conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período segundo.- La Escision de la Fe. Reforma, Reforma Catolica, Contrarreforma » Capitulo tercero.- La Contrarreforma » §91.- Los Papas de la Contrarreforma. las Iglesias Catolicas Nacionales

I.- La Labor de los Papas

1. La reforma interna de la Iglesia, al crear valores católicos nuevos o revitalizar los valores antiguos, despertó automáticamente la autoconciencia eclesial católica. Esta autoconciencia, al chocar con las fuerzas y estructuras de la Reforma protestante, inmediatamente dio pie a una actitud contrarreformista poco menos que espontánea. Y cuando esta actitud se cultivó de manera consciente y se expresó por medios propios y adecuados, la reforma intraeclesial pasó a convertirse en la Contrarreforma propiamente dicha.

a) Como etapa previa de esta transformación podríamos señalar la resistencia política general contra la innovación y, más concretamente, los intentos de constituir alianzas políticas entre los católicos, alianzas que después constituirían un factor decisivo de la Contrarreforma.

En la esfera religioso-eclesiástica, el paso se dio conscientemente con el establecimiento de la Inquisición romana en 1542. Su creador fue el napolitano Carafa, en quien había encontrado gran eco el espíritu fanático de la Inquisición española. El español Ignacio de Loyola también colaboró a ello. Esta Inquisición fue el medio apto para aniquilar todos los gérmenes heréticos en Italia primero y en España después. Desgraciadamente, también la Inquisición romana resultó ser una institución terrible (§ 56). Menos mal que la relación de los papas con ella fue muy desigual.

La Inquisición romana desencadenó su furor al máximo cuando ocupó el solio pontificio su creador, hombre poseído de un terrible fanatismo, que ya tenía setenta y nueve años y que tomó el nombre de Paulo IV (1555-1559). Paulo IV sucedió a Marcelo II, el cardenal legado Cervini de la primera época del Concilio de Trento, humanista, eclesiástico cultivado, cuya elección había dado respiro a los partidarios de la reforma, y a quien Dios llamó tras un brevísimo pontificado de veintidós días.

El nuevo papa fue la dureza personificada. Desatendiendo por completo las demandas de Seripando, la Inquisición prefirió, al decir de este mismo cardenal, el uso inhumano de la fuerza bruta en el mismo espíritu de su fundador, que llegó a hacer esta terrible confesión: «Si mi propio hijo fuera hereje, yo sería el primero en recoger leña para quemarlo». En el proceso contra el cardenal Morone, que injustamente estuvo encarcelado durante dos años y sólo a la muerte de Paulo IV recuperó la libertad (y la rehabilitación de su persona), el mismo papa manifestó: «No se necesita un procedimiento judicial propiamente dicho; el papa sabe muy bien cómo están las cosas; él es el verdadero juez, capaz de dictar sentencia sin más requisitos».

b) Paulo IV fue un hombre terriblemente consciente de sí mismo. Como Inocencio III en el siglo XIII, pretendió en pleno siglo XVI, cuando ya en el Imperio los protestantes se habían puesto en contra del emperador y sus aliados, obtener la supremacía sobre todos los poderes políticos. Completamente increíble resulta hoy su bula de 1559, firmada también por treinta y un cardenales, en la que se declara in-condicionalmente que el papa «posee la plenitud del poder sobre todos los pueblos y reinos y a todos juzga». Esta bula renovó todas las antiguas penas contra los herejes y ordenó que cuantos apostatasen de la fe perderían sus cargos, dignidades, poderes y coronas, que desde entonces pertenecerían al primer católico que se hiciese con ellos. La bula, con formulaciones exageradísimas, concluía de la dignidad del papado la imposibilidad de apostasía del romano pontífice, aun cuando éste aún no haya sido promotus (promovido). Su rechazo del concilio respondía al mismo espíritu autocrático, fuertemente impregnado de desconfianza.

La misma desconfianza, dirigida esta vez contra las órdenes religiosas, por ejemplo, contra los jesuitas, puso considerables trabas a lo nuevo que iba surgiendo en la Iglesia.

Pero justamente en este papa, tan preocupado por la pureza de la fe, los cálculos políticos provocaron una grave ceguera para advertir el peligro que para el catolicismo suponía su alianza con Francia, principal apoyo de los protestantes alemanes y aliada de los turcos. También aquí se dejó arrastrar por la desconfianza: ¡Fernando, el sucesor de Carlos V, había recibido la corona imperial sin cooperación de los legados pontificios!

El papa, en cambio, dispensó gran confianza a sus sobrinos, a quienes inconscientemente permitió realizar toda clase de chantajes. Elevó a dos de ellos al cardenalato y a un tercero le invistió de bienes eclesiásticos en exceso. Impulsado por su sanguinario sobrino Carlos, hombre sin moral ni conciencia, impulsado también, en parte, por su patriotismo napolitano local, entró en guerra con España, primera potencia católica, lo que provocó el riesgo de un nuevo «sacco di Roma» (esta vez a cargo del duque de Alba, cuyos tercios llegaron a las puertas de Roma). Hasta el final de su pontificado no cayó en la cuenta de los perjuicios ocasionados por sus dos sobrinos. Pío IV puso fin a esta situación.

c) Por otra parte, Paulo IV fue un auténtico reformador. Hizo suya e impulsó la causa reformadora, por la cual hasta entonces muy poco se había hecho en el concilio. Procedió severamente contra muchos abusos, por ejemplo, contra la simonía. Intentó obligar a los obispos a cumplir con el deber de la residencia y retener en sus conventos a los frailes «vagabundos» (uno de los males más antiguos, anterior incluso a la Orden benedictina).

d) También en este caso se puso de manifiesto que para la eficacia histórica lo decisivo es, a la postre, la estructura fecundada y creativa, o su falta, no las fuerzas de la esfera religioso-moral privada. La pureza de intención de Paulo IV, con las limitaciones apuntadas, fue innegable, pero su reacción unilateral le impidió alcanzar sus objetivos. Su cruel obsesión por la sospecha y la destrucción, su confianza exagerada en la posibilidad de defender la pureza de la fe mediante la violencia descarnada, su ampliación un tanto caprichosa de las competencias de la Inquisición (que persiguió incluso la blasfemia, la inmoralidad y la simonía; para la incoación de un proceso bastaba la mera denuncia sin fundamento o la simple sospecha) y su negativa a la celebración del concilio ecuménico menoscabaron sustancialmente los grandes esfuerzos reformadores de este papa[3]. Paulo IV desconoció las leyes sociológicas más elementales y se vio tarado por su ruda oposición a la ley del amor. Podemos decir, sin duda, que este papa acabó obstaculizando básicamente la Contrarreforma que él mismo tan enérgicamente pretendía.

2. La misma ley de la eficacia histórica (lo decisivo no es el querer personal, sino el asentimiento correcto de la estructura y el empleo realista de las fuerzas objetivas que la comunidad ofrece) volvió a cumplirse, aunque en el sentido opuesto, con el pontificado de su sucesor, el papa Pío IV, un Médici[4] (1559-1565). A diferencia de su predecesor, rebosante de celo religioso, Pío IV fue una persona de talante mundano. Pero, al aceptar las realidades políticas y político-eclesiásticas del momento y utilizar los recursos existentes y reprimir las fuerzas abiertamente perjudiciales, consiguió resultados no sólo importantes, sino decisivos, sin tener que destruir nada directamente.

a) Pío IV volvió a hacer política imperial, convocó nuevamente el concilio y lo llevó a término. Desarrollando, además, todas las posibilidades de las personas que estaban a su disposición y fomentando con espíritu unificador y constructivo la acción de otros en el mismo sentido, logró que durante su pontificado comienza la Contrarreforma político-eclesiástica propiamente dicha: Pedro Canisio ganó para su causa al duque de Baviera Alberto V (véase visión general y apdo. II, 3); el cardenal Estanislao Hosio salvó el catolicismo en Ermland.

El proceso seguido contra los dos sobrinos de Paulo IV, que terminó con el ajusticiamiento de ambos bajo su pontificado, tuvo gran importancia histórica, pues con él, de hecho, se acabó para siempre el nepotismo político de alto nivel en la historia del pontificado.

b) Es verdad que el mismo Pío IV protegió en exceso, y con poco celo eclesiástico, a sus propios parientes y que promovió a dos de ellos a la púrpura cardenalicia cuando aún eran unos niños. Pero uno de ellos llegó a ser un santo, que tuvo una significación inmensa para la renovación eclesiástica: san Carlos Borromeo (1538-1584), que a los veintiún años era ya secretario de Estado del papa y desde el año 1561 arzobispo de Milán, aunque no se ordenó de sacerdote hasta 1563. El cardenal Borromeo fue un representante ejemplar e iniciador decidido de una reforma de carácter religioso y caritativo, penetrada de un heroico afán de servicio cristiano. Tras la muerte de Pío IV (1565) y conseguida la elección de Pío V, que también fue santo, Carlos Borromeo vivió en su sede episcopal de Milán. En cuanto a la realización de las reformas del Concilio de Trento, que ya desde 1564 había impulsado en su diócesis desde Roma, su actividad tuvo repercusiones más allá de sus fronteras, en el norte de Italia (incluido el Tesino y el Veltlin, en el valle de Engadina). Su preocupación se centró preferentemente en las vocaciones sacerdotales (fundación de seminarios, ayuda a los estudiantes) y en la enseñanza (muy relacionada con las vocaciones desde el punto de vista organizativo), en la construcción de iglesias y en la presentación solemne y atractiva del culto divino (uno de los instrumentos pastorales más importantes de la restauración eclesiástica de entonces). Con el fin de traspasar a la vida las normas reformadoras y garantizar su desarrollo, celebró once sínodos diocesanos y cinco sínodos provinciales.

Pero las anomalías existentes en este campo tenían raíces muy profundas. Prueba de ello fue la resistencia que tuvo que superar este cardenal y arzobispo, que no buscaba otra cosa que servir al prójimo. La culminación de dicha resistencia fue un atentado contra su vida, surgido en el seno de una orden totalmente secularizada, la de los «Humillados» (disuelta por san Pío V).

c) Toda la obra reformadora del santo se sustentó en una vida de oración y sacrificio cada vez más intensa (bajo la influencia de los jesuitas), en cuyo centro estaba la contemplación del crucificado.

El papa Gregorio XIII tuvo motivos para obligar al santo arzobispo a suavizar los rigores de su ascética. La mayor parte de sus ingresos los dedicó a obras de caridad. Su talla de buen pastor, dispuesto a dar la vida por las ovejas, quedó acreditada con ocasión de la peste del año 1576 en su servicio a los enfermos. Pero su heroísmo en nada disminuyó su enorme atractivo (proveniente del círculo de san Felipe Neri y de Mateo Giberti).

Aparte de su actividad reformadora dentro de la Iglesia, san Carlos Borromeo tuvo en su época de Roma múltiples contactos con los movimientos culturales y científicos de la época, alejando de ellos todo lo que sonara a paganismo. Pasaron por su casa todas las figuras importantes[5]. Tuvo estrechas relaciones con el músico Palestrina. Volvemos, pues, a encontrarnos con un Humanismo purificado, cristiano-eclesiástico, el mismo que ya hemos constatado en Giustiniani, Contarini y Cervini. | Carlos Borromeo murió el año 1584 a la temprana edad de cuarenta y seis años.

3. En Pío V (1566-1572), de la familia Ghislieri, revivió la actitud curial, más enérgica, plenamente consciente de su autoridad. Pero esta su energía y severidad, a las que estaba acostumbrado desde sus tiempos de inquisidor general, se nos presentan (en comparación con Paulo IV) más bien como expresión de una conciencia explícitamente religiosa -rayana en el heroísmo- de la propia responsabilidad. Pío V fue un santo, el primer papa santo de la Edad Moderna: «Sólo puede gobernar a los demás quien se gobierna a sí mismo por entero según la ley de Cristo...». De hecho, el centro de su piedad (como el de la piedad de san Carlos Borromeo) también fue el crucificado (también mantuvo al mismo tiempo una devoción infantil a la Virgen María). Con san Pío V tuvo lugar la definitiva transformación del programa pontificio proveniente de la Edad Media y secularizado en el Renacimiento. Este papa, en efecto, ya no vio en la política un objetivo principal ni un fin en sí mismo y, sobre todo, no consintió en ponerla al servicio de un egoísmo dinástico-mundano. En ocasiones su concepción sobrenatural pareció falta de realismo; consideraba superfluo, por ejemplo, construir fortificaciones en los Estados de la Iglesia: «Las armas de la Iglesia son la oración, el ayuno, las lágrimas y la Sagrada Escritura». Se le puede echar en cara el haber querido convertir Roma en un convento. Pero también hay que reconocer -como dice Seppelt- que «por fin nos encontramos con el ideal de un papa religioso en el sentido pleno de la palabra».

a) Por todo ello, para san Pío V, en cuestiones de reforma eclesiástica, no existía la palabra «imposible». De ahí que sus ataques se dirigieran tanto contra la venalidad de los cargos curiales como contra las muchas y graves anomalías existentes en las órdenes religiosas. Las visitas pastorales ayudaron a realizar la reforma. El mismo papa prestó especialísima atención a la reforma reglamentada del clero secular; en Roma promovió la ejecución de los decretos del Tridentino y en toda la Iglesia procuró, con las disposiciones pertinentes, allanar el camino para su puesta en práctica.

b) Desde mucho tiempo atrás Occidente estaba políticamente dividido. Pero la Santa Sede comprendió verdaderamente el peligro que corría la civilización occidental común, amenazada por los turcos, e intentó atajarlo con una política desinteresada (Pastor). Aliada con España y en naves venecianas (la Liga), consiguió la victoria de Lepanto (1571), bajo el mando de don Juan de Austria. «Fue ésta -dice Ranke- la más dichosa jornada bélica que jamás haya vivido la cristiandad». Es cierto que después, en 1673, Venecia firmó una vergonzosa paz unilateral con la Sublime Puerta.

c) Si, pues, la Inquisición romana y Paulo IV constituyeron el comienzo y Pío IV señaló el giro decisivo hacia la Contrarreforma católica, Pío V supuso indudablemente su primera culminación. A pesar de todos los retrocesos, los muchos e importantes intentos reformistas se consolidaron. Y todos ellos se aunaron en un centro, el papado, que a su vez estaba dirigido por un papa santo. San Ignacio, san Pedro Canisio, san Carlos Borromeo, san Pío V: dio comienzo el siglo de los santos.

4. El programa consistía ahora en seguir apoyando esa concentración de fuerzas en torno al papado y en promover con todas ellas, de forma general y sistemática, tanto la reforma católica como la Contrarreforma aun fuera de Italia. En conseguir esto se cifró el largo e importantísimo pontificado de Gregorio XIII (1572-1585), de la familia de los Buoncompagni. En 1582 llevó a cabo la reforma del calendario. Buen jurista y organizador, convertido (a sus treinta y siete años de edad) de hombre de mundo en reformador espiritual por influjo de san Carlos Borromeo y de los jesuitas y por el ejemplo de san Pío V, este papa vivió con gran dignidad personal, estuvo movido por un gran celo religioso y fue muy regular en sus prácticas espirituales[6].

a) Hasta entonces no había llegado a su punto culminante el peligro que se cernía sobre la Iglesia. El peligro no provenía del luteranismo, sino del calvinismo, que había penetrado profundamente en Francia, Polonia y Hungría. El retorno de Suecia a la Iglesia católica, que entonces parecía próximo, no llegó a realizarse. Toda la Europa del norte de los Alpes, ¿debía acaso hacerse protestante? Había llegado el momento crítico. Pero esta crisis tuvo la virtud de desatar hasta las últimas fuerzas y decidir la salvación de la Iglesia.

b) Gregorio XIII supo apreciar la fuerza de los jesuitas, quienes con él llegaron a su apogeo. Ellos constituyeron la fuerza fundamental de la que el papa se sirvió para extender impetuosamente el espíritu católico por Europa. A los jesuitas se sumó también, al norte de los Alpes, la Orden de los capuchinos; santa Teresa reformó a los carmelitas, san Felipe Neri fundó el Oratorio; las nunciaturas pontificias se transformaron en instituciones estables o simplemente aumentaron (Lucerna, Graz, Colonia); a ellas se confiaron no sólo los intereses diplomáticos, sino los asuntos religiosos y eclesiásticos (su configuración plena no llegó hasta el pontificado de Sixto V); ellas también posibilitaron un conocimiento más exacto de los distintos países y, con ello, un tratamiento más objetivo de los mismos por parte de las a su vez decisivamente reestructuradas congregaciones cardenalicias de Roma. Se estableció una congregación especial para los asuntos de Alemania. Entre los promotores de esta idea estaban Hosio y Otto de Waldburgo († 1573). El fin que se pretendía alcanzar oficialmente con todo ello era mantener y acrecentar los escasos restos de catolicismo que quedaban en Alemania.

Uno de los factores más importantes -por tocar la raíz de la que arranca toda labor de reconstrucción de la Iglesia, y especialmente la de entonces- fue la fundación o la restauración de los seminarios modelo nacionales en Roma. Se volvió a dotar con nuevos medios el Collegium Romanun, con lo que se consiguió su definitivo afianzamiento. Se construyó la Gregoriana y el Germanicum (de gran importancia ante la escasez de sacerdotes). Se fundó el Colegio Inglés en 1579, que tuvo sus mártires. Todos estos centros fueron dirigidos por los jesuitas.

Con anterioridad a la fundación del Colegio Inglés de Roma se había erigido un seminario misionero para Inglaterra en Douai (al norte de Francia). A éste siguieron otros similares en España y Portugal. El esfuerzo conjunto de estos centros impidió la total extinción del catolicismo en Inglaterra.

En correspondencia con la misma idea misionera, Gregorio XIII fomentó también las misiones de ultramar.

En Alemania se fundaron colegios en Viena, Graz, Olmütz, Praga, Braunsberg, Fulda, Dillingen.

c) El éxito fue diferente: sensacional en Polonia, sólo considerable en Alemania.

He aquí las personalidades individuales que desempeñaron un papel importante en todo esto: 1) los duques de Baviera, Alberto V y sus hijos Guillermo V y Ernesto (1554-1612); 2) Julio Echter von Mespelbrunn († 1617), desde 1572 obispo-príncipe de Würzburgo, donde se encontró con una situación verdaderamente catastrófica, que hubo de restaurar desde los cimientos, cuidando de la formación y fomento de las vocaciones sacerdotales, así como de la construcción de iglesias; él fue quien fundó allí una universidad y un hospital, que aún hoy se conserva; 3) la casa de los Habsburgo desde Rodolfo II (1576-1612), si bien este monarca fracasó en su intentó de promover una Contrarreforma en los territorios austríacos heredados.

Sobre la lucha entre católicos y calvinistas en Francia, cf. la «Visión general» de este capítulo.

d) Ahora bien, si contemplamos la historia desde una perspectiva espiritual más alta, y especialmente desde una perspectiva religiosa, el solo éxito no puede justificar plenamente los medios empleados. Esta diferenciación es esencial tanto para el cristianismo como para la valoración de su historia. De ahí que tampoco la debamos olvidar al hacer la valoración cristiana global de los sorprendentes éxitos eclesiásticos del pontificado de Gregorio XIII. Debemos más bien tener muy presente que, a pesar de todo lo dicho, el gobierno de este pontífice no tuvo ni por asomo una sustancia religiosa tan obvia como el de su santo predecesor. El choque con la innovación eclesiástica, dada la enorme fuerza expansiva del calvinismo, se había convertido para el cristianismo católico en una cuestión de vida o muerte (por lo menos al norte de los Alpes). De ahí que la acrecentada conciencia católico-eclesiástica, por desgracia, reaccionase a veces de forma tan violenta, que no admite justificación alguna desde el punto de vista cristiano.

En la lucha contra la innovación de Inglaterra, Gregorio XIII apoyó la rebelión de Irlanda, lo que acabó provocando más tarde que los católicos fuesen perseguidos más duramente.

Ya hemos dicho anteriormente (p. 146) que la Noche de San Bartolomé (1572) no fue un asunto expresamente religioso y eclesiástico, aunque evidentemente también entraron en juego pasiones de carácter religioso. El papa nada supo del plan. Consumado el hecho, la corte francesa informó que se trataba del castigo de una conjura de alta traición y de un golpe de mano contra los herejes. El papa celebró un solemne tedéum y envió sus felicitaciones a París; tomó parte personalmente en la fiesta de acción de gracias que se celebró en la Iglesia nacional francesa; mandó acuñar monedas conmemorativas y proclamó un año jubilar para dar gracias a Dios: una reacción que no dejó de ser, cuando menos, lamentable, por mucho que se quiera pensar que en las guerras «confesionales» de entonces la violencia era empleada por todas las partes contendientes. En época más reciente han sido sobre todo los católicos franceses quienes han hecho una valoración cristiana de aquellos acontecimientos, expiando con sus oraciones la violencia que en la Noche de San Bartolomé se infligió a los cristianos evangélicos.

5. La situación se fue haciendo cada vez más aguda, tanto por el lado político como por el político-eclesiástico y confesional. La propia situación obligó al nuevo papa, Sixto V, a tomar un nuevo rumbo, pero también encontró en él su mejor maestro. En este pontificado -mejor tal vez que en ningún otro- podemos estudiar la necesidad y la legitimidad de la idea y la actuación política del jefe supremo de la Iglesia en aquella época y, al mismo tiempo, cómo cabe mantener tal idea y actuación libres de toda mundanización.

a) Sixto V (Peretti, 1585-1590), procedente de la clase humilde, ingresó siendo todavía muchacho en la orden franciscana y nunca en su vida dejó de ser fraile, y un fraile piadoso. Fue un predicador de fama, esforzado y celoso promotor de la reforma de la vida religiosa, llegando a ser general de la orden y cardenal.

En el cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XIII activó su propia elección y fue elegido por unanimidad. Su breve pontificado, notablemente diferente de su generalato en la orden, tuvo unos resultados extraordinarios. Efectivamente, este papa franciscano no fue precisamente un pastor y un maestro, sino un jefe. Lo cual es buena muestra de lo crítico y apurado de la situación, pues, teniendo en cuenta todos los factores, bien podemos decir que esta actitud era entonces la única correcta. Lo arriscado de la situación hizo de la actuación política una necesidad imperiosa.

La actuación de Sixto V en particular (por ejemplo, equilibrando las reivindicaciones españolas contra las amenazas de Francia) quizá no se mantuvo en una línea rigurosamente consecuente; por más que en aquel entonces fuera importante para la Iglesia desde el punto de vista político, sin embargo tuvo escasa importancia desde el histórico. Lo decisivo es que la actitud de Sixto V fue en conjunto unitaria y, en la medida de lo posible, salió triunfante, sin que lo religioso-cristiano sufriera detrimento.

El peligro capital y más explosivo estaba centrado en Francia y su entorno, en las esferas de la alta política (es decir, de la gran política eclesiástica) y en el ámbito político y eclesiástico interior. El papado necesitaba que Francia pasase a ocupar el puesto de gran potencia para que el poderío español no coartase la libertad del papado con arrogantes exigencias, como ya había ocurrido. Pero la misma Francia era en lo eclesiástico un foco de conflictos de primer orden. Una vez había reaccionado contra la transigencia de la curia frente a las exigencias de España, estimulando las tendencias galicanas y llegando a amenazar con un concilio, un concilio nacional, y con un cisma. Y, además, también estaba el peligro calvinista: el avance de los calvinistas, ante la posibilidad de que el protestante Enrique IV de Navarra ocupase el trono, se convirtió para la Iglesia de Francia en una cuestión de ser o no ser. Pues Enrique de Navarra había, sí, renegado del protestantismo en la Noche de San Bartolomé, pero había recaído nuevamente en él, volviendo a ser jefe de los hugonotes. Contra él estaba la Liga católica de Francia, que encontraba en España un apoyo fundamental. Otro partido católico, pero antiespañol, se puso de parte del de Navarra, con lo que llegó a haber tres partidos que amenazaban la unidad de Francia y, con ello, su importancia eclesiástica.

b) Junto a las grandes tareas que era necesario emprender en España, Francia y Alemania, también se tuvo presente el gran proyecto de reconquistar Inglaterra y los Países Bajos con la ayuda de España. Sin embargo, dada la actitud evasiva de Sixto V respecto a Enrique de Navarra, Felipe II demoró por su parte el ataque contra Inglaterra[7]. Cuando la «Armada Invencible» quiso entrar en acción, ya era demasiado tarde. Sobrevino la derrota (1588). Los límites del poderío mundial de España se hicieron evidentes y el peso de sus amenazas sobre el papado se hizo menor. Pero -bajo una consideración universalista- ¡a qué precio! El poderío de España declinó, el de Inglaterra ascendió. En el mundo católico seguían en oposición dos potencias: Francia y la Casa de los Habsburgo (austríaca), católicas ambas, pero con creciente acento nacional. Los peligros para el pontificado eran evidentes.

c) Sixto V desplegó también su inmensa energía en los Estados de la Iglesia y en la organización eclesiástica. Reprimió con extrema severidad el bandidaje, puso en orden las finanzas y fue el creador de la típica «nueva imagen» (barroca) de la ciudad de Roma[8] a la que convirtió en «centro mundial de peregrinación». Modernizó la administración eclesiástica mediante la reorganización de la curia. Hasta entonces, todos los cardenales presentes eran competentes para todo tipo de asuntos, pero Sixto V, continuando la especialización iniciada ya por Pío V y Gregorio XIII, les asignó incumbencias particulares.

d) Con la Reforma, el problema del texto válido de la Biblia había adquirido gran importancia. El texto latino de la Vulgata, cuya autenticidad había sido solemnemente declarada, padecía una lastimosa degeneración. Sixto V cayó en la cuenta de la importancia de este cometido, pero lo asumió con un celo desmedido y poco ilustrado. La fuerte conciencia de su responsabilidad le llevó al convencimiento de que siempre, incluso en cuestiones de crítica textual, gozaba de la asistencia divina. Naturalmente, tal edición, preparada con criterios tan arbitrarios por parte del papa (incluso con interpolaciones en el texto sagrado por parte, por ejemplo, del jesuita Francisco de Toledo) y de uso obligado y exclusivo por prescripción oficial, no fue más que una carga innecesaria para la Iglesia.

Notas

[3] También el índice publicado por Paulo IV fue rigurosísimo. A la muerte del papa, dicho índice fue retirado.

[4] Pero no fue miembro de la famosa familia florentina.

[5] Vivía en el Vaticano: «Academia de las veladas vaticanas» (Notti Vaticane).

[6] Incluso su nepotismo se mantuvo dentro de moderados límites. De todas formas, fue demasiado indulgente con su hijo, que llevó una vida un tanto relajada.

[7] Influyó también la consideración del destino de María Estuardo. Al fin, su ajusticiamiento hizo ilusorias semejantes combinaciones.

[8] En el pontificado de Sixto V se terminó la Basílica de San Pedro.

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