conoZe.com » Historia de la Filosofía » Filosofía Antigua » La filosofía griega y romana después de Aristóteles

Los eclécticos.

Concepto y generalidades.

En Historia de la Filosofía se denomina eclecticismo a todo pensamiento cuyo carácter esencial consista en unir elementos conceptuales, pertenecientes a posturas diferentes o heterogéneas, que son elegidos en virtud de una actitud conciliadora de opiniones diversas. La palabra viene del griego eklégein=escoger. En la S. E. es utilizado el término eklectós=elegido, en el sentido de elegido de Dios (Ps 106,5; Lc 18,7). El historiador Dionisio de Halicarnaso (c. a. 30 a. C.; v.) usa eklectikoi en el sentido de «los que escogen»; y Diógenes Laercio, refiriéndose a Potamón de Alejandría (c. a. 40 a. C.) de quien dice que escogía lo mejor de cada escuela, habla de «secta ecléctica».

El calificativo «ecléctico» se utiliza en Historia de la Filosofía de un modo equívoco y con frecuencia oscilante y poco riguroso. Hoy es usual denominar eclécticos a ciertos pensadores griegos y romanos (algunos filósofos de la Academia, algunos estoicos y Cicerón) , y también a otra serie de pensadores franceses y españoles del s. XIX que representan un momento de falta de originalidad en la especulación y que recurren a constituir una selección de doctrinas diversas (Cousin, GARCÍA Luna) . También debe estudiarse entre los eclécticos a los filósofos españoles y americanos de los s. XVII y XVIII que tratan de conciliar las doctrinas cartesianas, primero, y lockianas después, con elementos de la tradición escolástica; Gaos ha hablado incluso de un peculiar «eclecticismo hispanoamericano» .

En ciertas épocas se ha utilizado de un modo más amplio la palabra eclecticismo. Por ej., Clemente de Alejandría (1,7,37,6) afirma que la verdadera filosofía no sería la de Platón, Epicuro o Aristóteles, sino la selección (ekelectikón) «de cuanto se ha dicho de bueno en cada una de las escuelas y que nos enseña la justicia y la ciencia de la piedad». Los historiadores del s. XVIII llaman secta ecléctica a toda una tradición de pensamiento cuyo método consiste en unir selectivamente opiniones de escuelas diversas; empieza en los pitagóricos y continúa en Platón (cuya filosofía resultaría de unir elementos de las filosofías itálica, socrática y heraclítea), pero es a los neoplatónicos a quienes se considera eclécticos en sentido estricto. Éste es el caso, p. ej., de Juan Jacobo Brucker (Historia critica Philosophiae, '5 vol. Leipzig 1742,44) para quien son también eclécticos los cartesianos, gassendistas, newtonianos, leibnizanos y wolfianos. Lo mismo se refleja en-el artículo «Eclecticismo» de la Encyclopédie.

Hoy acostumbramos a restringir mucho más la voz e. en cuanto a servirse de ella para denominar esencialmente un determinado sistema o tipo de sistemas. Solemos reservarla para designar la actitud concordataria o armonizante de ciertos pensadores; ha de haber en ellos una mínima voluntad de síntesis. Cuando hay simple fusión de elementos heterogéneos es preferible hablar de sincretismo: así suele hacerse en las referencias a autores que unen elementos religiosos y filosóficos, como Filón (judaísmo y neoplatonismo); lo mismo ocurre con el gnosticismo (cristianismo y neoplatonismo) y con la tradición del hermetismo . Tampoco debe, naturalmente, calificarse de e. el sistema propuesto por J. Ferrater Mora, y que él mismo denomina integracionismo, en el cual se pretende alcanzar «dialécticamente» una superación de la oposición entre realidad natural y realidad humana.

Eclécticos griegos y romanos.

Bajo esta denominación incluimos a un conjunto de pensadores griegos y romanos de los s. II y I a. C. que, aun perteneciendo a distintas escuelas, tienen de común la atención por los saberes prácticos del hombre y, correlativamente, la disminución del interés por los problemas teóricos, para cuya resolución se limitan a acudir a un sincretismo de doctrinas tomadas de distintas escuelas .

A mediados del s. II a. C. ocurre efectivamente en el pensamiento griego un hecho muy característico, común a las distintas tendencias existentes: el abandono de aquel dogmatismo filosófico, dominante desde la muerte de Aristóteles y que tiene su más claro centro en el estoicismo antiguo, con el que polemizaba, en el campo ético, el pensamiento de Epicuro . La Academia platónica, en la etapa llamada de la Academia media , con Arcesilao y Carnéades, ya empieza a combatir el dogmatismo estoico, acercándose a la actitud escéptica . Y la misma escuela estoica entra, con Panecio y Posidonio, en una etapa conocida con el nombre de «estoicismo medio» , de nuevo vigor filosófico, precisamente porque abandona la cerrazón dogmática de la tradición estoica, y logra una filosofía más auténtica y en diálogo con otras problemáticas. No sería apropiado calificar a este verdadero renacimiento filosófico de simple e.; por ello no incluimos entre los eclécticos a Panecio y Posidonio. Pero lo que sí es cierto es que con esta mayor apertura de la perfección filosófica, la polémica de las escuelas desaparece para dejar lugar a un cierto sincretismo ecléctico que se convierte en el carácter dominante de la filosofía griega de esta época, y, por tanto, de la romana que deriva directamente de aquélla.

Todo el s. I a. C. se halla invadido de este espíritu sincretista, motivado por el deseo de encontrar un criterio, más de probabilidad que de verdad, común a todas las tendencias y capaz de fundar los saberes prácticos. Al mismo tiempo, esta actitud implica el reconocimiento de que la filosofía no puede pasar de la verosimilitud, lo cual significa un indirecto acercamiento a un saber basado menos en la razón que en la creencia. Ese sincretismo es la nota distintiva de la IV Academia o Nueva Academia, del e. romano de Varrón y Cicerón, e incluso del aristotélico Andrónico de Rodas .

a. La Nueva Academia. La crisis general a que nos referimos afecta a la Academia; en sus escolarcas se advierte una notable inseguridad doctrinal y muy acusadas vacilaciones y diferencias en el modo de interpretar la tradición del platonismo. Los autores más importantes son Filón de Larisa y Antíoco de Ascalón.

  • Filón de Larisa (ca. 159-86 a. C.) enseñó en Atenas y luego en Roma. Por la primera y segunda Académicas de Cicerón sabemos que se sentía heredero de una tradición escéptica que, según él, comenzaba en Anaxágoras y pasaba por Sócrates hasta Platón y los cirenaicos. Parece que luego se inclinó hacia el estoicismo, interesándose fundamentalmente por el saber práctico y admitiendo un tipo de evidencia que procede de la espontaneidad natural del alma y que no llega a ser una verdadera representación comprensiva. En cuanto al contenido de su enseñanza moral, que conocemos por Estobeo (Églogas, 11,40), tiene los rasgos característicos del estoicismo. Debió influir de modo notable en Cicerón.
  • Discípulo de Filón y contradictor suyo es Antíoco de Ascalón (ca. 150-68 a. C.), que enseñó en Roma y más tarde en Alejandría. Según las noticias de Cicerón, mantenía que la verdadera tradición platónica no está en la doctrina del escéptico Carnéades, sino en el estoicismo; Antíoco intenta un sincretismo, no siempre históricamente fundado, entre platonismo y estoicismo. Parece que su intención central era combatir el escepticismo y lo hizo apoyándose casi exclusivamente en las doctrinas estoicas. Cicerón dijo de él que, a pesar de ser llamado académico, en realidad era un verdadero estoico. Antíoco aprovechó, sobre todo, la teoría estoica del conocimiento para fundar un criterio seguro de verdad, sin el cual la acción sería imposible. Finalmente, en su concepción de la virtud y la felicidad se advierte una mezcla de elementos estoicos y aristotélicos.

La Academia continúa esta orientación ecléctica en varios autores, entre los que está Soción de Alejandría (s. I), maestro de Séneca. Más tarde (s. II) aparece el llamado «platonismo medio» de tendencia pitagorizante . Y la Academia se convierte, desde el s. iv, al neoplatonismo , para cerrarse definitivamente en el 529.

b. Eclécticos romanos. Hasta mediados del s. II a. C., la filosofía no se cultiva en Roma; incluso es prohibida su enseñanza, por considerarla un peligro para la juventud. Pero desde esta época la situación empieza a cambiar y se perciben los primeros contactos con filósofos griegos. Consta que existió ya entonces una escuela epicúrea romana, y Panecio fue recibido en Roma. En el s. I a. C. enseñan en la capital romana los platónicos Filón y Antíoco, aparece el epicúreo T. Lucrecio Caro , comienza el desarrollo de la tendencia estoica y se interesan por la filosofía los retóricos Varrón y Cicerón. La importancia de estos últimos, en su esfuerzo por hallar un acuerdo básico entre todas las soluciones especulativas, intento que puede ser calificado con toda propiedad de e., reside en que dichos autores son los transmisores de una serie de doctrinas diversas.

  • Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.;v.) escribió numerosísimas obras (Disciplinarum libri IX, Logistorici, Satirae Menippeae, y las extensas Rerum humanarum et divinarum Antiquitates) de las que sólo se conservan fragmentos. Fue discípulo de Antíoco de Ascalón y recogió, valorándolas, muchas teorías pitagóricas y cínicas, pero sobre todo estoicas. S. Agustín lo utiliza y cita ampliamente. Se proyecta en buena parte de la cultura medieval y es el único cauce por el que hemos llegado a conocer algunas ideas filosóficas antiguas.
  • Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.; v.), discípulo de Filón y Antíoco en Roma, asistió en Atenas a las lecciones del epicúreo Zenón , y en Rodas a las del estoico-platónico Posidonio. Las obras filosóficas (De Republica, Tusculanae disputationes, De natura deorum, De senectute, De divinatione, Academica priora et posteriora, De f inibus bonorum et balortlm, De officüs, De amicitia y otras) las escribió todas en los últimos años de su vida. Se propuso dar una versión latina de la especulación filosófica griega y, en efecto, su trabajo fue una aportación fundamental para la fijación del vocabulario filosófico en lengua latina. Él mismo confiesa su propósito: «Magnífica y gloriosa tarea para los romanos la de no necesitar del idioma de los griegos para la filosofía, y yo lo cumpliré ciertamente, si logro llevar a término la obra iniciada» (De divinatione, II,1).

Cicerón no es un filósofo técnicamente original; confiesa ser afín a la Academia, regida entonces por Filón y Antíoco, a la que considera la menos arrogante y más coherente; huye de los dogmatismos de escuela porque no cree en un criterio único de verdad doctrinal; sólo confía en alcanzar un cierto grado de probabilidad y verosimilitud: «No nos contamos -escribe- entre aquellos para quienes no existe nada verdadero, sino entre aquellos que dicen que en todas las verdades se encuentra añadido algo de falso, con tal apariencia de semejanza que no se encuentra en ellas un criterio de juicio y asentimiento cierto. Por lo cual resulta que existen muchas cosas probables, las cuales, aunque no aprehendidas en sí, dándonos, sin embargo, una representación clara y distinta, sirven para regular la vida del sabio» (De natura deorum, I,12).

Es más bien escéptico en cuanto a las posibilidades objetivas del saber de la naturaleza, aunque reconoce que la investigación física sirve para elevarnos por encima de nuestras pequeñeces. Para Cicerón el problema esencial de la filosofía es la cuestión del sumo bien, fundamento a su vez de todas nuestras normas de vida; porque lo más importante en el hombre no son las virtudes cognoscitivas que culminan en la contemplación, sino los deberes que derivan de la comunidad de los humanos. «Si el conocimiento y la contemplación de la naturaleza -escribe- no llegan a ninguna acción sobre las cosas, en cierto modo son imperfectos y truncos. Ahora bien, semejante acción aparece especialmente en la tutela de las ventajas de los hombres; entonces pertenece a la sociedad del género humano; por tanto, hay que anteponer ésta al conocimiento... Por ello, parecen más convenientes a la naturaleza los deberes que se derivan de la comunidad que los del conocimiento» (De officiis, I,153).

Cicerón se aleja de aquella imagen estoica del sabio consciente de su suficiencia y siempre por encima de los demás mortales; busca una filosofía popular que diga cosas que están en la conciencia de todos y en la vida común: «Los estoicos niegan que exista algún hombre que sea bueno, excepto el sabio... Pero entienden por esto una sabiduría que aún no ha logrado alcanzar ningún mortal. En cambio, nosotros debemos atenernos a aquello que está en la costumbre y en la vida común, no a aquello que sólo se halla en la fantasía y los deseos» (De amicitia, 18). Este consenso universal es lo que nos lleva a las afirmaciones capitales: existencia de Dios, nunca negada por pueblo u hombre alguno; espiritualidad e inmortalidad del alma, deducidas de nuestra misma espontaneidad y preocupaciones; norma moral que nos obliga a vivir según la propia naturaleza y en armonía con la naturaleza universal; lugar preferente de la idea de justicia, basada en la identidad de naturaleza de los hombres; insistencia en la noción de lo honesto como lo bueno por sí mismo, independientemente de su utilidad.

Selección y moderación. En los pensadores griegos y romanos, reunidos aquí, se advierte en conjunto un carácter de moderación en su actitud filosófica (señalábamos antes que buscan la verosimilitud, no la certeza) que les lleva a escoger, entre las distintas escuelas, las soluciones parciales que estiman mejor. Hay, pues, en ellos un criterio de selección y no un mero agregado de doctrinas diferentes. Sin embargo, y a pesar de no caer en la simple yuxtaposición de teorías, hay que señalar un descenso de la capacidad especulativa .

Bibliografía.

Antíoco y Filón: H. STRACHE, Der Ekletizismus des Antiochus von Askalon, Berlín, 1921; E. BRÉHIER, Historia de la Filosofía, I, Buenos Aires 1944, 398; R. MONDOLFO, El pensamiento antiguo, I, Buenos Aires 1965, 402.-Cicerón: Para bibl. general, v. CICERÓN; para el aspecto filosófico de su obra, G. C. ROLFE, Cicerón y su influencia, Buenos Aires 1947; 1. GUILLÉN, Cicerón. Su época, su vida, su obra, Madrid 1950; A. MARGARIÑos, Cicerón, Barcelona 1951. Más bibl. filcsófica en G. FRAILE, Historia de la Filosofía, I, Madrid 1965, 672-673, y R. MONDOLFO, o. c., 1,343 y 403-404.

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