en esos dos asombrosos personajes, encuentra al fin su centro de gravedad, y es Jesús: "Los judíos quieren milagros, los griegos buscan la sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos un Cristo crucificado..."

La noción y la palabra de Sabiduría, sin embargo, no eran nuevas en el propio Israel. Pero su introducción era relativamente reciente, contemporánea de la realeza, cuando Israel, ya establecido como clan, había llegado a ser además una ciudad. La patria de la Sabiduría no es el clan; es la ciudad. La "Sabiduría" de Israel empezó por ser una colección de proverbios empíricos, un poco rastreros, en el sentido en que se habla de la "sabiduría de las naciones". Pero la inquietud especulativa y la preocupación religiosa de ese pueblo no podían quedarse ahí. Los reyes de la tierra-y especialmente, Salomón, rey judío, eran renombrados por su sabiduría, y los judíos no tardaron en preguntarse si Dios, su Dios, también tenía una Sabiduría, y cuáles podían ser las relaciones de Dios con su Sabiduría.

También estuvo la influencia inevitable del helenismo. La más alta civilización humana estaba conquistando el mundo, no tanto por las armas cuanto por la tranquila irradiación de la inteligencia y del arte. Se definía por una búsqueda de la Sabiduría y una familiaridad con ella: la palabra "filosofía" no quiere decir otra cosa. Los judíos soñaron una Sabiduría de su Dios por encima de la de Sócrates o Platón, como el cielo está por encima de la tierra. Se prohibían todas las artes plásticas por miedo a la idolatría. La Sabiduría de su Dios llegó a ser el arte mismo de su Dios, que desde el comienzo estaba en sus consejos para crear y organizar el universo. Dios había creado el mundo con su Palabra; también la había creado por su Sabiduría: los judíos identificaron la Sabiduría con la Palabra de su Dios.

El Señor me estableció al principio de sus tareas,

Al comienzo de sus obras antiquísimas.

En un tiempo remotísimo fui formada,

Antes de comenzar la tierra.

Antes de los abismos fui engendrada,

Antes de los manantiales de las aguas.

Todavía no estaban aplomados los montes,

Antes de las montañas fui engendrada.

No había hecho aún la tierra y la hierba,

Ni los primeros terrones del orbe.

Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;

Cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;

Cuando sujetaba el cielo en la altura,

Y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar:

Y las aguas no traspasan su mandato;

Cuando asentaba los cimientos de la tierra,

Yo estaba junto a él, como aprendiz,

Yo era su encanto cotidiano,

Todo el tiempo jugaba en su presencia:

Jugaba con la bola de la tierra,

Gozaba con los hijos de los hombres.

En otro lugar, la Sabiduría es explícitamente descrita como "salida de la boca del Altísimo". Una cosa me impresiona particularmente en este último contexto, y es que la Sabiduría es comparada a uno de esos perfumes litúrgicos, difundidos bajo la Tienda que protegía la presencia del Dios de Israel. Cuando Lucas escribe que "la Sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos", se ve cómo el homenaje silencioso pero perfumado de María Magdalena tenía quizá un alcance de adoración que no se puede comprender bien más que si se dirigía a una presencia que era el centro milenario de culto en Israel. María Magdalena, como Juan Bautista, fue directamente a lo que había de esencial en Jesús, al misterio flameante de su Encarnación, redentora de todos sus pecados.

¿Qué mejor homenaje rendido a la Sabiduría que seguir sus enseñanzas, poniéndose "a sus pies"? La Bible de Jérusalem señala con razón que ponerse a los pies de un sabio, es explícitamente hacerse y proclamarse discípulo suyo. San Pablo dirá más tarde que "se ha formado a los pies de Gamaliel". No cabe dejar de notar que, en el relato de la pecadora perdonada, y con riesgo de recargar su estilo, pero con la voluntad decidida de subrayar una situación, Lucas menciona siete veces los pies de Cristo, para señalar que esa mujer se ha hecho la discípula por excelencia de la Sabiduría divina, lo que repetirá una vez más a propósito de María en Betania, que, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra". Los Evangelistas son escritores precisos.

36. Ahora Lucas va a desarrollar el tema Sabiduría-Palabra-de-Dios, como ha desarrollado el tema Milagros. Escribe de Jesús: "Y sucedió después que fue de camino, a través de pueblos y aldeas, dando la Buena Noticia del Reino de Dios, y con Él iban los Doce, y algunas mujeres que se habían curado de espíritus inmundos y enfermedades: María la que llamaban la Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, la mujer de Juza, intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que les ayudaban con sus bienes".

Doce hombres, los apóstoles, más bien sencillos y pobres; entre ellos, sin embargo, un agente del fisco, cuando tales hombres eran particularmente despreciados entre los judíos y tenidos por pecadores. Algunas mujeres, más bien ricas y afortunadas, ciertamente elegantes y bellas, habituadas a la corte de los reyes, y, en primer lugar, María Magdalena. La caravana debía producir un efecto bastante curioso. ¿Qué le importa a Cristo? Él había elegido a sus compañeros de camino, no por su fortuna, aun cuando la tuvieran, no por su belleza ni por su elegancia, aun cuando alguna de las mujeres de su comitiva fuera soberbia, no por su inteligencia ni por su habilidad, ni aun por su reputación, ya que la reputación de Mateo y de María Magdalena estaba perdida, sino por su receptividad de discípulos, su docilidad, es decir, por su fe en el, su amor por él, su aptitud para ser discípulos de la Sabiduría y servidores de la Palabra.

Jesús propone entonces una serie de parábolas. La parábola era un género literario muy honrado entre los semitas. En mi libro La doctrina de Jesucristo me propongo estudiar ese género literario a causa de su excepcional importancia en el Evangelio. A Jesús le gustaba mucho sumergir su revelación en el enigma de la parábola.

No obstante, Lucas presenta aquí una parábola que no dejaré pasar, porque, como ha notado Ronald Knox, expone en términos velados el programa de Jesús para una Iglesia universal; a tal título, tiene valor de acción histórica como de enseñanza. Jesús expone ahí su concepción central de la Palabra-Sabiduría de Dios. Esta palabra quizá va aún más lejos de lo que se imagina comúnmente. He aquí, pues, esa famosa parábola:

"Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y al brotar se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena, y al crecer dio fruto al ciento por uno.

"...El sentido de la parábola es éste: La semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y no se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por el momento creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los que, con un corazón noble y bueno, escuchan la Palabra, la guardan y perseveran hasta dar fruto."

La explicación que el propio Jesús ha dado de esta parábola está bastante clara. No obstante, si es lícito meditar y buscar todas sus implicaciones, sorprende la clave de la parábola: la semilla, es la Palabra de Dios. Se piensa en el pacto de la antigua Alianza, en que Dios insiste tanto en la semilla de Abraham. En las primeras palabras de la propia parábola, la solemnidad de la repetición nos advierte la eminente dignidad del personaje puesto en escena: "Salió el sembrador a sembrar su semilla." Se trata del sembrador, no de un sembrador, es el sembrador por antonomasia, es decir, de Dios mismo, porque la semilla es la Palabra de Dios, es decir, el mismo Cristo.

Todavía estamos en uno de esos puntos de confluencia en que estalla la estrategia de Jesucristo, reveladora de él mismo. Ha sugerido que él es el Templo, es decir, la Presencia divina en medio de su pueblo; ha sugerido que es la Sabiduría y la Palabra de Dios; Ha tomado el título apocalíptico de Hijo del hombre; ahora sugiere que es la Semilla por excelencia, semilla de Dios, pero también semilla de Abraham, a quien se hicieron las promesas y sobre la que se estableció la Alianza. Él, siempre él, en el extremo de todos los caminos de la exigencia de Israel, pero también de los hombres que buscan.

Con la parábola del sembrador, Lucas da de la Iglesia una imagen simétrica a la que ha dado al contar la pesca milagrosa. A un lado, el mar, y Jesús de pie, en una barca llena de peces; al otro, la tierra, una tierra sin fronteras, y el sembrador que la recorre a grandes zancadas y que, con prodigalidad loca, lanza a manos llenas su simiente. Es el carácter indefinido lo que Jesús quiso subrayar en los primeros esbozos que dio de su Iglesia.

El evangelista Mateo, en otra parábola, reveló aún mejor la nota universal, católica y propiamente épica de la nueva Iglesia. Se trata de la parábola del campo sembrado a la vez de buen grano y de cizaña; cuando explica esta parábola, Cristo lo hace en una especie de poema de fabulosa envergadura:

El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre:

el campo, el mundo;

la buena semilla, son los hijos del Reino;

la cizaña son los hijos del Malo,

y el enemigo que la siembra, es el diablo;

la cosecha es el fin del tiempo,

y los cosechadores, los ángeles.

Se nos corta el aliento, pero eso dice muy bien lo que quiere decir. Ahí están las verdaderas dimensiones de nuestra religión y de la Iglesia de Cristo, coextensivas con el universo, con todo el desarrollo del tiempo, y con la eternidad. Quien lo vea con menos grandeza no está en buena disposición para ser cristiano.

Se puede notar la diferencia de interpretación entre esta parábola y la del sembrador. Aquí, el Sembrador es el Hijo del hombre, y la semilla son los hijos del Reino. Pero lo idéntico en ambos casos son las perspectivas universales: El campo, es el mundo; la cosecha es el fin del tiempo. Por lo demás, tales parábolas siempre tienen una significación polivalente. Una interpretación no excluye a la otra, sino que, por el contrario, la incluye. ¿Qué dice, por lo demás, Juan el evangelista? "El Hijo de Dios ha venido para destruir las obras del Diablo. Quien ha nacido de Dios, ya no peca, porque la Semilla de Dios permanece en él, y no puede pecar porque ha nacido de Dios.

Y ¿de cuándo data esta visión religiosa del mundo? San Pablo la hace remontar explícitamente a Abraham. "No por medio de la Ley, sino por medio de la justificación de la fe, se le hizo a Abraham y a su semilla la promesa de ser herederos del mundo." Verdaderamente, desde el Génesis hasta las últimas epístolas de san Juan, y en toda la Sagrada Escritura, no hay nada tan consistente en su significación, tan rico en analogías, y tan pleno de virtualidades inteligibles como la noción y la palabra misma de Semilla.

Cuando san Pablo afirma que el mundo entero, el tiempo y la eternidad, están en la herencia de Abraham, no innova nada; está en la pura tradición judía. La Mekilta escribe: "Y así ves que Abraham nuestro padre, por el solo mérito de la fe que tuvo en Yahvé, heredó de este mundo y del otro, como se ha dicho; y creyó en Yahvé y Yahvé se lo contó como justificación." Por la fe y por la justificación que produce podemos reivindicar el universo y la eternidad. La tierra prometida de Canaán no era nunca más que una etapa, una prenda, un trampolín, con vistas a una extensión universal en el espacio y en el tiempo de la bendición de Abraham que había de extenderse infaliblemente a todas las naciones.

* * *

37. También en el famoso pasaje de la Primera a los Corintios, en que judíos y griegos se reconcilian en el Cristo crucificado, san Pablo concluye: "Cuidad de vuestra vocación". La vocación no es más que el destino de la Palabra de Dios sobre tal o cual hombre. Lucas refiere aquí un consejo de Cristo que dice lo mismo: "Mirad entonces cómo escucháis".

Luego, al seguir desarrollando la línea Palabra-Sabiduría, Lucas presenta un episodio que es la conclusión remota del escándalo de Nazaret. "Se presentaron entonces a verle su madre y sus hermanos, y no podían llegar hasta él por la multitud. Y le avisaron: -Tu madre y tus hermanos están fuera queriendo verte-. Pero él les replicó: -Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen". Marcos dice: "El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre".

Así continúa la persecución familiar, la más obstinada de las persecuciones. Lucas, que es un escritor púdico, no se ha atrevido a decirnos explícitamente que el apóstol Mateo había sido publicano, ni que María Magdalena había sido "pecadora en la ciudad"; no quiere marcar con trazo demasiado duro esta escena. Juan nos dice: "Ni sus hermanos mismos creían en él". Y Marcos, que no se anda con rodeos, escribe crudamente: "Los suyos salieron a llevársele, porque decían: -Está fuera de sí-". ¡Encantadora familia! Lo que quería la familia de Jesús para él, era peor que la cruz: era la celda de castigo. Después de todo, esa familia era como muchas otras, ni mejor ni peor. Pero, de todos modos, es de significación sorprendente que fuera la parentela más próxima de Jesús la que se atreviera a decir de Jesús que "estaba fuera de sí"; Él, que era la Sabiduría en persona. Al menos, continúa el balanceo: Milagros y Escándalo, Palabra-Sabiduría y Locura.

Y María, la madre de Jesús, ¿por qué estaba entre esa gente? Como todas las buenas madres en los conflictos de ese género, servía de rehén' inauguraba sus funciones de mediadora y de abogada, en una atroz querella familiar en que estaban comprometidos el honor y la misión de su hijo. Es de notar que, en el momento del proceso y de la ejecución de Jesús, salvo su madre y una hermana de su madre, toda esa ruidosa parentela había desaparecido. Debían estar en sus casas, moviendo la cabeza gravemente, comunicándose la certeza de haber tenido razón y diciéndose que así es como tenía que acabar. Así son las familias.

A los intentos de su parentela, Jesús da una respuesta liberadora, negando para siempre toda legitimidad a la tiranía familiar. No se reconoce otra familia ni otra parentela que los que escuchan la palabra de Dios, los que ponen en práctica y cumplen la voluntad de Dios. Está muy lejos de rechazar a su madre: proclama que la grandeza de esa mujer no fue tanto el hecho carnal de haberle traído al mundo cuanto su obediencia espiritual a la Palabra de Dios, desde su respuesta al ángel: "Hágase en mí según tu palabra", hasta el consentimiento doloroso al pie de la Cruz.

El pensamiento de Lucas sobre este tema está muy claro. Ha conocido a la Virgen María, ha obtenido de ella muchas informaciones. Ella era para él el vaso precioso en que se había encarnado la Palabra de Dios, el "Trono de la Sabiduría", como dicen las letanías. También es Lucas quien señala este rasgo en la historia de Jesucristo: "Mientras Jesús hablaba ala gente, una mujer entre la multitud levantó la voz diciendo: -¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!-. Jesús le responde, y, como a propósito de Juan Bautista y de la exigencia judía de los milagros, proclamó esta bienaventuranza: "Felices los que no se escandalicen de mí", aquí, a propósito de su madre, concluye siguiendo la línea de la búsqueda de la Sabiduría-Palabra: "-Mejor: ¡Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!-."

Se me acusará de nutrir sentimientos antinaturales contra la familia y la patria chica, y aun quizá contra la grande. Trato simplemente de leer en el Evangelio lo que en él está escrito. Jesús, por lo demás, no condena ni a la familia ni a la patria: ¿cómo se va a condenar el aire que se respira? Jesús nos explica que hay que desconfiar, de todos modos, de esas realidades sociales cuya propensión natural es la ferocidad y la falta de inteligencia. Hemos de desconfiar de los imperialismos biológicos y de los instintos gregarios, del instinto posesivo y de las idolatrías patrióticas. Una madre, una familia, una patria sólo son profundamente respetables en cuanto que también escuchan la Palabra de Dios, hacen la voluntad de Dios y respetan las vocaciones. Toda la grandilocuencia biológica que rodea esas realidades naturales no ha de impresionar a un cristiano.

* * *

Notas

[3] Sobre esta identificación de María Magdalena con el espíritu de la Sabiduría griega, véase al final la objeción de Maritain y la respuesta del autor. (N. del T.)

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