conoZe.com » Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (II): La edad de oro de la literatura patrística griega » 4. Los Escritores de Antioquía y Siria » Eusebio de Cesarea » Sus Escritos

6. Discursos y Sermones

Eusebio menciona en varias ocasiones (Vita Const. 1,1; 3,60.61; 4,33 y 45-46) los discursos y sermones que tuvo el privilegio de pronunciar en presencia del emperador. Solamente se conserva el panegírico que hemos discutido más arriba (p.341). El capítulo 11 del tercer libro de la Vita lleva por título "Silencio del concilio después de algunas palabras del obispo Eusebio," dando a entender que en la apertura del concilio de Nicea fue Eusebio el que pronunció el discurso de bienvenida al emperador, si bien no lo dice él expresamente. Después de haber descrito la majestuosa entrada del príncipe, continúa:

Cuando [Constantino] llegó al extremo superior de los asientos, permaneció primeramente de pie. Cuando colocaron para él una silla baja de oro labrado, no se sentó hasta que no le hicieron seña los obispos. Después del emperador todos hicieron otro tanto. Levantóse el obispo que ocupaba el puesto principal en la parte derecha de la asamblea y, dirigiéndose al emperador, pronuncio un breve discurso, ensalzando al Dios todopoderoso por causa de él. Cuando también él tomó asiento se hizo silencio y los ojos de todos se fijaron intensamente en el emperador (Vita Const. 3,11).

Como se ve, Eusebio no menciona el nombre del obispo No es esto, necesariamente, una señal de modestia, sino que bien puede significar que escogieran a otro orador. Los encabezados de los capítulos no forman parte del texto original de la Vita. Sozomeno, empero, en su Historia eclesiástica (1,19), atribuye a Eusebio el discurso de bienvenida: "Después que [los obispos] se hubieron sentado, se levantó Eusebio de Pánfilo y dirigió un discurso al emperador, ensalzando y dando gracias a Dios por él." A pesar de ello, la cosa no está clara, pues el obispo de Cesarea había llegado a Nicea con el estigma de una condenación en suspenso y resulta difícil creer que los Padres de Nicea le eligieran a él para este honor. Juan de Antioquía (Ep. ad Proclum Constantino PG 65,878), Teodoreto (Hist. eccl. 1,6) y el africano Facundo de Hermiana (Pro defens, trium cap. 11,1) afirman que fue Eustatio de Antioquía quien pronunció el discurso de apertura y presidió el concilio (cf. supra, p.316). Niceta Coniates (Thesaurus 1,7), siguiendo a Teodoro de Mopsuestia y a Filostorgio, asegura que el discurso estuvo a cargo de Alejandro de Alejandría. Se ha intentado conciliar todos estos informes suponiendo que Eustatio y Alejandro, los dos grandes patriarcas, dirigieron primeramente unas palabras al emperador y que sólo después se adelantó a hablar Eusebio. Pero su excomunión sigue siendo una dificultad en contra de esta sugerencia. E. Schwartz (PWK 6,1413) está convencido de que quien pronunció el discurso de bienvenida fue Eusebio de Nicomedia; pero su opinión no ha encontrado aprobación por parte de nadie. Mientras no se resuelva la cuestión de la presidencia del concilio, hay pocas esperanzas de que se encuentre una respuesta satisfactoria a este difícil problema.

Tenemos muy pocas noticias de otros sermones de Eusebio. En su Historia eclesiástica (10,4,12-72) reproduce el texto completo del discurso que pronunció en la dedicación de la basílica de Tiro hacia el año 316. El tema central es la resurrección. El reciente triunfo del cristianismo, la reconstrucción de la catedral y la erección del baptisterio se utilizan como otros tantos tipos de la resurrección y glorificación final de la Esposa de Cristo, la Iglesia.

En el manuscrito de Londres fechado en febrero del 411 (Brit. Mus. add. 12450), que contiene la versión siríaca de la Teofanía y de la segunda edición de su libro Sobre los mártires de Palestina, viene a continuación un panegírico de los mártires de Antioquía. El Martyrologium siríaco celebraba la fiesta de los héroes Macabeos el primero de agosto. Es probable que este sermón haya sido predicado con ocasión de aquella fiesta, pues incluye un primoroso elogio de la madre y de sus siete hijos que fueron torturados a muerte por Antíoco Epífanes y se creía enterrados en Antioquía. El sermón lo publicó W. Wright.

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