conoZe.com » Actualidad » Masonería » Masonería (por Jakim Boor)

La «ferrerada»

4 de junio de 1950

Demostrada en trabajos anteriores la influencia decisiva de la masonería en la Sociedad de las Naciones, nos corresponde analizar la influencia de la nefasta secta en cuantos problemas con Francia se relacionaron.

El pararrayos masónico de definirse estrechamente como ajenos a la política y a los problemas internos de los pueblos han hecho que muchos inscritos, aceptando esa definición, no hayan dado trascendencia a las actividades ocultas de la secta. Hemos de reconocer que en una nación constituida en "paraíso masónico", donde la mayoría de sus miembros militasen en la masonería, ésta tendría poco que hacer en sus luchas internas de partidos, de que no debería favorecer a unos hermanos en perjuicio de los otros; pero es el caso muy distinto cuando no se ha alcanzado ese ideal masónico y la masonería está compuesta por una minoría que lucha secretamente y por todos los medios para alcanzar su predominio. La historia de la masonería en nuestra nación es elocuentísima a este respecto.

El que la Asociación masónica internacional, ante los problemas, escisiones y recelos que a la masonería acompañan, y frente a la necesidad de presentarse como Asociación pacífica y neutral, respetuosa ante los problemas internos de las naciones, haya llevado a sus estatutos una definición clara de neutralidad e indiferencia no representa en el fondo nada, pues los hermanos lo interpretan dentro del mundo de los masones y no para su relación con los profanos; en muchas de las decisiones del Comité ejecutivo de la Asociación Masónica Internacional, así como en las actas de sus Congresos, se revela la protección más absoluta a cuanto tiende a favorecer el dominio masónico y a prestar su amparo y solidaridad a aquellos masones de las grandes logias o grandes orientes que soliciten su ayuda.

No hemos de perder nunca de vista que en la masonería hay dos actuaciones: la publica de la que tiene conocimiento la mayoría de sus miembros, que se debate en la solemnidad de las logias y se incluye en sus publicaciones, y la secreta, en la que sólo intervienen determinados masones, y que tiene lugar en la traslogia o conciliábulo de los elegidos, de los que se sabe poco y se conoce menos; sin embargo, nos basta sólo analizar lo que de ello trasluce al exterior para que, atando cabos sueltos, nos apercibamos cómo la actuación masónica desmiente sus enunciados y se entremete de manera decisiva en los problemas políticos internos y externos de las naciones, muy especialmente si en alguna forma éstos afectan a la masonería.

Nadie será capaz de controvertir que el problema de la masonería española preocupa a los masones internacionales en todo lo que va de siglo. Un síntoma gravísimo de esto se ha tenido en aquella campaña desencadenada en Paris y Bélgica, conocida por la "ferrerada", que en 1909 realizaron las logias continentales europeas más importantes con motivo de la sentencia de muerte y ejecución del anarquista español y miembro de varias logias extranjeras, Francisco Ferrer Guardia. Una acción de infundios, de calumnias contra nuestra nación, de injurias a la Monarquía y a la Iglesia Católica, se desarrolló durante dos años en los medios internacionales de Paris y Bruselas.

El 31 de octubre de 1909 el Concejo comunal de Bruselas adoptaba por 31 votos contra ocho -las izquierdas unidas contra los elementos de derecha del Municipio- el orden del día presentado por el masón doctor Depage, profesor en la Universidad libre de Bruselas, para condenar la muerte de Ferrer como un atentado grave a las leyes de la civilización moderna, protestando con indignación por la ejecución del masón anarquista y patrocinando la erección por suscripción pública de un monumento digno de la capital frente a la intolerancia española.

Dos años duró la resaca de la propaganda masónica contra la nación española. Se troqueló una medalla con la efigie del anarquista, con las fechas de su nacimiento en Alella y de su ejecución en Montjuich. Se le colocó una lápida en la Gran Plaza de la Villa de Bruselas con la inscripción siguiente: "A la memoria de los condes d'Egmond y de Hornes, decapitados en este lugar por orden de Felipe II en 1568 por haber defendido la libertad de conciencia. Este mármol les fue dedicado por el comité internacional instituido para conmemorar la muerte heroica de Francisco Ferrer, fusilado en Montjuich por la misma causa en 1909."

Así se reunía en una sola lápida la condenación de la obra de nuestro preclaro Rey Felipe II y la del desdichado criminal, elevado por su filiación masónica a una categoría insospechada.

A la inauguración de la placa, en 21 de agosto, a las once de la mañana, entre representantes de las distintas masonerías y la presencia de Soledad Villafranca, la amiga del difunto, asistió una Comisión española, presidida por el doctor Simarro, aquel masón que, con audacia incomprensible, se permitió ofrecer un día a nuestro Monarca Alfonso XIII el apoyo internacional de la masonería si aceptaba su afiliación a las logias.

Folletos, reuniones literarias, mítines, actos culturales pro Ferrer, manifestaciones diversas mantenidas muchas veces y organizadas por la Liga belga de los derechos del hombre, Sociedad que es hijuela de la masonería, se repetían en territorio belga para injuriar a la nación española, a tiempo que se recaudaban fondos para el monumento que, con una altura de siete metros, se elevó en aquel país.

No existía entonces contra España la disculpa de la presencia de otro régimen que el monárquico, constitucional y parlamentario; pero había que abrir a las izquierdas masónicas revolucionarias y explotar la desgracia de aquel desdichado anarquista ácrata para, saliendo en defensa del masón, cohibir con la coacción el libre juego de nuestra política y con el "Maura, no", fabricado fuera de las fronteras, cerrar el camino legitimo de los partidos falseando la democracia.

Ni las ejecuciones de Nüremberg, que llevaron la justicia hasta la venganza, ahorcando a los jefes con los cuales se contendió, ni los asaltos a las prisiones en Francia y la ejecución de verdaderos adversarios políticos movió un ápice el sentimentalismo masónico, ya que en este caso la masonería era la directora y la estimuladora de tales persecuciones.

Discurrían los días de gobierno del General Primo de Rivera, de la pacificación completa de Marruecos y de las Exposiciones de Sevilla y Barcelona, en que se daba al mundo una muestra del resurgir español, cuando de nuevo los masones, doliéndose de esta paz y progreso, maquinaban con los afiliados de España, intentando explotar las ambiciones políticas de unos corros de politicastros despechados y de cortesanos ambiciosos, para intentar abrir brecha en un Régimen secular y acabar sustituyéndolo con aquella República masónica que padecimos.

No fue, ciertamente, aguda la Dictadura del General Primo de Rivera en apreciar el mal. Había muchas personas en España que, por haber convivido con la masonería en nuestras campañas coloniales, parecían no asustarse gran cosa de ella y una pereza mental nos hacía no profundizar en el análisis y mirarla como cuentos antiguos de beatas o de reaccionarios. Existió, sin embargo, una voz de alarma. El viaje de los Reyes a Italia puso en contacto al Dictador español y al Jefe del Gobierno italiano. Ambos estaban en la luna de miel de sus respectivos años de gobierno. El nuestro, todo nobleza, generosidad e hidalguía; el otro, humano, sagaz y político. En los coloquios que con motivo de la visita se celebraron previno Mussolini al Presidente del Consejo español cómo en la requisa de la documentación de las logias italianas habían encontrado pruebas de la actuación de la masonería contra la nación española; que la cosa era mucho más seria y grave de lo que en España se apreciaba, que lo tuviera en cuenta; que era una voz de amigo la que le avisaba; que para él las cosas se le presentaban muy claras: o España cerraba el paso a la masonería, o ésta acabarla a plazo fijo por destruir su obra y derribar a la Corona.

Agradeció el Dictador el consejo del amigo, meditó en el viaje sobre su alcance y consecuencias, y aunque la violencia estaba en pugna con su carácter y su generosidad, proyectó el poner fuera de la ley el peligro que se le señalaba, redactando en el viaje hacia España en unas cuartillas, que mandó poner en limpio a uno de sus colaboradores, que vive todavía, el oportuno proyecto de decreto.

Mas llegado a Barcelona y cambiadas impresiones con el a la sazón Capitán General de Cataluña (General Barrera, según una anotación manual en el libro), éste le disuadió del propósito, repitiendo el cuento conocido de los carbonarios, de la poca extensión en nuestra nación de la secta y de lo inofensivo de la orden. "Pero, Miguel, ¿te acuerdas de Fulano y de Mengano?" Y así surgieron, con el recuerdo de Cuba y Filipinas, los nombres de viejos camaradas, masones inofensivos, que se habían adocenado militando en las sectas. El decreto no vio jamás la luz.

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