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Educación para la ciudadanía

Es intolerable que se intente sustituir a la familia por el intervencionismo cultural

Los valores y las cualidades democráticas que se adquieren fundamentalmente en la familia parece saludable que sean objeto, también, de la actividad docente a lo largo de la vida. La participación, la tolerancia, la libertad, la igualdad, el pluralismo o la justicia, por ejemplo, constituyen elementos centrales de la educación cívica propia de los ciudadanos en la democracia. Por eso, si detectamos fallas, a veces no pequeñas en el ejercicio real y cotidiano de los valores centrales del régimen democrático, no vendría nada mal, todo lo contrario, diseñar un programa de educación cívica dirigido a fortalecer los hábitos democráticos de la libertad y la participación fundamentalmente.

Se trata, en mi opinión, de ayudar de manera respetuosa con las convicciones y creencias del pueblo, de apuntalar los criterios y parámetros constitucionales sobre los que bascula la democracia. No parece que el sistema democrático se fortalezca más o menos por incluir cuestiones sobre sexualidad, sobre control de la natalidad, sobre modelos de familia o sobre la anticoncepción.

Más bien, introducir estas materias en la enseñanza oficial constituye uno de los atentados más directos contra la libertad que imaginar se pueda. Sería inconstitucional en la medida en que se asume una labor de pensamiento único en cuestiones que, de suyo, son libres, cuestiones de conciencia. ¿Por qué tenemos que comulgar con la visión única que viene de la cúpula? ¿Es que no estamos en una sociedad libre en la que cada uno puede defender las ideas y los criterios que tenga por conveniente? ¿A qué viene ahora una asignatura oficial dirigida a intervenir en la libertad de la gente, a modo de religión oficial?

Algunos pensábamos que los tiempos del adoctrinamiento oficial habían pasado. Pues no, no sólo no han pasado, sino que la obsesión por la memoria de lo que divide es lo que impide a este gobierno proponer alternativas respetuosas y tolerantes con el pensamiento de una mayoría social, a la que, como se comprueba a diario, se desprecia olímpicamente. En mi opinión, llama la atención, y no poco, la insistencia por imponer una determinada manera de entender la vida, la cual está basada en un discurso abstracto y unilateral que trata de borrar las señas de identidad de un pueblo mayoritariamente cristiano.

Es intolerable, así, intolerable que se intente sustituir a la familia y a la escuela libre por una nueva doctrina a golpe de unos contenidos docentes que, además de contrarios a la libertad, suponen, de nuevo, la vuelta al dirigismo e intervencionismo cultural. De nuevo, entre nosotros, un nuevo autoritarismo que ha decidido corromper desde la raíz a una juventud a la que se trata de llevar a la renuncia a la crítica inherente a un sistema democrático avanzado. Claro, ahora se entiende bien por qué hay tanto miedo a escuchar la voz del pueblo, a consultarle los temas centrales del desarrollo social. Porque se quiere tener a la gente adocenada, aborregada en torno a una serie de cuestiones que reducen el pensamiento libre y plural. Todos por el carril único de la buena nueva que se trata de inculcar desde el vértice y el mando.

Claro que es una gran idea subrayar la trascendencia de la educación cívica. Es más, buena falta nos hace. Pero ello no consiste en delinear agotadoramente la materia, sino en establecer unas líneas generales para que se explique esa asignatura desde la libertad.

Por supuesto, dibujar las líneas generales quiere decir enunciar los temas con objetividad, sin tomar partido, sin imponer nada. Por ejemplo, al tratar la familia no hay por qué descender a eso de los modelos familiares que nos tratan de imponer por activa, pasiva y perifrástica. En el ejercicio de la libertad educativa, cada centro ha de plantear los contenidos como entienda más conveniente. ¿O es que ahora hemos de aceptar acríticamente, de rodillas y en el más absoluto de los silencios la doctrina única a pies juntillas?

Insisto, educación cívica sí, pero a partir de los valores constitucionales, sin imponer determinados contenidos. De lo contrario, seguiremos en la senda del autoritarismo blando del que hace gala este Gobierno y se habrá dado un paso decisivo para la instauración de un régimen de corte despótico en el que la opinión del pueblo ya no parece relevante. Ecuación cívica claro que sí, pero sin entrar en los temas ligados a las convicciones o creencias de los españoles.

Esperemos que el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero rectifique también esta iniciativa, buena en sí misma siempre que se plantee en el marco de la libertad, y buscando fortalecer las cualidades y los hábitos democráticos, no ahondando en las heridas y puntos de vista que separan a los españoles. No es tan difícil si se quiere colaborar a una educación congruente con los valores democráticos.

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