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Revolucionarismo y ateismo

13 de agosto de 1950

La inquietud por sacar a la luz la obra siniestra de la masonería en el correr de los tiempos constituye para nosotros una necesidad ineludible. Si queremos corregir las causas que han conducido al mundo a la grave situación que padecemos, forzosamente hemos de ir a buscarlas en la orientación que presidio la marcha de las principales naciones en los últimos siglos.

El que España en esta hora turbulenta del mundo permanezca como en un remanso de paz, en el que parece refugiarse el espíritu del Occidente, tampoco es un hecho ocasional, sino la consecuencia natural y directa del triunfo de las fuerzas del espíritu sobre las del mal que venían aniquilándola.

Uno de los más clarividentes apóstoles de nuestra fe anunciaba ya con voz profética en el pasado siglo: "Que la ley ordinaria de la Providencia en el gobierno de los pueblos es la ley de Talión; lo que las naciones hagan a Dios, eso hará Dios con las naciones."

"Que el poder que ignora a Dios será ignorado de Dios."

"Que cuando se trata de naciones que no pueden recibir su castigo en la otra vida, esta ley de Talión acaba siempre por cumplirse sobre la tierra."

Clama la voz autorizada de los Pontífices un siglo tras otro, en nombre del Dios verdadero, contra los males de la época; pero el mundo oficial de las naciones se manifiesta sordo a sus proféticas palabras.

"El ateísmo legal erigido en sistema de civilización es el que ha precipitado al mundo en un mar de sangre", proclama Benedicto XV en su alocución de 1917 al Sagrado Colegio Cardenalicio.

"Porque los hombres se han alejado miserablemente de Dios y de Jesucristo han pasado de su bienestar anterior a ser sumergidos en un mar de males", expresa en su Encíclica Urbi Arcano Dei consilio Su Santidad Pío XI.

Todos los grandes pensadores del universo vienen reconociendo "que el debilitamiento del Derecho cristiano en Europa ha sido la señal de la decadencia y de la inestabilidad de los poderes humanos". Y es que del error de dejar el paso libre a todos los errores nacen las impiedades legales que arrastran con sí todos los males.

La fe de las naciones está universalmente reconocido que se viene derrumbando desde que los Gobiernos impíos o neutros escalan el Poder, y claman los pensadores católicos con unanimidad contra la obra general de racionalización y naturalismo, que hace que por donde ella pasa la vida cristiana se destruya hasta en sus cimientos.

Mas el origen de toda esta ola de males es la masonería, la que durante dos siglos viene trabajando por descristianizar el universo con todos aquellos errores que vienen definiéndose en las Encíclicas de nuestros Papas, y que están grabados como objetivo a lograr en las constituciones de la masonería.

Al triunfo de Trento, al divorcio de la España católica de entonces con la Europa protestante y laica, había de suceder la filtración del mal a través de la invasión enciclopédica de nuestros medios intelectuales. La batalla que a principios del siglo XVIII se inició en Europa del mal contra el bien no podía dejar de apuntar a la nación que, católica por excelencia, con su floración de Santos, de genios, artistas y guerreros había cegado a Europa con sus resplandores en el siglo anterior.

La influencia que París y Londres ejercen sobre el mundo intelectual de aquella época explica la influencia decisiva que sobre las clases directivas españolas iban a tener las ideas en boga más allá de nuestras fronteras.

La aceptación de extranjeros al servicio de nuestros reyes y la influencia que lord Wellington y sus Estados Mayores tuvieron durante varios años sobre una parte de la Corte y de la sociedad aristocrática de entonces, pesaron notablemente para el nacimiento de las primeras logias. Si la fundación de la primera logia en Madrid había precedido al nacimiento, en 1831, de la de Cádiz, sin embargo, ésta iba a tener una influencia decisiva en el futuro sobre nuestro mundo marinero y colonial.

A la masonería se acogen desde entonces los residuos de viejas herejías y de las organizaciones secretas de conspiradores que, con una etiqueta u otra, habían intentado perturbar la vida de España en los siglos anteriores. Todo el que se siente en lo sucesivo desplazado o perseguido busca refugio bajo la protección o el secreto de las logias.

Ha habido quien ha pretendido entroncar a nuestra masonería con aquellas sociedades secretas y paganas que en los siglos XVI y XVII conspiraron contra la unidad de la fe en nuestras ciudades o intentado relajar la moral de nuestros monasterios, cuando el único lazo que unas y otras han tenido es el de constituir distintas formas de la conspiración del espíritu del mal acogido a las sombras de la secta. Lograron, sin embargo, los masones, al abrigo de ciertas apariencias, el enlazar sus logias con sucesos anteriores de nuestra historia, llegando las logias de Ávila a fechar sus planchas en el Oriente de Mosén Rubí, para dar así a la masonería un rango y tradición de la que estaba muy lejos.

Fue siempre vana pretensión en la masonería el remontar a los primeros siglos de la historia el nacimiento de la secta. Por ello, pese a los símbolos y apariencias que en Ávila se ofrecen, nada tiene de particular se haya querido aprovechar por las logias abulenses la coincidencia que les ofreció el extraño misterio de la capilla de Mosén Rubí y las circunstancias que rodearon a la muerte de don Diego de Bracamonte para hacerlos aparecer como predecesores.

El misterioso suceso a que nos referimos atrae desde hace años la curiosidad local de los eruditos. El mismo año en que en Aragón era decapitado Lanuza se ajusticiaba en Ávila al noble caballero don Diego de Bracamonte, como consecuencia y autor de los pasquines que, excitando a la rebelión contra el Rey y su Gobierno, habían sido fijados profusamente en la capital de aquella provincia. Fueron presos un cura, tres nobles, un médico, un escribano y un licenciado. Don Diego fue degollado en la plaza del Mercado Chico en público cadalso. Según los historiadores, fue conducido con gran acompañamiento de frailes, pobres y Cofradías, sin que en el tránsito ni en la plaza se viese a ningún caballero ni hidalgo. Hora y media estuvo confesándose el acusado; no declaró ningún cómplice y proclamó la inocencia de dos de sus compañeros presos.

El cadáver de Bracamonte fue enterrado en su capilla de Mosén Rubí, cuya estructura se acusa como muy caprichosa e irregular, por ser formada con tres triángulos y ostentarse en los muros y en las vidrieras la escuadra y el martillo. La estatua de Mosén Rubí saca la espada con la mano izquierda y la de su esposa tiene la mano derecha sobre el antebrazo izquierdo, en actitud de dolor, tildada de masónica. En los emblemas dominantes aparecen el compás, la escuadra y el martillo, y el adorno que sirve de remate a la silla presidencial del coro es una esfera o globo terrestre atravesado por un puñal blandido por una mano. Las gentes hablan de un eco misterioso que al entrar en la iglesia se produce en la bóveda del coro, en forma de golpes que van propagándose por todo el espacio, sin que, al parecer, expliquen el motivo casual o acústico a que el ruido de los repetidos golpes obedece.

El que la hospedería fuese destinada a una obra de beneficencia más que de caridad y que el personaje a quien se invistió del patronato hubiese residido largo tiempo en Flandes, unido a la exención canónica de toda visita eclesiástica y gobierno diocesano, a fin de que se la considerase como una institución legal y civil, son extremos que echan profundas sospechas sobre sus fundadores y que, sin duda, fueron motivo de que la Inquisición impidiera la conclusión de la obra.

No debemos olvidar que entre los teólogos que acompañaron al Emperador a Flandes, y como consecuencia del trato con los protestantes, se apuntaron muestras de contagio que nuestra Inquisición supo segar en flor. El que el fundador hubiese sido uno de estos hombres contagiados durante su residencia en Flandes del protestantismo, y que el arquitecto perteneciese a las organizaciones de masones constructores de su época, y que el propio Mosén Rubí lo hubiera sido o no lo fuese, no hay razón para derivar por su obra o sus emblemas un entronque de la masonería actual con aquellos sucesos. La rebeldía de don Diego de Bracamonte es una expresión de las pequeñas conspiraciones de los nobles de aquella época, amparadas siempre en la sombra y en el secreto de las organizaciones clandestinas, pero sin vinculo apreciable con la masonería, que vamos a ver cómo acoge y ampara, desde su introducción en España, todas las rebeldías y conspiraciones contra la fe católica de nuestra nación.

La masonería en España no ha tenido aquel carácter filosófico que sus fundadores pretendieron darle. Ha sido desde su nacimiento eminentemente atea, política y revolucionaria. Nace arrullada por los cálidos vientos franceses, es impulsada por la mano de extranjeros como Wellington y Napoleón y va a vivir consentida por el mando débil y vacilante de los primeros Borbones.

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