conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período segundo.- La Escision de la Fe. Reforma, Reforma Catolica, Contrarreforma » Capitulo segundo.- La Reforma Catolica » §87.- Realizacion de la Reforma: el Papado en la Primera Mitad del Siglo XVI

I.- Preludio

1. A León X, «el sibarita del pontificado», le sucedió Adriano VI (1522-1523), el último papa no italiano. Adriano VI procedía del Imperio alemán (era holandés), pupilo de los Hermanos de la Vida Común (devotio moderna humanista, § 70), profesor de teología, maestro de Erasmo, preceptor de Carlos V, titular de una diócesis española y regente de España después de la muerte de Fernando el Católico. En Adriano VI se unían la interioridad alemana y el espíritu eclesiástico rigorista español con una auténtica piedad y un gran celo reformador. Adriano VI pervivió en la historia como una figura grandiosa, pero trágica.

a) Una figura grandiosa, pues en plena relajación del Renacimiento él fue el único papa del último tercio del siglo XV y primera mitad del siglo XVI que adoptó una actitud religiosa cristiana y consciente de la responsabilidad que su cargo requería. Adriano VI tuvo el valor de confesar públicamente en la dieta imperial de Nuremberg (enero de 1523), por medio de su legado Cheregati, la culpa del clero, y especialmente de la curia romana, en la rebelión religioso-eclesiástica[15]. No sólo prometió reformas, sino que procedió a realizarlas con energía. Para adoptar esta actitud en la Roma del Renacimiento, entre aquella curia y aquellos cardenales, y además no siendo italiano, era necesaria una gran capacidad de entrega y disposición al sacrificio.

La confesión de culpa por parte del papa no tuvo buena acogida en Nuremberg. Más bien hizo resurgir los puntos conflictivos y que se aplazase, con sorprendente confusión teológica, la cuestión religiosa hasta un concilio alemán libre, que debía celebrarse en el plazo de un año. Se debía impedir, sí, el ulterior avance de Lutero (a pesar de lo cual Lutero escribió entonces, entre otras obras, los planfletos del «Becerro monástico» y «El Papa asno»), pero se rechazó la ejecución del decreto de Worms contra Lutero y sus seguidores.

Todo lo dicho no quita nada a la autenticidad de la actitud cristiana de Adriano VI. El realizó una exigencia fundamental del evangelio, cuyo valor no puede hacerse depender del éxito obtenido.

b) Por otra parte, al papa le faltó la visión clara de las condiciones necesarias para lograr una renovación radical. En vez de ir tomando poco a poco las medidas adecuadas, promoviéndolas reiteradamente, lo que hizo fue precipitarlas. Es cierto que tampoco tuvo tiempo suficiente para cambiar de actitud y para rectificar los fallos cometidos, o simplemente para llevar a cabo sus reformas: su pontificado sólo duró veinte meses.

Pero, ante todo, faltaban en absoluto los presupuestos para una reforma. Ni estaba preparado convenientemente el terreno espiritual general de las personas que requerían mejora -especialmente en la curia-, ni existían -y esto es decisivo- órganos que comprendiesen íntimamente el programa y que hubiesen podido preparar aquel terreno: ni el alto ni el bajo clero eran aprovechables. El fracaso de Adriano VI demuestra la importancia de la Orden de los teatinos y de los esfuerzos que paralelamente se hicieron para promover una reforma católica desde abajo. Podemos mencionar, como hecho consolador dentro de la miseria general, el retorno a la Iglesia romana del patriarca cismático Teófilo de Alejandría, que tuvo lugar por aquel entonces.

2. El papa siguiente fue Clemente VII, un papa Médici. Fue un hombre moralmente íntegro y trabajó incansablemente bajo el pontificado de su primo, el frívolo León X. Pero su pontificado tuvo un carácter totalmente político. El cónclave que lo elevó al solio pontificio fue una vergonzosa lucha de intrigas por el poder. Como papa se mostró falto de energía y decisión (su vano intento de conseguir una neutralidad mal entendida entre el emperador y Francia). Clemente VII fue -dicen Ranke y Pastor- «el más funesto de todos los papas», si bien, y a pesar de sus constantes necesidades pecuniarias, fue más estricto que sus contemporáneos y rechazó el chalaneo con los capelos cardenalicios. Pero lo que se dice un concilio, el gran medio para mejorar la situación, Clemente VII «lo temía como un fantasma».

Notas

[15] Un punto importante: el papa reconoció expresamente que la enfermedad de la cabeza, la Santa Sede, se había extendido a los prelados inferiores.

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