conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » IV.- Edad Contemporanea: Cambio y Perspectivas » §126.- Perspectivas

I.- La Iglesia en nuestro tiempo

1. Nos encontramos al término de un recorrido a lo largo de casi dos mil años. Ahora intentaremos expresar mediante una panorámica global la situación actual de la Iglesia, sus necesidades y, eventualmente, sus perspectivas.

a) En el acto nos sentimos agobiados por la naturaleza misma de la historia y por su complejidad. Surgen ante nosotros tendencias diversas y hasta contradictorias en una pluralidad casi aplastante. Tenemos que mencionar a un mismo tiempo aspectos positivos y negativos, aspectos amenazadores y esperanzadores.

Numerosas experiencias de nuestro largo camino, una de ellas la esperanza desilusionada de un renacimiento esencialmente cristiano tras las dos guerras mundiales, nos recomienda prudencia a la hora de la interpretación. En medio de los acontecimientos todavía, no podemos juzgarnos capaces de interpretar la situación de manera concluyente. Es algo que tenemos bien comprobado: es siempre el mañana quien verdaderamente manifiesta lo que es el hoy.

b) No obstante, podemos decir con toda precaución que nuestro momento actual, que gira en torno al año 1980, presenta una modalidad especial dentro de la historia de la Iglesia. En medio de un mundo que se rompe por completo y hasta en sus cimientos más profundos, en medio del ataque total, abierto y enmascarado, contra la fe y su depositaria, la Iglesia, este mundo -lo repetiremos todavía- contiene muchos elementos que ayudan a la tarea propia de la fe. Por otra parte, la misma Iglesia ha entrado en un movimiento tan fecundo, se halla en una actitud tan dialogante con los cristianos separados de ella y hasta con el mundo no-cristiano, y todo ello a partir de una profunda autorreforma, que pocas veces a lo largo de la historia puede ser tan estimulante contemplar sus perspectivas de futuro.

El cambio que hemos registrado en párrafos anteriores en muchos sectores de la historia de la Iglesia, tanto en el campo católico como en el protestante, en lo que va del siglo XX ha sido un cambio ininterrumpido, pese a las numerosas oscilaciones y contracorrientes que hemos tenido que indicar.

c) Hoy, como siempre, la fe pertenece al patrimonio irrenunciable de la Iglesia, el haber recibido la verdad transmitida por el Señor y sus apóstoles. Pero el énfasis puesto en la confesión de la fe es hoy diferente. Si en siglos pasados hubo entre la Iglesia y «los otros» una especie de diálogo, sus dimensiones eran más bien las de un mandato y una exigencia, no las de una tarea obligatoria encargada por el Señor, una oferta libre, con la consiguiente disposición a escuchar al hermano separado, como ocurre hoy.

Sabemos por numerosos análisis que estas visiones generales tienen un valor meramente aproximativo, y que a menudo significan el principio, no la plenitud. También ahora lo tenemos muy presente.

2. Desde su fundación por Jesús, la Iglesia ha experimentado una evolución gigantesca. El observador que compara su imagen actual con la que aparece en los Hechos de los Apóstoles se queda impresionado por la diferencia, tanto si atiende a su extensión por el mundo como si observa la múltiple gradación de sus órganos internos, las numerosas formas de la vida de piedad o la estructura de la doctrina del único evangelio de Cristo Jesús y su representación en el magisterio, la liturgia y la teología. El grano de mostaza ha venido a ser realmente un árbol frondoso. Tenemos ante nosotros una pluralidad incalculable y enmarañada de formas y contenidos, cuyo valor es muy diferente.

Para la comprensión histórica resulta iluminador reflexionar sobre los siguientes puntos: ¿cómo se ha convertido el grano de mostaza en el árbol frondoso? ¿Cómo el pequeño grupo de los discípulos de Jesús del primer Pentecostés pasó a ser la Iglesia universal?

Por la encarnación del Logos el cristianismo es esencialmente humano, en un sentido excelso. El cristianismo hubiera podido manifestarse en cualquier forma de cultura. ¿Por qué se sirvió precisamente de las formas que conocemos por la historia y que tenemos ante nosotros?

Al principio de nuestra reflexión dimos ya la respuesta fundamental y formal: la fundación de Jesús se desarrolla bajo la dirección del Espíritu según las condiciones naturales de cada «entorno espiritual» en que se siembra y crece.

Con ello se reconoce al mismo tiempo el resultado, es decir, la realización de cada forma histórica concreta en su condicionamiento histórico. Si es verdad que el núcleo de la doctrina y su esencia eran y son inmutables por tratarse de realidades previas de la vida y la doctrina del Señor, también es verdad que la Iglesia ha podido, puede y aun debe buscar libremente la expresión exterior de su vida interna sobre esta base.

Todo crecimiento supone también envejecimiento. Esto trae consigo el peligro de un tipo de anquilosamiento y puede llevar a cierta esterilidad. En la historia de la Iglesia hemos tropezado a menudo con ese peligro. A veces hemos podido tener la impresión de que precisamente el anquilosamiento, el mantenerse simplemente en lo tradicional es lo que había impreso su sello en la existencia de la Iglesia. Pero por incontables hechos de la historia sabemos también que la amenaza más grave ha podido ser siempre vencida por una revitalización posterior.

Lo más importante para nosotros consiste en reconocer fundadamente que hoy sucede lo mismo. La frase desdichada y manida con que el liberalismo autosuficiente hablaba de la «Iglesia fosilizada» es una frase que se ha quedado anticuada. Había en ella, sin duda, muchas cosas anquilosadas. Bastantes aspectos llevan aún hoy una vida insuficiente, lo mismo entre los dirigentes que entre los dirigidos. Tal vez algún día la Iglesia peregrina vuelva a sentir un cansancio mayor. Sin embargo, en lo esencial, el poder enorme de su inercia no confunde la tradición con el conservadurismo: la Iglesia es una realidad viva.

Hoy la Iglesia está en movimiento.

Nos hemos encontrado con una cantidad sorprendente de prescripciones y juicios avanzados de los últimos papas, a partir de León XIII. Bajo el pontificado de Pío XI vivimos precisamente la nueva proclamación programática de la idea del sacerdocio universal. Y no hace aún muchos años Pío XII intervino en el núcleo de la liturgia, que parecía casi intocable, mediante el nuevo orden de la Semana Santa y, sobre todo, de la Vigilia Pascual. El Vaticano II, como luego veremos, ha significado un verdadero vendaval en todos los órdenes. En él ha brotado un nuevo rostro de la Iglesia, una Iglesia de servicio y no de mando, una Iglesia en actitud de diálogo y no de censura con las manifestaciones culturales de nuestro tiempo, una Iglesia consciente de que su única misión es llenarlo todo del espíritu de Cristo.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=5222 el 2006-07-21 11:59:26