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Los desafíos de Benedicto XVI

Estos días los canonistas hemos sido requeridos con inusitada frecuencia por los medios de comunicación. Una norma canónica (y además, con título en latín: Universi Dominici Gregis) ha sido el documento más citado en primera, editoriales y colaboraciones de los periódicos. Los platós de televisión se han visto inundados de un singular y nuevo argot: «Camarlengo»,«Cónclave», «fumata negra o blanca», «Domus Sanctae Marthae», cardenales electores, etcétera, etcétera. En mi caso, no he podido sustraerme totalmente al torbellino mediático. La pregunta que más veces me han hecho ha sido: ¿Cómo ha de ser el nuevo Papa? ¿Cuáles serán sus desafíos? He aquí mi respuesta a la primera pregunta: «Un hombre de espaldas vigorosas, corazón grande y cabeza poderosa». El nuevo Papa tiene esas tres características.

El vigor de Benedicto XVI no proviene de un físico especialmente fuerte. De hecho tiene 78 años y las naturales goteras de su edad. Emana más bien de un equilibrio interior demostrado por su biografía, marcada por el estudio de la teología, la tarea pastoral en Múnich y Freising y la estrecha cercanía en el Gobierno de la Iglesia junto con Juan Pablo II.

Los problemas que caerán sobre sus espaldas los conoce bien y ha demostrado saber afrontarlos. Durante este cuarto de siglo han pasado por su mesa la inmensa mayoría de los problemas que marcan la condición humana. Eso le ha dado una gran capacidad de encajar y ese gran don de la paciencia. El coeficiente de dilatación de su corazón ha de ser enorme: deben caber en su perímetro el amor a sus nuevos 1.100 millones de hijos y a toda la Humanidad. Quien lo conoce bien (Stefan Kempis) lo califica de «sorprendentemente humano».

Su aspecto reservado y aparentemente frío no se corresponde con la cordialidad y hasta calidez que muestra con las personas que lo conocen de cerca. Será, pues, un Papa «experto en humanidad», que sabrá captar los dolores, los anhelos y las alegrías del corazón humano.

Que es una cabeza poderosa -probablemente la cabeza más ordenada de los 115 cardenales que entraron en el Cónclave que lo ha elegido- es aceptado unánimemente por seguidores y detractores. Un Papa que acaba de reconocer que «en las últimas décadas el poder del hombre ha crecido de manera inimaginable y su capacidad de destrucción es imponente. Sin embargo, no han aumentado nuestras capacidades morales, se da una desproporción entre el poder de hacer y el de destruir las facultades morales. El gran desafío consiste en descubrir cómo podemos ayudar a superar esta desproporción».

Sus más de 30 libros y centenares de trabajos menores combinan el rigor germano con la intuición y brillantez latina. Probablemente fue el primer cardenal que descubrió que poca gente lee los documentos magisteriales, pero mucha los libros que acaban en superventas.De ahí que haya volcado su pensamiento en entrevistas con periodistas de prestigio. Esto hace que su pensamiento sobre las grandes encrucijadas humanas sea patente en libros que hoy son bestseller.

Su nombramiento es una buena noticia para los periodistas. De hecho, como cardenal decano durante el período de sede vacante, ha debido dar su plácet a la política de canales abiertos que ha caracterizado la política informativa de la Santa Sede: desde el fallecimiento y previa enfermedad del papa Juan Pablo II hasta las vicisitudes del Colegio cardenalicio en el borde mismo del extra omnes de la Capilla Sixtina.

¿Y qué desafíos habrá de afrontar? Durante este último cuarto de siglo, Juan Pablo II luchó en tres frentes. En el Primer Mundo (Occidente), la batalla fue contra la marea secularizadora. En el Segundo Mundo (el bloque soviético), el objetivo era el déficit brutal de derechos humanos. En el Tercero, el enemigo era el increíble marasmo de pobreza. Los tres frentes requerían una nueva evangelización en la que se dieron pasos de gigante.

Sin embargo, no todo está hecho. En Occidente todavía se intenta «devolver a Jonás al oscuro vientre de la ballena», es decir, aún el proceso político está vedado a ciudadanos de convicciones firmes. El libre mercado de las ideas aún no está totalmente abierto a los valores del espíritu. Esa cierta «banalización del mal», a la que se refería el cardenal Ratzinger en su homilía de anteayer, justo antes de que empezara el Cónclave, todavía se entrevé en el horizonte del nuevo siglo XXI . El mismo Benedicto XVI se refería a él con la fuerte expresión «dictadura del relativismo».

Por otra parte, si el Muro de Berlín cayó, todavía los derechos humanos («que son derechos de Dios») son fruto de agresiones en sectores de la Humanidad que requieren del humanismo cristiano, que devuelva su dignidad de hijos de Dios a millones de personas.Africa y extensas zonas de Asia sufren la más desoladora carencia de bienes del espíritu y del cuerpo. Si el primer milenio fue el de la cristianización de Europa y el segundo el de América, el tercer Milenio ­ya lo apuntaba Juan Pablo II- ha de ser el de Africa y Asia . En estos sectores el nuevo Papa habrá de espolear a una difusión y aplicación de lo que se conoce con el nombre de «doctrina social católica».

Por lo demás, no hay que olvidar que Ratzinger intervino muy activamente en el Concilio Vaticano II y que sabrá seguir sacando consecuencias de ese enorme depósito doctrinal.

En fin, el nombre de Benedicto XVI recuerda los esfuerzos de Benedicto XV en el tema ecuménico. Es sabido que este último Papa estableció para toda la Iglesia el llamado octavario para rezar por la unidad de los cristianos, creó la Congregación para las Iglesias Orientales y fue el impulsor de las conversaciones de Malinas con los anglicanos.

Si a estos desafíos se unen los de la necesidad de una vigorización de la preparación espiritual, humana e intelectual de aquéllos que llevan la carga del Gobierno en la Iglesia, el enorme campo de los problemas genéticos y bioéticos, así como la potenciación del apostolado de los laicos y un tenaz ecumenismo que acerque las fronteras de las distintas Iglesias y religiones monoteístas, se entiende que el nuevo Papa haya pedido en sus primeras palabras la «ayuda permanente de Cristo» y la cercanía de «su Santísima Madre». Palabras naturales en quien, como es el caso de Benedicto XVI , sabe combinar teología y ciencia con una profunda vida interior. Es decir, con la cercanía a Dios.

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