conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Segunda época.- Hostilidad a la Revelacion de la Ilustracion al Mundo Actual » Período segundo.- El Siglo XIX: la Iglesia Centralizada en Lucha con la Cultura Moderna » Capitulo segundo.- Lineas Definitivas de la Estructuracion de la Iglesia » §115.- Las Iglesias Estatales y el Liberalismo en Alemania

III.- El «Kulturkampf»

1. El Kulturkampf -lucha por la cultura- no es propiamente, como ya hemos dicho, el resultado de una o varias causas aisladas determinables con exactitud. Es la consecuencia de un gran movimiento general de carácter político, cultural y espiritual, el liberalismo en sus múltiples formas, como se había ido configurando en Alemania a partir de causas muy diversas después de Kant, Hegel, los hegelianos de izquierda, Strauss, Feuerbach y otros, el protestantismo anticatólico[21] nuevamente fortalecido en lo confesional y en lo político, unido todo ello al espíritu de la nueva ciencia experimental descreída. A este liberalismo, que es la consecuencia lógica del subjetivismo (especialmente en el campo de la educación y de la economía), todo lo que sea autoritario le incita instintivamente a la resistencia. El liberalismo, como brote legítimo de la Ilustración y de la economía materialista, es además, por su carácter radicalmente incrédulo o racionalista, un movimiento esencialmente antieclesiástico. El liberalismo pretende instaurar sobre un espíritu profano las instituciones fundamentales de la humanidad: la familia, el matrimonio, la educación, la escuela. Sólo conoce una autoridad, aunque con limitaciones (en sentido hegeliano): el Estado, en tanto que no se opone a la economía liberal. Es lógico que: a) el «Syllabus», que representa la declaración de guerra del papa a todo el «progreso» liberal (§ 117), y b) la proclamación de la infalibilidad pontificia convirtieran esta tendencia en hostilidad declarada. El hecho de que una gran figura de la nueva ciencia como el famoso patólogo Rudolph Virchow, hombre de creencias bastante rudimentarias[22], incitase en forma explícita a la «lucha por la cultura» en contra del catolicismo es suficientemente significativo de lo que acabamos de decir.

2. En Alemania, el liberalismo se había creado un importante ins trumento parlamentario: el partido nacional-liberal, que después de la victoria sobre Francia en la guerra de 1870-1871, y merced al fuerte desarrollo económico, adquirió una importancia especial, consiguiendo movilizar al canciller protestante Bismarck[23] favorable a una Iglesia sometida al Estado.

Tras algunos enfrentamientos en Baden, Würtemberg, Hesse y Austria-Hungría a partir de los años cincuenta (unión del josefinismo con el liberalismo), el verdadero ataque contra la Iglesia sobrevino en Prusia al comienzo de los setenta. Luego, aunque fue Prusia en la que más se prolongó esa lucha, se extendió también al resto del imperio, propagándose a Baden (ministro Jolly, 1872-1876), Baviera (ministro Lutz, 1869-1871; 1880-1890 y el rey Luis II) y algo menos a Hesse, donde era obispo Ketteler, y a Würtemberg. Tanto en Baden como en Baviera las autoridades emplearon, para justificar su proceder hostil a la Iglesia, el viejo truco de Napoleón: tomar como punto de partida los edictos añadidos arbitrariamente por el Estado a los concordatos. Para ser exactos, el Kulturkampf se inició en el imperio el día 19 de noviembre de 1871 al presentar Lutz en el Consejo Federal un proyecto de ley contra los abusos cometidos desde los pulpitos. En el debate posterior en el seno de la Dieta Imperial declaró lo siguiente: «... para calificar el fondo de la cuestión de que aquí se trata y el problema que se nos plantea, yo preguntaría: ¿quién ha de ser el amo del Estado: el gobierno o la Iglesia romana?».

3. El Kulturkampf es una fase del enfrentamiento constante entre dos grandes potencias: religión y política, Iglesia y Estado, en las diferentes formas que van imponiendo en Alemania el liberalismo, el nacionalismo y el confesionalismo del siglo XIX.

La ruptura de las hostilidades en Prusia y en el conjunto del imperio obedece a diversas motivaciones:

a) En primer lugar podríamos mencionar el temor real, auténtico unas veces y exagerado artificialmente otras, y un rechazo instintivo que sentía el liberalismo (y lo realizaba políticamente a través del partido nacional-liberal) frente al dogma de la infalibilidad, o mejor, frente a la supuesta posibilidad de utilizar dicho dogma para la intervención de Roma en los asuntos internos de los Estados nacionales.

b) En el ámbito de la política la unión de este sentimiento con el conflicto surgido entre la Iglesia y el Estado vino dada por las dificultades nacidas entre ambas instituciones a causa de los profesores y maestros de teología católica que no reconocían la definición del Vaticano I y se habían pasado a la Iglesia de los Viejos Católicos. Por su condición de funcionarios del Estado, estos profesores seguían impartiendo sus enseñanzas a los estudiantes y escolares católicos.

c) La posibilidad de que el conflicto naciente se convirtiera en una gran prueba de fuerza fue producto de la creación del partido del Centro, en el que colaboraron católicos de todas las clases con el objetivo de garantizar, conforme a la Constitución prusiana, la libertad de la Iglesia (el mismo lema de todas las luchas similares desde la Antigüedad y la Edad Media).

d) En política interior la situación se hizo más aguda al unirse al Centro los católicos polacos y alsacianos. En este punto las tendencias centralizadoras de Prusia chocaron con las aspiraciones federalistas, en las que el canciller imperial Bismarck veía fuerzas capaces de poner en peligro la existencia y la unidad del imperio. Bismarck, por otra parte, se encontraba sometido a la presión de los nacional-liberales, en los que se había apoyado durante los años decisivos de la reconstrucción nacional después de la guerra del 70.

4. Fueron promulgadas una serie de medidas gubernamentales contra los católicos. Pueden resumirse en los puntos siguientes: a) eliminación de los medios auxiliares que favorecían sus intereses en el aparato estatal, como la supresión del departamento católico en el ministerio prusiano de cultos (1871), quedando así el burocratismo oficial dueño absoluto de la situación; el liberalismo, actuando en nombre del protestantismo, denunció ante los círculos protestantes el «peligro amenazador de una segunda Canosa», provocado por el Vaticano; b) apoyo a los movimientos anticatólicos: la ley para los Viejos Católicos concedía a éstos la utilización de las iglesias y cementerios de los católicos y les hacía entrega de una parte de los bienes de la Iglesia.

a) Con respecto al ataque directo contra los católicos, su táctica era evitar por todos los medios posibles que se convirtiera en una «persecución contra los cristianos»; al contrario, con una táctica astuta se procedió contra el estamento dirigente, el clero: «persecución contra la Iglesia». El clero se vio acosado por las siguientes medidas: 1) paralización del reclutamiento, cerrando los seminarios menores y mayores y los convictorios para seminaristas teólogos, en Baden sobre todo; 2) limitación de actividad al clero: examen cultural de los sacerdotes católicos antes de confiarles el ministerio parroquial; censura en la predicación por el Kanzelparagraph[24] (diciembre de 1871); ley sobre inspección escolar de 1872, en virtud de la cual los sacerdotes son depuestos de su cargo de inspectores; 3) privación al clero de sus fuerzas auxiliares (ley contra los jesuitas, de 1872, que expulsó del país a los jesuitas y otras Ordenes «similares»; disolución de todas las congregaciones que no se dedicaran al cuidado de los enfermos, 1875); 4) dependencia del Estado de la formación, nombramientos y dirección del clero (ley de mayo de 1873, así como la institución de un tribunal estatal para asuntos eclesiásticos: «ley del bozal», de 1873)[25].

b) En la medida en que estas leyes belicosas afectaban directamente a los fieles, se intentó relajar su unión interna con la Iglesia, o al menos dar pie para ello (se impone el matrimonio civil; se introduce el divorcio, 1874-1876; ambas leyes provocaron también la oposición de los protestantes). Pero la persecución «contra la Iglesia» se fue convirtiendo forzosamente en «persecución contra los cristianos», ya que las parroquias quedaron desiertas al ser depuestos los párrocos fieles a la Iglesia, con lo cual desapareció la cura de almas; se dictó además una ley que prohibía bajo graves penas que sacerdotes forasteros ejercieran el ministerio pastoral, ni siquiera se les permitía la administración de los sacramentos a los moribundos. Con todo esto la fidelidad religiosa del pueblo despertó y robusteció su resistencia.

c) La reacción oficial de Roma durante estos años no fue siempre acertada. En su carta del 7 de agosto de 1873 al káiser Guillermo I, el pontífice le anunciaba su idea de que «todo aquel que ha recibido el bautismo pertenece de alguna manera al papa».

5. Desde el punto de vista jurídico tropezamos aquí con una serie de medidas de excepción, que, como en todos los tiempos, emanan del derecho del más fuerte. El hecho de que se anduviese diciendo aquí y allá que los católicos preparaban conjuras, sin demostrarlo después, y que los funestos jesuitas constituían la más grave amenaza contra el Estado, expulsándolos del país, sin instruir expediente alguno, a pesar de su condición de ciudadanos alemanes, prueba que todas estas leyes no eran otra cosa que una violencia brutal.

6. Es verdad que el presunto objetivo del liberalismo, expuesto hacía ya tiempo de todas las formas posibles, consistía en liberar a los católicos, «esclavizados» por el papa, tomando ante todo una serie de medidas legales que separaran a los católicos alemanes de la influencia de Roma.

Pero en el curso posterior de los acontecimientos las leyes promulgadas por el Estado ante la resistencia de la Iglesia fueron adquiriendo el carácter de legislación beligerante, originada por la premura del momento y carente de toda finalidad constructiva (sobre todo las de 1875). Al principio se intentó que las medidas estatales parecieran dirigidas no contra la Iglesia, sino contra grupos católicos determinados, «enemigos del imperio». Pero en seguida la lucha se desarrolló con caracteres de choque frontal entre el Estado y la Iglesia católica. Bismarck no dejó de ofender al papa de un modo directo y ostentoso. Sin consultar previamente a Roma nombró embajador ante la curia en 1872 al cardenal Gustavo Hohenlohe, uno de los adversarios más acérrimos de la declaración de la infalibilidad en el Vaticano I y partidario de la política del gobierno prusiano. Pero con ello no logró nada en favor del Estado, como no fuera la satisfacción momentánea de los instintos liberales. En cambio, a los católicos les reveló de esta forma, con una claridad desconocida hasta entonces, que no se trataba de pequeñas diferencias. La unión con el centro apostólico de la Iglesia adquirió a los ojos de los católicos una importancia vital. Junto con la condenación de las leyes del Kulturkampf por el papa (1875), las brusquedades de Bismarck favorecieron enormemente una unión más estrecha de los católicos alemanes con Roma.

7. La respuesta fue dada por los obispos, el clero y el pueblo. Pero fue el pueblo, sobre todo, el que con su sentimiento religioso, fidelidad a la Iglesia y con su fuerza política hizo fracasar también esta lucha contra la Iglesia.

a) La experiencia de los disturbios de Colonia de una parte, y el creciente prestigio de Roma y, con ello, el acrecentamiento del sentido eclesial hicieron que la resistencia incondicional de los católicos llegase hasta la renuncia a los bienes y a la propia casa y que los obispos y el clero soportasen el destierro, y que todo ello fuese considerado obvio y natural. Seis obispos fueron hechos prisioneros, depuestos y expulsados del imperio y otras dos sedes episcopales quedaron vacantes. Cientos de sacerdotes compartieron la misma suerte o padecieron prisión y multas. La educación «estatal» de los teólogos, el nombramiento «estatal» de los sacerdotes y la provisión «estatal» de las sedes episcopales no se consiguió en ninguna parte.

La injusticia de aquel Estado policíaco era tan manifiesta, tan constante y vejatoria, y atacaba de manera tan brutal los sentimientos más sagrados, que no sólo despertó la resistencia interna del pueblo, provocando una profundísima indignación, sino que encendió además el espíritu de sacrificio popular. El pueblo católico de todos los estamentos, y sobre todo la nobleza, se preocuparon en gran medida del sostenimiento del clero.

b) Este comportamiento no hubiera sido posible sin la unión interna de los católicos a partir de los disturbios de Colonia, sin la preparación para la unión externa en las asociaciones y, sobre todo, sin la valiosa energía religiosa existente tanto en el pueblo como en los círculos cultos.

Para comprender la significación de este tesoro religioso basta comparar adecuadamente el Kulturkampf con los acontecimientos que se produjeron en Francia en 1905 con ocasión de la separación, hostil a la Iglesia, de Estado e Iglesia. Ni en el pueblo francés ni en el parlamento hubo entonces energías religiosas suficientes como para atenuar los efectos de la obra del gobierno, y mucho menos para hacerla fracasar. Es cierto que luego, como consecuencia, la separación de la Iglesia y el Estado despertó en Francia energías religiosas que se concretarían en positivos intentos de renovación, lo mismo en el clero que en el laicado: ministerio parroquial, misiones entre el proletariado, vida del clero, teología, literatura de gran belleza. Algunas de estas realizaciones llevan el sello de lo nuevo y creador y hasta del cristianismo heroico[26].

8. El catolicismo alemán de entonces se creó una representación parlamentaria «católica» fiel en la Dieta Imperial y en la Dieta Nacional de Prusia. Esta primera época del Centro es una época en la que aparecen energías nuevas. Los nombres de Windthorst (1812-1891), Reichensperger († 1895), Mallinckrodt († 1874) y de muchos otros manifiestan multitud de dotes elevadas y ricas, aunque de tono diverso. ¿Podría la teología de esos hombres satisfacer hoy nuestras actuales exigencias críticas? La pregunta no carece de interés, pero decisiva sólo es la constatación de que la fuerza de estos hombres radicaba en el programa claro e inconmovible que les dictaba su fidelidad a la Iglesia.

9. El parlamentarismo, que había puesto en escena el Kulturkampf, fue derrotado por sí mismo. Las dificultades de la política interior (ruptura de Bismarck con los liberales en 1878), la inutilidad, más aún, el contrasentido de la lucha, la grave perturbación de la paz interna, el crecimiento amenazador para el Estado y para los príncipes del espíritu materialista-anarquista (atentado contra el káiser el 2 de junio de 1978) y la social-democracia hicieron que el gobierno se dispusiera a la retirada. La coincidencia de todas estas circunstancias con el cambio de papa (Pío IX, † 1878) ofreció a Bismarck la posibilidad de rectificar a comienzos de los años ochenta, mediante negociaciones con el nuevo pontífice, León XIII, el gran error realizado con el Kulturkampf. En cierta ocasión había dicho Bismarck -y lo había repetido innumerables veces con gran énfasis-: «No iremos a Canosa». Ahora iba el canciller todavía «bastante más al sur» (Th. Heuss). En el programa de León XIII (1878-1903) figuraba como primera divisa conquistar el mundo moderno para la Iglesia; no quería, por tanto, renunciar al poderoso y floreciente Imperio alemán.

a) A pesar de todo, la operación de derribo de la legislación promulgada por el Kulturkampf se realizó muy lentamente. En los cuatro primeros años (1880-1883) no se llegó más que a atenuar progresivamente la persecución. Hasta pasado un año del arbitraje efectuado por León XIII en la cuestión de las Carolinas (cuando Bismarck ya había recibido del papa la orden de Cristo y le había dado las gracias en una carta que se ha hecho célebre), no tuvo lugar la retirada de las leyes fundamentales del Kulturkampf (1886-87).

b) De todos modos todavía siguieron en vigor toda una serie de disposiciones anticatólicas: la ley contra los jesuitas, la ley en favor de los Viejos Católicos; la administración de los sacramentos y la celebración de la misa siguieron en parte limitadas. Aunque había desaparecido el espíritu de persecución, quedaban todavía residuos importantes. No hay ningún dato que mejor manifieste la terrible limitación soportada por los católicos en Alemania que el hecho de que ahora, a pesar de todas las cortapisas, la situación les parecía tolerable. En 1894 se permitió la vuelta a los redentoristas; en cambio, los jesuitas no obtuvieron autorización hasta 1917.

c) Las medidas beligerantes afectaron también en parte a los protestantes, que tuvieron que recibir con dolor la introducción del matrimonio civil y la supresión de la inspección escolar de los pastores. Por eso también ellos presionaron para la supresión de la lucha (sobre todo Guillermo I).

d) Hay que notar que la dureza del Kulturkampf fue diferente según las regiones. En Würtemberg, por ejemplo, hubo incluso círculos dirigentes del protestantismo que abandonaron las estrecheces confesionales. Luego, una ley sobre las iglesias ha mantenido la paz confesional del país durante un largo período. Un factor importante para llegar a esta situación fue obra de los teólogos católicos de la Universidad de Tubinga, reconocida por todos y abierta siempre al diálogo.

Notas

[21] También el protestantismo, que en lo dogmático no tiene nada de liberal, pertenece por otras razones a este grupo de acusada tendencia antirromana.

[22] «He hecho la autopsia a cientos de cadáveres y en ninguno he hallado el alma».

[23] La desconfianza de Bismarck hacia los católicos no tenía otro móvil que la defensa del Estado a su cargo; en la católica Baviera, por ejemplo, había habido muchas resistencias contra la anexión al imperio. Pero éste no era el motivo principal.

[24] Cf. el canon 103a del Código Penal Imperial. Este artículo amenazaba a los sacerdotes que trataran asuntos referentes al Estado de manera «desfavorable» con pena de prisión o arresto hasta dos años.

[25] Estas leyes regulaban la formación del clero y el nombramiento de los párrocos. El Estado prescribía un determinado examen para éstos. Además, el poder disciplinar de la Iglesia fue reducido considerablemente. Se promulgaron castigos para las transgresiones.

[26] Es difícil establecer una comparación entre esta actuación de la Iglesia alemana y la que tuvo bajo el nacionalsocialismo a partir de 1933. La reacción en este caso no fue tan unánime debido a que los agresores supieron ocultar durante mucho tiempo sus fines bajo formas aceptables y con embustes refinados.

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