conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período segundo.- La Escision de la Fe. Reforma, Reforma Catolica, Contrarreforma » Capitulo primero.- La Reforma Protestante » §83.- Difusion y Escision del Movimiento Protestante

II.- Fuera de Alemania

1. El individualismo surtió su pleno efecto en el momento en que la nueva concepción del mensaje cristiano penetró en una atmósfera política y cultural diferente o fue desarrollada y presentada bajo otras circunstancias ambientales y por personalidades de muy diverso talante. Entonces surgieron no solamente «nuevas direcciones», sino nuevas Iglesias protestantes. Nos referimos a la de Zuinglio en Zurich y a la de Calvino en Ginebra. Para la historia general de la Iglesia católica, Zuinglio y su obra tienen una importancia secundaria, aun cuando la escisión confesional de Suiza, que él acarreó, sigue siendo hasta hoy una dolorosa muestra de lo funesto de toda ruptura de la fe y de la Iglesia.

2. En Ulrico Zuinglio (1484-1531; muerto en la batalla de Kappel) confluyeron elementos de luteranismo y humanismo. Pero él siguió su propio camino de reforma. El elemento racionalista o, más bien, espiritualista, implícito en el humanismo, dio a su doctrina y a su Iglesia un sello característico: pura liturgia de la palabra; rechazo y destrucción de las imágenes de los santos; volatilización del «Esto es mi cuerpo» en «Esto significa mi cuerpo».

Con todo, frente a la devaluación sacramental que acabamos de mencionar, encontramos también en él un notable aspecto positivo. La baja Edad Media, con su raquítica concepción moralista de los sacramentos, los había considerado preferentemente como dones de Dios al individuo o como frutos que se le aplicaban. Zuinglio, lo mismo que Calvino (y, aunque menos, también Lutero), fue uno de los que redescubrieron el carácter esencialmente comunitario de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía. Los sacramentos están ahí para el pueblo de Dios en cuanto comunidad.

El movimiento de Zuinglio acusó una fuerte tendencia nacionalista suiza, en la que desde un principio se mezclaron estrechamente los intereses políticos. Por ello la innovación eclesiástica en Suiza estuvo desde un principio marcada por el juego general de fuerzas entre los diversos cantones.

A Lutero no le agradaba Zuinglio: «Usted tiene otro espíritu» (Diálogo de Marburgo, § 81, IV). «Confieso que... tengo a Zuinglio por no cristiano, y con toda su doctrina». Lutero condenó a Zuinglio, como hijo del diablo, a los infiernos, igual que al papa, sólo que no con la misma argumentación.

3. Juan Calvino (1509-1564), nacido en el norte de Francia, cursó primero estudios filosóficos y humanísticos (con éxito notable) y luego pasó al estudio del derecho. Posiblemente entró en contacto con la doctrina de Lutero ya en la universidad, pero «por respeto a la Iglesia», como él mismo dice, adoptó una postura de resistencia interior frente a ella. El propio Calvino refiere una «conversión repentina», que muy bien pudo haber acontecido entre los años 1529 y 1531. El la describe como el desenlace de la lucha de una conciencia angustiada, incapaz de recobrar la tranquilidad.

En 1535 escribió su principal obra, la Institutio religionis christianae.

La Institutio apareció en 1536. Pero en los diez años siguientes fue reelaborada y ampliada, llegando hasta la cuarta edición y alcanzando una amplitud cinco veces mayor. Ha sido una de las obras más influyentes de la literatura mundial. En su estructura acusa en primer lugar la influencia del Pequeño Catecismo de Lutero, y fue durante mucho tiempo la obra más leída de los reformadores. El mismo año de 1536, Calvino vino casualmente a Ginebra (donde trabajó en compañía de Guillermo Farel, 1489-1565, en la reforma de la ciudad). Desterrado de ella en 1558, desplegó su actividad en Estrasburgo (en compañía de Bucero). En 1541 fue llamado nuevamente a Ginebra. Allí residió desde entonces permanentemente y allí organizó su Iglesia.

Calvino fue una personalidad polifacética y genial. La doctrina por él enseñada, aunque acuse las influencias de Lutero, es un producto original.

Calvino -completamente al revés que Lutero- vivió casi del todo replegado detrás de su obra. Durante toda su vida se mantuvo en la disciplina más rigurosa. A pesar de su persistente enfermedad, cumplió siempre con heroica abnegación sus deberes de predicador y cura de almas. El mismo día de su muerte reunió a sus amigos junto al lecho para dirigirles un sermón. Su tarea estuvo enteramente presidida por un interés pastoral y práctico (incluso en su doctrina sobre la predestinación, apdo. d).

a) La disposición anímica de Calvino fue muy distinta de la de Lutero. Calvino poseyó una cabeza sistemática. De laico fue educado por la jurisprudencia, no por el convento, como Lutero. Su predicación reformadora, con los años, fue conjugándose más y más con una teología clara y racionalmente formulada, en la que, no obstante, también se advierten algunas oscilaciones de importancia.

La aspereza de su predicación sólo excepcionalmente se vio iluminada por conceptos como «gozo espiritual» y «agradecimiento». Su predicación del amor también careció, al parecer, del sentimiento cálido que se advierte en la de Lutero. En cambio, Calvino puso especial empeño en valorar como bendiciones divinas los bienes y las fuerzas naturales creados por Dios. De todas formas, Calvino no fue tan «insensible calculador y frío intelectual» como muchas veces se le ha presentado. Le unió una profunda amistad con su colaborador Farel y, sobre todo, con su discípulo y sucesor Teodoro Beza († 1605). Incluso llegó a escribir a otro colaborador suyo, Pierre Viret, las siguientes palabras: «Tú conoces muy bien la ternura y delicadeza de mi alma». No obstante, su actitud fundamental fue siempre la del heroísmo en el cumplimiento del deber, la de la perseverancia callada y obediente en el puesto que Dios nos asigna. La base de esta actitud fue, como en todos los reformadores, la nueva comprensión de la Biblia (con el triple «sola»). En ella se expresa la voluntad misteriosa de Dios y su ley. Pero la Biblia no solamente conforma la actitud creyente del individuo sino que, sobre todo, crea una Iglesia. Calvino la llama «Iglesia reformada según la palabra de Dios».

Calvino fue teólogo, educador, organizador, censor, propagandista, diplomático y político a la vez y, además, de gran categoría (Zeeden).

b) Las diferencias entre las doctrinas de Calvino y de Lutero estriban -en cuanto al contenido- en la diferente matización de la idea de Dios: Calvino buscó, ante todo y sobre todo, el honor de Dios y nada más[29]; su predicación insistió mucho más en el Dios exigente que en el padre amoroso. El «deber» fue para él un concepto central (aquí se manifiesta el influjo típico de las ideas veterotestamentarias).

También en su cristología, otro tema central para Calvino (todos son elegidos en Cristo: Ef 1,4), advertimos un rasgo fundamental diferente de Lutero. Mientras Lutero confesó correctamente que Jesús es Dios y hombre en una sola persona, en el caso de Calvino se puede hablar de una cierta tendencia nestoriana.

Desde el punto de vista formal, Calvino se diferenció de Lutero por su mayor consecuencia y más clara unidad en las ideas fundamentales.

c) Pero esto no quiere decir que Calvino haya construido un sistema cerrado que tenga por centro una idea de la cual se deriven todas las demás. Nuestro pensamiento, el pensamiento de los cristianos, consiste en acoger la Escritura, la palabra de Dios; en ella se encierra todo lo que sirve para la salvación.

El contenido de la Escritura no es otro que el Dios todopoderoso y eterno, él solo. Ser piadoso quiere decir reconocer en todo la voluntad de Dios. Todo lo que acontece es obra de Dios. En la Biblia se nos anuncia el designio misterioso y eterno de Dios de elegirnos por pura gracia. En él está decretada también la encarnación y la redención por Jesucristo: el que cree en Jesucristo está seguro de su elección.

d) El mismo texto sagrado nos enseña con la palabra y el ejemplo que Dios ha asignado a unos hombres la vida eterna y a otros la con denación eterna por su simple voluntad eterna y misteriosa. La predes tinación al infierno se nos enseña como un anuncio al mismo tiempo temible y adorable (en ella se revela la gloria del Dios condenador); por eso debe ser enseñada ateniéndose estrictamente a lo que dice la Biblia, quedando prohibida toda especulación (cosa que Calvino no siempre cumplió).

Con el paso de los años, Calvino insistió cada vez más en la idea de la reprobación predeterminada[30]. Pero tal idea no llegó a ser en absoluto un elemento capital de su doctrina (en cambio, su discípulo Beza creyó poder resumir toda la doctrina cristiana en una sola página con el título «Predestinación»).

Calvino fue plenamente consciente de las dificultades implícitas en su doctrina de la reprobación positiva. Y las afrontó ya desde el año 1539. Naturalmente, no consiguió superar la paradójica contradicción que en ella se encierra. Así, por ejemplo, la distinción entre voluntad de Dios y mandato de Dios no aclara nada. En su pensamiento, no obstante, hay un elemento valioso: el misterio, el eterno e inescrutable designio de Dios, su eterno y absoluto poder y libertad, la completa independencia en sus decisiones de todo lo que el hombre pueda hacer: «¿Quién eres tú, hombre, para discutir con el eterno?» (Rom 9,20).

Es muy importante señalar que Calvino integró la doctrina de la reprobación dentro de su gran preocupación pastoral, la doctrina de la elección. Su gran objetivo es hablar de la elección. Los hombres deben ser conducidos a Cristo para ser contados entre los elegidos. La «comunión con Cristo», la fe, destruye toda duda sobre la salvación eterna de cualquier individuo. «Conocemos nuestra elección por la promesa de salvación que nos hace el evangelio», acogida sin reservas (Wendel).

e) Tampoco Calvino sacó todas las consecuencias implícitas en sus premisas (la sola Escritura). A diferencia de la predicación soteriológico- individualista de Lutero, Calvino, latino en cierta medida, partió claramente de la Iglesia entendida como la comunidad de Dios, la cual no sólo regula la fe mediante un régimen riguroso, sino que también somete a disciplina toda la vida y costumbres mediante una ordenación eclesiástica completa[31]. Calvino tuvo una especial sensibilidad para captar cuán fundamentales y necesarias son las formas políticas para todo tipo de vida que quiera perdurar en una comunidad. Un comportamiento verdaderamente moral en una comunidad no puede estar garantizado por la pura interioridad de la libertad del hombre cristiano. Así, pues, es la comunidad organizada con el máximo rigor la que se constituye en agente de la ley, y así la ley impera absolutamente y su total cumplimiento queda asegurado y controlado en todos los ámbitos de la vida. El principio monárquico de la Iglesia luterana pasa a ser, pues, la ley oligárquico-democrática. En Francia, donde día a día fue creciendo en la ilegalidad una Iglesia martirial, Calvino intentó una y otra vez organizar férreamente a los «convertidos a la Palabra».

La autoridad rectora se establece en cuatro ministerios: predicadores, ancianos, doctores y diáconos, si bien sólo es ministerio en sentido estricto el de «servidor de la Palabra», que para Calvino es el «tercer sacramento» (apdo. h). Sólo la Iglesia puede conferir ministerios, sobre todo el de la predicación. Sin embargo, el propio reformador ginebrino no recibió ninguna «ordenación»; a su especial vocación llegó únicamente por la fe, y estuvo sinceramente convencido de seguir en esto el camino de la antigua Iglesia.

La seriedad cristiana, pues, se realiza plenamente. Como el hombre está corrompido hasta la médula debe ser sometido a disciplina. Calvino, con una seriedad digna de admiración, trató de cubrir la laguna más peligrosa para la vida cristiana en el sistema de Lutero, esto es, la escasa - y metódicamente débil- conjunción de la moral con la fe[32]. Calvino propugnó y organizó una vida de estrechísima moralidad, sobriedad y economía, y en gran parte lo consiguió (apartado 5 b). En efecto, en su Iglesia llegó a implantar una recia y temeraria conciencia de responsabilidad por la pureza y el crecimiento del reino de Dios sobre la tierra. Mediante tan rígida constitución, que disponía a su vez de órganos de estricto control, se creó una vida eclesiástica intensa.

Pero con ello, y aunque se siguió predicando insistentemente la libertad cristiana de los elegidos por Dios (unida a la doctrina de la fuerza irresistible de la gracia), la libertad de conciencia no quedó mejor protegida. A quienes pensaban de distinta manera se les castigó, a veces con la pena de muerte. Entre los años 1541 y 1546 fueron impuestas 58 penas de muerte. En 1553 fue ajusticiado el antitrinitario Miguel Servet. Calvino participó muy activamente en las medidas de represión.

Por otra parte, el propio Calvino reconoció al cristiano el derecho de resistencia a la autoridad injusta (en Lutero esta concepción está muy ensombrecida por la exigencia de la obediencia tolerante), pues también la autoridad política está sometida a las exigencias del evangelio. Si no responde a tales exigencias, debe ser en todo caso eliminada. Desde esta perspectiva se comprende que el calvinismo tuviera mucha mayor pujanza que el luteranismo.

f) También a diferencia de Lutero, que lo vio todo centrado en la salvación personal, Calvino dio a su comunidad un quehacer universal: inculcó en ella el impulso misionero de extenderse por todas partes. Llegó incluso a exigirle expresamente, caso de ser necesario, la represión por la violencia de toda doctrina no calvinista y, especialmente, de la doctrina católica. Calvino no negó que también en la Iglesia católica haya elementos que respondan a lo que Jesús fundó. Pero en ella Cristo y su evangelio se hallan tan sofocados y soterrados por la «tiranía del papa», que más bien parece verse en ella una imagen de Babel que de la Jerusalén celestial. Todo esto, además, se complementa con la exigencia de paciente sufrimiento en caso de persecución de la «Iglesia de la Palabra». Calvino mismo, y más aún su principal colaborador y sucesor, Teodoro Beza, lo exigió expresamente en sus mensajes a las comunidades de la «pobre y pequeña Iglesia» de los hugonotes franceses, que fue duramente perseguida y en su mayor parte mantuvo Victoriosamente su confesión.

g) La construcción de la Iglesia calvinista se vio acompañada de una bárbara y anticultural destrucción de imágenes, a la que sucumbieron incontables «ídolos» de arte gótico (sobre todo en Francia y, más tarde, también en Holanda). Sin embargo, no fue Calvino el culpable de estos excesos; él siempre se opuso a todos los desafueros fanáticos de los iconoclastas. Incluso los excesos cometidos en Lyon en 1562, que de alguna manera fueron comprensibles como desquite, Calvino los recibió «como una afrenta, con amargura de corazón», y como una contradicción al evangelio: «Nuestra idea nunca ha sido afrontar la violencia con la violencia».

h) Cuando se habla de la liturgia o celebración pura de la Palabra, es evidente que en ella también se incluye la celebración de la Cena. Calvino la prescribió para todos los domingos e insistió en que los fieles acudiesen a la Cena en el mayor número y con la mayor frecuencia posible. Es un hecho digno de consideración, si lo comparamos con la poca frecuencia de la comunión durante la baja Edad Media. Calvino, sin duda, acrecentó esta estima de la comunión con su doctrina de la «presencia pneumatológica» (F. Jacobs) del Señor en el sacramento. En su obra son fundamentales las afirmaciones que confiesan la presencia sustancial de Cristo en la consagración del pan y del vino. Quien recibe el sacramento con fe queda, mediante la celebración, elevado espiritualmente junto a Cristo, que se le entrega realmente de una forma celestial.

El medio decisivo de la predicación y, por lo mismo, de la santificación es la palabra, que está provista de mayor dignidad y fuerza aún que en el caso de Lutero. El sacramento es verbum visibile. Toda «palabra» de Dios es más que simples «palabras», más que una instrucción; es una acción en nosotros. Esta acción se acrecienta en los sacramentos. Es fácil advertir cuán necesaria y fundamental es para la Iglesia calvinista la autodenominación «Iglesia de la palabra reformada» y cuánta realidad encierra ese título.

i) Ya quedó dicho que el espíritu de esta religión es sobrio, como sus iglesias, sin altar ni velas. Por otra parte, el calvinismo presentó el mundo a sus seguidores como un campo de trabajo, y ello en el sentido de un acrisolamiento (véase apdo. 4), que en sus éxitos podía ver la bendición de Dios.

La radical concentración de energías en la realización de obras meritorias, unida a un espíritu de economía exigido rigurosamente por la religión, hizo surgir ese espíritu puritano que, animado por el celo tenaz de Calvino, preparó y difundió por el mundo el talante del empresariado moderno y del moderno capitalismo. Es preciso subrayar, no obstante, que el propio Calvino estuvo, como es lógico, muy lejos del espíritu del capitalismo. Intentó inculcar a su Iglesia un espíritu de moderación y nunca aprobó ganar dinero en beneficio propio.

j) A diferencia del zuinglianismo, el calvinismo tuvo una gran importancia para la historia universal en el sentido propio de la palabra (mucho más incluso que el luteranismo). El calvinismo llevó el protestantismo (convertido ya en una tropa de combate) a Francia, Hungría, Holanda, Escocia e Inglaterra. Estos tres últimos países acababan de convertirse en países marineros: por medio de ellos la doctrina reformadora pasó a ultramar, sobre todo a América, y precisamente bajo la forma del calvinismo puritano.

k) Calvino trabajó personalmente con toda minuciosidad en la difusión de su doctrina y su Iglesia por toda Europa. Así lo atestigua su correspondencia con Bohemia, Moravia, Austria, Lituania, Polonia, Transilvania y Hungría. En este aspecto se parece mucho a Ignacio de Loyola. En todas partes consiguió establecer relaciones con los príncipes y con otras personas influyentes. Y, también como Ignacio, logró que un enorme número de personas del más distinto carácter sirviera a los propósitos de su ardorosa voluntad.

En Calvino se manifestó con especial intensidad una fuerza que es difícil de explicar desde el punto de vista puramente racional, pero que podemos considerar como central en el seno de la Reforma, y es que, a la vista de los abusos que se daban en la Iglesia y de la necesidad general de reforma in capite et in membris, que se sentía y expresaba aun dentro de la misma Iglesia, tanto los reformadores como algunos de sus colaboradores principales fueron el medio de expresión de una conciencia profética, que anunciaba en nombre de Dios la transformación inminente. En el caso de Calvino, esta conciencia estuvo aún más clara que en el de Lutero. Como juez profético, Calvino no facilitó la empresa del ser cristiano, sino precisamente la dificultó y endureció; pero, al cargarla con la responsabilidad de la construcción del reino de Dios, consiguió inculcarle el deber de la entrega total a la obra de Dios y, con ello, desplegar la poderosa dinámica misionera ya mencionada.

Calvino murió en Ginebra en 1564. En su lecho de muerte afirmó que nunca había obrado por odio, sino que todo lo había hecho para honra de Dios.

4. En la misma Suiza el calvinismo se vio robustecido por el acuerdo de 1541 entre Ginebra y Zurich. De este acuerdo surgió en 1566 la Iglesia nacional suiza (Confessio Helvetica posterior).

En Alemania, Melanchton había preparado una nueva interpretación mitigada de la doctrina calvinista sobre la Cena. Hubo comunidades de calvinistas refugiados, por ejemplo, en Estrasburgo y Francfort. Una importante conquista del calvinismo fue Federico II del Palati-nado (1566), por medio del cual la Universidad de Heidelberg se convirtió en el centro de la nueva doctrina (Catecismo de Heidelberg de 1563[33]). De todas formas, en conjunto, la doctrina luterana se afianzó en Alemania mucho más que la calvinista. De 1552 en adelante tuvo lugar en Hamburgo la polémica literaria de los luteranos (J. Westphal) contra la doctrina de Calvino sobre la Cena y la predestinación. La rivalidad se agudizó hasta convertirse en abierta hostilidad[34].

5. En sus orígenes, la Reforma se pensaba como una purificación intraeclesial. En realidad vino a ser una revolución completa, que no sólo alcanzó el ámbito eclesiástico y religioso, sino también el civil y político; la Reforma representó un poderoso ataque contra la Iglesia y, por ello, también contra todos aquellos que permanecieron en ella y mantuvieron sus doctrinas y formas de vida. Ahora bien, tales doctrinas e instituciones abarcaban el conjunto de la vida y de la sociedad. En todos los campos, pues, surgieron contradicciones internas, que provocaron más y más una hostilidad de todos contra todos. En cuanto tales divergencias sobrevenían en un mismo país y, naturalmente, irrumpían en el terreno de la política, la guerra religiosa civil se hacía inevitable. Esto sucedió primero en Francia[35]. Calvino, como hemos visto, había reconocido en principio el derecho de resistencia a la autoridad.

a) En este sentido, sus seguidores disponían de mayores posibilidades que los seguidores del luteranismo alemán, que exigía insistentemente la obediencia a la autoridad profana, a lo que en los súbditos respondía un desinterés grande por el acontecer político. Podemos decir que en Francia el luteranismo habría sido pulverizado.

b) Los primeros protestantes de Francia fueron confederados; de ahí proviene seguramente el nombre de «hugonotes». El crecimiento del calvinismo en Francia bajo Francisco I y Enrique II, los dos primeros soberanos de la época de la Reforma, fue uno de los capítulos más emocionantes de la Reforma y, en cierto sentido, de toda la historia de la Iglesia. Merece la pena ponderar seriamente cómo unos hombres pobres e incultos fueron poseídos por la palabra literal de la Escritura, cómo se reunían, amenazados por toda clase de peligros, para instruirse desmañadamente unos a otros y cómo, asamblea tras asamblea, mes tras mes, fueron pagando su tributo de sangre martirial con alegría y plenitud de espíritu, propagándose sin cesar. ¡Y esto tanto más si tenemos en cuenta con cuán poco espíritu cristiano un rey católico como Francisco I y, sobre todo, Catalina de Médici -en el aspecto religioso, tan oscilante- llevaron a cabo la represión de tal innovación religiosa! La organización de la ilegal «Iglesia de la Palabra reformada» llegó tan lejos que en plena ilegalidad se pudo celebrar en París un primer Sínodo nacional en 1559 (Confessio Gallicana). Bajo la regencia de la viuda de Enrique II, Catalina de Médici (sobrina de Clemente VII), comenzó el robustecimiento político del calvinismo (Edicto de 1561). El calvinismo se convirtió en una poderosa tropa de combate. Más tarde se introdujo sobre todo entre la nobleza y ganó para su causa al próximo sucesor de la corona, Enrique de Navarra, el futuro Enrique IV. Se desencadenaron entonces unas guerras de religión extraordinariamente cruentas (las guerras de los hugonotes, de 1562 a 1598, interrumpidas ocho veces), que constituyeron una amenaza inmediata e interna de la unidad del Estado francés. Los hugonotes formaron un Estado legal dentro de otro Estado. Coligny, su jefe, llegó casi a constituirse en el jefe de la situación. La unidad se salvó mediante una horrorosa matanza, el baño de sangre absolutamente injustificable de la noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572. La carnicería, que duró varios días y en la que probablemente fueron asesinados en toda Francia más de 10.000 hugonotes, tuvo motivaciones políticas en contra de este segundo gobierno, aunque en la práctica, ciertamente, también los intereses y puntos de vista religiosos y eclesiásticos estuvieron estrechamente entrelazados con los acontecimientos políticos y no deben, por ello, quedar al margen al hacer la exposición y valoración del suceso; y mucho menos cuando, además, algunos representantes de la jerarquía no trataron de ocultar de qué lado estaban sus simpatías (aunque afortunadamente no participaron, al menos de manera directa, en aquellos hechos).

Pero el peligro interior no desapareció con los crueles y alevosos asesinatos de aquella noche y aquellos días. Este peligro llegó a crear una crítica situación de vida o muerte cuando Enrique de Navarra heredó la corona francesa. La presión ejercida por una liga de ciudadanos de París y por la confederación de príncipes católicos (el papa, Felipe II de España), a la que Enrique no pudo vencer por las armas (los españoles hicieron levantar el sitio de París), y la pérdida de todos los derechos de regente decretada por el papa Sixto V indujeron a Enrique a volver a la religión católica (1593: «París bien vale una misa»).

Con el Edicto de Nantes se concedió a los hugonotes una tolerancia civil y un poder político importante. Su supresión por obra de la monarquía absolutista (1685) supuso el comienzo de una larga y a veces cruel represión del calvinismo francés, en especial de sus derechos políticos (por obra de Richelieu), que perduró hasta la Revolución francesa.

c) Estas guerras tuvieron, para la historia general de la Iglesia, mayor importancia de lo que a primera vista parece. A una con los importantes procesos de descomposición religioso-eclesiástica en Polonia y Hungría y con los escasos avances de la Contrarreforma en Alemania hasta finales de siglo, estas guerras hicieron patente que aun mucho después de la revolución interna de la Iglesia (§ 85s), después de la parcial transformación de la Curia, del avance de las nuevas órdenes, de la obra gigantesca del Concilio de Trento y de una serie de grandes papas, era harto real e inmediato el peligro de que todo el centro, oeste y este de Europa, el norte de los Pirineos y los Alpes, se apartase del catolicismo.

6. También en los reinos del Norte y en Inglaterra la Reforma avanzó victoriosamente.

a) Con la separación de Suecia de la unión escandinava (1523), movimientos revolucionarios sacudieron los viejos sistemas. Los primeros predicadores procedentes del luteranismo alemán encontraron en seguida multitud de seguidores. La Dieta de los señores de Copenhague de 1530 se concluyó con un edicto oficial de tolerancia del luteranismo en Dinamarca. También en Suecia el problema religioso se mezcló en seguida con luchas políticas y sociales. En este sentido fue decisivo el triunfo de la política del rey. Con todo, la Iglesia nacional sueca mantuvo muchos elementos de la tradición, entre ellos el episcopado y la sucesión apostólica, que se conservó gracias a que en 1528 el obispo Peter Mansson de Vasteras, consagrado obispo en Roma, consagró otros tres nuevos obispos.

En Dinamarca la Reforma fue introducida en 1536 bajo fuertes presiones políticas. Esta decisión alcanzó en seguida a los reinos limítrofes, Noruega e Islandia. Y dada la estrecha unión existente entre Finlandia y Suecia, Gustavo Vasa (1523-1560) encontró la oportunidad de introducir la Reforma en Finlandia poco después de la Dieta imperial de Vasteras de 1527, a pesar del predominio numérico de los católicos en ella.

b) Los obispos opusieron considerable resistencia al desarrollo de los acontecimientos, pero tuvieron que ceder ante la violencia. El obispo católico que más tiempo logró mantener su postura fue Jón Arason, obispo de Hólar, en Islandia, que fue declarado proscrito imperial en 1550 por Cristian III. A raíz de un ataque que él emprendió, fue hecho prisionero y ajusticiado con sus dos hijos (en Islandia no había llegado a imponerse el celibato).

Entre las principales figuras hay que mencionar a Paul Heliä (muerto alrededor de 1534), católico reformista, que, como buen discípulo de Erasmo, pasando por un humanismo bíblico, llegó a convertirse en un defensor inconmovible de la vieja Iglesia. Heliä tuvo que pasar por una dura prueba: muchos de sus discípulos se pasaron a la doctrina luterana. Por lo demás, la lucha de unos y otros se nutría de lo que irradiaban las controversias del continente.

c) Cuando uno investiga las causas más hondas del éxito de la Reforma en los países escandinavos, lo primero que descubre es que la innovación no cobró fuerza por el desmoronamiento del viejo sistema eclesiástico ni por necesidades comprobables del pueblo, del clero y de los conventos. Las causas son más profundas por una parte y más superficiales por otra. Es sabido que no toda Escandinavia había sido bastante cristianizada (la misión comenzó a llevarse a cabo entre los siglos X al XII); de ahí que un movimiento evangelizador con rasgos nacionales pudiera obtener un éxito fácil. También es sabido, y se puede comprobar, que para amplias capas de la población quedó encubierto el verdadero alcance del cambio, puesto que se conservaron las antiguas formas del culto y muchos elementos del viejo ordenamiento eclesiástico. Especialmente aquí nos encontramos ante un proceso político: la nueva configuración de la Iglesia fue impuesta al pueblo por la política de los príncipes (Heussi). El cambio solamente es comprensible si lo relacionamos con las transformaciones político sociales de la época. Una fe poco personalizada no podía por menos de ser incapaz de resistir el embate. El viejo sistema eclesiástico se había sostenido con el ordenamiento social de la Edad Media y también cayó con el.

d) La apostasía de Inglaterra resulta especialmente importante e instructiva. Esta apostasía fue una consecuencia inmediata del nacionalismo eclesiástico (§ 78). No sobrevino por diferencias doctrinales; se debió más bien a la vieja pretensión de los reyes ingleses, que querían gobernar el Estado y la Iglesia, mientras los papas se esforzaban por conseguir un reconocimiento más amplio de su primado de jurisdicción. El motivo del conflicto fue una cuestión matrimonial: Enrique VIII deseaba obtener la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. Esta había estado casada primeramente con el hermano de Enrique, impedimento del que se había obtenido la dispensa de Roma. Todo esto, unido a la falta de un heredero varón, despertó en el rey el deseo de contraer un nuevo matrimonio legítimo con Ana Bolena, dama de honor de la corte de su esposa. Pero el papa se mantuvo firme en la defensa de la indisolubilidad del matrimonio y de los derechos de la reina, la cual, por cierto, encontró en su sobrino el emperador un poderoso abogado. El desenlace fue la separación de Inglaterra de Roma. En un primer momento el pueblo no tomó parte alguna en esta Reforma, si bien el lolardismo, nunca extinguido del todo (§ 67, 5), favorecía su penetración. En conjunto, la Reforma en Inglaterra fue una acción descaradamente absolutista del monarca, que se encontró con un parlamento dócil[36] y unos obispos débiles en su fe.

El ansia de poder, de la que Enrique VIII estaba poseído, imprimió también su carácter a la innovación. La historia de la Reforma inglesa, tanto bajo el reinado de Enrique VIII como bajo el reinado de la hija de Ana Bolena, Isabel (1558-1603), es la historia del valor y la sangre de los mártires católicos en el siglo XVI[37]. También la época de la restauración católica, bajo el reinado de María (1553-1558), hija de Enrique VIII y de su legítima esposa, estuvo marcada por el mismo espíritu anticristiano de la represión sangrienta; pero también su padre, por títulos muy distintos de los de ella, hubiera merecido ser llamado «el sanguinario».

El resultado de todo esto fue, primeramente, una Iglesia nacional cismática (no herética) y, después, una Iglesia estatal protestante de carácter eminentemente político (manteniendo la estructura episcopal católica y, en parte, también la tradición doctrinal católica y la liturgia de la misa), con una actitud hostil y agresiva hacia los católicos fijada por la ley. Este espíritu se manifestó de forma especial en el bárbaro y sistemático aniquilamiento de los irlandeses, que no quisieron quebrantar su fidelidad a la Iglesia.

Cuando en el siglo XVII la oposición calvinista por medio del tirano Oliverio Cromwell (1599-1658) y su escuadrón de caballería intervino en la guerra civil (desde 1642) y derrocó a Carlos I (ajusticiado en 1649), entonces tuvo lugar el aniquilamiento brutal de todos los movimientos opuestos, sobre todo en Irlanda[38] donde Cromwell, poseído de una conciencia profética, dio brutales pruebas de su odio a los católicos y dirigió durante diez años el llamado «remado de los santos».

e) En Escocia el protestantismo penetró en la forma calvinista bajo la jefatura de John Knox (1505-1572), que había vivido mucho tiempo desterrado en Ginebra. En 1557 surgió el Covenant (Alianza de la nobleza reformada). En 1560, el parlamento escocés erigió una Iglesia estatal reformada, a pesar de la oposición de la reina María Estuardo, que en 1567 se vio obligada a abdicar. Escocia mantuvo su Iglesia presbiterial incluso después de su unión con Inglaterra.

7. También en Italia y España tuvieron cierta influencia las ideas reformadoras durante la tercera y cuarta década del siglo XVI.

a) En Italia hubo infiltraciones de las ideas reformadoras, por medio de algunos escritos de Lutero procedentes de Suiza, ya a partir de 1519 (sobre todo en Venecia y Pavía). Muy pronto hubo seguidores de Lutero en la misma Roma; se hizo famoso Agostino Mainradi, ajusticiado en 1563.

Especialmente lamentable y de graves consecuencias fue la apostasía del antiguo nuncio pontificio en Alemania, P. Paolo Vergerio, que en 1535 mantuvo negociaciones con Lutero; frente a él, la Inquisición se comportó de manera increíblemente indulgente y bondadosa. También fue lamentable la apostasía del célebre general de la recién fundada orden de los capuchinos, Bernardino Occhino, como veremos. Los focos de infiltración fueron Ferrara (bajo la duquesa Renata, hija del rey de Francia, a la cual hizo una visita Calvino), Nápoles, Florencia, Lucca y Venecia.

b) Pero para comprender un tanto orgánicamente el surgimiento del protestantismo italiano es preciso plantear el problema en un contexto más amplio: el de la reforma intracatólica.

En Italia, como en España, la necesidad de una reforma eclesiástica inquietaba a gran número de clérigos y laicos desde hacía mucho tiempo. Esfuerzos en este sentido, y con profundidad notable, se manifestaron en diversos movimientos, por ejemplo, en un humanismo acusadamente fiel a la Iglesia (el joven Pico della Mirandola [sobrino del gran Pico, § 76 B]), en Jacobo Sadoleto, en el obispo Giberti de Verona, en el general de los agustinos Seripando, en los cardenales Pole y Cervino (dos de los tres presidentes del primer período de sesiones del Concilio de Trento) y en muchos círculos laicos como, por ejemplo, el del futuro cardenal Contarini (Venecia) y del eminente Tomasso Giustiniani († 1528).

Una característica de estos católicos reformadores fue el abandono -en línea auténticamente humanista- del lenguaje artificial y abstracto de la Escolástica y el contacto directo con los modos de expresión de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. Aunque en grados diferentes, tuvieron clara conciencia de las limitadas posibilidades de la teología. Les parecía más importante expresar las doctrinas de la revelación en su estilo paradójico, según el texto de la Escritura, que desarrollarlas de forma abstracta y filosófica mediante deducciones lógicas[39]. Esta tendencia iba acompañada o, mejor dicho, se expresaba en una cierta concentración del material doctrinal de la predicación, que se reducía a un ámbito intelectual y eclesiástico más simple. Se acentuaba sobre todo el «evangelio». Este estilo, que también por entonces se cultivaba como en Francia, es difícil de precisar con exactitud. Se trata de un movimiento paneuropeo (Jedin) y que habitualmente recibe el nombre de evangelismo. El evangelismo fue, según los casos, puramente católico o también protestantizante. En todos sus representantes hallamos una predilección por san Pablo y por su doctrina de la justificación y una clara y acentuada desconfianza respecto a las capacidades morales del hombre.

Por lo menos en una docena de teólogos y padres conciliares del primer período de sesiones de Trento encontramos buena prueba de la profundidad con que los problemas de la reforma podrían haber sido entendidos como auténticos problemas de la Iglesia católica y la fecundidad con que dentro de ella podrían haber sido asimismo afrontados. El ejemplo más impresionante de esto lo constituye la carta que el cardenal Pole dirigió al cardenal Del Monte comunicándole su retirada de la presidencia del Concilio Tridentino (§ 89). Sin recurrir a fórmulas teológicas abstractas, sin hacer siquiera referencia de Lutero, utilizando simplemente material de la carta a los Romanos, el Evangelio de Juan y la primera carta a los Colosenses, demostraba el cardenal Pole cómo las doctrinas del «peccatum manens» y del «simul iustus et peccator» (aunque no con esta formulación) tienen un espíritu inequívocamente católico.

Algunos escritos llegaron a tener una significación casi programática, como el famoso «Tratado sobre los beneficios de Cristo» de Fra Benedetto de Mantua.

c) Tendencias más cercanas al protestantismo (sin que podamos culpar de heterodoxia a ninguno de sus miembros por separado) se registran en el círculo de Juan de Valdés (muerto en Nápoles en 1541; autor del Alfabeto Cristiano), al que se adhirieron el mencionado general de los capuchinos Bernardo Occhino (nacido en 1487, huido en 1549, residente en Suiza, Estrasburgo e Inglaterra y muerto en Moravia en 1565), el humanista Pietro Carnesecchi (ajusticiado en Roma por hereje en 1567) y Vittoria Colonna († 1547). Pero esta última, tras entablar estrecha amistad con Miguel Ángel, fue indiscutiblemente católica.

d) Hasta 1540 aproximadamente, el evangelismo se mantuvo en una cierta indecisión, como hemos indicado. La decantación sobrevino al tiempo de la vigorosa reforma eclesiástica en Italia; y, viceversa, el incremento de las tendencias radicales en los círculos reformadores contribuyó al nacimiento de la Inquisición romana en 1542. Parte de sus representantes pasaron a ser impulsores de la renovación católica (§ 85ss); otros propendieron a las doctrinas de la Reforma.

Las medidas tomadas en contra por la curia, que realmente no llegaron a agudizarse hasta finales de los cuarenta, tuvieron buen éxito en Italia. En efecto, la mayor parte de los seguidores de la nueva fe huyeron o abjuraron; pero unos pocos llegaron a ser mártires (el mencionado Carnesecchi en Roma; Fanino Fanini en Ferrara, muerto en

e) En Italia permaneció un reducido grupo de protestantes, comprometiéndose a observar un mínimo de usos católicos (fenómeno denominado «nicodemismo»; un ejemplo: la duquesa Renata de Ferrara). Los fugitivos desempeñaron un papel muy importante en la difusión de la innovación. Un grupo de ellos, entre los que se encontraba Occhino, se dirigió a Ginebra. Otros, como los dos antitrinitarios Sozzini y sus partidarios, pasando por distintas comunidades luteranas y calvinistas, terminaron en Polonia o crearon comunidades italianas propias en el extranjero (en Ginebra, Zurich, Londres, Cracovia).

f) El antitrinitarismo de Fausto Sozzini, originario de Siena (actuó sobre todo en Polonia, donde murió en 1603), tuvo una importante consecuencia histórica; esta doctrina, en efecto, constituyó un paso intermedio hacia el racionalismo y el antidogmatismo. Repercusiones de esta doctrina se registraron, además de en Polonia (Catecismo de Ratzow, 1605-1609), en Transilvania, Holanda, Inglaterra y América[40]. 8. El ulterior desarrollo del protestantismo en los siglos siguientes -si exceptuamos la ortodoxia luterana (§ 101)- estuvo estrecha y definitivamente relacionado con el progresivo afianzamiento del subjetivismo latente en la base del pensamiento reformador y en la configuración efectiva de las Iglesias de la reforma; y ello tanto en el ámbito de la fe y la oración (pietismo, metodismo, sectas americanas) como en el campo de la filosofía y en la forma de la increencia.

La apelación de los reformadores al Nuevo Testamento, al no reconocer un magisterio infalible universal, ha tenido que culminar (aparte las muchas divergencias fundamentales respecto al mismo Lutero) en la crítica radical a la propia Sagrada Escritura y, en general, en la teología criticista liberal moderna[41]. Los inicios de este proceso se dieron ya a finales del siglo XVI (Jacobus Acontius, † 1566); y se multiplicaron de diversas formas durante el siglo XVII (arminianismo, socinianismo). En el siglo XVIII esta manera de pensar llegó a ser una fuerza fundamental y determinante de la época (la Ilustración, § 102) y en los siglos XIX y XX rompió todos los diques. El momento actual nos ofrece aspectos nuevos e interesantes de este proceso. Por ejemplo, la teología de la desmitologización de Rudolf Bultmann es una muestra impresionante, pero también deprimente, del intento desesperado -así cabe calificarlo objetivamente- de escapar a las consecuencias inexorables de la teología radical valiéndose de construcciones religioso-teológicas (el hecho de la resurrección de Jesús, por ejemplo, se convierte en un hecho ahistórico e irrelevante; lo decisivo es solamente la acción de Dios en nosotros por medio del mensaje, es decir, de la «Palabra» de Jesús Resucitado, que nos es anunciada).

Como era de esperar, en esta evolución del protestantismo los países latinos tuvieron muy poca participación directa. Pero fue significativa su participación indirecta, por ejemplo, por el camino de la filosofía y la literatura modernas; y también fue significativa la crítica -en muchos aspectos no creyente- en el terreno de la historia eclesiástica y profana. Un ejemplo especialmente interesante es el de Francia (los enciclopedistas; Ernesto Renán, § 112; Alfredo Loisy, § 117), donde el protestantismo, desde el punto de vista eclesiástico, sólo desempeñó un papel secundario (si bien en la última época profundizó mucho en sí mismo).

Notas

[29] Obsérvese el parentesco formal con las palabras de san Ignacio sobre la elección (§ 88).

[30] Sin embargo, hay que tener muy en cuenta (junto con lo ya dicho en cada uno de los apartados) que la Institutio sólo trata de la predestinación en una parte de su tercer libro.

[31] Etapas de esta evolución en Ginebra: las bases se sentaron en sus Ordonnances ecclésiastiques (1541), que tras la derrota del grupo de la oposición fueron aceptadas por el consejo en 1555 con una nueva redacción. El mismo consejo ya había aprobado oficialmente la doctrina de la predestinación en 1552.

[32] Martín Bucero, que influyó mucho sobre Calvino en sus comienzos, define, por ejemplo, la sacra doctrina precisamente como proprie moralis y como arte de la vida recta.

[33] En esta obra se halla la interpretación (por completo intolerable) de la misa como «idolatría maldita».

[34] Corría un dicho muy generalizado y práctico: «Antes papista que calvinista».

[35] Las luchas de las alianzas confesionales en Alemania, incluida la Confederación Helvética, pueden ser consideradas como paralelas y precursoras.

[36] Tras la caída del cardenal Wosley. Su antiguo secretario Tomás Cromwell (ajusticiado en 1540) preparó la reforma del Parlamento de 1534, que sustituyó el poder pontificio en Inglaterra por el poder regio (Acta de supremacía).

[37] En la guerra de los católicos contra Isabel también se urdieron, por desgracia, planes para deshacerse de ella violentamente. La justificación teológica de estos planes - dicho suavemente- no parece haberse visto entorpecida por escrúpulos especiales.

[38] El punto culminante fue la toma de Drogheda, a la que siguió la expropiación de todos los terratenientes y campesinos irlandeses (1649-1659).

[39] Nos ha quedado abundante material ilustrativo, por ejemplo, en el trabajo de Seripando durante el primer período del Concilio de Trento.

[40] Cantimoni atribuye a su actitud pacifista, racionalista, indiferentista y moralista una gran influencia sobre el liberalismo inglés.

[41] Pero también en esta teología hay cierta apostasía de toda la doctrina reformadora.

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