conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » §73.- Caracteres Generales de la Edad Moderna » V.- Limites y Division

A.- Límites

1. No carece de sentido señalar la Reforma como el comienzo de la Edad Moderna, pues la Reforma fue un fenómeno nuevo de mayor hondura que cualquier otro suceso de los siglos posteriores a la Edad Media. a) A pesar de ello, este punto de vista no se corresponde exactamente con los datos históricos. La Edad Moderna no comenzó con la Reforma, sino con el Humanismo. El Humanismo puso de manifiesto la nueva situación de la totalidad de la vida espiritual de Europa, aunque sólo fuese en sus inicios. Sin el general individualismo del espíritu asentado, posibilitado y prefigurado por el Humanismo, habría podido aparecer Lutero, pero no habría podido triunfar la Reforma[12].

b) Para determinar el final de la Edad Media debemos recurrir al concepto de zona-límite (parte I, § 3, 4; 20, 3c) y de la interferencia recíproca de las diversas épocas. Mucho antes de que el modo de vida general de la Edad Media hubiese alcanzado su cenit y, por supuesto, mucho antes de que lo hubiese sobrepasado, ya empezaron a manifestarse algunas características esenciales y actitudes fundamentales de la Edad Moderna. Lo hemos constatado más de una vez al describir la alta y baja Edad Media. Esto significa que la Edad Moderna surgió de la misma Edad Media, como desarrollo lógico de ciertos elementos medievales.

c) Para comprender y valorar esto correctamente es necesario no caer en el error de creer que el Renacimiento en Italia fue, poco menos que exclusivamente, un acontecimiento artístico. El Renacimiento fue a todas luces un acontecimiento político y «nacional». Político, en el antiguo sentido de la democracia ciudadana, y «nacional», en el sentido del anhelo de liberar a cada uno de los señoríos que entonces formaban la «Italia» de las fuerzas extranjeras, «bárbaras». A este respecto fue Inocencio III quien inició ya la línea «nacional» con su tenaz oposición a la unión del sur de Italia con Alemania (si bien el concepto de lo «nacional» aún no es aplicable a la época del mencionado papa).

d) Los comienzos de la Edad Moderna, por tanto, deben ser vistos y entendidos en estrecha unión con la Edad Media. El Renacimiento y el Humanismo, que fueron las bases de la Edad Moderna, coincidieron cronológicamente en parte con la baja Edad Media. Sin embargo, en la historia de la Iglesia comenzaron a resaltar algo más tarde, de forma que aquí cabe trazar una línea divisoria más nítida. Nosotros tomamos como fecha aproximada el 1450.

2. La otra línea de separación puede muy bien situarse en los Pactos Lateranenses de 1929 entre el Vaticano e Italia. Aun cuando estos pactos reconocen un hecho, consumado sin participación de la Iglesia o, mejor dicho, en contra de ella, su significación desde el punto de vista histórico y eclesiástico estriba en la renuncia del papado a su protesta y a sus aspiraciones. La renuncia a los Estados de la Iglesia en el sentido tradicional, expresada en los mencionados pactos, constituyó un paso de enorme trascendencia. Con ella llegó a su término una grandiosa evolución que había comenzado con Constantino el Grande y sobre la cual se había basado fundamentalmente la Edad Media, en especial la eclesiástica. La renuncia a los Estados de la Iglesia coincidió también con el final de una evolución interna de la Iglesia, la cual había encontrado su expresión más completa en la proclamación de la infalibilidad del papa por el Concilio Vaticano I y en la publicación del nuevo Código de derecho canónico pontificio de 1917. Dicha evolución de la Iglesia se ha visto acompañada de un movimiento de renovación espiritual intraeclesial de dimensiones universales y de una enorme transformación social y espiritual tanto en los territorios industrializados de Europa y América del Norte como en las antiguas colonias, ahora inmersas en un lento proceso de crecimiento (también en lo eclesiástico) y de autonomía.

3. Por eso parece que, tras la Antigüedad, la Edad Media y la Moderna, se anuncia hoy una nueva época, para la que aún no disponemos de nombre. De hecho, estos indicios coinciden con una brusca transformación de la vida de la humanidad entera, transformación tan inmensa que aquellos indicios resultan notablemente confirmados: es la época de las modernas masas (¿también, por tanto, del hombre-masa?) dentro de un progreso evolutivo que afecta casi simultáneamente a todo el globo y que además, por vez primera, emprende con éxito la conquista del espacio. Todo ello condicionado, una vez más, por nuevos conocimientos y descubrimientos físico-matemáticos y por sus aplicaciones técnicas, que a gran velocidad están cambiando la faz de la tierra, así como los tipos y las posibilidades de la vida humana, y que incluso encierran la posibilidad de que la humanidad se destruya a sí misma y su morada. El hombre ha acrecentado tanto su saber, el mal se ha alzado en forma de orgullo, placer y odio con tan amenazante intensidad y extensión, que las visiones y fenómenos apocalípticos pueden parecer, incluso en un juicio desapasionado, más justificados y cercanos que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad.

Por otra parte, la sustancia del hombre, siempre intacta y en constante regeneración, así como las promesas de Dios, nos dan pie para un optimismo realista. Vislumbramos la posibilidad de llegar, mediante la plegaria y la fe, más cerca del Dios creador que cualquier otra generación anterior.

Notas

[12] Cf. igualmente el § 61.

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