conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Segunda época.- Hostilidad a la Revelacion de la Ilustracion al Mundo Actual » Período segundo.- El Siglo XIX: la Iglesia Centralizada en Lucha con la Cultura Moderna » Capitulo tercero.- Iglesia y Cultura Industrial Moderna

§119.- Misiones y Jovenes Iglesias de Ultramar

1. La historia de la Iglesia es la historia de la misión, el cumplimiento del mandato de Jesús «id por todo el mundo» (Mt 28,19). La misión es un intento multiforme que, sin duda, se ha cumplido muchas veces de manera insuficiente, pero en el cual se manifiesta magníficamente la fuerza del mandato de Jesús a lo largo de los siglos.

La fe de los primeros cristianos fue penetrando cada vez más, como la levadura, en la mentalidad de los no creyentes. Tras la ruina del pueblo judío como unidad étnica cerrada, la difusión del cristianismo se convirtió en labor de conversión de los paganos, sobre todo en el Imperio romano. Este giro hacia Occidente tuvo, como ya hemos visto, una gran importancia en la historia de la salvación. En Occidente, la influencia cristiana, condicionada por el medio, fue en lo político y en lo espiritual completamente distinta de la que hubiera surgido si el cristianismo hubiera emigrado hacia el Oriente. Uno de los aspectos más importantes es, como ya hemos visto, la acomodación de la Iglesia al Imperio romano, que sentía predilección por las creaciones estables y las instituciones jurídicas. Al quedar más tarde realizada la cristianización de Occidente, se desarrolló la tarea y la problemática de las misiones fuera de Europa. Con las Cruzadas, y a partir de ellas, su cometido se centró ante todo en la conversión de los «infieles», es decir, de los mahometanos, tanto en Oriente como en la Península Ibérica, desde donde se hicieron incursiones en África. Los misioneros eran sobre todo, franciscanos y dominicos.

2. A raíz de los nuevos descubrimientos de fines del XV se fue desarrollando la misión entre los «paganos»[22] típica de la Edad Moderna, que se inician con la obra de los canónigos seculares en el Congo-recién descubierto (en 1491); esta obra constituye un ejemplo instructivo y a la vez un aviso. Los predicadores misioneros, pertenecientes a la mencionada congregación, y después a los franciscanos, dominicos y agustinos, tuvieron un éxito tan grande, que el rey se hizo bautizar, y ya en 1534 fue erigida una diócesis. Pero al volver el rey a apostatar en el siglo XVII, la labor de los capuchinos (a partir de 1645) no fue capaz de impedir la aniquilación de la misión, algo parecido a lo ocurrido siglos antes con los germanos.

La labor misionera vino a ser durante la Edad Moderna un título de honor de la Iglesia católica, incluso durante el siglo XVI, en el que la Reforma le acarreó tan graves pérdidas en Occidente. Esta labor misionera es también un desbordamiento del renacimiento interno del catolicismo que se había operado en los países europeos fieles al catolicismo. Alimentándose de esta nueva vitalidad, las misiones de ultramar dieron también pruebas de una energía inquebrantable. En conjunto, podemos decir que las misiones entre los paganos, o mejor, sus objetivos, llegaron a constituir una parte esencial de la piedad católica de la Edad Moderna. La participación de las misiones en el ser global de la Iglesia la hemos visto ya parcialmente al referirnos a la labor misionera desarrollada en las Indias Occidentales, en América del Norte y del Sur y también en el norte de África, pero sobre todo en Asia: India y Japón, con el subsiguiente incremento del cristianismo en China a partir de 1572 por obra de Ricci y sus sucesores, en el que participan también los misioneros franciscanos y dominicos.

Las potencias religiosas que van apareciendo en el campo misionero, al igual que en otros campos, son objeto de dirección y promoción central por parte de Roma. Ya vimos cómo en 1622 Gregorio XV funda una congregación para la Propagación de la Fe (De Propaganda Fide).

3. A pesar de ello, las inmensas posibilidades, casi inimaginables en el momento actual, de cristianización del mundo, próximas temporalmente en Asia, no llegaron a realizarse, o mejor, no llegaron a realizarse una vez más, si nos remontamos a las posibilidades que se le ofrecieron en otro tiempo al nestorianismo, incluso en las provincias nórdicas de China (§ 27, II).

Ya la controversia sobre los ritos y la praxis misionera de los jesuitas durante el siglo XVII (§ 94) provocaron serios y funestos obstáculos para el arraigo del cristianismo católico. La competencia entre las diversas confesiones complicó la situación más todavía. El resurgimiento o el robustecimiento de las viejas ideas religiosas heredadas -con mayor frecuencia que la protesta nacional contra la europeización- suscitaron desde muy pronto en la India y en China persecuciones devastadoras. A pesar de la apertura de nuevas misiones en Corea y en las Carolinas, el desarrollo a partir del siglo XVIII se caracteriza generalmente por fenómenos de decadencia. En el caso de Centro y Sudamérica, las causas son manifiestas: el proceso de independización de las colonias españolas y portuguesas de la madre patria destrozó también la base sobre la que se sustentaban preferentemente las misiones, ligadas a la importación y concebidas como importación.

Pero la situación de ruina generalizada, a la que habían sucumbido igualmente las misiones africanas hasta en sus mínimos restos, tenía también causas intraeclesiales muy profundas: el debilitamiento de la vida eclesiástica durante el siglo XVIII hizo que se agotaran las fuentes de que se había nutrido el trabajo misionero. El número de vocaciones misioneras descendió considerablemente.

Entre las causas concretas ya conocemos la disolución de la Compañía de Jesús en 1775, la represión de las comunidades religiosas durante la Revolución francesa, la hegemonía política de las potencias protestantes (Holanda, Inglaterra) en una época en la que las iglesias evangélicas todavía no se preocupaban -o se preocupaban muy escasamente- de las misiones (siglo XVII), y después por el avance y labor de los pietistas del Imperio británico, que supuso un perjuicio para las misiones católicas.

4. En cambio, durante el siglo XIX el paulatino florecimiento de la vida religiosa y eclesiástica trajo consigo por cierta lógica, aunque también de modo sorprendente, el auge del impulso misionero, lo que vale igualmente en alguna medida para el protestantismo.

Cierto que aquí, como en cualquier acontecimiento de la historia de la Iglesia, tampoco podemos pasar por alto las realidades que, de hecho, favorecieron el auge indicado: la extensión y explotación de las posesiones coloniales por las grandes potencias europeas; el desarrollo del tráfico a escala mundial; los múltiples viajes y el afán de investigación posibilitaron nuevos avances. Todos estos hechos abren nuevas rutas de acceso a los pueblos que hasta ahora no habían oído el mensaje del evangelio o sólo lo habían oído de manera pasajera.

Pero la causa fundamental fue -lo mismo que en el protestantismo, con su movimiento de resurgimiento- el fuego religioso, las nuevas energías misioneras que brotaban del interior de la Iglesia. Una vez más la expresión especial de este fuego religioso son las Ordenes religiosas, que, por su parte, experimentaron un nuevo florecimiento durante el transcurso del siglo. Podemos mencionar las Ordenes antiguas, la Compañía de Jesús ya restablecida, numerosas congregaciones nuevas, de sorprendente fecundidad, que dedicaban a la labor misionera un considerable porcentaje de sus energías, como la fundación francesa del cardenal Lavigerie († 1892) «Sociedad de los Padres Blancos» (su campo misionero fue África); luego tenemos la «Misión de Lyon para la propaganda de la fe», fundada en 1822; los «Padres del Espíritu Santo», fundados en 1803 por Poullart des Places (África); los «Maristas», fundados en 1824 por J. Cl. Collin (Oceanía, Polinesia, Nueva Zelanda); la «Sociedad de Picpus», llamada así por el lugar de su primera sede, en la rue de Picpus, de París; su nombre propio es el de «Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María», fundada en 1805 (mares del Sur); los «Misioneros de San Francisco de Sales», fundados en 1838 (India, Brasil); la «Sociedad del Verbo Divino», fundada por Arnold Jansen en 1875 (Asia Oriental); los «Padres Blancos», fundados en Tréveris (Sudáfrica) en 1868; la Congregación Benedictina de «Santa Ottilia», fundada en 1884 por Andreas Amrhein, OSB (Corea). Casi todas estas congregaciones tienen también su rama femenina.

En el transcurso de los siglos, diversas congregaciones masculinas y femeninas han dedicado sus energías a esta obra de dimensión mundial, organizando su trabajo de una manera cada vez más sistemática, fundando escuelas especializadas en la formación de misioneros, asegurando con ello y preparando más adecuadamente los necesarios refuerzos.

Como indica la enumeración que hemos hecho, son los franceses los que han desplegado la fuerza de choque más importante; al final también los alemanes y los norteamericanos hicieron suya la tarea con amplia dedicación. El campo de misiones llegó a ser el mundo entero no cristiano. Desde el sudeste de Europa, el norte de África y Asia Menor hasta el Lejano Oriente, los mares del Sur y el corazón del continente negro, los indios de América del Norte y del Sur hasta el Ártico, la buena nueva fue transmitida a los pueblos en innumerables lenguas. Hubo también ¿retrocesos como el de 1908, que sigue en la actualidad en China, tras la implantación del comunismo. En algunos sitios, la tarea misionera empalmó con lo que quedaba de las misiones antiguas. Tal es el caso del Congo, de Filipinas y aun de Japón, en el cual se descubrió la existencia de núcleos de cristianos viejos que se habían mantenido durante una época tan dilatada sin sacerdotes y sometidos a las opresiones más duras. Estos cristianos habían conservado la fe, si bien con deformaciones de toda clase. Fue muy importante el hecho de que, sobre todo desde finales del siglo XIX, Roma comenzara la instauración de la jerarquía en las iglesias de misiones. Esta instauración constituía una base que habría de coronarse mediante la creación de un clero autóctono.

5. Un elemento nuevo y muy importante es el acercamiento de la idea misionera al pueblo católico mediante sociedades misioneras y propaganda escrita. Esta labor fue un éxito de las numerosas Ordenes y congregaciones antiguas y modernas, bajo la dirección o con la cooperación de la curia pontificia. Con esta incorporación de gran parte del pueblo católico, se amplió considerablemente la base religiosa y material. En el pueblo se robusteció la conciencia de la responsabilidad de la propagación del reino de Dios entre los pueblos más apartados. Este robustecimiento suponía un importante crecimiento de la función del pueblo en la Iglesia, una etapa ulterior en el despertar de la conciencia católica.

Aparecen por entonces -las mencionaremos a título de ejemplo- la «Asociación para la propagación de la fe católica» y el sodalicio de san Pedro Claver, fundado en París en 1894 y actualmente con sede en Roma; editan «El Eco del África» y «El niño negro» y han publicado Biblias y catecismos en más de cien lenguas africanas; el Apostolado de Oración, fundado en 1844 en la casa de estudios de los jesuitas de Vals-Le Puy, en Francia; actualmente tiene su sede en Roma y publica «El Mensajero del Corazón de Jesús». La conciencia de los católicos se va impregnando cada vez más de la idea misionera por medio de conferencias y asociaciones con diversas peculiaridades, como la «Asociación universitaria misional», la unión de todas las Ordenes misioneras, las semanas misionales y, sobre todo, la «Unión sacerdotal de las misiones» (1916). Se han creado también nuevos semanarios misioneros especializados en Lyon, París y Würzburgo. En Würzburgo se creó también el primer instituto médico misional católico (1922) para médicos, no para sacerdotes.

6. Al surgimiento de este movimiento general misionero contribuyeron, a más del impulso religioso, ciertos intereses político-económicos de países y grupos privados. La idea misional juega un papel importante en el afianzamiento de un Estado de nueva creación, en la configuración de su «grandeza» y de su rostro ante el mundo, en el aseguramiento de su participación en la «esfera de intereses» y aun en la explotación de las colonias[23] y hasta no pocas veces una explotación descarada. Esto tenía aspectos positivos en la medida en que el celo de los católicos y su desprendimiento apoyaban más a las misiones «propias» que a las ajenas y, en segundo lugar, porque los poderes del Estado, aunque fuesen hostiles a la Iglesia, favorecieron en gran manera a las misiones. Pero a la larga esta unión con lo nacional trajo consecuencias indeseables, sobre todo en el terreno religioso y eclesiástico. El entusiasmo por las misiones «propias» fácilmente se aparta del celo puramente cristiano y eclesial por el señorío universal de Cristo. Es un entusiasmo que ya de por sí se sitúa en un nivel de calidad inferior y acaba creando un catolicismo de tipo cultural, al igual que hay un protestantismo cultural, que por su fuerte vinculación a la cultura nacional y a los intereses políticos correspondientes encierra el peligro de una disminución del valor religioso y prepara el camino para una reacción de los paganos contra el cristianismo. Esta desventaja se puso de manifiesto de un modo especial entre los países latinos que enviaban misioneros y cuyo nacionalismo era más acusado.

Volvió a aparecer aquí, sólo que desde otro lado, el eterno problema de la «confusión entre religión y política». De hecho, en la penetración de la civilización cristiano-europea en los países paganos existe un profundo pecado de la «cultura», que arrebató a los «paganos» o «salvajes» su tradición cultural, tan estimable como la europea, dejándoles a cambio bienes de consumo de baja calidad, vicios y enfermedades, y enriqueciéndose con ello. Nadie ha asumido de manera tan ejemplar lo que decimos ni ha experimentado con tanta profundidad personal nuestro deber de expiar las culpas de la cultura que el teólogo adogmático protestante, investigador e intérprete de Bach y constructor de órganos Albert Schweitzer (§ 120, I). Schweitzer abandonó una carrera brillantísima para dedicarse a aliviar como médico los sufrimientos de los negros en el Ogove superior (África).

7. Era lógico que, en caso de complicaciones y de guerras, las misiones nacionales entraran inmediatamente en el conflicto como avanzadillas de una determinada cultura nacional, saliendo gravemente perjudicadas. Esto afectó, por ejemplo, a las misiones alemanas durante las dos guerras mundiales. La protesta de los superiores de las misiones católicas alemanas contra la extensión de la guerra a África no produjo resultado de ninguna clase. La obra misionera fue destruida sin consideración ninguna. El Tratado de Versalles de 1919 lo justificó de un modo suficientemente claro (arts. 122 y 438). Las colonias inglesas estuvieron hasta 1926 cerradas a los misioneros «enemigos». Contra esta estrechez de miras tan anticristiana se alzan las orientaciones de la encíclica Maximum illud de Benedicto XV, del 30 de noviembre de 1919, que no tenía más objetivo que predicar a Cristo, sin que importe la nacionalidad del predicador. Conquistar almas es la única ganancia permitida al misionero.

Por desgracia, este ideal no fue capaz de eliminar cierta división que se había producido en la misma base. La Segunda Guerra Mundial consumó peligrosísimamente la obra de la primera. Como consecuencia de la participación en ambas de hombres de color, surgió tan impetuosamente el nacionalismo indígena, que ese carácter nacional de la labor misionera e incluso el mero hecho de que estuviera en manos de europeos, llegó a suponer un perjuicio y hasta una amenaza para las misiones.

8. En 1893 se había lamentado León XIII de los escasos progresos en las misiones de la India. Desde entonces esta misma queja ha tenido que ser repetida también con respecto a otros territorios. Se ha acentuado especialmente y de manera constante la dificultad que encuentran los misioneros entre los hombres cultos seguidores de las antiquísimas religiones de la India, de China y del Japón y con los mahometanos. Realmente los resultados obtenidos hasta ahora no guardan proporción con los sacrificios en vidas, salud y dinero que ha supuesto la cristianización de estos países.

A este respecto debemos recordar dos cosas:

a) Querer cimentar la idea misionera, que es una idea religiosa, en la consideración de la rentabilidad de las conversiones es tanto como destruirla. El impulso misionero es algo que brota de lo más hondo del mandamiento del amor, y el amor es, por su misma naturaleza, entrega de sí mismo. El amor no es calculador, y tanto menos cuanto que en la comunidad viviente de los santos ningún acto de amor se pierde. Si tomamos en serio la concepción religiosa de la Iglesia, veremos que el espíritu de penitencia y la sangre de los mártires, derramada constantemente en las misiones, y el servicio sin éxito visible constituyen el sustento esencial de la vida de la Iglesia.

b) Pero también en esto la esencia de la Iglesia y del evangelio consiste en la síntesis. No poner todos los medios para que los sacrificios fructifiquen en un número mayor de conversiones sería algo que no estaría en correspondencia con el sentido más íntimo de la tarea misional. Este impulso choca con las dificultades mencionadas, que se producen con una extensión inusitada y peligrosa y que se encuentran profundamente enraizadas en la diversidad intelectual y psíquica de los misioneros europeos y su forma de predicación, tan impregnada del carácter específicamente occidental. El problema del contexto cultural y de las condiciones bajo las cuales puede actuar la palabra de Dios aparece aquí con toda su importancia, agudizada, tal vez, por otras cuestiones relacionadas con la doctrina, la teología y la relación mutua entre ellas. En toda esta problemática vuelve a hacerse presente la autonomía de los obispos haciendo valer sus derechos dentro de la gran unidad de la Iglesia universal.

c) San Pablo orientó al cristianismo hacia el Occidente. Hasta el día de hoy su estructuración esencial y no esencial, y especialmente su doctrina y más aún su teología, han estado casi totalmente condicionadas por Occidente, es decir, por el espíritu greco-romano, un espíritu radicalmente extraño al espíritu indio y chino y a las peculiaridades de mentalidad y sensibilidad de los pueblos primitivos. Los grandes misioneros jesuitas se dieron ya cuenta de esto, como hemos visto, e intentaron superar las dificultades mediante la adaptación. Desde finales del XIX, y más todavía a lo largo del siglo XX, el problema de una acomodación moderada pero valiente se impone con más urgencia que nunca. «Valentía» quiere decir aquí que el objetivo de la obra educativa occidental, de la que todavía no es posible prescindir, no ha de ser otro que la plena independencia y la peculiar originalidad de los países de misión.

d) Después de multitud de errores, por los que, en contraste con la acomodación prescrita por la historia de la Iglesia (este desprecio aparece a partir de mediados del siglo XVII), se había llevado a veces incluso al clero indígena a la idea de que únicamente la orientación teológica romana y occidental y el modo de vida de los pueblos occidentales eran capaces de asegurar en los países de misión la catolicidad plena y perfectamente equiparada con la vieja jerarquía europea y la unidad con el papa, ha surgido en el siglo XX, incluso en el protestantismo, la idea de que para anunciar el evangelio a los pueblos de color de modo más fructífero era preciso vincular esa evangelización con un clero autóctono, chino, japonés, indio o africano. Se realizaría el proyecto de una manera paulatina y su objetivo final sería el siguiente: no colocar a los clérigos indígenas como auxiliares o subalternos de los misioneros europeos, sino ir formando todo un clero nativo, educado en sus propios seminarios, bajo la jurisdicción de obispos indígenas, un clero que, basado en la tradición y vinculado al ministerio de Pedro por su unión a la Santa Sede y a los pueblos recién convertidos, sea capaz de ir configurando poco a poco una vida eclesiástica indígena autónoma, teniendo en cuenta las raíces de antiguas tradiciones culturales propias.

e) Las primeras instrucciones en este sentido se remontan a Benedicto XV; Pío XI consagró desde 1926 un gran número de obispos de color. Este hecho, no extraordinario aparentemente, es en realidad algo que inicia una nueva época Se vio completado en 1936 por el mismo Pío XI y en 1942 por Pío XII, quienes en cierto sentido la llevaron a su culminación mediante tres decretos en los que se afirma audazmente y de una manera desacostumbrada la necesidad de la acomodación a las tradiciones locales para la labor misionera en el Japón, en el imperio de Manchuria y en China. Cuando los gobiernos de estos países declararon que ciertos actos de adoración a los antepasados, al emperador, al Estado y a sus poderes, que tenían antes un significado pagano-religioso, no eran hoy más que una expresión civil de las costumbres nacionales, carente de significación religiosa propiamente dicha, a los católicos se les permitió tomar parte libremente en ellos. Tal vez con ello se le ha abierto definitivamente al cristianismo la esperanza lejana de penetrar en el corazón de esos pueblos asiáticos y la posibilidad de que crezca dentro de ese mundo partiendo de las propias raíces. Pío XII, finalmente, al elevar a la dignidad cardenalicia a un obispo chino y al crear en 1946 una jerarquía autóctona en China, donde un tercio de la jerarquía es nativa, ha hecho avanzar de forma importante estos principios...

9. Con todo esto podíamos juzgar con gran optimismo la situación todavía en 1950 y las posibilidades de un avance provechoso. A partir de esa fecha, Pío XII y su sucesor han seguido desarrollando -hay que reconocerlo- la formación de una jerarquía nativa en ultramar y hoy ha aumentado el número de cardenales asiáticos y hay, además, desde el pontificado de Juan XXIII, un cardenal africano. Pero el comunismo, que ha surgido con fuerza insospechada y que domina sobre un pueblo de alrededor de 600 millones de chinos, ha modificado por completo la situación y ha aniquilado brutalmente la perspectiva de una rápida cristianización.

Una transformación de fuerzas y posibilidades se manifiesta también en un hecho que ya está sucediendo: religiosos expulsados de sus propios países de ultramar encuentran un nuevo puesto de trabajo en Europa; los paganos «recién» convertidos retransmiten la buena nueva con su acción y su palabra a los cristianos de Occidente que han caído en la tibieza o se han apartado de la fe: ejemplo, el monasterio de monjas chinas de Essen o el caso de sacerdotes de ese mismo país que atienden parroquias en Austria.

Independientemente de lo que acabamos de decir, hay que tener en cuenta que el clero nativo de los países de misión y, sobre todo, la jerarquía indígena sólo puede arraigar y crear una tradición propia en el suelo patrio una vez que efectivamente exista. Hasta ahora -aparte de la vinculación esencial al obispo de Roma-, ni el clero ni la jerarquía nativos han podido prescindir del apoyo que les supone la protección de la jerarquía europea occidental.

Por otra parte, es cierto que Europa, junto con el poder y la cultura de América, que de ella procede, sigue siendo todavía en cierto modo la rectora espiritual del mundo. Pero esta hegemonía se ve amenazada no solamente por el comunismo ruso y chino; también la India, Japón, Australia y África se van despertando con diferente intensidad y bajo diversas formas en busca de su independencia. Y raro es el país en el que este despertar no vaya mezclado en un buen tanto por ciento de desconfianza y hostilidad, y hasta con el odio que ha ido creciendo más o menos inconscientemente a lo largo de los siglos hacia la cultura -y la religión- de los dominadores y explotadores blancos de otros tiempos[24].

Hemos de añadir, además, que Europa es en gran parte un continente apóstata. En Europa hay muchas realidades que aún se denominan cristianas, pero que internamente están vacías por completo. Consiguientemente, este cristianismo produce en muchos millones de hindúes -por poner un ejemplo- una notable falta de credibilidad y es rechazado por ellos y por innumerables mahometanos como una religión mucho menos valiosa que la propia.

Queda planteada, pues, la pregunta de si el cristianismo europeo tendrá energías suficientes para regenerarse y para desplegar después una nueva fecundidad religiosa. Será decisiva, en todo caso, esta posición de fondo: se trata únicamente de dar y de servir, dejando que los destinatarios del mensaje elijan libremente. El prestigio de la Europa «cristiana» y de su doctrina ha caído tan verticalmente entre los pueblos de color tras las experiencias suicidas y fratricidas de las dos guerras mundiales, que la predicación directa del mensaje cristiano aparece ante los ojos de muchos como un acto de arrogancia. En lugar de la predicación misionera habrá probablemente que hacer un intento mucho más serio de dar testimonio callado a través de la existencia cristiana[25]. Cuándo y cómo volverá la posibilidad de proseguir la tarea misionera en esas partes de Asia hoy comunistas, en las que por el momento el cristianismo se ve sometido a opresión y persecución, es algo que está en manos de Dios. Pero la acomodación ya no ha de constituir un problema. A base de cultura latina no se podrán conquistar para el cristianismo ni las desarrolladas culturas orientales ni las culturas primitivas africanas.

10. Es importantísimo el impulso dado por el protestantismo a la actividad misionera desde principios del siglo XX, que ha acrecentado hasta hoy esta tarea a escala universal. Ha surgido una enorme competencia entre las confesiones cristianas por la propagación del evangelio. Esto constituye, por una parte, un espectáculo conmovedor del amor cristiano que sabe ponerse al servicio, así como de la repercusión del mandato misionero del Señor en las Iglesias separadas; pero, por otra, la implantación en el mundo entero del desgarrón mortal que atraviesa la cristiandad trae dos resultados que plantean graves dificultades: a) el impulso misionero del cristianismo se ve afectado en su núcleo más íntimo. ¿Qué cristianismo es el que han de abrazar los paganos al renunciar a sus creencias actuales? ¿Cuál es la única verdad con la que se identifica el cristianismo?[26]; b) el hecho de la diversidad de confesiones va tan íntimamente unido a la multiplicidad de relaciones entre las diferentes zonas y etnias, que la cuestión de la reunificación es una cuestión cada vez más difícil de desenredar. Ya no se trata tanto de dos o más confesiones distintas, sino de diversos modos de vida, de pensamiento y actuación, con el peso de todas esas múltiples tradiciones que poco a poco se van uniendo a la vida.

11. La labor misionera se ve hoy ante problemas muy distintos de los que se planteaba todavía hace algunas épocas e incluso hace diez años. Con los medios de comunicación, los países de misión están europeizados hasta en lo más intrincado de sus selvas. En consecuencia, los misioneros se van enfrentando cada vez más con los problemas «europeos», como el proletariado desarraigado de las grandes ciudades y hasta de los positivistas superficiales y snobs que han oído hablar en la escuela de doctrinas europeas del siglo XIX. Los misioneros han de contar con las energías indígenas y la mentalidad de cristianos renegados. Los antiguos alumnos de las escuelas misioneras son los que hoy tienen en sus manos, como jefes de Estado o ministros, la decisión sobre las misiones «extranjeras» y sus escuelas. Y no siempre, ni mucho menos, deciden en la línea de sus maestros de antaño.

Por todo ello, el problema de la formación de los misioneros se plantea hoy con otro carácter y con más profundidad. Es imprescindible una apertura plena y respeto hacia el entorno cultural; por otro lado, el anuncio de la buena nueva debe liberarse lo más posible de fórmulas occidentales abstractas y vivir directamente del comentario de la Sagrada Escritura y de la liturgia. Los caminos concretos que habrán de recorrerse pueden rastrearse a la luz del nuevo Catecismo alemán, elaborado siguiendo este principio. Existen traducciones en casi todas las grandes lenguas culturales, incluido el árabe.

Testimonio de una concepción y una reproducción autónoma del contenido de la fe en los territorios no europeos son el clero nativo, el monacato implantado en esos países, las familias que viven con espíritu cristiano y además esos pequeños grupo de artistas que expresan los contenidos del cristianismo en las formas artísticas de cada cultura, como hemos querido manifestar en algunas de las ilustraciones de este tomo.

12. El panorama de la situación político-eclesiástica de los distintos países (§ 108) nos ha ofrecido ya la historia reciente de los países de misión más importantes. Por ello nos limitaremos a presentar aquí unos cuantos datos generales que nos sirvan para adquirir una idea general.

En 1932 había en África cuatro millones y medio de católicos; en 1939 ascendían a la cifra de casi diez millones; en 1959 (en los territorios de Propaganda Fide y otros) eran ya 23,7 millones de católicos. También las misiones protestantes han obtenido en África éxitos resonantes. La división confesional es en África -tal vez más todavía que en los países europeos- un problema constante y cotidiano de las misiones.

Por eso en el campo protestante ha sido cada día más fuerte la corriente hacia la unión de todos los cristianos evangélicos. En 1947 se formó, por ejemplo, la «Iglesia de la India Meridional».

Por otra parte, son cada día mayores las dificultades provenientes de la política, como ya hemos dicho. Entre 1950 y 1960 casi toda África se había independizado de las metrópolis europeas. La repercusión del positivismo y del materialismo es cada día más fuerte en sus respectivas misiones.

La responsabilidad de las energías nativas es, por este hecho, cada día mayor. Si en 1927 el número de misioneros indígenas en los países de las misiones católicas no llegaba todavía a una cuarta parte del clero extranjero, en 1959 ascendía ya a más de la mitad. En los territorios bajo jurisdicción de Propaganda Fide había en 1921 un solo obispo nativo; en 1941 había 16 (14 asiáticos, 2 africanos); en 1961 ya había 113 (75 asiáticos, 38 africanos). También se ha multiplicado fuertemente el número de catequistas; desde 1940 se ha duplicado, e incluso más.

Pero, a pesar de los 44.000 sacerdotes, aproximadamente, y más de 108.000 catequistas seglares (estas últimas cifras se refieren sólo a los territorios bajo juridicción de Propaganda Fide), la proporción numérica entre sacerdotes y fieles, entre catequistas y catecúmenos ha empeorado considerablemente en los últimos decenios.

La Iglesia joven de las misiones se hace cada día más adulta e independiente. Pero en esa misma medida se ve obligada a afrontar una problemática en la que ya hacía mucho tiempo se había visto envuelta la Iglesia en los países europeos. La situación queda nivelada en muchos puntos: Europa y ultramar se van equiparando también por múltiples conceptos en el campo eclesial.

13. La exposición de la labor misional entre los infieles exige hoy una contrapartida que en otro tiempo hubiera parecido absurda: el avance de las religiones orientales no cristianas hacia Occidente. La mezcla de las culturas se va intensificando. Por de pronto, la participación de europeos y americanos en este avance sigue siendo muy fuerte.

En el campo estrictamente religioso baste recordar que en París, Londres y Berlín existen mezquitas mahometanas, así como hacer alusión al éxito en los países occidentales de las obras de Rabindranath Tagore (1861-1941). Tiene una importancia creciente desde principios de siglo la teosofía, fundada por Ann Besant, y la antroposofía, originada de ella por Rudolph Steiner (1861-1925). Las ideas de Steiner obtuvieron amplio eco en Alemania en grupos de personas cultas alejadas de la fe, y su ideología se difundió gracias, sobre todo, a las llamadas escuelas Waldorf. La doctrina que en ellas se imparte es una especie de budismo adaptado al pensamiento europeo.

Dentro de este cuadro podríamos incluir el gran número de japoneses, hindúes, persas y árabes que estudian en universidades europeas; la presencia de estos estudiantes en las discusiones públicas, en las conferencias que se celebran con sabios de los distintos países, su participación en el autogobierno estudiantil y su actividad como asistentes y practicantes en laboratorios y clínicas van marcando su atmósfera espiritual.

La repercusión de todo ello es tanto mayor si tenemos en cuenta que en nuestros días cada destino humano ha adquirido dimensiones globales. El problema de la historia de la Iglesia experimenta con ello una transformación gigantesca. Ya no existe el diálogo de la Iglesia con incrédulos de Europa, o bien con confesiones europeas no católicas, sino con poderosas culturas extraeuropeas, incalculablemente ricas tanto desde el punto de vista cultural como religioso, antiguas y a la vez jóvenes que viven verdaderamente en el pueblo. Estas culturas no poseen, sin duda, la gran energía del espíritu occidental, pero en su conjunto aún no están aquejadas de lo que constituye la debilidad de su pensamiento, que no es otra que su escepticismo.

Notas

[22] La expresión «misión entre los paganos» se viene empleando desde hace muchísimo tiempo y no se ha encontrado ninguna otra capaz de sustituirla plenamente. Sin embargo, dicha expresión ha tenido cierto sabor a compasión, mitad condescendiente, mitad despectiva. Este tipo de autojustificación cristiana ya no se da hoy. Los pueblos no cristianos, aun los subdesarrollados, han llegado a ser conscientes de los valores religiosos peculiares de su tradición. Por parte de la Iglesia católica, sus perspectivas están mucho más abiertas a una auténtica, no sólo teórica, relación fraternal con todos los hombres.

[23] Algunas veces las misiones fueron el primer paso hacia la expansión colonial. Así, por ejemplo, el protectorado alemán del Sudoeste fue originariamente una fundación de la Sociedad Misionera protestante de Renania-Westfalia.

[24] Lo que no ha sido objeto de odio, sino de codicia, por parte del mundo es la civilización europeo-americana de la ciencia y la técnica occidental.

[25] Tal es, por ejemplo, el intento del monasterio benedictino de Toumiline en Marruecos, situado en medio de una población musulmana.

[26] Así ha podido y puede ocurrir que la superficialidad y el aprovechamiento de los indígenas cooperen para complacer a todos y para sacar ventaja de todos. Por la mañana van a la misa católica y por la tarde al sermón protestante: la historia moderna de las misiones muestra no pocos ejemplos de semejante actitud.

[1] En estas someras indicaciones no pretendo tratar exhaustivamente este vasto tema. Será fácil al lector darse cuenta de las lagunas que han ido quedando en la exposición de este capítulo de la historia de la Iglesia, que casi se reduce a los datos imprescindibles para que el lector llene esa laguna. Agradezco al becario de nuestro Instituto, Horts Neumann, la colaboración prestada en la redacción de este capítulo.

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