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Heráclito y los filósofos de la naturaleza del siglo V

1. Personalidad: vida y obra.

N. en Éfeso, colonia jónica del Asia Menor, de familia real, contemporáneo de Parménides , vivió ca. 536 y 470 a. C. Desde el 546 toda Jonia estaba sometida a los persas; sus ciudades, menos Éfeso, se unieron para sublevarse contra esta dominación, y fueron cruelmente castigadas por Darío . Tal vez estos hechos, que Heráclito debió vivir de cerca, y su origen noble, influyeron en su personalidad, pesimista, distanciada y altiva, que desprecia el vulgo y no quiere intervenir en la política; y se reflejan en su obra en prosa, conocida después con el título Sobre la Naturaleza (Peri Physeos), de la que se conservan fragmentos, escrita en un estilo breve y brillante, lleno de imágenes, sentencioso y difícil, que le ha valido el sobrenombre de «oscuro» o enigmático. En ella se encuentra por primera vez una investigación sobre el hombre y una concepción del sentido de la vida humana, entreverados en la doctrina sobre el universo.

Heráclito es una figura aislada (los llamados heracliteanos serán posteriores y separados en el tiempo). En él culmina la especulación de los milesios: la investigación naturalista de éstos se convierte en Heráclito en una sabiduría humana. Además de su doctrina cosmológica general (2), el pensamiento más personal de Heráclito se desarrolla alrededor de tres temas diferentes, que mantienen entre sí una unidad indudable, aunque difícil de comprender: la guerra (3), la unidad de todas las cosas (4) y su perpetua fluencia y relatividad (5). En todos ellos está presente la Razón o Sabiduría universal, Logos, y en cierta medida el Fuego, que Heráclito, dentro del sentido de la especulación milesia y presocrática en general, establece como el principio, arjé, de todas las cosas .

2. Cosmología.

La cosmología de Heráclito tiene muchos rasgos milesios; pero a éstos se añaden otros propios, como el desprecio hacia la investigación razonada, minuciosa y exacta, y hacia el hecho de aprender muchas cosas, y la preferencia por la intuición inmediata: «Los ojos son mejores testigos que los oídos» (Diels, FVS, 2213, fragmento 45). De aquí proceden las imágenes de su cosmología, que no rebasan mucho lo mítico y suponen una regresión hacia formas primitivas de pensamiento.

3. La guerra y la armonía de los contrarios.

«La guerra (Pólemos) es el padre y el rey de todas las cosas» (o. c., fr. 53); éste es el principio que encabeza la filosofía de Heráclito El nacimiento y conservación de los seres se debe a un conflicto de contrarios que se oponen y mantienen entre sí. Ninguno de los filósofos anteriores había concebido la oposición de los contrarios con tal generalidad. A las palabras de Homero «ojalá pueda terminar la discordia entre los dioses y entre los hombres», Heráclito contesta: «Hornero no se percata de que ruega por la destrucción del universo; si su plegaria fuera escuchada perecerían todas las cosas» (o. c., A22). El concepto de la vida y del mundo como lucha será muy universal: se encontrará, con significaciones diversas, en la S. E. (p. ej., lob 7,1; N. T. passim), en la filosofía dialéctica (Hegel, Marx...) y en las doctrinas biológicas (evolucionismo, Nietzsche...) . Este fecundo conflicto es al mismo tiempo armonía de fuerzas que actúan en dirección opuesta, como las que mantienen tensa la cuerda de un arco o de una lira (o. c., fr. 51). Así se limitan y acoplan los contrarios, tanto simultáneos en el espacio como sucesivos en el tiempo, a la vez armoniosos y discordantes: el día y la noche, el invierno y el verano, la vida y la muerte, el exceso y la escasez, la saciedad y el hambre. Cualquier exceso de un contrario que sobrepasa la medida asignada es castigado por la muerte y corrupción: si el sol desborda sus límites y no se pone a la hora marcada por el destino, su fuego lo quemará todo. La armonía es mantenida por la justicia (Diké), a cuyo servicio están las Furias (Erinnias) vengadoras. Resuenan aquí los acentos de Hesíodo y Píndaro, y sobre todo la doctrina de Anaximandro . Esta armonía de contrarios en lucha, ley única que todo lo domina, es la Razón o Sabiduría universal, Logos. De aquí procederá una escuela médica de heracliteanos; hecho frecuente de aplicación de doctrinas cosmológicas a la medicina, porque la idea de que el hombre es un microcosmos es una de las más comunes y extendidas en aquel tiempo.

4. La unidad de todas las cosas.

La armonía de los opuestos supone la unidad fundamental, que constituye el significado del contraste mismo. Lo que resulta de dos contrarios es uno. Los opuestos no pueden mantenerse sino mediante la unidad que subyace a la oposición y la hace posible, que los envuelve y limita el uno con el otro. Así, lo que es opuesto une, lo que diverge unifica. El arco y la cuerda de la lira reúne y aprieta las extremidades opuestas. Cuando esta armonía de contrarios en lucha se considera, no en dos opuestos determinados, sino en todo el universo, resulta la unidad de todas las cosas La unidad surge de todos los opuestos, y a su vez de ella salen todos ellos. Pero no se trata de una unidad idéntica, que excluya la discordia, la lucha y la oposición; no es la síntesis de los opuestos, la conciliación, la superación del contraste, que anularía su oposición. Es más bien la unidad que subyace a la oposición y la hace posible, que sólo puede darse entre cosas opuestas en tanto que opuestas, que vincula los opuestos sin identificarlos, sino precisamente oponiéndolos. También aquí se advierten analogías con el proceso de separación de los contrarios en la unidad del Infinito indeterminado de Anaximandro. En la Edad Moderna reaparecerá, sin duda con profundas diferencias, en la filosofía de Hegel .

La armonía de los contrarios en lucha es unidad: éste es el gran descubrimiento de Heráclito, su enseñanza fundamental. En cierto sentido esa unidad es la de la sustancia primordial, que Heráclito identifica con el fuego. «Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses ni de los hombres; sino que ha sido siempre, es y será un fuego eternamente vivo, que se enciende según un orden regular y se apaga según un orden regular» (o. c. fr. 30). Es elegido como principio por ser la materia más sutil y menos corporal. Pero Heráclito se interesa menos de la sustancia de las cosas que de la regla, el pensamiento, el logos. La unidad, la sustancia primordial y el fuego mismo es sobre todo ley única suprema, Razón o Sabiduría universal, Logos. Se han dado muchas y diversas interpretaciones sobre el sentido de este Logos. Parece que designa la razón en tanto que es elemento común a todos los seres, porque contiene las leyes que rigen el mundo: el individuo, la comunidad de los hombres y el universo entero. Sería en cierto modo la comunidad del pensamiento universal, la sabiduría que es una, la voz de la razón; y a la vez el ser mismo del mundo, al que constituye y gobierna. No es un Dios personal como causa extrínseca trascendente; es Dios como la unidad y realidad misma del mundo «que quiere y no quiere ser denominada Dios» . La verdadera religión consiste para Heráclito en fundirse con el Logos: en fundir el pensamiento individual con el pensamiento universal.

Esta doctrina es presentada como una sabiduría recóndita, difícil de adquirir, que el hombre vulgar, incapaz de comprender las cosas que encuentra, no reconoce. A pesar de haber escuchado al Logos, los hombres se olvidan tanto en las palabras como en las obras, de manera que proceden despiertos como si estuviesen dormidos (o. c., fr. 1). No es la sabiduría aparente de quien sabe muchas cosas pero no comprende ninguna, la vana erudición acogedora de todas las leyendas. Heráclito desprecia lo que se refiere al vulgo: la religión popular, la veneración de imágenes, y sobre todo los cultos mistéricos con sus purificaciones mediante sangre, y los traficantes de misterios que entretienen la ignorancia de los hombres sobre el más allá. «Una sola cosa es la sabiduría, conocer la razón que gobierna todas las cosas a través de todas las cosas» (o. c., fr. 41). Esta sabiduría exige una larga y difícil investigación, porque «la naturaleza gusta de ocultarse» (o. c., fr. 123), como el Apolo de Delfos revela el porvenir, a la vez que lo oculta bajo palabras enigmáticas; «si no esperas, no hallarás lo inesperado, que es inaccesible y no se puede encontrar» (fr. 18); «los buscadores de oro excavan mucha tierra, pero encuentran poco» (fr. 22). Heráclito aborda por primera vez el problema mismo de la investigación, y es también el primero que utiliza la palabra filosofía en su sentido propio y como investigación: «Es necesario que los hombres filósofos sean buenos indagadores de muchas cosas» (fr. 35). La investigación se dirige a múltiples objetos (fr. 35), pero los reduce todos a la unidad (fr. 41), descubre la ley única; «para los que están en estado de vigilia, hay un solo y mismo mundo» (fr. 89). Como el Logos es Razón o Sabiduría universal, ley única del individuo, de la comunidad de los hombres y del universo entero, su descubrimiento exige penetrar en uno mismo (fr. 101), donde se encuentran profundidades insospechadas (fr. 45), en los demás hombres y en todo el mundo («Quien quiere hablar inteligentemente debe sacar fuerza de lo que es común a todos, como la ciudad saca fuerza de la ley y más aún. Ya que todas las leyes humanas se alimentan de una única ley divina y ésta domina todo lo que quiere, es suficiente para todo y todo lo supera», fr. 114; cfr. fr. 2). Ese descubrimiento será guía para la propia vida.

5. La perpetua fluencia y relatividad de las cosas.

La armonía y unidad de los contrarios se realiza en el perpetuo fluir de todas las cosas, por el que Heráclito Manifiesta una gran sensibilidad. «No es posible descender dos veces al mismo río ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado; a causa de la velocidad del movimiento todo se dispersa y se recompone de nuevo, todo viene y va» (o. c., fr. 91; cfr. fr. 12). El ser es inseparable de este continuo movimiento, el tiempo desplaza incesantemente las cosas, nada reposa sino cambiando; es decir: el movimiento no es algo sobreañadido, sino constitutivo del ser. Esta idea, cuya exageración fue criticada sobre todo por Aristóteles , tendrá muchos partidarios en la Edad Moderna, tanto en las ciencias como en la filosofía; entre los filósofos se pueden destacar a Hegel , Bergson y los actualistas en general.

La sustancia que sea principio, arjé, del mundo debe convenir a su incesante movilidad. Es el fuego, a la vez inestable en sí mismo y símbolo del devenir. «Con el fuego se intercambian todas las cosas y el fuego se intercambia con todas ellas, así como el oro se intercambia con las mercancías y las mercancías con el oro» (o. c., fr. 90). Todo nace y evoluciona según que el fuego, eternamente vivo, se vaya avivando o apagando. El Logos determina la medida exacta de esas transformaciones. La idea del gran año, que sería respecto a la vida del mundo lo que una generación es respecto a la vida del hombre (idea que se remonta hasta la civilización babilónica), que terminaría con la conflagración universal o reabsorción de todas las cosas en el fuego, a partir de la cual el mundo renacería de ese fuego, es quizá una falsa interpretación que los estoicos hicieron de Heráclito En efecto, el intercambio entre las cosas y el fuego, como entre las mercancías y el oro, parece implicar que no todo se reduce a fuego ni puede ser enteramente reabsorbido en él.

A la sensibilidad de Heráclito por la mutabilidad de las cosas se une una sensibilidad semejante por su variedad, que determina la relatividad de las opiniones. Cada cosa, en efecto, sometida incesantemente al cambio, es distinta en cada momento que se la considere; y es también distinta según sea el ser que la considere. De aquí procede una visión irónica de los contrastes, que manifiesta en las cosas lo contrario de lo que en un principio parecían. «Los cerditos se complacen en revolcarse en el lodo, lo cual es sucio para los hombres. Los pájaros se lavan en el polvo o en la tierra» (o. c., fr. 37). «Para los asnos la paja es preferible al oro» (fr. 9). «El agua del mar es la más pura y la más impura. Para los peces es potable y saludable, para los hombres perjudicial» (fr. 61). Los monos más hermosos son deformes si se comparan con los hombres. El hombre más sabio, con respecto a Dios, no es sino un mono.

6. Heráclito y los heracliteanos.

«Todas las intuiciones de Heráclito tienden hacia una doctrina única de singular profundidad; todos sus contrastes se encuentran en un contraste único: lo permanente o Uno y lo cambiante no se excluyen entre sí; antes al contrario, es en el cambio mismo, en la discordia -pero en un cambio medio y en una discordia reglamentada-, donde se encuentran lo Uno y lo permanente. Heráclito tuvo la intuición de que la sabiduría consiste en descubrir la fórmula general, la razón, logos de este cambio» (E. Brehier, Historia de la Filosofía 1, 5 ed. Buenos Aires 1962, 260). Su celebridad procede sobre todo de haber puesto en una luz enteramente nueva la noción de la ley dominante del devenir. Heráclito es, sin duda, uno de los más grandes presocráticos, sólo superado, tal vez, por Parménides de Elea. Sus ideas reaparecerán a lo largo de la historia. Pero su influjo inmediato en Platón y Aristóteles se realiza a través de los llamados heracliteanos -especialmente de Cratilo, maestro de Platón-, que exageran su doctrina y la presentan de un modo unilateral, como un movilismo extremo. Esto influye en la valoración que Platón y Aristóteles hacen de Heráclito, que tanto habría de influir después. De Heráclito se retiene casi tan sólo al movilista absoluto que negó la permanencia de las cosas (a); a partir de aquí su doctrina se entiende también como negación del principio de no contradicción (b) y como relativismo y escepticismo (c).

a) Platón hace una viva pintura de los heracliteanos o movilistas del s. v y principios del iv, su propio maestro Cratilo y los discípulos de éste, en el Cratilo y el Teeteto. «A fuerza de dar vueltas buscando la naturaleza de los seres, éstos han llegado a sentir vértigo; y, en consecuencia, les parece que las cosas dan vueltas, arrastradas en un movimiento universal. Ellos no atribuyen esta manera de ver a esta anomalía por la que se ven afectados, sino a la misma naturaleza de las cosas; según ellos, no hay en las cosas nada permanente ni fijo; se escurren o fluyen y se mueven, y están completamente llenas de movimiento y de devenir» (Cratilo, 4116-c). Pero no se preocupa de distinguir esta doctrina de la del propio Heráclito Es Platón quien nos ha trasmitido como sentencia de Heráclito: «Todo pasa y nada permanece» (ib. 402a). En consecuencia, los heracliteanos niegan toda discusión y hasta toda palabra, bajo pretexto de que las discusiones y las palabras suponen la subsistencia de las cosas de que se discute; son, por tanto, hostiles a la filosofía dialéctica: «De cualquier cosa que hablemos, nada puede decirse con fijeza: se nos va de repente en ese su fluir característico» (Teeteto, 182d). Aristóteles conserva la misma imagen: «Además, viendo toda la naturaleza sujeta al cambio y que no podían comprobar nada de lo que estaba sujeto a movimiento o mutación, concluyeron que, acerca de lo que siempre cambia, era imposible comprobar verdad ninguna. Partiendo de esta manera de juzgar las cosas, se extendió sobre todo la opinión de los que pretendían ser seguidores de Heráclito; así ocurrió, por ejemplo, con Cratilo, que llegaba a juzgar que no era conveniente decir nada y se contentaba con mover un dedo y echaba en cara a Heráclito el haber dicho que no era posible sumergirse dos veces en el mismo río, pues él creía que no era posible hacerlo ni una sola vez» (Metafísica, IV,5,1010a8-15). «Y esto porque creía que la verdad de la cosa que quería enunciar pasaba antes de que acabara la frase (...). Antes incluso de que entre por primera vez, el agua del río fluye y llega otra. Y así también, no sólo no puede el hombre hablar dos veces de la misma cosa antes de que cambie su disposición, sino ni siquiera una sola vez» (S. Tomás de Aquino, !n duodecim libros Metaphysicorum Aristotelis commentaria, lib. 4, lect. 12, n° 684).

b) A la negación del principio de no contradicción sólo se refiere Aristóteles. «Es imposible, en efecto, que alguien crea que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo, como algunos pretenden decía Heráclito. Aunque no es necesario que uno piense siempre aquello que dice» (Met. IV,3,1005b22-24). Aquí sólo se indica que esa negación era atribuida a Heráclito Pero más adelante Aristóteles lo da por un hecho: «El mismo Heráclito, si alguien le hubiera interrogado de esta manera que hemos dicho, se habría visto obligado a admitir que nunca es posible que, respecto de un mismo ser y simultáneamente, sean verdaderas dos proposiciones contrarias. Mientras que, al no entender él mismo qué es lo que decía, sostuvo esta opinión» (ib. X1,5,1062a31-35). En Heráclito se encuentran, desde luego, expresiones que, tomadas a la letra, sugieren es interpretación: «Descendemos y no descendemos al mismo río, somos y no somos» (Diels, FVS, 22B, fr. 49); «en nuestra esencia fluyente somos y no somos» (ib.); «día y noche son una misma cosa» (fr. 57); «lo que hay en nosotros es siempre uno y lo mismo: vida y muerte, velar y dormir, juventud y vejez; ya que cada uno de estos opuestos, al cambiar, es el otro y, a su vez, este otro es, al cambiar, aquél» (fr. 88). Pero parecen más bien sólo expresiones paradójicas del devenir y de la unidad de los contrarios en lucha.

c) «Acerca de lo que siempre cambia era imposible comprobar verdad alguna» (Aristóteles, Met. IV,5,1010a9). «Lo que está en continuo flujo no puede ser captado con certeza, porque deja de ser antes de que sea discernido por la mente» (S. Tomás de Aquino, Sum. Th. 1 q84 al). Al no haber nada fijo en la naturaleza, no hay en ella nada determinadamente verdadero. Se habrá de considerar, pues, verdadero, lo que aparece a cada uno en cada momento, porque en el momento siguiente ya es distinto. Esto conducirá al relativismo historicista, a la imposibilidad de señalar una verdad permanente e inmutable. Así lo interpreta Aristóteles. Y según esta interpretación, la filosofía de Heráclito condiciona el escepticismo cosmológico de Sócrates y el sentido de toda la especulación de Platón. «Platón se familiarizó desde niño con la mentalidad de Cratilo y fue partidario de la doctrina de Heráclito, según la cual todos los objetos sensibles están en una continua fluencia y no hay sobre ellos ciencia alguna posible; esta opinión la conservó más tarde. Por otra parte, puesto que la doctrina de Sócrates no se extiende de ninguna manera al estudio de la naturaleza total, sino que se mantiene tan sólo en la esfera de lo moral, aunque en este terreno tendiera a la investigación de lo general y fuera el primero que tuvo la idea de dar definiciones de las cosas, Platón, aprobando la manera de pensar de Sócrates en su búsqueda primaria de lo general, pensó que las definiciones deberían recaer sobre toda clase de seres que no fuesen los seres sensibles, ya que era realmente imposible dar una definición común a una serie cualquiera de seres sensibles, que siempre están en mutación. Y así llamó ideas a estos seres; todas las cosas sensibles quedaban fuera de ellas y recibían en ellas sus nombres, porque gracias a su participación de las ideas, los objetos de un mismo género recibían así un mismo nombre» (Met. 1,6,987a32-b8).

Surge de este modo en Platón y Aristóteles, por influjo de los heracliteanos, un Heráclito movilista absoluto y negador del principio de no contradicción. Heráclito y Parménides se oponen desde entonces como símbolos de dos actitudes extremas puras enfrentadas polémicamente, aunque lo más probable es que ni siquiera hayan conocido sus obras respectivas. Pero incluso bajo esta interpretación el influjo de Heráclito es considerable en la formación de los sistemas de Platón y Aristóteles.

Bibliografía

H. DIELS, Herakleitos von Ephesos, Griechisch und deutsch, 2 ed. Berlín 1909; M. SOLOVINE, Doctrinas filosóficas de Heráclito de Éfeso, 1935; R. WALZER, Eraclito, Raccolta di frammenti e traduzione italiana, Florencia 1939; E. BORRERO, Eraclito. Testimonianze e frammenti, Turín 1940; L. FARRÉ, Heráclito, Exposición y fragmentos, Buenos Aires 1964; B. SNELL, Heraklit, Fragmente, Griechische und deutsch, 5 ed. Munich 1965; HERÁCLITO, Tutti i frammenti, trad. B. Salucci, intr. y coment. G. Gilardoni, Florencia 1967.

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