conoZe.com » Actualidad » Masonería » Masonería (por Jakim Boor)

Acciones asesinas

16 de julio de 1950

Uno de los principales argumentos que la masonería esgrime en su defensa es el de aprovechar las inexactitudes que algunas veces se escriben sobre la secta y fundamentar sobre ellas el que son igualmente falsas las acusaciones verdaderas que por tantos motivos se le hacen.

El secreto con que la masonería obra y con el que defiende sus actividades criminosas, así como la influencia e impunidad de que disfruta en muchos países, le permite borrar con facilidad las huellas de sus acciones y que, por falta muchas veces de pruebas materiales, pueda incurrirse en error.

En otras muchas ocasiones se desvía la atención pública y acaba polarizando la repulsa hacia otras autoridades secretas internacionales, como el comunismo y el judaísmo, alejando de la masonería la sospecha.

Judaísmo, masonería y comunismo son tres cosas distintas, que no hay que confundir, aunque muchas veces las veamos trabajar en el mismo sentido y aprovecharse unas de las conspiraciones que promueven las otras; sin embargo, la masonería es entre ellas la más organizada y poderosa en el mundo occidental y la que mejor aprovecha la susceptibilidad que en la opinión pública las otras provocan.

La publicación y difusión que hace cerca de veinte años tuvo el famoso libro de H. Ford El judío internacional, también llamado Los protocolos de los sabios de Sión, provocó en la opinión pública del mundo una profunda impresión, al conocer la participación del judaísmo en los acontecimientos políticos internacionales que siguieron a la primera gran contienda, al ponerse al descubierto las doctrinas talmúdicas y su conspiración para apoderarse de los resortes de la sociedad, concentrándose sobre el judaísmo el recelo y la suspicacia de la opinión pública de las naciones en los años siguientes y desviándolas del verdadero centro de poder que la masonería encarnaba.

Recientemente, con motivo de una importante pastoral que el señor obispo de Teruel dirigió a sus fieles, y en que se ocupaba del gravísimo mal que la masonería representaba, se utilizaron las alusiones que en el escrito se hacían de la obra del judaísmo para, alimentando viejos recelos, excitar al mundo judío contra nuestra Patria; así, al tiempo que se hacía una propaganda contra España, se utilizaba al judaísmo como pararrayos que desviase las acusaciones y condenaciones terminantes que el prelado, siguiendo las normas de la Iglesia, hacía de la masonería en su pastoral, pastoral que la Prensa extranjera, insidiosamente, convertía en un articulo de un periódico político suscrito por un prelado.

El que la Iglesia cuide y dedique preferente atención a cuanto trata de socavar la fe y de impedir a través de leyes laicas y materialistas el ejercicio de su apostolado y de sus fines espirituales y educativos, no sólo es cosa natural y lícita, sino que constituye un deber que, por penoso que muchas veces se presente, es ineludible para quienes por su jerarquía y responsabilidad tienen encomendada la defensa y el cuidado de las almas. Pastorales análogas a la del obispo de Teruel vimos publicadas en muchos países en los últimos años y recientemente por la jerarquía de una de las Repúblicas hispanas que, al igual que el obispo de Teruel, recordó a sus fieles las condenaciones expresas y terminantes que la Iglesia había fulminado en todos los tiempos contra los miembros de la masonería y la incompatibilidad expresa entre católicos y masones.

Por todo esto es muy conveniente aclarar bien los papeles para no confundir las cosas ni darles medios de defensa a los "hermanitos", y que cada palo aguante su correspondiente vela. Que lo español, por católico y por español, es igualmente detestado por la masonería y el judaísmo, es evidente; pero judaísmo no quiere decir pueblo hebreo, sino esa minoría judía conspiradora que utiliza a la masonería como uno de sus instrumentos.

Desde que la herejía luterana y la traición inglesa a la causa de la fe católica desencadenaron en Europa las luchas de religión, España viene siendo el blanco de la conspiración de las sectas disidentes. La leyenda negra por ellas levantada se mantuvo viva y renovada periódicamente. Había que desprestigiar a España en el exterior y minar su poderío en el interior, y la masonería fue el instrumento más eficaz que, a través de los siglos XVIII y XIX, vino moviendo los hilos de la conspiración.

Si hemos de analizar, aunque sea someramente, los daños que la masonería en estos siglos causó a la Nación española, es necesario conocer los prolegómenos de aquel movimiento.

Se ha pretendido, a través de la Historia, arrojar sobre España la acusación de su espíritu antijudío, fundamentada sobre la expulsión que los Reyes Católicos hicieron de los judíos existentes en su Reino, sin tener en cuenta los artificiosos detractores de nuestra Nación que esto venía ocurriendo en aquellos siglos en muchos países de Europa, y que antes de ser expulsados de España, los judíos lo habían sido también de Inglaterra y de Francia, y en alguna nación, por dos o tres veces.

La expulsión de los judíos de España no revestía un carácter racial e incluso religioso, ya que los judíos habían perdido este carácter para convertirse, durante el siglo XV, en una secta fanática, incrédula y tenebrosa, carente de fundamentos religiosos, pero que animados de un rencor profundo contra los católicos conspiraban contra ellos con alevosa hipocresía.

En la historia de las Cortes de Castilla y en las de Aragón y Navarra aparecen en el último tercio de aquel siglo severas recriminaciones contra los hechos gravísimos de que los judíos eran actores. El acontecer de aquellos siglos recogido por nuestros historiadores refleja hechos tan elocuentes como el sucedido en Segovia, en que los judíos se hacen con una hostia consagrada con ánimo de profanarla, y un hecho portentoso los aterra: el que da lugar a una fiesta anual antiquísima que recuerda el milagro; pero no es sólo en España, pues en la catedral de Bruselas se conserva también la hostia de que brotó sangre al atravesarla los judíos con sus puñales, y que aquellas generaciones llevaron a las vidrieras de sus cristales, que exponen los hechos a los ojos del mundo.

Asesinatos de niños y de adultos en reuniones secretas. El caso conocido del acólito de la catedral de la Seo de Zaragoza, hijo del notario Sancho Valero, crucificado en la pared de la "alajama" y atravesado por una pica por el judío Mossed Albayucete, que al descubrirse milagrosamente el cadáver convierte al rabino y a sus secuaces.

En el año 1454, en el Señorío de don Luis de Almansa, dos judíos mataron a un niño y lo enterraron después de haberle arrancado el corazón para hacer con él un maleficio.

Otras dos tentativas de asesinato hubo en Toro en el año 1457, cometidas por judíos de aquella ciudad bajo el imperio del descreído Monarca Don Enrique IV, el Impotente, influido por judíos y conversos, que deja impunes tales crímenes.

En Sepúlveda, en 1468, un rabino llamado Salomón Pichot se apoderó de un niño y lo asesinó cruelmente en complicidad con otros judíos del mismo pueblo, lo que despertó la indignación popular contra la secta en la mayoría de los pueblos de Castilla, provocando en muchos casos la justicia del pueblo por desasistencia de la oficial. La influencia de los magnates judíos y de su dinero alcanzaban a prostituir a la justicia.

En Toledo, en la Puerta del Perdón, donde pedía limosna una pobre ciega, un hijo pequeño suyo fue raptado por un falso converso de la guardia, llevado a una caverna, donde fue azotado y crucificado, haciendo un simulacro de la Pasión de Jesús, asesinando al niño y abriéndole el costado para sacarle el corazón, que fue llevado por un malvado, llamado Masuras, a la sinagoga de Zamora, lo que fue demostrado en el proceso abierto en Ávila, con el que se escribió la historia del martirio del niño inocente. El asesinato en Zaragoza, tres años después, del inquisidor San Pedro de Arbúes, asesinato pagado por los judíos y abogados de la capital de Aragón, que provocó una explosión del pueblo zaragozano contra los judíos y conversos, que evitó el arzobispo don Alonso de Aragón.

En 1460, los grandes de Castilla ya habían pedido a Don Enrique el Impotente la expulsión de los judíos, no sólo de su Consejo, sino de sus Estados. No se trataba de la destrucción de un movimiento religioso o de conciencias, sino de la extirpación de unas sectas degeneradas, secretas, conspiradoras y criminales, que si no eran ya una francmasonería, constituían un preludio de lo que ésta había de ser.

Los Reyes Católicos, al promulgar su decreto de la conversión o expulsión de los judíos, no hacían más que satisfacer una necesidad nacional, demandada por el pueblo a través de los últimos veinticinco años.

Que en las medidas de expulsión de los judíos pudieran haber pagado justos por pecadores, es cosa muy posible: no podía exigírsele mucho más a la justicia de aquellos tiempos; pero lo que sí interesa afirmar es que la expulsión española no fue sino una más de las que en Europa tuvieron lugar e impuesta por la opinión pública contra las maquinaciones repetidas de las sectas secretas.

No desapareció, sin embargo, con la expulsión de unos judíos y la conversión de otros el peligro que las sociedades secretas judías representaban para la unidad religiosa y la paz interna de la Nación, pues aprovechando cualquier coyuntura una parte de aquellos judíos conversos ejecutaban aquella consigna que rodaba entonces entre los judíos por las ciudades españolas de "bautizar los cuerpos, pero guardar las almas".

A la muerte de Don Fernando el Católico, surge entre los cristianos nuevos e hijos de conversos de Aragón y Cataluña la intriga cerca de los validos del nuevo Monarca, a los que se ofrecen montañas de oro por la supresión del Santo Oficio siendo apoyados por muchos grandes y magnates dolidos por la política de los Reyes Católicos, que había disminuido su Poder y su influencia. La figura de Cisneros, en lucha firme y tenaz contra las insolencias de la nobleza y la venalidad cortesana, se impuso, con el armamento de cuarenta mil labradores y menestrales castellanos, a las intrigas, conspiraciones y rapacerías de los descontentos.

Este es el momento en que resurgen y toman cuerpo las comunidades de Castilla, tan españolas como difamadas, y cuyo nombre, bastardeado, un día va a servir para designar una de las ramas masónicas que envilecieron nuestro país.

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