conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » IV.- Edad Contemporanea: Cambio y Perspectivas » §125.- La Iglesia en Nuestro Tiempo

I.- Introduccion Aclaratoria

1. La concentración del poder eclesiástico en manos del papa mediante la definición del episcopado supremo y la infalibilidad del obispo de Roma clarificaron la discusión secular sobre la superioridad del concilio sobre el papa. Y, precisamente por eso, surgieron nuevas posibilidades para organizar una nueva forma de vida para la Iglesia. El Vaticano I significa el fin de toda una época de la historia de la Iglesia.

a) En un primer momento estas posibilidades se fueron realizando con un sentido centralista y papal, cuya representación más visible y de mayor influencia histórica fue el nuevo Codex Iuris Canonici. Fue preparado por Pío X y elaborado bajo la dirección determinante del cardenal Pietro Gasparri, que incluso redactó personalmente la parte principal de la gigantesca obra. Fue promulgado por Benedicto XV en la fiesta de Pentecostés de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, y entró en vigor a partir de 1918.

El nuevo código es una aplicación de la plenitud de poderes del papa, definida por el Vaticano I. Aun cuando se mantuvo en buena medida el derecho antiguo y los obispos de todas las diócesis del mundo tuvieron amplias facultades para formular propuestas, el nuevo código es formalmente un código de derecho pontificio, fijado en una codificación positiva y «exclusiva». El proceso secular de concentración de todos los poderes eclesiásticos en el papa había llegado a su término. A partir de ahora cualquier intento de separatismo católico está condenado por anticipado al más rotundo fracaso y ya no constituye para la Iglesia un peligro. El círculo se ha cerrado.

Precisamente esta situación posibilita esa mayor libertad necesaria dentro de la unidad. Este código que, como hemos dicho, concluye toda una época, tiene, no obstante, una actitud fundamentalmente renovadora que incluso se proyecta hacia una nueva época. Dice expresamente que quedan abrogadas todas las penas que no se mencionan en él. Según esta prescripción, quedan eliminadas la tortura y la pena de muerte del hereje, que ya no se volverán a imponer en ningún caso. Pese a que, como ya hemos dicho hasta la saciedad, la evolución interna de la Iglesia discurre al principio decididamente en un sentido centralista y curial, importantes exhortaciones de los últimos papas han ido afrontando el viraje que se iba produciendo y han acentuado con fuerza y acierto el sacerdocio universal y la adultez de los seglares en la Iglesia. Especial importancia tiene la interpretación auténtica que de la «Acción Católica» dio su creador, Pío XI. A ello habría que añadir la canonización de Juana de Arco (Benedicto XV, en 1920) y de Tomás Moro (en 1936), que muy bien podríamos denominar como canonizaciones de la conciencia cristiana. Este movimiento de revalorización del laicado culmina con la encíclica Mystici Corporis Christi, de Pío XII (29 de junio de 1943), en la que el papa profundiza en el concepto Iglesia. La dirección doctrinal, disciplinar y sacramental quedan tan firmemente aseguradas en la jerarquía[1] que en este punto no hay peligro alguno de ofuscamiento. Pero precisamente esta seguridad es la que abre especiales posibilidades de actuación de los laicos, considerados ya como mayores de edad en la Iglesia.

b) La idea del pueblo de Dios, en el que hay muchos miembros y en el que todos los creyentes bautizados son por igual «nuevas criaturas», y en el que todos deben ponerse al servicio de los demás, se desarrolla de una manera mucho más completa que en una Iglesia clerical, tal como la conocíamos desde la Edad Media. Por otra parte, esta idea responde a una serie de necesidades que nuestro tiempo va presentando con urgencia. La sociedad moderna se encuentra permanentemente en peligro de contagiarse de la incredulidad o la inmoralidad, y por ello necesita por doquier la ayuda constante del misionero. Y cada cristiano necesita también decidirse en cada momento por el reino de Dios sin caer en el error de pensar que solamente quien ha sido educado para la autodecisión adulta puede cumplir la tarea. Dentro del proceso de secularización radical se han ido formando nuevos estratos y medios sociales a los que el cura apenas tiene acceso o lo tiene en muy escasa medida: la gran fábrica, el proletariado, el mundo del cine y el de muchos centros de diversión. En la instrucción y dirección de las masas la Iglesia tiene también que llevar a cabo un intenso trabajo de carácter organizativo, económico y financiero para el que sólo fuerzas especializadas están en disposición de cumplir. La capacidad y competencia del sacerdocio sacramental no llegan a abarcar todo este campo. En la mayoría de los casos un seglar creyente puede realizar esas tareas mejor que el clérigo. Esta afirmación aumenta su valor si tenemos en cuenta la escasez de vocaciones sacerdotales que se manifiesta en Europa y Sudamérica.

Todo esto parece conducirnos inevitablemente a una situación en la cual la historia de la Iglesia será una historia de seglares, como no lo había sido nunca desde finales del cristianismo primitivo, una historia de laicos, naturalmente bajo la dirección de la jerarquía y en comunión con ella. Como ya hemos dicho, esta historia no sería más que la realización del programa de Pío XI.

2. Los Pactos de Letrán, firmados en 1929, constituyen también, como ya hemos dicho (cf. § 113, 12), un acontecimiento que inicia nueva época. El «Estado Vaticano», creado en virtud de dichos pactos, determina la desaparición definitiva de los antiguos «Estados de la Iglesia». Lo cual quiere decir que la Iglesia ya no posee poder político alguno. Con los Pactos de Letrán termina una dilatada época de la historia de la Iglesia, comenzada a raíz de las primeras donaciones de Pipino, época en la que la vida, la evolución y el peso del papado serían impensables sin los Estados de la Iglesia.

Tiene también especial importancia el momento en que se producen los acontecimientos: a) nos encontramos con que se ha consumado la concentración de todo el poder eclesiástico en el papado; b) se registra al mismo tiempo en el mundo entero un crecimiento verdaderamente diabólico de todo lo que significa violencia exterior: el moderno nacionalismo del poder, es decir, el imperialismo que se da en el nacionalsocialismo de Alemania y, desde 1917, en el comunismo ruso y chino; c) se produce también cierto reconocimiento de la especificidad y autonomía de lo religioso, unas veces como protesta contra el movimiento de religiosidad, otras en apoyo suyo; d) y, por último, un reducido territorio del interior de Italia, que anteriormente había desempeñado un importante papel en los movimientos de los pueblos europeos, carecía hoy de esa importancia, al ser el escenario de la historia el mundo entero, y mucho más en una época en la que los países no europeos van adquiriendo una presencia cada vez más acusada en la vida de la Iglesia.

Notas

[1] Pío XII pudo incluso puntualizar: «Este apostolado sigue siendo siempre apostolado de los laicos, y nunca será apostolado de la jerarquía aunque se ejerza en virtud de esta última» (5 de octubre de 1957).

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