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8. Dionisio (259-268)

Dionisio escribió dos cartas a su homónimo, Dionisio de Alejandría, sobre el sabelianismo y el subordinacionismo. El prelado alejandrino, en una comunicación a dos obispos de la Pentápolis, llamados Amón y Eufranor, había condenado la herejía de Sabelio, que era muy popular en aquella región, insistiendo en que el Hijo era diferente del Padre. Algunos cristianos de la Pentápolis o de Alejandría objetaron contra las enérgicas expresiones de la carta, porque, por usar un lenguaje semejante al de Orígenes, parecían favorecer la subordinación del Hijo al Padre. Por eso "fueron a Roma sin preguntarle para enterarse de cómo había escrito; y hablaron contra él en presencia de su homónimo Dionisio, obispo de Roma" (ATANASIO, Ep. de sent. Dion. 13). El Papa, "en oyendo esto, escribió a la vez contra los partidarios de Sabelio y contra aquellos que sostenían las mismas opiniones que motivaron la expulsión de Arrio de la Iglesia; declarando ser una impiedad igual, aunque inversa, sentir con Sabelio o con los que dicen que el Verbo de Dios es una cosa hecha, formada y que tuvo principio. Tamicen escribió a Dionisio notificándole lo que habían dicho de él" (ibid.). Un pasaje importante de la primera carta (la escribió el Papa después que el sínodo de Roma del 262 había condenado el sabelianismo y el subordinacionismo) se ha conservado gracias a San Atanasio, que lo cita en De decretis Nic. syn. 26. El resto de la carta se ha perdido. Sin mencionar el nombre de Dionisio, el Pontífice se refiere a "algunos de entre vosotros" y defiende la doctrina trinitaria contra las dos herejías opuestas, en una declaración que es notable por su precisión y claridad:

Ahora puedo ocuparme, razonablemente, de los que dividen, seccionan y destruyen la sacratísima doctrina de la Iglesia de Dios, la Divina Monarquía, dividiéndola en tres potencias, tres subsistencias separadas y tres divinidades. He sido informado que algunos de entre vosotros, catequistas y doctores de la Palabra divina, son los promotores de estas doctrinas. Toman, por decirlo así, una actitud diametralmente opuesta a la de Sabelio; porque éste, blasfemando, dice que el Hijo es el Padre, y el Padre el Hijo: ellos, por el contrario, predican en cierta manera tres Dioses, dividiendo la sagrada Mónada en tres subsistencias extrañas la una a la otra y completamente separadas. Ahora bien, es necesario que el Verbo divino esté unido al Dios del Universo y que el Espíritu Santo repose y habite en Dios; así, pues, la divina Tríada debe recapitularse y reunirse en un ser único, como en una cima, quiero decir, en el Dios del Universo.

Igualmente deben ser censurados los que mantienen que el Hijo es una criatura y creen que el Señor vino a la existencia como cualquiera de las cosas que han comenzado, en efecto, a existir. Los oráculos divinos, por el contrario, hablan en favor de una generación adaptada y apropiada, pero no de una fabricación o de una creación. Es, pues, una blasfemia, y no una blasfemia ordinaria, sino el mayor pecado, decir que el Señor es, de alguna manera, una obra fabricada. Porque, si vino a ser Hijo, significa que en un momento dado no lo era. Pero El ha existido siempre, si es que (y éste es el caso) estaba en el Padre, como dice El mismo, y si es que Cristo es el Verbo, la Sabiduría y el Poder (lo cual, ya lo sabemos, afirma la Escritura), y si es que estos atributos pertenecen a Dios. Si, pues, el Hijo vino a la existencia, hubo un tiempo en que estos atributos no eran; por consiguiente, hubo también un tiempo en que Dios estaba sin ellos: lo cual es el mayor absurdo...

Pero tampoco dividimos la maravillosa y divina Mónada en tres divinidades. No rebajamos con el nombre de ?obra? la dignidad y suprema majestad del Señor. Sino que debemos creer en Dios. Padre todopoderoso, y en Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu Santo, y afirmar que el Verbo está unido al Dios del Universo. Porque ?Yo - dice El - y el Padre somos uno?; y ?Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí.? Pues de esta manera se preservarán tanto la divina Tríada como la santa predicación de la Monarquía (ΑTΗΑΝ., De decret. 26).

A la segunda carta, en la que el obispo de Roma informaba a Dionisio de las acusaciones hechas contra él, y en la que le pedía una explicación, éste respondió con una Refutación y apología, que parece satisficieron al Papa (véase p.401s).

Por San Basilio (Epist. 70) sabemos que este Papa envió una carta de consuelo a la iglesia de Cesárea. Iba acompañada de una contribución para el rescate de los miembros de la comunidad cristiana hechos cautivos por los escitas que devastaron Capadocia y regiones vecinas durante el reinado de Galieno.

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