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Aspectos de la Teología de Cirilo

Es hoy opinión general que no hay razón para pensar que, en su juventud, Cirilo haya compartido los puntos de vista arrianos, como se le acusó (cf. supra, p.378). Ante las controversias dogmáticas de su tiempo adoptó, al parecer, durante mucho tiempo una actitud de reserva. Acaso su espíritu fuera demasiado práctico para interesarse realmente en aquellas cuestiones. En sus Catequesis nunca alude al arrianismo. Sin embargo, se opone con frecuencia a sus enseñanzas y defiende con decisión la unidad perfecta de esencia entre el Padre y el Hijo.

1. Cristología

En su catequesis 11 enseña claramente la divinidad de Cristo y rechaza el argumento arriano de que "hubo un tiempo en que El no existía" y que es Hijo de Dios "por adopción":

Siendo engendrado por el Padre, es Hijo de Dios por naturaleza, no por adopción... Ahora bien, cuando oigas hablar de que Dios engendra, no empieces a pensar en términos corpóreos ni te pongas en peligro de blasfemar, imaginando una generación corruptible. "Dios es espíritu" (Io 4,24). La generación divina es espiritual. Los cuerpos son engendrados por los cuerpos y necesitan un intervalo de tiempo para perfeccionarse. En cambio, el tiempo no entra en la generación del Hijo por el Padre. Los cuerpos son engendrados en estado imperfecto, mas el Hijo de Dios fue engendrado perfecto. Lo que es ahora, fue engendrado eternamente desde el principio. Nosotros somos engendrados de forma que nos vamos desarrollando desde la infancia hasta el uso de razón. Siendo como eres hombre, tu primer estado es imperfecto y tu progreso es por etapas. Pero no imagines nada de esto en la divina, ni atribuyas falta de poder al Padre. En efecto, atribuirías falta de poder al Padre si es que el Engendrado al principio fue imperfecto y luego, con el tiempo, alcanzó la perfección, es decir, si es que el Engendrador no le concedió desde el principio lo que se le otorgó, según hipótesis, después de cierto lapso de tiempo.

No pienses, pues, en términos de generación humana, como cuando Abrahán engendró a Isaac. Porque Abrahán engendró en verdad a Isaac; pero lo que él engendró no era producto de su voluntad, sino lo que otro le diera. En cambio, cuando Dios Padre engendró, no lo hizo como desconociendo lo que sería o sólo después de deliberarlo algún tiempo. Sería una enorme blasfemia decir que Dios no sabía a quién iba a engendrar, y no sería menor blasfemia el afirmar que el Padre se hizo Padre después de deliberarlo. Pues que Dios no fue primeramente sin Hijo, y luego, después de cierto tiempo, vino a ser Padre, sino que tuvo a su Hijo desde toda la eternidad, pero no engendrándole como los hombres engendran a los hombres, sino como sólo sabe quien le engendró, verdadero Dios antes de todos los tiempos. Siendo el Padre Dios verdadero, engendró a su Hijo semejante a El, Dios verdadero (θεός αληθινός).

La postura arriana queda aquí refutada con acierto, y la doctrina de Cirilo está completamente de acuerdo con la fe nicena. Cristo es "verdadero Dios" en el mismo sentido que el Padre (11,14) y es uno con el Padre: "Son uno a causa de la dignidad que pertenece a la divinidad; uno respecto de su reino; uno, porque no hay discordia ni división entre Ellos; uno, porque las obras creadoras del Hijo no son distintas de las del Padre" (11,16). Afirma explícitamente: "Aquel que descendió al infierno por causa del hombre es el mismo que al principio creó del barro al hombre" (11,24).

Con todo, queda en pie el hecho de que Cirilo nunca usa el δμοούσιος niceno. Esto no puede ser casual. Tiene que haber soslayado el término deliberadamente. Se dan dos explicaciones de esta extraña actitud, que está en contradicción con sus creencias. Como insiste en la necesidad de emplear un lenguaje escriturístico (Cat. 5,12), es posible que censurara la introducción en el símbolo de palabras nuevas que no se encuentran en los escritos inspirados de los evangelistas y de los apóstoles. Hasta entonces, todos los símbolos habían sido compuestos con expresiones tomadas de la Biblia. Así describe Cirilo el símbolo que han de aprender de memoria los candidatos al bautismo: ?Mas al aprender y confesar la fe, guarda solamente aquella que ahora te entrega la Iglesia, defendida por todas las Sagradas Escrituras. Pues, como no todos pueden leer las Sagradas Escrituras, ya que a muchos les impide su rudeza, y a otros sus ocupaciones, para que el alma no perezca de ignorancia, vamos a reunir en pocos versículos todo el dogma de la fe... El símbolo de la fe no lo ha compuesto el capricho de los hombres, sino que los principales puntos, sagrados de las Santas Escrituras, perfeccionan y completan esta única doctrina de la fe? (Cat. 5,12; trad. A. Ortega). La otra razón que tendría para oponerse al término homoousios podría ser el sentido sabelianista que muchos veían en dicha expresión. Repetidas veces (Cat. 4,8; 11,13.16.17; 15,9; 16,4) previene a sus oyentes contra esta herejía. Demuestra estar a igual distancia de Arrio como de Sabelio, frente a ambos, cuando afirma:

Cree también en el Hijo de Dios, único, nuestro Señor Jesucristo, Dios de Dios, vida engendrada de la vida, luz de luz y en todo semejante a su Engendrador (εν πασιν όμοιος τω γεγεννηκότι). Que no recibió el ser en el tiempo, sino que antes de todos los siglos, y antes de todo lo que se pueda pensar, fue engendrado por el Padre. El es la sabiduría y el poder y la justicia de Dios, y está sentado a la diestra del Padre antes de todos los siglos. Porque no recibió este trono, como algunos pensaron, después de la pasión y como premio y corona de sus sufrimientos, sino que desde que existe (y estuvo engendrado desde toda la eternidad) tiene esta real dignidad y está sentado con el Padre, porque, siendo Dios con el mismo poder y sabiduría, como está dicho, tiene que ser creador de todo con el Padre y reinar también juntamente con el Padre. Así, pues, nada le falta a su dignidad de Dios; El conoce a Aquel que le engendró del mismo modo que es conocido por el Engendrador. Y para decirlo más brevemente: ?Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie tampoco al Padre sino el Hijo? (Mt 11,27).

No separes al Hijo del Padre [como hiciera Arrio], ni, confundiendo los dos conceptos, creas en la Filio-paternidad (υιοπατορίαν) [como hizo Sabelio]; sino que cree que el Hijo es el Unigénito del único Dios, que es el Verbo, Dios antes de todos los siglos (Cat. 4,7-8; trad. A. Ortega).

2. Espíritu Santo

Al igual que el Hijo, también el Espíritu Santo participa; de la divinidad del Padre:

Sólo puede verle como conviene el Espíritu Santo con el Hijo. Aquél todo lo escudriña, y hasta conoce todas las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), lo mismo que el Hijo unigénito. "Al Padre, dice Cristo en el Evangelio, no le conoce nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo haya revelado" (Mt 11,27). Jesucristo ve, pues, al Padre como conviene, y por medio del Espíritu Santo le revela, según la capacidad de cada uno. Como el Hijo unigénito participa de la divinidad del Padre con el Espíritu Santo... (Cat. 6,6; trad. A. Ortega).

Cirilo afirma repetidas veces que el Espíritu es persona distinta, y llama la atención sobre la acción directamente personal que se le atribuye: "El que habla y envía es viviente, subsistente [personal] y operante" (Cat. 17,9.28.33.34). En una ocasión afirma lo siguiente:

Está establecido que existen varias apelaciones, pero uno solo e idéntico es el Espíritu, el Espíritu Santo, viviente y personalmente subsistente y siempre presente con el Padre y con el Hijo; no como algo que se pronuncia o se respira con la boca y los labios del Padre y del Hijo, o algo que está difundido en el aire, sino como un ser que existe personalmente, y que habla, y que obra, y que realiza su dispensación y su santificación, porque es cierto que la obra de la salvación con respecto de nosotros, que procede del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es indivisible y concorde y único (Cat. 17,11).

Resume así su fe trinitaria: "Nuestra fe es indivisa, nuestra reverencia es inseparable. Ni separamos la Trinidad santa ni la confundimos, como hace Sabelio" (Cat. 16,4).

El interés teológico de las Catequesis de Cirilo estriba principalmente en su importancia como fuente valiosísima de información sobre la historia de la liturgia y de los sacramentos. Tenemos aquí, por vez primera, una descripción detallada de los ritos bautismales y eucarísticos y lo esencial de una teología de la liturgia.

3. Bautismo

Para explicar la liturgia primitiva del bautismo, Cirilo expone el capítulo sexto de la epístola a los Romanos: el pecador era sumergido en el agua, de la misma manera que Cristo fue enterrado en el sepulcro, y, siguiendo el ejemplo del Señor, el bautizado salía de las aguas y resucitaba a una vida nueva:

Después fuisteis llevados a la santa piscina del bautismo, del mismo modo que Cristo lo fue desde la cruz al sepulcro. Y se os preguntó a cada uno de vosotros si creía en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y después de confesar esto, fuisteis sumergidos por tres veces en el agua, y otras tantas sacados; y con esto significasteis la sepultura de los tres días del mismo Jesucristo. Porque así como nuestro Salvador estuvo tres días y tres noches en el vientre de la tierra, así vosotros imitasteis con la primera inmersión la primera noche de Cristo, y con la salida, el primer día. Porque así como el que se encuentra de noche no ve nada y el que anda de día todo lo percibe, del mismo modo en la inmersión no visteis nada, como si fuera de noche, mas en la salida fuisteis sacados como a la luz del día (Cat. myst. 2,4; trad. A. Ortega).

Combinando la teología de San Pablo (Rom 6,3-5; Col 2, 10.12) con la de San Juan (1,12-13; 3,3-5), presenta el bautismo como tumba y como madre:

En el mismo momento quedasteis muertos y nacisteis, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre. Y lo que Salomón decía de otras cosas, a vosotros os cuadra admirablemente, porque decía él: "Hay tiempo de nacer y tiempo de morir" (Eccl 3,2). Y a vosotros, por el contrario, tiempo de morir y tiempo de nacer; es decir, que un mismo instante hizo ambas cosas, y vuestra muerte concurrió con vuestra natividad (Cat. myst. 2,3; trad. A. Ortega).

El bautismo es una participación en la muerte y resurrección de Cristo por vía de imitación y de imagen. Es más que simple remisión de pecados y adopción:

¡Oh nuevo e inaudito género de cosas! No hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de habernos crucificado con toda la realidad de la palabra (άληθώς), sino que hemos imitado la figura de esas cosas (εν εικόνι ή μίμησις) y hemos obtenido la verdadera salud. Cristo sí que realmente fue crucificado y sepultado y resucitó; y todo esto se nos ha concedido a nosotros por la gracia, para que, siendo participantes de sus pasiones por la imitación, ganásemos también de hecho la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo recibió los clavos en sus inmaculados pies y manos, sufriendo el dolor, y a mí, sin experimentar ningún trabajo ni dolor, se me dio la salvación por la comunicación de sus sufrimientos.

No piense nadie, pues, que el bautismo fue hecho sólo para la remisión de los pecados y para la adopción, como era el bautismo de Juan, que sólo perdonaba los pecados, sino que, como bien sabemos todos, además de quitar el pecado y darnos el don del Espíritu Santo, es también el tipo y expresión de la pasión de Cristo. Por esto, el mismo Pablo decía clamando: "¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo hemos sido bautizados en su muerte? Pues hemos sido consepultados en la muerte con El por medio del bautismo" (Rom 6,31. Y esto lo decía por aquellos que piensan que el bautismo sólo concede la adopción y remisión de los pecados, pero no la participación de los verdaderos sufrimientos de Cristo, según cierta imitación.

Pues para que sepamos que Cristo padeció todo esto por nosotros y por nuestra salvación, no solamente en apariencia, sino real y verdaderamente, y que nosotros somos hechos participantes de sus dolores, Pablo con mucha insistencia clamaba: "Si hemos sido hechos participantes por semejanza de su muerte, también lo seremos de su resurrección" (Rom 6,5). Hermosamente dice "injertados"; porque aquí está plantada la verdadera vid, y nosotros, por la comunicación de la muerte del bautismo, hemos sido injertados en él. Advierte, pues, con mucha atención la mente del Apóstol; pues no dijo: "Si hemos sido injertados en El por la muerte," sino "por la semejanza de la muerte." Pues en Cristo se dio verdaderamente la muerte, va que el alma estuvo separada de su cuerpo, y fue verdadera su sepultura, porque su cuerpo fue envuelto en una sábana limpia, y todo esto sucedió en él verdaderamente; mas en nosotros existe solamente la semejanza de la muerte y de los dolores; aunque de la salvación, no la semejanza, sino la misma realidad (Cat. myst. 2,5-7, trad. A. Ortega).

En su Procatechesis (16) llama al bautismo ?santo sello indeleble? (συσσωμος και συναιμος αυτου ακατάλυτος), y como efectos suyos menciona: ?rescate para los cautivos, remisión de ofensas, muerte del pecado y regeneración del alma.? Está firmemente convencido de que nadie puede salvarse sin bautismo o martirio:

Quien no recibe el bautismo no puede salvarse, excepto los mártires, que aun sin el agua alcanzan el cielo. Pues el Salvador, que redimió al mundo por la cruz, emitió de su costado abierto sangre y agua, para que unos, en el tiempo de paz, fuesen bautizados con el agua, y otros, en tiempo de persecuciones, con su propia sangre. Porque también acostumbró el Salvador a señalarnos el martirio con el nombre de bautismo, como cuando decía: "¿Podéis beber el cáliz que yo bebo y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?" (Mc 10,38). Y los mártires, ciertamente, dan testimonio del mundo, de los ángeles y de los hombres (cf. 1 Cor 4,9; Cat. 3,10, trad. A. Ortega).

Cirilo conoce una bendición de las fuentes bautismales en forma de epiclesis. Para explicar la eficacia y poder de esta invocación recurre a paralelismos paganos:

No atiendas a la acción del lavatorio, como si fuese un agua común y sencilla, sino espera la gracia que se da juntamente con el agua. Porque así como todo aquello que se ofrece en las aras de los ídolos, aunque de suyo son cosas naturales y comunes, mas con la invocación (έπικλήσει) de los ídolos se vuelven contaminadas, del mismo modo, pero en otro sentido, el agua, al recibir la invocación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recibe la fuerza de la santidad (Cat. 3,3, trad. A. Ortega).

Habla de las fuentes bautismales como de "aguas que llevan a Cristo" (Procat. 15), y afirma que Cristo "comunicó a las aguas los efluvios olorosos de su divinidad cuando fue bautizado en el Jordán" (Cat. myst. 3,1).

4 Eucaristía

Donde Cirilo hace claros progresos con respecto a sus predecesores es en la doctrina eucarística. Acerca de la presencia real se expresa con más claridad que cualquier escritor anterior. Después de haber citado 1 Cor 11,23-25, añade:

Habiendo, pues, pronunciado El y dicho del pan: "Este es mi cuerpo," ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y habiendo El aseverado y dicho: "Esta es mi sangre," ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de El? (Cat. myst. 4,1).

Por tanto, con plena seguridad participamos del cuerpo y sangre de Cristo. Porque en figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre, para que, habiendo participado del cuerpo y de la sangre de Cristo, seas hecho concorpóreo y consanguíneo suyo (σύσσωμος και σύναιμος oυτου), y porque así como somos hechos portadores de Cristo (χριστοφόροι), al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre, así, según el bienaventurado Pedro, somos hechos ?consortes de la divina naturaleza? (2 Petr 1,4; ibid., 4,3).

Lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino le sangre de Cristo (ibid., 4,9).

No lo tengas, pues, por mero pan y mero vino, porque son cuerpo y sangre de Cristo, según la aseveración del Señor. Pues aunque los sentidos te sugieran aquello, pero la fe debe convencerte. No juzgues en esto según el gusto, sino según la fe cree con firmeza, sin ninguna duda, que ha sido hecho digno del cuerpo y sangre de Cristo (ibid., 4,6; BAC 88,323-6, trad. J. Solano).

Según San Cirilo, esta presencia real se explica porque ha habido un cambio de las substancias de los elementos (μεταβάλλεσθαι); por esta razσn él es el primer teólogo que entiende esta transformación en el sentido de una transubstanciación. La ilustra con el cambio de agua en vino en Caná:

En otra ocasión convirtió (μεταβέβληκεν) con una señal suya el agua en vino en Cana de Galilea, ¿y no hemos de creerle cuando convierte (μεταβαλών) el vino en sangre? (ibid., 4,2; BAC 88,323, trad. J. Solano).

Cirilo atribuye a la invocación del Espíritu Santo sobre la ofrenda por medio de la epiclesis el cambio del pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Afirma con toda claridad que ?el pan y el vino de la Eucaristía, antes de la santa invocación (έπικλήσεως) de la adorable Trinidad, son simple pan y vino, mientras que después de la invocación (επικλήσεως) el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en la sangre de Cristo? (Cat. myst. 1,7). Cirilo es el primer testigo de la forma básica de la epiclesis, que más adelante será típica de las liturgias orientales:

Invocamos al Dios amador de los hombres para que envíe su Santo Espíritu sobre la oblación, para que haga al pan cuerpo de Cristo y al vino sangre de Cristo. Pues ciertamente cualquier cosa que tocara el Espíritu Santo será santificada y cambiada (μεταβέβληται; Cat. myst. 5,7; Bac 88,329, trad. J. Solano).

El concepto muy desarrollado que tiene Cirilo de la Eucaristía en cuanto sacrificio ofrece grandísimo interés. La llama sacrificio espiritual, culto incruento, sacrificio propiciatorio ofrecido a modo de intercesión por todos cuantos necesitan ayuda, aun por los difuntos (Memento pro defunctis). Es nada menos que Cristo inmolado por nuestros pecados lo que se ofrece en esta oblación:

Después de realizado el sacrificio espiritual, culto incruento, rogamos a Dios sobre aquel sacrificio de propiciación por la paz común de las iglesias, por el recto orden del mismo, por los reyes, por los soldados y los aliados, por los enfermos, por los afligidos, y en general oramos por todos nosotros y ofrecemos este sacrificio por todos los que necesitan de ayuda.

Después nos acordamos también por los que durmieron, primero de los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, para que Dios, por sus súplicas e intercesión, reciba nuestra oración. Después, por todos los Santos Padres obispos difuntos, y generalmente por todos los que murieron de entre nosotros, creyendo que esto será de gran utilidad para las almas por quienes se ofrece la oración mientras yace delante la víctima santa y que hace estremecer de respeto..., ofrecemos a Cristo sacrificado por nuestros pecados, haciendo propicios por ellos [los difuntos] y por nosotros al Dios misericordioso (Cal. myst 5,8-10: BAC 88,329-330, trad. J. Solano).

Cirilo es el primer teólogo que llama a la Eucaristía sacrificio ?tremendo? y ?que hace estremecer de respeto? (φρικωδέστατος, preparando así el camino para este sentimiento religioso que se encuentra también en otras fuentes de la liturgia de Antioquía, las Constituciones apostólicas (cf. vol.1 p.473), San Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia y Narsés.

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