conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §122.- Las Diversas Iglesias Orientales

I.- El Patriarcado Ecumenico de Constantinopla

A través de los siglos y hasta nuestros días el patriarcado de Constantinopla constituye, en cierta y cambiante manera, el centro espiritual de la Iglesia ortodoxa. Este grado jerárquico de «segunda Roma» le fue disputado por Moscú, pero nunca con éxito total.

1. La fundación y el ascenso de la sede eclesiástica de Constantinopla estuvieron unidos, como ya sabemos[23] a una realidad política, concretamente a la iglesia de Estado. En la idea del emperador como summus pontifex se daba una prolongación directa de concepciones paganas. En los desmesurados calificativos que Eusebio de Cesarea aplica a Constantino el Grande («elegido por Dios», etc.)[24], aplicado también más tarde a los dominadores de la Iglesia en la tercera Roma, queda expresada con total claridad la concepción del emperador como soberano legítimo de la Iglesia.

La transposición de este concepto, peculiar de la iglesia estatal, a la posición del obispo de Constantinopla fue declarada expresa, aunque indirectamente y sin reparo alguno, en el canon 28 de Calcedonia, en el que se reconoce a esta sede «la misma veneración» que a la de Roma, «a la que concedieron los Padres el primado por ser la capital del imperio»[25]. Quiere esto decir que el grado jerárquico de un obispo corresponde o depende del rango político que tenga su ciudad.

Este principio, que ya hemos hecho notar anteriormente (cf. § 121, II, 4), fue ampliado posteriormente en todas las Iglesias orientales en diferentes formas, incluso como medio contra las tendencias centralizadoras del patriarca de Constantinopla, hasta convertirse en un principio cargado de consecuencias, que ha acrecentado en nuestros días la pluralidad de Iglesias orientales: la libertad política determina la autonomía eclesiástica.

Partiendo de Bizancio, la iglesia de Estado fue la forma dominante de vida en todas las Iglesias fundadas por esa ciudad. Así, la idea del emperador universal, ungido por Dios, llegó a los pueblos evangelizados, los búlgaros, servios y rusos.

2. Para ningún fenómeno histórico es indiferente el ámbito geográfico, cultural y territorial en que se desenvuelve.

Para reconocer la importancia histórica de la ortodoxia y el gigantesco papel que en ella desempeña Constantinopla, no podemos olvidar el carácter absolutamente único de su situación geográfica, tan admirado por todos los visitantes, y la atmósfera de una cultura realmente imperial que reina en la ciudad. La conciencia histórica de ser la ciudad de muchos concilios decisivos[26] la conciencia viva de la plenitud del poder y de la belleza y, con ello, el saberse centro indiscutible, «la ciudad» por excelencia, todo eso afecta, sin duda, también a la esfera eclesiástica.

Los metropolitanos bizantinos que estaban bajo la jurisdicción del patriarcado de Constantinopla no mostraban un deseo excesivo por residir en sus provincias. Constantinopla les atraía. En ella se encontraban multitud de dignatarios eclesiásticos. El resultado fue algo similar a la curia romana, una «corte», cuya atmósfera, por lógica consecuencia (cf. tomo I, § 50, IV, 5), era muy poco favorable a las aspiraciones cristianas a la perfección.

3. En las controversias cristológicas, Bizancio se había acreditado como centro de fe ortodoxa. Con su patriarcado estaban unidas la parte de Antioquía no cismática, parte de Alejandría, de Georgia y el patriarcado de Jerusalén. Al recuperar el imperio una parte de Siria en la segunda mitad del siglo X, se robusteció en Antioquía el elemento griego y ortodoxo. Pero el intento de «ortodoxizar» a los «herejes» a base de medidas de fuerza provocó la animosidad de los jacobitas locales contra Bizancio. Las mismas medidas de fuerza tomadas contra los rutenos, cuya última sede fue conquistada por los bizantinos en 1045, no tuvieron más resultado que provocar emigraciones masivas de estos cristianos hacia Occidente. Durante las Cruzadas, los patriarcas vivían a menudo exiliados en la ciudad imperial. Es fácil comprender que el rito y el derecho canónico de estas metrópolis se asimilara a los usos de Bizancio.

El crecimiento del Imperio bizantino, desde la reconquista de la ciudad en 1261 hasta el siglo XIV, aumentó nuevamente la conciencia de poder del patriarca y, a la vez, su hostilidad hacia Roma. Es cierto que, cuando la situación de Constantinopla y del imperio se vio amenazada, tanto por la falta de visión política occidental (política de aislamiento de Carlos de Anjou, apoyado por la curia, 1281) como por el avance de los turcos, existieron intentos de unión entre los emperadores, pero tanto el patriarca como los monjes y el pueblo siguieron en su actitud drásticamente antirromana. La hostilidad creció precisamente en el último medio siglo de independencia de la capital. Si exceptuamos a mínimas personalidades (cf. el Concilio de Ferrara-Florencia, tomo I, § 66, 4) que se esforzaron por entenderse con Roma, la teología de entonces tenía una orientación preferentemente polémica contra los latinos.

Lo más duro era la separación interna entre las dos partes de la cristiandad. Lo demuestra el fracaso de las dos tentativas de unión de los concilios de Lyon y de Ferrara-Florencia. Aun cuando latinos y griegos habían celebrado comunitariamente la liturgia en las mismas vísperas de la caída de Constantinopla, la oposición del pueblo y de los monjes contra los odiados latinos era enorme. Aun después de la caída del imperio, ambas partes de la cristiandad mantenían entre sí una actitud de ciega hostilidad.

4. La conquista de Constantinopla por los turcos el 29 de mayo de 1453 abre un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia oriental. Después de tres días de terrible carnicería, el sultán Mehmed II decretó la paz para la ciudad conquistada. A los cristianos que aún vivían se les invitó a volver. Se permitió la práctica de la fe cristiana, al igual que en todos los países conquistados, cristianos en otro tiempo. Cristianos y judíos quedaron sometidos a determinadas leyes especiales, como exclusión del servicio militar, prohibición de matrimonio con los musulmanes, incapacidad para testificar ante los tribunales en procesos contra musulmanes, impuestos elevados, y no se permitió el culto público.

Por orden del sultán, los obispos presentes en Constantinopla eligieron un nuevo patriarca, el sapientísimo Gennadios Scholaris, enemigo declarado de la unión con la Iglesia latina[27]. El sultán llevó a cabo la entronización del patriarca de la misma forma que la hacía anteriormente el emperador: postración del elegido a los pies del sultán, quien le entregaba el báculo patriarcal. Le confirmó la primacía sobre todos los patriarcados cristianos y la autoridad sobre todos los cristianos súbditos del sultán, que sería también su juez en las causas matrimoniales civiles[28].

Los patriarcas de Constantinopla supieron aprovechar su carencia de poder político, utilizando con habilidad sus consecuencias: se hicieron imprescindibles. Es verdad que con ello no se mitigaba la desconfianza y aun el odio de la cristiandad ortodoxa, obligados cada vez más a una situación de diáspora, contra los «infieles», como tampoco se mitigó la hostilidad contra los zares rusos, que después se habrían de hacer omnipotentes.

Al menos los griegos ortodoxos consideraban al patriarca como representante del basileus desaparecido. Por su parte, el patriarca se consideraba a sí mismo de algún modo con esa dignidad. Esta conciencia se ha seguido manteniendo viva hasta la época más reciente[29].

En el crecimiento ulterior del prestigio del patriarca ecuménico tuvo gran importancia el hecho de que, en su calidad de etnarca, llevó a cabo con éxito la mencionada «helenización» de los Balcanes a partir del siglo XVI, con lo que quedaba reprimido, al propio tiempo, el elemento eslavo[30].

5. La vida interna de la Iglesia ortodoxa padeció graves sufrimientos bajo la dominación turca. En cierto modo se fue agotando. Es verdad que la gran mayoría de la población se mantuvo durante largo tiempo fiel a la fe tradicional, pese a las limitaciones impuestas a los cristianos en sus posibilidades de ascenso económico y aun social. Pero la falta de suficiente atención pastoral y de toda posibilidad de formación teológica se hizo sensiblemente grande, decayendo notablemente la actividad religiosa.

En la época de la Contrarreforma, Gregorio XIII fundó el colegio griego de Roma (1577), aunque dicho colegio estaba destinado exclusivamente a los griegos unidos con Roma. Hay que llegar a 1626 para registrar la creación en Venecia de una academia ortodoxa, erigida por la colonia griega de esa ciudad. Finalmente, en el siglo XVIII se pudo crear una serie de escuelas y seminarios cristianos aun en los territorios sometidos al dominio turco, siendo las más importantes las instituciones docentes de Constantinopla.

Hacia fines del siglo XVI se advierten en la ortodoxia infiltraciones de la doctrina de los reformadores. Fueron entonces rechazadas por el patriarca, pero medio siglo después (entre 1620 y 1638) un sucesor en la sede constantinopolitana, Cirilo Lukaris, intentó establecer estrechas relaciones con el calvinismo, las cuales pasajeramente condujeron a la comunión litúrgica. En definitiva, el intento resultó estéril por la resistencia interna de las Iglesias[31]. Los concilios de Jassy (1642) y de Jerusalén (1672) condenaron el protestantismo en sus diferentes ramas.

La teología de esa época, a partir del siglo XVI, carece de importancia. Consistía sobre todo en una defensa contra la teología occidental, contra el Concilio de Florencia, contra el papado, contra «los latinos». En 1722 tuvo lugar un odioso sínodo anticatólico. A mediados del siglo XVIII el patriarca Cirilo V llegó a la extravagancia de condenar globalmente los sacramentos de los latinos. El patriarca de Jerusalén se opuso a esta condena, pero hasta ahora aún no ha sido revocada[32].

6. Tras una época de fuertes tensiones entre el Fanar y la Alta Puerta (a partir de los victoriosos esfuerzos de los pueblos balcánicos por su independencia), las relaciones volvieron a ser tolerables.

Pero ambas instancias se vieron obligadas entonces a aceptar grandes pérdidas en poder y en prestigio. A la independencia de los países balcánicos de Turquía sucedió la desvinculación de sus Iglesias. En 1850, el patriarca ecuménico reconoce la autocefalia de Grecia, a la que sigue el reconocimiento de las Iglesias autocéfalas de Servia en 1879, de Rumania (con patriarcado propio) en 1925, de Albania en 1937 (en contra del patriarcado de Constantinopla) y de Bulgaria en 1945 (admitido por el patriarca).

7. Desde comienzos del siglo XX, la sede del patriarca ecuménico ha recuperado algo de su antiguo esplendor como obispo universal, aunque no tenga jurisdicción alguna sobre otras Iglesias. Esta recuperación se debe principalmente a Joaquín III (patriarca durante los años 1878-1884 y de 1901 a 1912), a quien se dio el título de «el Grande». Joaquín III restableció relaciones estrechas entre las diferentes iglesias autocéfalas y creó nuevos contactos con los Viejos Católicos y con los anglicanos. Con respecto a Roma se mantuvo en una actitud de rechazo. El patriarca Atenágoras I ha sido también capaz de elevar el prestigio del proto-trono.

8. Los intentos de una nueva aproximación interortodoxa se han intensificado después de la Primera Guerra Mundial. Una prueba y un apoyo para estos intentos ha sido la convocación de un sínodo ortodoxo en Constantinopla. De todas formas, la lista de los participantes ponía de manifiesto los límites de lo que se podía conseguir. Faltaban el patriarca de Bulgaria, que está en situación de «cisma», y los patriarcas de Antioquía, Jerusalén, Alejandría y, naturalmente, el de Moscú. La convocatoria de un concilio general para 1926 en el Monte Athos fue aplazada.

Al mismo tiempo, la Iglesia bizantina ha sufrido las consecuencias de las crueldades cometidas por ambas partes en la guerra greco-turca y, más en concreto, la cruel política antigriega del gobierno turco. En cambio, el patriarcado se ha visto asegurado mediante el Tratado de Lausana (1923), que puso fin a esta guerra[33].

De todas formas es ahora cuando por primera vez el patriarca se ve despojado por completo de sus derechos no puramente religiosos. La antiquísima concepción oriental, y también turca, según la cual cada comunidad religiosa y eclesial unida formaba una especie de nación por sí misma, es una concepción que desaparece. Por otra parte, hubo intentos de utilizar el Fanar para el nuevo Estado, aunque han resultado estériles. La Iglesia no se ha sometido al nuevo Estado.

El Grupo de los Armenios, que tuvo considerable importancia hasta el siglo XX, se ha visto cruelmente reducido por las matanzas y las emigraciones y, sin exceptuar a los armenios católicos, quedó debilitado en lo eclesiástico por las tendencias laicistas[34].

En la actualidad, el patriarca ecuménico de Constantinopla es quien posee casi indiscutiblemente la primacía sobre las Iglesias ortodoxas (proto-trono). El patriarca Atenágoras I (1940-1972) se ha esforzado por intensificar más estrechamente las relaciones entre las Iglesias orientales hermanas[35]. El patriarcado es, además, miembro del Consejo Mundial de Iglesias, incluido el departamento «Faith and Order». Las relaciones entre el Fanar y el Vaticano han mejorado durante los últimos años.

9. En una visión retrospectiva podemos darnos cuenta del papel histórico e histórico-eclesiástico desempeñado por Bizancio: en el año 718 y durante los siglos siguientes, oprimido con enormes dificultades por los árabes, rusos y normandos, se salvó de los árabes no sólo a sí mismo, sino a Europa y a la Iglesia occidental; bajo los emperadores macedonios (867-1056) combatió agresivamente contra el Islam; propagó las misiones por los Balcanes y por el sur de Italia y fundó las que evangelizaron Rusia. En el siglo X dependían de Bizancio más de seiscientos obispos de Asia Menor, el Ponto, Servia, Bulgaria, Grecia, Albania, Rumania y Hungría. En la actualidad se encuentran iglesias de rito bizantino en Rusia, Ucrania, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Yugoslavia, Albania, Rumania, Servia, Grecia, Turquía, Siria, Líbano, Palestina, Jordania, Egipto y también, en la diáspora, en todas partes del mundo (en los Estados Unidos, unos tres millones).

Mención especial merece la Iglesia ortodoxa del Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí (con un arzobispo). Esta Iglesia comprende, además de los monjes, algunos fieles. En 1575 y luego en 1782 fue reconocida como Iglesia autocéfala.

Notas

[23] Para esta evolución, cf. el tomo I, §§ 98, 108 y 112. Esta motivación «política» del grado jerárquico de los patriarcas por la dignidad de la antigua y nueva Roma, no por la sucesión de Pedro, permanece viva todavía hoy en la Iglesia oriental. El patriarca Atenágoras decía explícitamente en 1962, en una entrevista, que la Iglesia oriental está dispuesta a reconocer el «primado de honor» del obispo de Roma, ya que tiene su sede en la primera capital del mundo.

[24] Cf. tomo I, § 18.

[25] Desde finales del siglo V se atribuyó al obispo de Constantinopla el título de patriarca, y desde el año 520 fue denominado patriarca ecuménico, es decir, Patriarca de todas las diócesis del imperio.

[26] De los años 387, 553, 680, 869; el sínodo de los iconoclastas, en el 815; el de la paz, en el 820; los concilios dogmáticos de la época de los Comnenos, la asamblea que tomó postura sobre el concilio unionista de Lyon (1274); los sínodos del siglo XIV, que se pronunciaron a favor o en contra de la doctrina de Gregorio Palamas. En Constantinopla se celebró igualmente a través de los siglos la endemousa, asamblea de los obispos del imperio que vivían o residían en Constantinopla, denominada hoy «Santo Sínodo». El II Concilio de Nicea del año 787 fue convocado en un primer momento en Constantinopla.

[27] El interés político del sultán era contrario a una unión de la ortodoxia con la Iglesia de Occidente. Véase también la nota 18.

[28] La situación material del patriarca era buena. Tanto él como los restantes obispos estaban libres de impuestos. Los monasterios conservaban o renovaban su rico patrimonio.

[29] Todavía hoy sigue llevando los emblemas del basileus y hasta 1924 era incluso etnarca. En Rusia y Servia el patriarca se equiparaba asimismo al zar. Este, al igual que el basileus, le sostenía, entre otras cosas, el estribo.

[30] Durante los siglos XVII y XVIII, el patriarca ecuménico tenía autoridad eclesiástica en los territorios de Turquía, Tracia, Macedonia, Albania hasta Escútari, Montenegro, Servia, Grecia, Bulgaria, Rumania, Asia Menor con sus islas y la colonia griega de Venecia (independiente desde 1582). A fines del siglo XVII le estaban sometidas 63 metrópolis; en el XVIII había 150 diócesis o eparquías.

[31] Cf. § 124, 5.

[32] Esta tesis ha sido recientemente actualizada por teólogos rusos, mientras que para los teólogos griegos el asunto no está en discusión (Duprey). De todas formas, tales tesis hallan sus raíces en la antigua teología sacramentaría griega, sobre todo en la doctrina del carácter indeleble del bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal.

[33] Pero, debido al cambio de población acordado en este tratado, perdió la mayor parte de sus comunidades en Turquía, aunque le siguen sometidas Creta, Grecia oriental (Athos), el Dodecanato y las comunidades griegas de Europa occidental, EE. UU. y Australia.

[34] Hoy viven en toda Turquía unos 195.000 cristianos, entre los cuales 29.000 son católicos.

[35] Una manifestación importante de estos esfuerzos y a la vez un reconocimiento de la autoridad eclesiástica y moral del patriarca ecuménico fue la Conferencia Panortodoxa de Rodas, convocada por él. La presidieron sus representantes. La conmemoración del patriarca ecuménico por los concelebrantes fué mucho más allá de lo estrictamente exigido por la liturgia; el programa preparado fue aceptado en gran parte; en él figura el proyecto del sínodo ecuménico, que el patriarca piensa convocar en los próximos años.

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