conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » IV.- Edad Contemporanea: Cambio y Perspectivas » §125.- La Iglesia en Nuestro Tiempo

III.- El Movimiento Ecumenico. Actividades de «Una Sancta»

1. En el campo protestante, al igual que en el católico, se registran importantes gérmenes de renovación. En la medida en que contribuyen a profundizar y renovar la sustancia cristiana, desde el punto de vista histórico resulta justamente sorprendente la simultaneidad con que se produce el resurgir cristiano en un sitio y en otro. Es innegable que el protestantismo se encuentra hoy más disgregado que nunca y que, como consecuencia de su principio fundamental, este terrible fenómeno se produce en cada una de las Iglesias de la Reforma. Pero no sería legítimo pretender achacar este fenómeno exclusivamente a debilidades internas. Precisamente en las últimas décadas una parte del protestantismo europeo ha dado muestras de un considerable movimiento ascendente en la teología y en la vida religiosa. Podemos caracterizar este movimiento como una nueva forma de reflexión de los cristianos evangélicos sobre la herencia de la Reforma y de la Iglesia antigua (cf. § 120, I, 4b): redescubrimiento de la confesión de fe y del ministerio eclesiástico, «el siglo de la Iglesia»[16]. El movimiento de renovación litúrgica, que, además del círculo dirigente de Berneuchen (fundado en 1923) comprendía sectores amplios de la Iglesia evangélica, una forma de redescubrir y realizar con mayor profundidad los sacramentos, la santa cena nuevamente en el centro del culto, junto a la palabra, e incluso el interés por la confesión, que se ha hecho más insistente.

Especial importancia tiene el surgimiento de comunidades eclesiales, como la hermandad protestante de San Miguel, que agrupa a teólogos y seglares interesados en contribuir a la renovación eclesial del protestantismo. Existen también fundaciones similares a las Ordenes religiosas, como la comunidad de Taizé, junto a Cluny, monasterio reformado con regla propia y votos. Hay igualmente comunidades femeninas, como las hermanas evangélicas de María, en Darmstadt, y otras.

Fenómenos como estos últimos no alcanzan todavía a capas amplias del protestantismo. Pero su significación para la historia de la Iglesia radica en que, aparte de su pureza religiosa y evangélica, es del propio protestantismo de donde ha nacido, de una reflexión más atenta sobre la palabra de la Biblia que la lograda por los reformadores, una forma de vida cristiana que en el siglo XVI fue duramente tachada de antievangélica y fuertemente acusada de haber caído en la «ley». En los casos mencionados la realidad ha superado la crítica desfigurada de Lutero al monacato católico, demostrando que dicha crítica es insostenible hoy en sus puntos esenciales.

2. Ya estamos informados de los esfuerzos teológicos desplegados por el protestantismo por salvaguardar al mismo tiempo la herencia del evangelio, de la Reforma y del liberalismo (Bultmann, con su desmitologización y sus discípulos; cf. § 120, I). Si la aspiración subyacente a estos esfuerzos es genuinamente religiosa -hacer más aceptable el evangelio al hombre de hoy y de mañana-, tanto más peligrosa resulta la empresa para la sustancia de la doctrina cristiana. Efectivamente, ese deseo oculta la existencia de una amenaza contra la realidad objetiva del acontecimiento salvífico, del contenido objetivamente vinculante de la doctrina de la salvación y de los sacramentos. En los discípulos de Bultmann, como Herbert Braun, estas consecuencias saltan a la vista.

Pero si atendemos, como siempre, a la evolución global, podemos decir que en los sectores, iglesias y estratos mencionados, el protestantismo ha superado con creces lo que significaba durante el siglo XIX y hasta la Primera Guerra Munidal. El protestantismo ha entrado también, y de manera esperanzadora, en una nueva fase de su historia.

3. Tenemos además otra prueba especialmente importante y consoladora de lo que decimos: el Movimiento ecuménico. Este movimiento indica también una profundización. Durante el período que ahora termina casi no se tenían en cuenta más que los derechos del individuo o del grupo y, consiguientemente, se consideraba que la división de la cristiandad era más o menos lo normal y lo legítimo. El hecho de que aquí y allí (por ejemplo, en Alemania) se intentara algún tipo de unión administrativa no modifica nada lo fundamental. Ahora la fe y la teología han vuelto a descubrir que la unidad pertenece a la esencia de la Iglesia. Sobre esta base el movimiento ecuménico expresa el hecho de que, según la voluntad del único Señor, se despierta, con notable fuerza de esperanza y amor, un anhelo generalizado y creyente por la reunificación de las Iglesias.

a) El movimiento ecuménico nació de diversos principios y tras una serie de reuniones preparatorias que se remontan a la etapa anterior a la Primera Guerra Mundial.

Desde el punto de vista dogmático y eclesial resulta instructivo que uno de los puntos de partida más visibles fueran las misiones extranjeras (conferencia de la misión universal de Edimburgo, celebrada en 1910). De hecho, a partir de 1924, se constituyó la «Iglesia Unida del norte de la India» (unión de iglesias presbiterianas y congregacionalistas; en 1957 contaba con 500.000 miembros) y, a partir de 1947, la «Iglesia del sur de la India» (iglesias episcopales y no-episcopales; en la actualidad cuenta con catorce obispos, ordenados todos ellos válidamente según el rito anglicano), que se esfuerzan por lograr una forma unitaria para sus multiformes liturgias, situando la celebración de la cena como centro.

b) Los esfuerzos unionistas más completos en Europa y América se dividieron casi desde el principio en dos terrenos: fe y constitución (Faith and Order) y cristianismo práctico (Life and Work, cuyo lema era: «La doctrina separa, el servicio une»; «cuanto más nos acerquemos a Cristo, más cerca estaremos los unos de los otros»).

Los grandes encuentros preparatorios fueron la conferencia mundial sobre el cristianismo práctico, celebrada en Estocolmo en 1925, presidida por el arzobispo de Upsala, Soderblom, y la de Lausana, celebrada en 1927, con el tema «Fe y Constitución». En la de Edimburgo, en 1937, se acordó la fundación de un Consejo Ecuménico, a la que se unió la asamblea sobre cristianismo práctico, que tuvo lugar en Oxford el mismo año. Una vez superados los trastornos producidos por la Segunda Guerra Mundial (reanudación de vínculos entre la Iglesia evangélica alemana y el Consejo Ecuménico en 1946) se reunió en 1948 la primera asamblea plenaria del «Consejo Ecuménico de las Iglesias»[17] en Amsterdam. A esta asamblea siguió la conferencia mundial de «Fe y Constitución de la Iglesia», celebrada en Lund en. 1952. La «unidad fundada en Cristo» habría de ser en el futuro el punto de partida de las reflexiones eclesiológicas.

El Consejo Ecuménico se considera (conferencia de Evanston de 1954) como una comunión de Iglesias autónomas e independientes que reconocen a nuestro Señor Jesucristo como Dios y Salvador[18]. Las Iglesias ortodoxas tomaron parte en las discusiones dogmáticas, pero sólo con reservas, como el reconocimiento de los siete primeros concilios.

4. En el Consejo Mundial de las Iglesias están representadas, con algunas excepciones (los cuáqueros, por ejemplo), todas las iglesias y grupos protestantes, así como algunas iglesias ortodoxas. Actualmente está creciendo la influencia de los grupos mencionados en último lugar, lo cual no deja de tener importancia. La Iglesia ortodoxa rusa fue admitida en el Consejo Mundial en 1961. Las relaciones con ella se intensificaron mediante visitas de teólogos luteranos alemanes a Rusia en 1959 y conversaciones celebradas en Utrecht. Al parecer, estas relaciones han de mantenerse de modo permanente.

El Consejo Mundial no es -vale la pena repetirlo- una «super-iglesia», pero sí pretende servir de ayuda a la cristiandad en su camino hacia la unidad y manifestar ante el mundo la solidaridad de los cristianos como testimonio y realidad.

Todos estos grupos se declaran partidarios de la unidad con los hermanos en Jesucristo. Pero el contenido dogmático de esta declaración es diferente en cada caso, y el concepto de unidad no ha conseguido ni mucho menos una definición clara de su contenido. Por ello el grado de la «unidad» necesaria se aparta muy considerablemente de la doctrina católica. Por otra parte, ninguna de las Iglesias y denominaciones agrupadas en el Consejo Mundial puede, si toma en serio su historia y su misión, renunciar a priori a su pretensión de verdad frente a los demás grupos cristianos. Pensando en este hecho, puede advertirse la problemática que han de afrontar los grupos representados en el Consejo Mundial en sus esfuerzos por restablecer la unidad de la Iglesia.

Según la declaración del secretario general en la sesión de la comisión central, reunida en St. Andrews en 1960, el Consejo Mundial rechaza expresamente la idea de considerarse la contrafigura de Roma, ya que la misión del Consejo no es sustituir la división en cientos de Iglesias por una división en dos o tres grupos; al contrario, no obstante la independencia de cada Iglesia dentro del Consejo Mundial y su libertad irrenunciable, el objetivo es una verdadera unidad.

Por su lado, Roma ha rechazado, a partir de las conferencias de Estocolmo y Lausana, tomar parte en el Consejo Mundial de las Iglesias. Con esta actitud ha llamado la atención de un mundo que tiende al relativismo sobre la idea de que la verdad es una sola, y lo ha hecho de una manera clara, más penetrante que las palabras. Sin embargo, el propio Pío XII, que aproximadamente desde 1947 se había mostrado sumamente reservado ante el contacto con los hermanos separados[19] indicaba a los católicos que en el impulso unificador de las Iglesias no vinculadas a Roma debían venerar una obra del Espíritu Santo.

5. La labor ecuménica no se agota en los esfuerzos del Consejo Mundial de las Iglesias. Junto a las tendencias que aparecen en sus documentos oficiales hay muchos otros intentos privados, de carácter más o menos oficioso, por entablar un diálogo entre los cristianos separados y entre sus Iglesias y comunidades. En este tipo de intentos los católicos participan con gran interés.

a) En la extensa literatura que se ocupa de la ruptura entre las Iglesias oriental y occidental durante el siglo XI la atmósfera ha perdido mucho, aunque no todo, de la polémica que antes la caracterizaba. Se advierte más clarividentemente que la ruptura constituye una desgracia y que las causas no se pueden achacar sólo a una de las partes (cf. §§ 121-124).

b) Por otra parte, en la actualidad existen contactos múltiples, sumamente satisfactorios, entre teólogos católicos y protestantes especialmente en Alemania, Francia, Holanda, Suiza, Inglaterra, en los Estados Unidos y ahora en Italia. Son los contactos denominados habitualmente labor de Una Sancta.

Desde hace aproximadamente cuarenta años se vienen sucediendo esfuerzos ingentes de cristianos protestantes y católicos a través de revistas[20] conferencias, grupos de trabajo, congresos de teólogos e institutos de investigación ecuménica. Todos estos esfuerzos contribuyen a un mejor conocimiento mutuo, a una comprensión y, por tanto, a un acercamiento. Con escasas excepciones, la discusión ha pasado en todos estos intentos del tono polémico y aun de las disputas anticristianas de épocas anteriores a un auténtico diálogo religioso y científico. La permanencia -también con algunas excepciones- de la expresión «hermanos separados» es ya por sí sola un síntoma considerable. Pero de igual manera en todas las declaraciones importantes se subraya la primacía rigurosa del problema de la verdad y se rechaza cualquier suavización oportunista de las diversidades doctrinales. A diferencia de numerosos esfuerzos anteriores, se ha reconocido que en cuestiones de fe la unión no puede «hacerse» de forma artificial.

Se ha vuelto a caer, por otra parte, en la cuenta de que existen elementos comunes. Entre ellos está -por citar alguno- un profundo parentesco entre las aspiraciones religiosas de los Reformadores y las de los católicos (a diferencia de algunas formulaciones teológicas: § 84).

La investigación histórica nos ha hecho ver que en el surgimiento de la ruptura hubo culpa y malos entendidos por ambas partes. De hecho, en el campo doctrinal se ha demostrado que numerosas contradicciones (a veces fundamentales) no eran más que malentendidos y no existían en la realidad. En este punto resulta sorprendente el hecho de que el elemento central de la discusión desde hace cuatro siglos, la doctrina de la justificación, acabe siendo sustancialmente idéntico, según las pruebas, para católicos y protestantes[21].

También por parte protestante algunos sectores descubren que los Reformadores no utilizaron la Sagrada Escritura de manera proporcionada ni menos exhaustiva. Los católicos, por su parte, aprendieron a tener en cuenta la seriedad religiosa de los Reformadores y su celo por una Iglesia santa y a conocer las riquezas que brotan de la palabra de Dios.

6. La labor de Una Sancta tuvo también sus retrocesos. Para muchos protestantes, a quienes el concepto de la «verdad única» les resultaba completamente ajeno, el monitum de Pío XII en 1947 «congeló las esperanzas primaverales de la reunificación» (U. Valeske). La instructio del mismo papa en 1948 contiene también elementos claramente retardatarios; pero por vez primera hizo que la labor de Una Sancta pasara a ser asunto oficial de los obispos. El dogma de la asunción corporal de María al cielo fue considerado por muchos teólogos evangélicos como un importante motivo de división. Como es lógico, el «clima» unionista decayó. A ello se añadieron diversas torpezas cometidas por ambas partes. El problema de los matrimonios mixtos y la situación de los protestantes en algunos países europeos suscitaron a menudo duras reacciones de parte evangélica.

Prescindiendo de que en ambas partes se dan testarudos, «eternos defensores del ayer», según la fórmula del arzobispo Jäger, hay que tener en cuenta las auténticas diferencias extrateológicas y especialmente las de índole teológica y eclesiástica, al igual que las contradicciones teológicas existentes entre el dogma reformado y el dogma católico. Estas últimas son muy profundas. Especialmente en el concepto de la Iglesia se ha abierto entre los protestantes y los católicos una sima casi insalvable, humanamente hablando. El protestantismo está, además, tan dividido en su propio seno, que en el caso de entablar unas negociaciones oficiales habría que preguntarse con quién tendría Roma que ponerse en contacto para llevar a cabo unas conversaciones vinculantes. A pesar de todo hemos de constatar que después de una vivencia y un conocimiento profundos ya no es posible volver atrás. La realización de Una Sancta es en la actualidad todo lo contrario de una simple cuestión apta para teólogos y ocupada de esta o aquella formulación dogmática. Más aún: hemos de precisar cuidadosamente si para la unificación es necesaria una uniformidad en la terminología teológica -que humanamente parece imposible- o una unidad de fe. El lenguaje humano jamás podrá comprender adecuadamente el contenido de la fe.

En general, la resistencia común de cristianos de diferentes confesiones bajo el nacionalsocialismo, en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, en los estados satélites dominados por los bolcheviques, especialmente en la zona oriental de Alemania, el sufrimiento compartido, el dolor de unos por otros, la sangre derramada en común por el único Señor han hecho que el elemento común existente, pese a la separación, haya surgido en la conciencia con una profundidad antes inconcebible.

Por otra parte, salta a la vista con amenazadora claridad la situación religiosa y espiritual del mundo, en el que el ser o el no-ser de la cristiandad está vinculado a la solución del problema ecuménico. No hay nada que haya afectado tan profundamente a la credibilidad y, por ello, a la efectividad de la revelación como las interpretaciones contradictorias dadas por las diferentes partes de la cristiandad a partir de la Reforma.

Ante la realidad de esta situación, la esperanza contra toda esperanza es una actitud legítimamente cristiana. En esta esperanza se basa hoy de manera plenamente consciente la labor de Una Sancta. Puede decirse con toda seguridad que el hoy y el mañana son el kairós de «Una Sancta».

En esta situación hay un hecho muy importante para la historia de la Iglesia: en la actualidad el mundo cristiano se reúne en oración con mayor intensidad y regularidad y ruega al Señor que nuevamente «todos sean uno» (Jn 17,lss). En general se reconoce que la división es contraria a la voluntad del Señor y que constituye un pecado.

7. Es importante señalar que, fuera de la esfera estrictamente eclesial, se han ido formando comunidades laicales supraconfesionales e internacionales que intentan con notable seriedad restituir el valor del cristianismo en la vida pública, en la oficina, en los establecimientos comerciales e industriales. No se pueden pasar por alto los peligros, sobre todo de relativismo; pero mucho menos debe perderse la ocasión de purificar la buena voluntad y el fervor religioso que manifiestan. Podemos mencionar por vía de ejemplo las siguientes obras: «Die moralische Aufrüstung von Caux», fundada en 1938 por Frank Buchman († 1961); la «International Christian Leadership», instituida por A. Vereide en 1935 en Estados Unidos; la «Lions», fundada en Texas en 1917, que actúa también en Alemania desde 1952.

8. Es cierto que estos importantes gérmenes positivos no configuran ni mucho menos la totalidad de la época. Ya lo ha demostrado nuestro análisis global. Especialmente la destrucción psíquica y espiritual de la humanidad actual, que a veces parece hasta apocalíptica, su «caída vertiginosa en el vacío, en la nada y en el abandono», vacío espiritual y moral que se manifiesta de manera uniforme en la literatura, la filosofía y la pintura (Picasso), y que en sectores de relativismo libertino es saludado por muchos y hasta «celebrado» como espejo válido del hombre: esta situación presenta al testimonio cristiano actual exigencias mucho más densas que en épocas anteriores. Inexorablemente surge la pregunta decisiva que ya hemos expresado: hasta qué punto el que habla como cristiano es realmente un cristiano. La amarga acusación de que la confesión de fe y el dogma de los cristianos están excesivamente distanciados es una acusación que, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, aparece masiva e incansablemente en boca de los pueblos no cristianos de fuera de Europa.

a) La tarea particular más grave que arrastra la cristiandad en la historia más reciente son los crueles asesinatos masivos cometidos durante el Tercer Reich de Hitler contra los judíos (seis millones de muertos), sin que la conciencia cristiana fuera capaz de conjurar la desgracia o de protestar lo bastante fuerte contra ellos. Vuelven a surgir aquí una serie de interrogantes a los que ya hemos tenido que responder negativamente (§ 76) cuando nos referíamos a la Edad Media y al comienzo del mundo moderno.

Ahora, tras estos acontecimientos criminales que no admiten parangón, todos y cada uno de los cristianos tienen que responder a la pregunta: «¿Dónde está tu hermano judío?». La Iglesia en su conjunto ha de preguntarse si hizo o hace lo suficiente para recoger el patrimonio revelado que se contiene en el judaísmo y hacerlo fecundo para cristianos y judíos.

b) Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, la «cuestión judía» se sitúa a un nivel completamente nuevo a raíz del nacimiento del Estado de Israel por obra de las potencias mundiales y contra la resistencia apasionada de los árabes. Este Estado vive en una enorme tensión interior: por una parte es un Estado moderno con una población sumamente heterogénea en idioma, cultura y procedencia; por otra, es una teocracia, en la cual la Ley de Moisés regula en múltiples aspectos la vida cotidiana; sólo puede tener carta de ciudadanía en Israel quien profese la fe judía.

Pero precisamente es aquí donde vuelve a surgir el peligro central del proceso evolutivo moderno: la amenaza de la secularización radical. El actual judaísmo de Palestina no se mide adecuadamente por las sinagogas levantadas en todas partes, ni por los kibbutzim en los que el sábado cesa toda actividad, ni tampoco por lo que representa la figura de Martin Buber (nacido en 1883), cuya poderosa fe irradia más allá de Israel, ni tampoco por lo que hay en él de cercanía y de sabia fidelidad a la tradición de los padres. A los ojos de un observador atento, el judaísmo palestinense parece más bien profundamente amenazado en su totalidad por el liberalismo secularizado y por el ateísmo.

Notas

[16] Esta reflexión sobre el pasado condujo a la fundación de la Iglesia evangélico-luterana de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.

[17] La constitución prevé seis presidentes como representantes de las confesiones más importantes, entre ellos un ortodoxo, y un congreso general cada cinco anos aproximadamente; el segundo fue el de Evanston, Estados Unidos, en 1954; el tercero el de Nueva Delhi, en 1961; en 1968 se celebró el quinto en Upsala y en 1975 el sexto en Nairobi. Pueden verse los trabajos y actas de los dos últimos en A. Matabosch,Liberación humana y unión de las Iglesias. El Consejo Ecuménico entre Upsala y Nairobi (Ed. Cristiandad, Madrid, 1975).

[18] Esta fórmula fundamental fue ampliada en su contenido trinitario en la última conferencia mundial en noviembre de 1961 en Nueva Delhi, y ahora reza así: «... una comunión de Iglesias, que confiesan al Señor Jesucristo según las Escrituras, como Dios y Salvador, y aspiran a cumplir la misión a la que han sido llamados, en honor de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

[19] Cf., no obstante, infra n.° 6 sobre la instructio.

[20] «Eine Heilige Kirche», de Heiler; el «Materialdienst des konfessionskundlichen Instituts des Evangelischen Bundes», en Bensheim; «Una-Sancta-Briefe», de Meiting, y «Catholica». Para muchas revistas de carácter general y no pocos periódicos la labor de Una Sancta es objeto de corresponsalía permanente.

[21] Es comprensible que algunos teólogos de ambas confesiones se opongan a esta afirmación fundamental. Las objeciones formuladas se refieren exclusivamente a consecuencias de la doctrina de la justificación o a determinadas formulaciones teológicas particulares; el núcleo objetivo «nada puede servir para la salvación si no es obra de Dios, de la gracia, de la fe» es idénticamente católico y protestante.

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